Table Of ContentTriángulos relacionales
Triángulos relacionales El a-b-c de la psicoterapia
Philip J. Guerin (h) Thomas F. Fogarty Leo F. Fay Judith Gilbert Kautto
Amorrortu editores
Biblioteca de psicología y psicoanálisis Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky
Working with Relationship Triangles. The One-Two-Three of Psychotherapy, Philip J.
Guerin (h), Thomas F. Fogarty, Leo F. Fay y Judith Gilbert Kautto
©1996, The Guilford Press, por acuerdo con Mark Paterson Traducción, Ofelia Castillo
Unica edición en castellano autorizada por The Guilford Press, Nueva York, y debidamente
protegida en todos los países. Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723. ©
Todos los derechos de la edición en castellano reservados por Amorrortu editores S. A.,
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derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
Industria argentina. Made in Argentina
ISBN 950-518-085-3
ISBN 1-57230-143-0, Nueva York, edición original
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Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos
Aires, en mayo de 2000.
Indice general
13 Prefacio
17 1. Triángulos relacionales: evolución del concepto
20 Una perspectiva histórica
39 2. Importancia de los triángulos en el contexto clínico
41 Tres tipos de triángulos
49 Importancia clínica de los triángulos
59 3. Cómo encarar los triángulos en la terapia
65 El autoexamen
69 Lo que un triángulo no es
76 4. Estructura de los triángulos relacionales
76 Cómo ver un triángulo
84 Disección de la estructura de un triángulo
105 5. El proceso emocional dentro de la estructura triangular
105 Cómo ver el proceso relacional
112 Preguntas sobre el proceso
116 Proceso emocional y triángulos
126 6. Interacción de la estructura, el proceso y la función
126 La relación entre la estructura y el proceso 128 Mecanismos de activación de los
triángulos 132 La %-náón
9
141 7. Introducción de triángulos en terapia individual 252 Triángulos con un
niño-objetivo
256 Triángulos con un padre y un hermano
144 Empleo de triángulos en terapia individual 258 Triángulos del
subsistema de los hermanos
153 Contextualización de los síntomas del paciente 262 Triángulos
trigeneracionales
individual 265 Triángulos en la familia de segundo matrimonio
160 Indicaciones para trabajar con triángulos en terapia
individual 273 13. Conclusión: cómo llegar a ser un «experto en
triángulos»
166 8. Entrenamiento e intervención directa con
triángulos en terapia individual 273 Omnipresencia de los triángulos en las
relaciones y en
la terapia
167 Casos que presentan problemas relacionales274 Métodos de manejo de
los triángulos relacionales
170 Casos con problemas de desarrollo 286 Resumen y conclusión
179 Casos de ansiedad o depresión resistentes
185 El triángulo terapéutico ¡ 289 Referencias bibliográficas
189 9. Triángulos extrafamiliares en el conflicto conyugal
191 El triángulo con la aventura amorosa
extramatrimonial
203 Los triángulos de red social
209 Los triángulos ocupacionales
212 10. Triángulos conyugales dentro de la familia
212 La primacía de la vinculación y la jerarquía de la
influencia
215 Desplazamiento del conflicto
216 Triángulos con parientes políticos
230 El triángulo parental primario de cada uno de los
cónyuges
232 Triángulos con los hijos
236 11. Triángulos con niños y adolescentes
236 Triángulos relacionados con la escuela
241 Triángulos de red social
245 Triángulos con el hijo sintomático
252 12. Triángulos intrafamiliares con niños y
adolescentes sintomáticos
Prefacio
Este libro trata de lo que significa pensar en las tríadas (en nuestra propia familia y en
nuestro trabajo clínico), de lo que descubriremos si pensamos en ellas y de la conducta a
seguir cuando hayamos hecho esos descubrimientos. Desde los tiempos de Freud se han
desarrollado muchos lenguajes ricos y útiles para pensar en el individuo, entre ellos los del
psicoanálisis, la teoría de las relaciones objetales y el conductismo. Muchos de estos
lenguajes han sido igualmente útiles para pensar en las díadas. Tanto Murray Bowen como
otros fundadores de la teoría de los sistemas familiares consideraron significativo que las
personas organizaran con frecuencia su vida interior y sus relaciones en tríadas (por
ejemplo, mamá, papá y yo; yo, mi mejor amigo y el amigo de mi mejor amigo; yo, mi
cónyuge y mi hijo). Bowen, en especial, trató de desarrollar un nuevo lenguaje, un lenguaje
que nos ayudara a pensar en estos triángulos y a hablar de ellos.
