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Anne Mather
Traición Familiar (1994)
Título Original: A relative betrayal (1990)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Bianca 688
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Matthew Conroy y Rachel
Argumento:
Cuando el matrimonio de Rachel fracasó, no hubo posibilidad de
reconciliación. No sólo Matthew, su esposo, buscó el amor por otro lado,
sino que, además, la mujer que eligió era Bárbara, la prima de Rachel.
Ya habían pasado diez años desde entonces y Bárbara ahora estaba muerta.
Anne Mather – Traición familiar
Como huésped indeseable en su antiguo hogar, renació en Rachel su
antiguo amor por Matthew, ¿no era ya demasiado tarde?
Escaneado por Lupita y corregido por Paris Nº Paginas 2-125
Anne Mather – Traición familiar
Capítulo 1
—¡Viene Rachel!
—¿Sí? —Matthew tuvo suficientes oportunidades, durante las largas noches
desde la muerte de Bárbara, para enfrentarse a esa posibilidad y decidir que le
importaba un comino.
—Sí —su suegra apretó las manos—. Claro que se quedará en la vicaría.
—Por supuesto.
Matthew se mostró indiferente y la señora Barnes movió la cabeza.
—¡Alguien tenía que invitarla! —ella defendió su posición—. Después de todo,
Bárbara era su prima…
Matthew abandonó el intento de responder a las docenas de cartas que le
llegaron desde que su mujer murió, y se levantó detrás de su escritorio.
—No dije que no lo hicieras… —se echó hacia atrás un rebelde mechón de
cabello—. ¡Por Dios, Maggie! Tú puedes invitar a quien quieras. Es el funeral de tu
hija y no una maldita tardeada en el jardín!
—¡Oh, Matt!
Las rudas palabras del hombre lograron lo que trataba de evitar. Su suegra se
deshizo en llanto y Matthew se obligó a tomarla entre sus brazos y consolarla.
¿Quién lo consolaría a él?, pensó amargado mientras las lágrimas de la mujercita
parlanchina mojaban su camisa de seda gris. ¡Dios, cómo deseaba que toda la
charada terminara! Quizás entonces él le encontrara algún significado a su vida,
alguna paz.
La señora Barnes se repuso lo suficiente, se apartó y dio un golpecito a la parte
mojada del pecho de Matthew.
—¡Oh, querido! Debes perdonarme, pero me deprimo mucho cada vez que…
—Lo sé —él sonrió cortés y esperaba que ahora Maggie sí se fuera. Era extraño,
pero desde que Bárbara había muerto, la casa parecía estar llena de gente y él
deseaba estar solo, aunque pareciera egoísta.
Por supuesto, su suegra tenía algo más que decir.
—Sabes que yo no quería invitarla —le confió—. No, fue Geoffrey. Él insistió,
aunque, desde luego, ella es su pariente. No mía.
—No importa, Maggie —esperó. Con seguridad ahora se iría.
—¡Oh! —la señora Barnes lo miró pensativa—. Ojalá entiendas que yo no tuve
nada que ver —hizo una pausa y añadió ansiosa—. Espero que no haya ningún
problema. ¡Por el bien de Bárbara y Rosie!
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—Estoy seguro de que no lo habrá.
Matthew notó que su voz carecía de expresión y se asombró de que su suegra
no lo notara, aunque ella nunca fue perceptiva, reflexionó… O Bárbara nunca habría
tenido éxito en convencerla de que su matrimonio era mucho más que una simple
parodia.
—¿Dónde está Rosie? —preguntó ella y Matthew contuvo su impaciencia.
—No lo sé —repuso, tirante, y miró las largas ventanas—. Por algún lado,
supongo. Quizás en los establos, aunque en realidad no tengo idea.
—¿No te gustaría que la encontrara y la llevara a la vicaría? —sugirió
esperanzada la señora Barnes—. Es… estoy segura de que Agnes hace un buen
trabajo, pero ella no es… de la familia, ¿verdad?
Matthew se apartó del escritorio. Ya imaginaba la reacción de su hija si le decía
que se fuera a la casa de sus abuelos.
—Es mejor que se quede aquí —escogió sus palabras con tacto—. Agnetha es
muy competente y Rosie tiene que acostumbrarse a la situación.
—Lo sé, pero…
La señora Barnes recaía y aunque Matthew se despreciaba por su falta de
compasión, tenía que evitar otro despliegue de emoción.
—Será más fácil para ti de ese modo —declaró. Fue a la puerta y abrió—. Y
ahora ruego tu indulgencia. ¡Hay tanto qué hacer! ¿Comprendes?
—Por supuesto, por supuesto —la señora Barnes secó sus ojos y fue hacia
Matthew—. ¿Me avisarás si necesitas ayuda? Es algo tonto, porque sé que tienes toda
la ayuda que requieres, pero en ocasiones como esta, las familias deben mantenerse
unidas.
