Table Of ContentARGITALPEN ZERBITZUA
SERVICIO EDITORIAL
www.argitalpenak.ehu.es
ISBN: 978-84-6952-261-5
© Euskal Herriko Unibertsitateko Argitalpen Zerbitzua
Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco
ISBN: 978-84-6952-261-5
Bilbao, diciembre, 2011
www.argitalpenak.ehu.es
Ganadores del Certamen Literario
de Ciencia Ficción Alberto Magno
2007
Primer premio: Luna de Locos, José Antonio Cotrina .................... 4
Segundo premio: Delirios de Grandeza, Santiago García Albás .............. 74
Premio UPV-EHU: Procedimiento de castigo, Txomin Romero ................ 132
2008
Primer premio: La Parte del Ángel, Santiago García Albás ................ 160
Segundo premio: Espuelas de Bicrován, José Miguel Sánchez ............... 224
Premio UPV-EHU: Dioses de Metal, Irantzu González Llona ................. 291
2009
Primer premio: Tocando las puertas del cielo, Vladimir Hernández Pacín .... 454
Segundo premio: El Gran Viajero, Óscar Beltrán de Otálora Mtnez. de Antoñana .. 520
Premio UPV-EHU: declarado desierto
2010
Primer premio: declarado desierto
Segundo premio: Metamorfosis Magnética, José Manuel Barandiarán ........ 569
Premio UPV-EHU: Sarasola32XY, Jesús Angel Félez ....................... 634
Luna de Locos
José Antonio Cotrina
Prólogo.
Comienzo a escribir esto el día siete de junio del año 331. Me es difícil
concebir que haya alguien en todo el Sistema Aurora que ignore lo ocurrido en
Nabucco hace menos de un año. Pero no cometeré el error de pensar que mis
palabras están ancladas en el tiempo. Aunque pueda precisar claramente el
momento en el que empiezo a escribir (Son las veinte treinta, martes, a través
de la escotilla de mi camarote veo el baile lento de tres cruceros), me resulta
imposible saber cuándo vas a leerlas tú. Por eso, actuaré como si
desconocieras los hechos y comenzaré revelándotelos. No quiero que te
adentres a ciegas en esta historia. No quiero que los acontecimientos eclipsen
en ningún momento a sus protagonistas, porque ellos son lo verdaderamente
importante.
Esta es la historia de los tres hombres condenados a trabajar en el
inmenso desguace situado en el polo norte de la luna conocida como Nabucco.
Ellos eran la única presencia humana allí. El destino, la casualidad o el
perverso sentido del humor de los dioses, hizo que una reliquia de gran valor
para el imperio Orestes acabara en Nabucco: las cenizas del comandante
Gala, el mayor de los siete hermanos que dirigían desde hacía diez años los
designios del Sistema Aurora. Dado el exagerado culto a la personalidad que
profesan los Orestes, se intentó recuperar de inmediato la urna. Los tres
presidiarios se negaron a entregarla. Por tres veces el imperio intentó hacerse
con ella y por tres veces fracasó. Tres ancianos dementes pusieron en jaque a
la maquinaria militar de los Orestes, la misma que había doblegado una década
antes a todo el Sistema Aurora. Finalmente, cayeron derrotados en el cuarto
intento. Las cenizas de Gala nunca se recuperaron.
Esa es la historia.
Y no debería ser yo quién la cuente. Hay algo obsceno en ello. Porque
fui yo quien mató a los tres presos. Yo terminé con Constanza, Garibaldi y
Drago en Nabucco. Cumplía órdenes, pero eso no cambia nada. Los maté a los
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tres, sin piedad alguna. Esto debería ser un canto a su memoria, no un insulto
a sus espíritus.
—Tú les diste muerte —me contestó el comandante Estuardo cuando le
expuse por enésima vez mis reticencias—. Por lo tanto, es tu responsabilidad
darles vida de nuevo.
—¿Es una orden? —pregunté entonces.
Lo era. Por eso no me queda más remedio que escribir esta historia,
como no me quedó más remedio que matar a sus protagonistas. Siempre
cumplo las órdenes que me dan, me gusten o no.
Uno
Pero gracias a los dioses no estoy solo en este empeño. Una voz me
acompañará de aquí en adelante: la de uno de los propios presos, Vladimir
Constanza. Yo lo maté, pero sus escritos siguen vivos.