Como todo lenguaje nuevo, este lenguaje está todavía en sus comienzos y por lo tanto no es
tan maduro como otros lenguajes psicológicos y psiquiátricos más antiguos. Esperamos
que, en alguna medida, este trabajo haga avanzar más el lenguaje de los triángulos. Eso es
precisamente lo que queríamos lograr cuando decidimos escribir este libro. Nuestra
experiencia en nuestra vida y con nuestros pacientes nos ha convencido de la utilidad de
«pensar en los triángulos» para comprender a las personas, las relaciones, las familias y
otros sistemas sociales humanos. Pero al hablar con otros terapeutas acerca de los
triángulos, nuestras dificultades para formular las ideas y las diferentes maneras que ellos
tenían de abordar el concepto nos llevaron a pensar que la idea de los triángulos no estaba
todavía completamente elaborada. Nuestra comprensión de los triángulos, así como la de
ellos, era un tanto imprecisa, y a veces los terapeutas, al referirse a los triángulos, parecían
estar hablando de cosas diferentes. Pensamos que para la comunidad terapéutica sería
beneficioso adoptar un lenguaje común
13
acerca de los triángulos y llegar a una comprensión común de ellos.
Esperamos, entonces, que este libro tenga una triple utilidad. En primer lugar, que beneficie
a toda la comunidad psicoterapéutica al aumentar su capacidad de advertir la ubicuidad de
los triángulos en los problemas emocionales y de relación y de hablar en términos de
triángulos y no sólo en términos de individuos y díadas. En segundo lugar, y en relación
con quienes ya usan el concepto de triángulo en sus prácticas, esperamos que este trabajo
los ayude a afinar y perfeccionar su comprensión de los triángulos y les proporcione nuevas
ideas sobre su empleo en sus intervenciones con la gente a la que tratan de ayudar. Y por
último, en el caso de quienes no usan el concepto, esperamos que el libro llegue a ser una
nueva arma en su arsenal y les resulte útil en muchas oportunidades, pero especialmente
cuando se sientan atascados. Pensar en los triángulos puede ser muy útil para superar el
estancamiento de la terapia y destrabar un caso que se encuentra en un impasse.
Hemos organizado las páginas que siguen en trece capítulos, en los que abundan las
referencias a casos clínicos. El primer capítulo cuenta cómo la idea de los tríos y las tríadas,
y
finalmente la de los triángulos, hicieron su aparición en la terapia familiar y en el
pensamiento psicológico en general. Los capítulos 2 y 3 constituyen nuestro intento de
explicar y ejemplificar lo importante que es para el trabajo clínico el hecho de pensar en los
triángulos. Los capítulos 4 a 6 exploran los triángulos en cuanto a la estructura, el proceso,
el movimiento y la función.
En los capítulos 7 a 12 entramos en más detalles acerca de las técnicas clínicas. Ofrecemos
una tipología de los triángulos que se encuentran más a menudo en la práctica clínica con
individuos (capítulos 7-8), parejas (capítulos 9-10) y niños y sus familias (capítulos 11-12),
junto con algunos métodos de intervención. Cierra el libro el capítulo 13, con un resumen
de los métodos de tratamiento.
Este libro es el producto de los más de cien años que suma la experiencia combinada de los
autores en la terapia familiar, de parejas y de individuos, como también de las muchas horas
empleadas en precisar los conceptos de la teoría de los sistemas familiares y desarrollar
planes de tratamiento basados en dicha teoría. A lo largo de los años hemos descubierto lo
difícil
que es perfeccionar el concepto de triángulo relacional y traducirlo en métodos de
intervención clínica. Las páginas que siguen representan lo que pudimos lograr en tal
sentido. No creemos que sean la última palabra en triángulos, pero sí que constituyen un
buen comienzo.
Durante los últimos veintidós años, el Center for Family Learning, con sede en New
Rochelle y posteriormente en Rye Brook, Nueva York, ha sido un lugar donde florecieron la
teoría y la terapia familiares. El ambiente del CFL nutrió nuestras ideas, y nuestros colegas,
amigos, familias y pacientes fueron nuestros maestros. Agradecemos a todas esas personas
su comprensión y sus aportes a nuestro trabajo. Queremos expresar nuestra gratitud al
actual cuerpo docente del Centro, en especial a los miembros del Proyecto de Pareja
-Nancy Edelman, Barbara Gewirtz, Donna Gundy, Wendy Michel y Katherine Moseley-,
cuyo asesoramiento sobre el material clínico usado en este libro fue invalorable.