Matthew sintió su sonrisa como un simple ejercicio facial que evidentemente
satisfizo a su suegra.
—Gracias —él le besó la mejilla—. Estaré en contacto.
—Hazlo.
Una vez más, la mujer limpió sus ojos, levantó una mano en señal de despedida
y salió. Matthew se aseguró de que Watkins la acompañara, regresó a la biblioteca y
cerró la puerta. Se apoyó contra ella y revisó sin emoción el montón de cartas y
tarjetas que esperaban atención: tanta gente escribió, tantos compañeros de negocios
o conocidos que creyeron su deber ofrecer con dolencias, aunque apenas conocieron
a Bárbara. La muerte tenía una calidad unificadora que hacía que la gente, aunque
fuera virtualmente extraña, se uniera y él tenía que responder a su bondad.
Era difícil, reconoció sombrío. Se alejó de la puerta y cruzó el cuarto. Una
bandeja con bebidas estaba sobre la repisa de la chimenea y hacia allá se encaminó
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para servirse un escocés solo y lo bebió de un trago. Entonces, antes de tapar la
licorera de cristal, se sirvió otro y lo llevó consigo al escritorio.
—Querido Matt —leyó—. Lamentamos enterarnos del trágico fallecimiento…
—las palabras de la carta que estaba encima del montón saltaron hacia él, y se dejó
caer sobre el sillón, cerrando los ojos—. Sentimos mucho saber de su pérdida…
nuestras sinceras condolencias por su duelo… sentimos mucho enterarnos de la
muerte de Bárbara… —¡las frases trilladas no tenían fin! Ni siquiera necesitaba
leerlas para saber lo que cada una diría. Todos hablaban de la enfermedad de
Bárbara, su trágica muerte a la edad de sólo treinta y dos años, la pérdida de él. Su
pérdida…
Se tensó. ¿Cómo pudo estar casado con alguien casi diez años y sentir tan poco
remordimiento por su muerte? Él y Bárbara fueron marido y mujer; tuvieron una
hija, ¡por Dios! No obstante, nunca hubo amor entre ellos, sólo ambición por el
dinero y las posesiones por parte de ella y un deseo de venganza por la de él.
Abrió los ojos, se enderezó en el asiento y bebió la mitad del whisky de su vaso.
Eso no era bueno, se dijo. Se estaba emborrachando por todas las razones
equivocadas. Bárbara estaba muerta, lo que ella hubiera hecho con su vida ya estaba
terminado. Él tenía que pensar en el futuro. Por lo menos, en el futuro de Rosemary.
Maggie tuvo razón en una cosa: Agnetha no era de la familia y Rosie sacaba ventaja
de eso.
De pronto gruñó y pasó sus dedos entre el crecido cabello de su nuca. ¡Rachel
asistiría al funeral!, pensó furioso y reconoció por qué se mostró tan impaciente con
su suegra. Se decía que no le importaba lo que Rachel hiciera, cuando no era
probable que ella solicitara permiso de su trabajo en Londres e hiciera el largo
recorrido hasta Cumbria. Ahora, enfrentado a la realidad de que al día siguiente
volvería a verla, su reacción no fue positiva.
Un llamado a la puerta interrumpió sus pensamientos y, contento por ello,
Matthew se reclinó en su silla.
—Adelante —indicó y Patrick Malloy, su secretario y asistente personal, metió
la cabeza en el cuarto.
—Lamento interrumpir —al comprender que Matthew estaba solo, abrió un
poco más la puerta y entró—. ¡Oh! ¿Se fue ya la señora Barnes?
—Como ves —confirmó su jefe y lanzó el resto de whisky a su garganta.
Extendió el vaso al otro hombre—. Sírveme otro Pat, ¿quieres?
Patrick cerró la puerta y cruzó el cuarto.
—Hasta para ti es un poco temprano, ¿o no? —comentó con la familiaridad que
le daba su larga relación, mas tomó el vaso y satisfizo la petición—. ¿Qué sucedió?
¿Te dijo que abrirá un fondo a la memoria de Bárbara Conroy? —Matthew volvió con
rapidez la cabeza.
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—No lo hará, ¿o sí? —su inquietud era evidente y Patrick denegó.
—No que yo sepa —le aseguró seco y le pasó el vaso con menos whisky del que
Matthew se sirvió antes. Esperó hasta que su jefe tomó un trago generoso—. Pareces
destrozado —hizo una pausa—. ¿Entonces qué quería?
Matthew exhaló con fuerza y señaló:
—Rachel viene —dijo simplemente y el otro hombre retuvo el aliento.
—Ya veo.
—¿Sí? —Matthew se levantó de nuevo y caminó hacia la ventana—. ¿Quién lo
hubiera pensado? Rachel asistirá al funeral de Bárbara —torció los labios—. ¿Crees
que ella vendrá a regocijarse?