Vladimir Constanza comenzó a escribir poco después de su llegada a
Nabucco. Lo que al principio fue un hecho puntual y esporádico, no tardó en
convertirse en un verdadero rito, algo que se podría definir como una auténtica
compulsión. Existen grabaciones de las cámaras de vigilancia en las que le
vemos escribir durante horas y horas, sentado al escritorio de su cubículo, sin
levantar la vista del papel, sin dudar un instante o detenerse a corregir lo
escrito, absorto en la tarea de llenar hojas y más hojas con su letra inclinada y
menuda.
Constanza escribía sobre una infinidad de temas. Hablaba del día a día
en Nabucco, de las tareas cotidianas a las que se dedicaban los tres presos, de
sus compañeros y sus extravagancias; dejaba constancia de los recuerdos de
su vida en Rulsaka y en la prisión de Arrabal; también salpicaban sus escritos
los pensamientos más inconexos, sus páginas recogen esbozos de filosofías
absurdas, poesías surrealistas, dibujos horripilantes y más de tres mil relatos.
Él es siempre el protagonista en todos ellos, viviendo vidas y situaciones
completamente diferentes a las que le habían condenado a Nabucco. En el
más extenso de todos ellos, se retrata como un científico que da con la clave
de la inmortalidad en el genoma humano y que es asesinado por sus
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compañeros de laboratorio para que no revele su descubrimiento. Piensan que
no puede haber nada más terrible para la creación que un ser humano eterno.
Durante veintinueve años, Constanza no faltó a su cita con sus
cuadernos y diarios ni en una sola ocasión. A veces la entrada de la jornada se
reducía a una sola frase, otras eran decenas de páginas cuya escritura le
exigía casi todo su tiempo libre. Sus escritos están compuestos en su mayoría
por una increíble diversidad de cuadernos, de todos los tamaños, formas y
colores, encontrados a lo largo de tres décadas en las naves desguazadas de
Nabucco, pero también escribía en papel higiénico, en el dorso de los informes,
en albaranes, en memorándums, en los márgenes de los libros..., en todo lo
que tuviera a mano.
La última entrada la escribió sobre la frente del cadáver de uno de sus
compañeros. Era una simple pregunta:
“¿Qué sentido tiene todo esto?”
Dos
Vladimir fue trasladado a Nabucco en el año 300. Había permanecido
durante diecisiete años en la prisión de Arrabal, donde estaba condenado a
cadena perpetua por su participación en las revueltas de Rusalka. Durante dos
días, las bandas juveniles de los suburbios se hicieron con el control de buena
parte de la ciudad, masacrando a sus habitantes en una orgia de sangre y
destrucción liderada por un enano deforme llamado Melville. Aunque no hubo
pruebas de que Constanza participara en las matanzas indiscriminadas, sí se
pudo demostrar -de forma categórica- que había formado parte de la horda de
jóvenes que se habían enfrentado al ejército cuando trataba de sofocar el
levantamiento. Diecisiete años después, una computadora escogió al azar su
nombre de entre todos los candidatos seleccionables para ocupar el puesto
que había quedado libre en Nabucco.
Esta es la primera entrada de su diario:
10-‐07-‐300
7
COMIENZO
A
escribir
este
diario
en
Nabucco,
el
diez
de
julio
del
año
300.
Llevo
tres
meses
en
esta
luna
y
todavía
me
cuesta
asumir
que
jamás
saldré
de
aquí.
Nunca
más
habrá
cielos
azules
para
el
estúpido
de
Vladimir
Constanza,
ni
días
luminosos,
ni
aire
fresco
en
la
cara.
Moriré
en
Nabucco,
aunque
antes
de
eso,
me
volveré
loco.
Es
algo
irremediable
en
este
lugar.
Son
los
vapores,
el
ruido,
la
radiación,
la
mezcla
de
todo
eso,
o
qué
se
yo...
Sea
como
sea,
Nabucco
enloquece
a
los
hombres,
a
todos
sin
excepción.
Y
esa
es
una
de
las
razones
que
me
llevan
a
escribir
este
diario.
Según
James,
el
único
modo
de
retrasar
la
locura
es
obsesionarte
hasta
la
locura
con
algo.
No
tiene
sentido,
por
supuesto.
Pero
es
que
James
está
loco.
No
me
engaño:
merezco
estar
aquí.
Eso
es
algo
que
sí
he
podido
asumir,
he
tenido
muchos
años
para
hacerlo.
También
es
cierto
que
la
mala
suerte
se
cebó
conmigo.