Desde luego, estamos en deuda con Murray Bowen, cuya teoría de los sistemas familiares
iluminó el camino que hemos recorrido (aunque no siempre de la misma manera que él). Es
con gran respeto y afecto que lo recordamos a él y recordamos su singular manera de
pensar sobre las personas y sus problemas. Agradecemos especialmente a Mike Nichols,
nuestro editor en Guilford Press. Su generosa contribución de tiempo y sus agudas críticas,
envueltas siempre amablemente en su fino humor, fueron un gran estímulo para nuestro
trabajo. Su pericia en el campo de los sistemas familiares y su amplio conocimiento de la
psicología nos permitieron ampliar el alcance de nuestro pensamiento. En sus largas cartas
que proponían cambios se adivinaba siempre su amor por la escritura y el buen estilo.
Agradecemos también a James McGee, profesor de trabajo social en el College de New
Rochelle, quien leyó nuestro manuscrito en sus etapas intermedias. Su evaluación de la
utilidad del texto para los estudiantes de trabajo social clínico y para los terapeutas
familiares que recibían entrenamiento fue particularmente útil. Y por último, agradecemos a
nuestras familias, que fueron pacientes, solidarias y comprensivas cuando trabajábamos en
este proyecto.
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1. Triángulos relacionales: evolución del concepto
En el comienzo mismo de su vida, cuando supieron que usted había sido concebido, tal vez
su padre, su madre o ambos lo hayan sentido como un intruso. Quizás el hecho de su
existencia regocijó a su padre y representó una amenaza para la carrera de su madre,
llenándolos a él de entusiasmo y a ella de preocupación. Y es probable que, aun antes de su
concepción, su abuela materna haya ejercido presiones para nada sutiles e iniciado una
campaña a favor de su futura existencia. Y cuando usted nació, fuera cual fuese el mapa
genético dibujado en su rostro, probablemente su apariencia constituyó el estímulo para
toda clase de distinciones basadas en las diferentes lealtades de los bienintencionados
parientes. «Es idéntico a la madre de George» , dice la hermana de la madre de George.
Contemplada desde este punto de vista, la vida, más que una serie de caminos posibles, es
un laberinto de bancos de arena y escollos triangulares que es necesario sortear. Y como si
eso no fuera ya suficientemente difícil, uno decide ser psicoterapeuta, es decir, instructor
profesional de navegación. Cada presentación clínica, cada paciente, enfrenta un gran
número de estas contracorrientes triangulares y uno se ofrece a ayudar. La mayoría de los
psicoterapeutas sistémicos tienen un registro mental de su propia experiencia de lucha con
los triángulos relacionales. Pero siempre-ya sea que se elija una solución de corto plazo o
un modelo de crecimiento de largo plazo-los triángulos están allí, afectando los resultados.
Recordamos a Anna K. Era una niña solitaria de ocho años con unos bellos y enormes ojos
marrones, destinados a romper algunos corazones en el futuro. Su madre la trajo a terapia
por sugerencia de la maestra de tercer grado, según la cual Anna parecía triste, mostraba a
veces un cansancio excesivo y en ocasiones permanecía distraída, mirando sin ver. Ánna
era la menor de tres hermanas. Sus padres se habían divorciado cuando ella tenía cinco
años. La madre tenía un nuevo novio, el padre había dejado Nueva York para establecerse
en California, y la vida seguía su curso.
En la primera sesión, Anna le pidió a su madre que se quedara en la sala con ella.
Respondía con monosílabos pero sus ojos sonreían. La señora K. deseaba recibir ayuda
terapéutica, todavía experimentaba culpa por haber «fracasado» como madre y se sentía
tironeada entre los sentimientos de responsabilidad por sus hijas y su trabajo y las
exigencias de su nueva relación. El terapeuta escuchó, formuló algunas preguntas y en
determinado momento se encontró pensando en cuál sería la razón por la que el señor K. se
había separado de esa atractiva mujer de 37 años y de la niñita de los bellos ojos pardos.
Hacia el final de la sesión le sugirió a la señora K. que tal vez las exigencias de su trabajo y
de su nueva relación habían producido un distanciamiento entre ella y su hija. Agregó que,
si ella pasaba más tiempo con Ánna, haciendo lo que a Anna le agradara hacer, tal vez
mejorase la relación entre ambas. En tal caso Anna dejaría de refugiarse en sus ensueños y
se comprometería más activa y alegremente con su maestra y sus compañeros de clase. O,
por lo menos, la mejoría en la relación entre ambas podría hacer que Anna se decidiera a
compartir con su madre lo que la preocupaba.
Al regresar para su entrevista de control, tres semanas más tarde, la señora K. informó que
la situación había empeorado. Ella había seguido fielmente las sugerencias del terapeuta,
pero no sólo Anna no había mejorado en la escuela, sino que había empezado a tener
berrinches en la casa. A esta altura el terapeuta podría haberse sentido responsable y
haberse puesto a la defensiva, cayendo así en la trampa de tratar de arreglar algo que,
evidentemente, todavía no entendía bien. En cambio, escuchó atentamente el relato de la
señora K. y le preguntó qué había hecho y con qué resultados. Le preguntó además si tenía
una teoría acerca de lo que había sucedido. Ella dijo que era incapaz de encontrar una
explicación a la reacción de Anna y que se sentía desalentada y más preocupada que antes.
El terapeuta se dirigió entonces a Anna y le preguntó si su madre podía salir por un rato de
la sala, para que ellos conversaran e hicieran algunos dibujos. Anna accedió. Entre los dibu
jos que hizo había uno que representaba a su familia. La niña colocó a su padre bien lejos
hacia la izquierda de la página; la madre y su nuevo novio estaban juntos en el centro, y sus
dos hermanas mayores estaban juntas y más cerca del padre, pero situadas más abajo, erg el
ángulo inferior izquierdo de la página. Aun más sorprendente que la distribución de los
persona
jes era la diferencia de tamaño entre su hermana mayor, Connie, y los demás. El dibujo le
recordó al terapeuta aquella línea de Julio César, de Shakespeare, que dice: «domina el
estrecho mundo como un coloso». Entonces le preguntó a Anna acerca de Connie. La niña
no se mostró muy comunicativa pero dijo que Connie era la que más extrañaba al padre.
El terapeuta le dijo a Anna que fuera a buscar a su madre y después se entretuviera un rato
con los juguetes en la sala de espera mientras ellos conversaban. Anna aceptó, y cuando
volvió acompañada por su madre, el terapeuta le pidió que le mostrara a esta sus dibujos.
Cuando Anna salió de la habitación, el terapeuta utilizó el dibujo de la familia para diseñar
la intervención siguiente. Explicó a la señora K. que el primer experimento había fracasado
porque aumentó la tensión entre Anna y su hermana mayor, Connie, quien veía en Anna a
una niña malcriada. Luego señaló que la información obtenida del primer experimento,
sumada a la que proporcionaba el dibujo de la familia hecho por Anna, justificaba la
realización de un nuevo ensayo. En este la señora K. dejaría de prestarle una atención
especial a Anna y lo haría en cambio con su hija mayor, Connie.
La señora K. siguió el consejo del terapeuta y pasó más tiempo con Connie y menos con
Anna. Se encontró con una significativa dosis del cinismo propio de los trece años de
Connie y esto hizo que la llevase a algunas sesiones. Entonces Connie y su madre tuvieron
ocasión de conversar sobre lo mucho que Connie extrañaba a su padre, la pesada carga que
representaba para ella el cuidado de sus hermanas y otras responsabilidades domésticas que
su madre le había asignado y la forma en que la afectaban las críticas que, para colmo,
recibía. Connie confió a su madre que lo que más le dolía era que ella no la apoyara cuando
Anna se negaba a cooperar. Y como si todo eso fuera poco, le preguntó «quién le había
pedido que introdujera a ese pelmazo en sus vidas».
La señora K. y Connie se entendieron muy bien. Connie empezó a hablar más por teléfono
con su padre y consiguió que la autorizaran a tomar unas breves vacaciones en la primavera
para visitarlo en California. Iría sola. En los siguientes tres meses, la tensión entre Anna y
Connie disminuyó notablemente. La maestra de Anna informó que las cosas habían
mejorado mucho y Anna empezó a ayudar a Connie en las tareas domésticas.