Las
cosas
hubieran
sido
diferentes
de
no
ser
por
la
cámara
que
me
enfocó
en
el
momento
menos
oportuno.
Nací
hace
treinta
y
nueve
años
en
Rusalka,
la
quinta
luna
de
Armida,
en
el
seno
de
una
familia
humilde
pero
digna.
Mi
padre
murió
al
poco
de
nacer
yo
y
mi
madre
fue
incapaz
de
domarme,
a
los
quince
años
vivía
en
las
calles
y
era
adicto
a
tres
drogas
diferentes.
A
los
dieciocho
me
uní
a
una
de
las
muchas
bandas
de
delincuentes
que
pululaban
por
la
periferia
de
Rusalka.
Quería
divertirme
y
las
bandas
ofrecían
una
buena
oportunidad
para
ello.
Sexo,
drogas
y
violencia,
¿quién
podría
resistirse
a
tan
mágico
cóctel?
Vladimir
Constanza
no,
desde
luego.
Robábamos
en
los
suburbios,
vivíamos
enganchados
a
todo
lo
que
merecía
la
pena
engancharse
y
no
creíamos
en
nada
más
que
en
nosotros
mismos.
Hasta
que
llegó
Melville,
el
grotesco
enano
salido
de
dios
sabe
dónde,
que
unificó
bajo
su
mando
a
todas
las
bandas
de
Rusalka
e
hizo
de
su
credo
el
nuestro.
Nos
reuníamos
en
pabellones
repletos
de
vapores
alucinógenos
para
escucharle.
Melville
era
una
criatura
de
ojos
grandes
y
labios
hinchados,
de
apenas
un
metro
de
alto,
con
los
brazos
atrofiados,
las
piernas
torcidas
y
una
cabeza
tan
deforme
que
parecía
encasquetada
a
su
cuerpo
a
martillazos.
La
malformidad
y
las
mutaciones
eran
frecuentes
en
los
descendientes
de
los
que
viajaron
en
los
departamentos
cercanos
a
los
motores
de
las
naves
que
nos
sacaron
del
Sistema
Solar,
la
radiación
causó
estragos
en
sus
genes
y
Melville
era
una
buena
prueba
de
8
ello.
Era
una
criatura
horrible,
un
engendro
que
por
algún
capricho
del
destino
había
sido
dotado
con
una
capacidad
de
liderazgo
y
un
carisma
mayúsculos.
A
pesar
de
su
talla,
Melville
era
un
gigante.
Y
un
psicópata.
—¡Qué
nuestra
existencia
signifique
algo!
¡Qué
merezca
la
pena!
—
exclamaba
desde
su
atril.
Sus
diatribas
podían
durar
horas—:
¡Mirad
a
vuestro
alrededor!
¡Trescientos
años
después
de
nuestra
llegada
a
este
sistema
nuestros
mundos
ya
hieden!
¡Caminamos
por
el
fango
y
respiramos
aire
contaminado
mientras
en
las
grandes
ciudades
nadan
en
la
abundancia!
¡Queríamos
una
nueva
utopía
y
lo
que
tenemos
ahora
es
el
mismo
horror
que
dejamos
atrás!
¡Basta!
¡Yo
digo
basta!,
¿qué
dioses
o
qué
destino
pervierten
a
la
humanidad
para
que
el
poder
siempre
acabe
en
las
manos
de
locos
irresponsables?
¡Enseñemos
los
dientes
a
la
civilización!
¡Démosles
lo
que
se
merecen!
Melville
se
veía
a
sí
mismo
como
el
caudillo
de
una
tribu
bárbara
que
hostigara
a
un
caduco
y
perverso
imperio.
Sus
ideas
eran
incendiaras,
su
carácter
impetuoso.
No
es
por
tanto
de
extrañar
que
nuestras
incursiones
se
fueran
haciendo
cada
vez
más
violentas.
Yo
no
quería
revolución.
No
quería
sangre
en
mis
manos.
Tan
solo
quería
divertirme,
lo
juro.
Y
eso
quizá
me
hace
aún
peor
que
el
resto
de
los
seguidores
de
Melville.
Al
menos
a
ellos
les
movía
algo,
creían
en
el
mensaje
intrínseco
de
los
delirios
de
su
líder
(cambia
el
mundo,
deja
huella,
haz
que
merezca
la
pena…),
aunque
éste
lo
hubiera
retorcido
hasta
convertirlo
en
una
parodia.
Yo
simplemente
me
dejé
arrastrar.