Una perspectiva histórica
El conocimiento de los triángulos puede producir resultados sorprendentes, y esto sucede
más a menudo de lo que muchos suponen. Pero por otra parte todos sabemos que los
«triángulos» tienen que ver principalmente con los problemas de los niños. Freud lo sabía
muy bien antes de que Bowen, Fogarty, Haley y Minuchin nos lo recordaran. Freud curó a
Juanito de su fobia a los caballos explicándole al padre que, a causa del dilema edípico, un
niño puede desplazar hacia un animal su miedo al castigo paterno.
«Era una angustia ante el caballo, a consecuencia de la cual el niño se rehusaba a andar por
la calle. Exteriorizaba el temor de que el caballo entrara en la habitación y lo mordiera. Se
averiguó que sería el castigo por su deseo de que el caballo se cayera (muriera). Después
que mediante reaseguramientos se le quitó al muchacho la angustia ante el padre, le ocurrió
batallar con deseos cuyo contenido era la ausencia (viaje, muerte) del padre. Según lo
dejaba conocer de manera hipernítida, sentía al padre como un competidor en el favor de la
madre, a quien se dirigían en oscuras vislumbres sus deseos sexuales en germen. Por tanto,
se encontraba en aquella típica actitud del niño varón hacia sus progenitores que hemos
designado "complejo de Edipo" y en la cual discernimos el complejo nuclear de las
neurosis. Lo nuevo que averiguamos en el análisis del pequeño Hans fue el hecho,
importante respecto del totemismo, de que en tales condiciones el niño desplaza una parte
de sus sentimientos desde el padre hacia un animal (...) Tan pronto como su angustia se
mitiga, él mismo se identifica con el animal temido, galopa como un caballo y ahora es él
quien muerde al padre». 1
El grupo de la Child Guidance Clinic de Filadelfia, constituido por Salvador Minuchin, Jay
Haley, Braulio Montalvo, Mariano Barragan y otros, nos brindó el famoso caso que ellos
llamaron «Un moderno Juanito».2 El caso trata de un niño de ocho años, adoptado, cuyo
temor a los perros era tan intenso
1 Freud (1955 [1913]), págs. 128-9). [Tótem y tabú, en Obras completas, Buenos Aires:
Amorrortu editores, 24 vols., 1978-85, vol. 13, 1980, págs. 131-2.1 -
2 Haley (1987, págs. 244-61).
que no se atrevía a salir de su casa. Lo irónico del asunto es que el padre del niño era
cartero, es decir, pertenecía a una categoría de trabajadores cuya relación conflictiva con los
perros es legendaria. La estrategia de intervención que ideó Haley fue tan exitosa que
constituyó la demostración clínica de los aspectos sistémicos de los síntomas de los niños.
La trampa clínica de venderles terapia familiar a las familias con un hijo sintomático
recibió un duro golpe con la demostración de las técnicas estructurales utilizadas para
resolver el problema planteado en este caso. «Un moderno Juanito» muestra de modo muy
claro la alteración estructural de una familia centrada en el hijo, inducida clínicamente por
medio de una estrategia desarrollada a partir del síntoma. Como resultado de la alteración
estructural se aliviaron los síntomas del niño, el proceso se desplazó, y entonces surgieron
síntomas en la madre y en las relaciones conyugales. Este desplazamiento redefinió
automáticamente el problema, que pasó a ser un problema de la familia y no del niño.
El grupo de Filadelfia interpretó del siguiente modo el triángulo central de la familia
nuclear constituida por el niño, su padre y su madre. La relación entre los padres era
distante pero no abiertamente conflictiva. La relación entre la madre y el hijo era intensa y
muy comprometida, y la relación entre el padre y el hijo, sumamente distante. La estrategia
del terapeuta combinó dos elementos: 1) una prescripción del síntoma con sus efectos
paradójicos, y 2) la introducción de un objeto en torno del cual fuera posible organizar la
relación entre el padre y el hijo y superar su distanciamiento.
La tarea terapéutica requería que la familia adoptase un perrito como mascota, pero este
debía ser asustadizo y sería responsabilidad del niño enseñarle a ser amigable. El padre, que
como cartero había tenido experiencias de todo tipo con los perros, lo ayudaría a entrenar al
animal. Algún tiempo después, cuando llevaron al perrito a la sesión, el terapeuta pudo
apreciar que el niño y su padre jugaban con él y disfrutaban al hacerlo. Un efecto
secundario imprevisto fue la visible depresión que afectaba a la madre. En ese momento,
los terapeutas definieron el problema del niño como un problema de familia.
El caso de Freud ejemplifica el mecanismo de desplazamiento. El caso de Filadelfia
muestra no sólo el desplazamiento sino también la absorción por un niño de la ansiedad de
un progenitor y de la tensión conyugal. Esto último ya había sido
propuesto anteriormente por Murray Bowen en su trabajo con esquizofrénicos, cuando
postuló la existencia de un proceso de proyección multigeneracional.3
En su innovador trabajo sobre la esquizofrenia realizado en la Clínica Menninger, Bowen
prestó especial atención al vínculo simbiótico que suele existir entre las madres y sus hijos
esquizofrénicos. Además de la intensa dependencia mutua, observó una sorprendente pauta
de comportamiento, que consistía en ciclos de gran proximidad seguidos por otros de gran
distanciamiento. Los ciclos se sucedían en el tiempo de una manera bastante predecible.
Bowen pensó que los ciclos de proximidad y distanciamiento eran provocados,
respectivamente, por estados internos de ansiedad de separación y de miedo a ser
aprisionado, es decir, de ansiedad de incorporación.
Más adelante veremos que estos ciclos de proximidad y distanciamiento son muy
importantes aunque a veces no se los entienda correctamente. Su formación psicoanalítica
llevó a algunos terapeutas de familias a interpretar mal el esfuerzo de Bowen por construir
una teoría de los sistemas. El vínculo entre estos ciclos de proximidad y distanciamiento y
los triángulos se advierte con claridad cuando nos preguntamos hacia quién (o hacia qué) se
dirigen las personas cuando se distancian de alguien con quien habían estado en una
relación íntima.
Vicki P. era una licenciada en economía que trabajaba en una gran compañía de fondos de
inversión. Cuando acudió a nuestra clínica, por sugerencia de Debbie, su mejor amiga,
Vicki tenía 37 años. Debbie había dado un giro muy favorable a su vida y a su matrimonio
unos dos años antes, y atribuía a su terapeuta una gran parte del mérito por el éxito logrado.
Vicki dijo que ella quería «conseguir por lo menos algo de lo que fuera que Debbie había
conseguido».
Cuando Vicki y Bob se conocieron, Bob fue el primero en percibir la sintonía entre ambos.
Persiguió a Vicki, y a medida que el cortejo avanzaba, ambos se sintieron acunados en el
calor de su atracción mutua. Como cada uno de ellos estaba a más de ochocientos
kilómetros de distancia de su familia de origen, se envolvieron en su romántico capullo y lo
disfrutaron sin interferencias. Después de un año de noviazgo (los dos tenían poco más de
treinta años) decidieron casarse. La pareja viajó entonces a la casa de los padres de Vicki en
Michigan
3 Kerr y Bowen (1988, cap. 8).
para anunciar el compromiso. Durante su infancia, su adolescencia y su primera juventud,
Vicki había estado muy unida (algunos dirían que demasiado unida) a su padre, Don. De
hecho, se había ido a vivir a Nueva York para poner distancia fisica en esa relación. La
maniobra dio buenos frutos, porque Vicki empezó a sentirse mucho menos controlada y
presionada por su padre.
Vicki había conocido a Bob unos dos años después de haberse trasladado a Nueva York.
Durante los preparativos para la boda Bob se sintió un poco intimidado por su futuro
suegro, pero lo atribuyó a «cosas de la familia» y le dejó a Vicki la responsabilidad de tratar
ese tema. Como habían postergado el casamiento hasta los treinta y tantos años, estos dos
exitosos profesionales habían ahorrado dinero suficiente para comprar una casa. A ambos
les interesaba la arquitectura y les encantaban las casas antiguas. Don había fomentado ese
interés en su hija. Propietario de una casa de venta de artefactos eléctricos, que atendía
personalmente, el padre de Vicki era un artesano entusiasta y con frecuencia hacía arreglos
en su propia casa. Por lo tanto, cuando Vicki y Bob se mudaron a su nuevo hogar, Don
ofreció viajar a Nueva York y ayudarlos a empezar las reformas. Llegó un viernes por la
noche y los tres compartieron una agradable cena. Pero en la mañana del sábado Vicki
advirtió que el interés de Bob en el proyecto se desvanecía rápidamente. Su falta de
participación empeoró a medida que avanzaba el fin de semana, y culminó en un estallido
emocional que dio por resultado una pelea con su suegro. Don regresó a Michigan
pensando que Bob no lo respetaba. Cada vez que Vicki le pedía a Bob que se disculpara con
su padre, él respondía: «De tu familia te ocupas tú, ¿de acuerdo? Don es tu padre; yo no
tengo por qué quererlo».