Quizá
debería
obviar
mi
participación
en
los
acontecimientos
sangrientos
que
fueron
el
clímax
de
aquel
movimiento
de
Melville,
pero
¿qué
clase
de
persona
sería
si
mintiera
en
mi
propio
diario?
Puede
que
no
participara
en
las
incursiones,
ni
en
las
matanzas
de
familias
en
los
suburbios,
pero
no
abandoné
cuando
supe
lo
que
Melville
estaba
haciendo,
y
luché
como
el
que
más
cuando
el
ejército
nos
aplastó.
No
soy
un
buen
hombre.
Tomé
un
camino
equivocado,
eso
es
innegable.
Tras
la
derrota,
me
cargaron
de
cadenas
y
me
metieron
de
por
vida
en
la
cárcel
de
Arrabal.
La
diversión
terminó
para
mí.
Tenía
veintidós
años.
No
se
me
pudo
implicar
en
los
asesinatos
a
sangre
fría
que
cometieron
Melville
y
los
suyos,
pero
entre
las
grabaciones
que
se
presentaron
en
el
juicio
había
varias
en
las
que
se
me
veía
luchando
denodadamente
contra
el
ejército.
En
una
de
ellas
en
concreto
se
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observa
como
un
Vladimir
Constanza,
transmutado
en
un
demonio
psicótico
y
homicida
(y
ciego
de
drogas,
debo
añadir),
embosca
a
una
nave
de
transporte
con
un
lanzallamas
y
calcina
a
sus
dieciocho
ocupantes
sin
parar
de
reírse
a
carcajadas.
Las
imágenes
son
impactantes.
Se
me
ve
en
primer
plano
durante
cerca
de
dos
minutos,
el
rostro
retorcido
en
una
mueca
de
furia
inhumana
iluminada
por
las
llamas
que
escupe
el
aparato
que
tengo
entre
manos.
Esa
imagen
dio
la
vuelta
al
Sistema
Aurora.
Se
convirtió
en
un
símbolo
de
la
atrocidad
y
el
salvajismo
de
aquellos
días
y
me
convirtió
a
mí
en
enemigo
público
número
uno.
Con
el
tiempo,
muchos
de
los
jóvenes
que
participaron
en
la
revuelta
fueron
reconvertidos
en
sujetos
útiles
para
la
sociedad,
uno
de
mis
amigos
de
aquel
entonces,
por
ejemplo,
es
ahora
abogado
en
Medea.
Pero
yo
estaba
condenado.
¿Cómo
podía
haber
clemencia
para
aquel
despreciable
asesino?
Esas
imágenes
y
otras
inspiradas
en
ellas
son
ahora
portada
de
discos
y
películas,
carteles,
anuncios…
Me
convertí
en
referente.
Da
vértigo
pensarlo,
pero
me
he
convertido
en
parte
de
la
memoria
colectiva.
Mi
imagen
es
sinónimo
de
la
barbarie
y
la
crueldad.
He
logrado
más
de
lo
que
Melville
pudo
conseguir.
A
él
lo
mató
un
obús.
Yo
salgo
en
ca
m
isetas.
C ambia
el
mundo.
Deja
huella.
Haz
que
merezca
la
pena…
Tres
Nabucco es un gigantesco cementerio de naves espaciales. El desguace
en sí ocupa mil quinientos kilómetros cuadrados y está situado en el polo norte
de la luna. No voy a intentar describirlo, Constanza lo hace mejor que yo, solo
diré que es impresionante. Allí van a parar todas las naves averiadas sin
esperanza de reparación y las que han dejado atrás su vida útil. En Nabucco
son desmanteladas minuciosamente por un ejército de androides; todo lo
susceptible de ser reutilizado es arrancado sin piedad y almacenado para su
posterior envío a los astilleros de todo el sistema. La presencia del hombre en
la luna no es meramente testimonial, como puede parecer en un principio. La
capacidad de raciocinio de los androides es limitada y es necesaria la
presencia humana para controlar las operaciones, más si cabe si tenemos en
cuenta que dadas las condiciones de Nabucco es imposible monitorizar el
proceso a distancia.
10
Description:centro de su cuarto, contemplando con los ojos casi en blanco las sombras la tierra en exclusiva para Marcos Solarza”. Tema “We are off to see the Wizard”, del musical “El Mago de Oz”, 1939. Alumno/a: .. The wicked witch clase de estimulantes que las inevitables drogas de musculación