Vicki manejó la creciente tensión en el matrimonio dedicando cada vez más tiempo a su
trabajo y a su hijo. Algunos domingos la pareja disfrutaba de momentos afectuosos e
íntimos con su hijo, pero nunca llegaron a fundir el hielo que se había instalado en la
relación. Bob se dejó absorber cada vez más por su trabajo y pasaba cada vez menos tiempo
en la casa. Finalmente, Vicki se alarmó por el distanciamiento que se había producido entre
ellos y le contó lo que ocurría a su amiga Debbie. Cuando Vicki le propuso a Bob que
vieran a un terapeuta, él se limitó a informarle que no estaba seguro de si todavía la quería
y que tampoco estaba seguro de que la relación
entre ambos tuviera futuro. La estrategia de Vicki para encarar la nueva situación consistió
en seguir instando a Bob a acudir a la terapia, pero en el fondo se sentía desesperanzada de
que eso sirviera de algo. Entonces adoptó la solución que ya había funcionado con su padre:
habló abiertamente de la posibilidad de llevar adelante un matrimonio en dos ciudades, es
decir, de hacer una cura geográfica.
Al principio Bob reaccionó con indiferencia, porque pensó que la idea era sólo una más de
una larga serie de amenazas vanas. Pero cuando leyó la carta donde le confirmaban a su
mujer una entrevista de trabajo en Washington, entró en pánico y le suplicó que
reconsiderara su actitud. Prometió iniciar una terapia para tratar de superar las
desavenencias. Vicki hizo la cita inicial con la clínica y acudió sola por dos razones. No
estaba segura de que tendría la suficiente resistencia emocional para volver a pasar por todo
aquello una vez más. Además, tenía miedo de que el hecho de asistir a la terapia con Bob
fuera para este una señal de que, por haber realizado un gesto simbólico, podía volver a su
actitud permanentemente distante. El terapeuta alentó a Vicki a no cambiar de rumbo y a
realizar la entrevista en Washington, pero manteniendo una actitud de apertura hacia los
esfuerzos concretos y sostenidos de Bob.
Podemos rastrear fácilmente los ciclos alternativos de proximidad y distanciamiento entre
Vicki y Bob, desde su encuentro inicial en una fiesta hasta la crisis de su matrimonio ocho
años después. Los triángulos presentes en este caso incluyen los triángulos explícitos de
Vicki, su padre y Bob, y de Vicki, su hijo y Bob. En un segundo plano (en lo más recóndito
de la familia extensa, podría decirse) acechaba la conflictiva relación de Bob con sus padres
y hermanos, que él había manejado con distanciamiento físico y desconexión emocional.
Estos triángulos silenciosos de la familia de Bob eran parte del cuadro clínico en no menor
medida que los triángulos activos y obvios de la familia de Vicki- El terapeuta debe tener
conciencia de esta simetría de la disfunción a fin de comprometer a ambas partes en el
trabajo de la terapia de un modo que no conduzca a atribuir la culpa a una de ellas ni a
criticar a una de las familias de origen en particular.
Hoy Vicki y Bob viven en ciudades separadas por una distancia de quinientos kilómetros.
El hijo permanece con Vicki y la pareja se reúne los fines de semana, alternadamente en
una
y otra ciudad. El progreso logrado con la terapia ha sido modesto; el principal obstáculo lo
constituyen los triángulos que Vicki integra con su padre y Bob por un lado, y con su hijo y
Bob, por el otro.
Si buscamos esos mismos ciclos de proximidad y distanciamiento en nuestra relación con
nuestros padres, cónyuge, hijos, amigos y colegas, sin duda los encontraremos.
Simplemente son menos intensos y menos extremos que los que describe Murray Bowen al
referirse a los pares madre-hijo o que los que se observan en la relación entre Vicky y Bob.
Algunos son obvios y sus razones son claras, pero otros, al parecer, se producen sin motivo.
Ayer usted estaba ansioso por conversar con su amigo sobre algo que sucedió la semana
pasada, pero hoy se siente un tanto irritado cuando él interrumpe su trabajo con su charla.
El niño que lo volvió loco ayer con sus exigencias le parece hoy una criatura encantadora
con quien es delicioso jugar. El amante al que anoche usted no podía dejar de acariciar le
resulta desagradable esta mañana por alguna razón que no está clara. Un niño pequeño
busca ansiosamente a su madre cuando cree que ella trata de evitarlo o cuando advierte su
gesto de alivio al ver que ya llegó el abuelo para hacerse cargo de él durante la tarde. Más
tarde ese mismo niño parece necesitar menos a su madre y se muestra indiferente con ella.
Y en la adolescencia se vuelve arrogante y sostiene que ella lo necesitaba más de lo que él
la necesitaba a ella. Se resiste a compartir actividades con ella y para él es mucho más
importante pasar el tiempo con sus amigos. El interés de estas observaciones reside en que
revelan la inestabilidad de las díadas. Es la inestabilidad de las díadas lo que produce los
triángulos relacionales.
Tom Fogarty tomó las observaciones de Bowen sobre los ciclos de proximidad y
distanciamiento y, en vez de concentrarse en la necesidad interna de establecer contacto o
en el temor de ser absorbido, se concentró en el movimiento relacional de cada individuo.
En toda relación, una persona tiene tres opciones de movimiento: puede acercarse a la otra
persona, alejarse de ella o quedarse inmóvil. Este movimiento no es teórico, sino que puede
ser observado por los participantes y el terapeuta. Lo que lo causa es el incremento del
nivel de excitación emocional del individuo y su respuesta emocional (su reactividad
emocional) ante el comportamiento de la otra persona o ante su percepción del estado
emocional de la otra perso-
na. La excitación emocional del individuo, junto con el movimiento reactivo que suscita,
constituye el combustible que alimenta la activación de los triángulos. La reactividad
emocional es la clave para percibir cómo las díadas inestables producen triángulos.
El día que supo que sus superiores de la oficina de correos no le habían concedido un
ascenso, Fred S. sintió como si alguien hubiese atravesado con una espada su sueño de
autoestima. Las horas se le hicieron interminables hasta que, transcurrida la jornada, pudo
salir de ese lugar hostil y dirigirse a su hogar para buscar solaz en su valiosa colección de
estampillas. Le encantó comprobar que su esposa Gerry y su hijo Sean no estaban aún en
casa, y se dirigió directamente a su pequeño estudio. Gerry y Sean llegaron tres horas más
tarde y Gerry se dio cuenta de que Fred estaba en casa porque su saco estaba colgado en el
ropero de la sala. También se dio cuenta de que algo andaba mal y se dirigió a buscar a su
marido. Sean, un adolescente larguirucho y tímido de 14 años, aprovechó la oportunidad
para refugiarse en su cuarto con su amado equipo de música.
La relación de estas tres personas es fácil de comprender. Todas actuaron con el propósito
de calmar su estado emocional y lograr que el medio en que se movían fuera
emocionalmente seguro. Todavía no habían activado el triángulo potencial. Gerry se acercó
a Fred. Cuando llegó a la pequeña habitación, comprobó que la puerta estaba cerrada con
llave. Su excitación emocional aumentó. «Fred, ¿estás ahí?». «Sí, estoy bien», respondió
Fred sin abrir la puerta. Después de hacerle a su marido algunas preguntas más, que fueron
respondidas con monosílabos, Gerry se dirigió a la cocina para preparar la cena. Puso en el
horno de microondas las sobras de una comida que había comprado en su restaurante
italiano favorito. Molesta aún por la actitud de Fred, decidió que no iba a permitir que eso
la afectara, exhaló un suspiro y se dirigió a la habitación de Sean para ayudarlo con sus
tareas escolares.
Cuando su madre entró en su habitación, Sean salió quejándose de que tenía hambre.
Entonces Gerry perdió el control y empezó a gritarle que tenía que hacer sus tareas y que
quería saber inmediatamente cuáles eran esas tareas. Como Fred no podía soportar los
ruidos fuertes, salió de su refugio, evaluó la situación y se unió a Gerry para reprender a
Sean. Las pautas de movimiento son clarás: estas tres personas activaron el
triángulo y es fácil deducir que esa activación se originó en la reactividad emocional.
En la investigación sobre la esquizofrenia que llevó a cabo en el Instituto Nacional de Salud
Mental, Bowen documentó el papel decisivo que desempeña el padre distante en las
familias de esquizofrénicos. Los padres, según pudo observar, reaccionaban intensamente
ante la ansiedad de las madres y se comportaban reactivamente cuando percibían un
incremento en la inquietud de estas. En algunos casos se unían a sus esposas para criticar a
sus hijos esquizofrénicos o para preocuparse por ellos, y en otros se distanciaban cada vez