—Sabes que Rachel no es así —replicó Patrick de inmediato, aunque Matthew
no estaba convencido.
—¿Lo sé? —volvió a enfrentar a su amigo—. Ya no sé nada sobre Rachel. Han
pasado más de diez años, Pat. Diez años…
—Lo sé —las facciones angulosas de Patrick estaban alteradas—. ¿Y qué
sientes? —Matthew lo miró, sombrío.
—¿La verdad?
—Por supuesto.
—Entonces… ¡estoy terriblemente enojado! —expresó con violencia—. ¡No la
quiero aquí! Rogué por no volver a mirarla. Si no fuera por Rosemary, no vería a
ninguno de los Barnes.
—¿Es por eso que ahogas tus penas en whisky?
—No las ahogo —replicó Matthew cortante—. Sólo trato de pasar los próximos
dos días con algo de dignidad.
—¿Y después?
—¿Qué quieres decir con… después?
—Después del funeral. ¿Qué sucederá con Rosemary? Ahora que… Bárbara ya
no está, ¿no crees que debes considerar mandarla a una escuela?
—¿Eso es lo que tú piensas?
—Necesita disciplina —señaló Patrick— y, a menos que vivas en Rothmere…
—¿Llevar la vida de un granjero? —preguntó Matthew sarcástico.
—Es lo que tu padre hubiera deseado que hicieras. Y sabes lo que piensa tu
madre.
—Sí —Matthew reconoció el hecho de que su madre prefería que viviera en
casa, aunque desde su matrimonio con Bárbara, él esparció más y más energía entre
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sus intereses comerciales en todos lados y pasó la mayor parte del tiempo fuera de la
finca.
—De cualquier modo —Patrick lo vio caviloso y con rapidez cambió el tema—,
¿por qué no te llevas a Rosemary a la casa de Helen esta tarde? Les haría bien a
ambos salir de la casa y sabes que ella y Gerald se sentirían complacidos de verlos.
Matthew consideró el conducir hasta la casa de su hermana cerca de Ambleside.
La idea de visitar el hotelito que administraban en Windermere era atractiva, excepto
que la gente podría reconocerlo y él no estaba de humor para ser sociable.
—Lo pensaré —dijo sin entusiasmo y terminó el whisky de un trago—. ¿Sabes
dónde está Rosemary? No la he visto desde… anoche en la cena.
Patrick lo miró resignado.
—¿Y qué tiene eso de nuevo? —remarcó y quitó el vaso vacío a Matthew y lo
puso sobre la bandeja—. ¿Quieres que la busque? Estará por ahí.
Matthew vaciló un momento y negó con la cabeza.
—No —señaló al fin y caminó hacia la puerta—. Ya la veré después. Estaré en el
gimnasio, si me buscas. Nos veremos en la comida.
Ya había pasado el pasillo y la sala y estaba en la estancia cuando su madre le
gritó:
—¡Matthew! ¡Matthew, espera! ¿No te dijo Watkins que yo esperaba para
hablar contigo? Entra en la sala, quiero que charlemos.
Matthew suspiró, mas no quería ofender a una de las pocas personas que en
realidad le importaban, así que obedeció.
—Tengo algunas cosas que hacer, madre —declaró paciente y caminó hacia ella.
Adivinó que Watkins no creyó oportuno interrumpirlo.
—Yo también —respondió Lady Olivia Conroy y señaló con la mano la puerta
por lo que Matthew tuvo que entrar al cuarto—. ¡Uf! ¡Has estado bebiendo!
¡Matthew, apenas son las doce!
—Doce y dos para ser preciso —remarcó Matthew y se detuvo en el centro del
tapete Aubusson. Metió las manos en los bolsillos de su gastada chaqueta de pana y
la enfrentó cortés—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Puedes dejar de adoptar esa actitud arrogante —cortó su madre—. Matthew,
no sé qué sucede contigo. No creía que la muerte de Bárbara causara tal impacto, bajo
las circunstancias.
—¿Qué circunstancias?
—¡Oh, Matthew! Sabes qué circunstancias. El hecho de que Bárbara estuviera
enferma por casi un año y… y…
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—¿Y? —la urgió.
—Y que tú y ella no hubieran estado juntos por años.
Matthew inclinó la cabeza.
—Ya veo.
—¿Qué ves? —Lady Olivia estaba impaciente—. Matthew, por favor. Soy tu
madre y si hay algo que te perturba, dímelo. Desde que Bárbara murió he tratado de
acercarme a ti, pero no puedo. Me excluyes, ¡excluyes a todos! Cariño, somos tu
familia. ¿No crees que merecemos algo de consideración?
—¡Oh, Dios! —los hombros de Matthew se aflojaron—. No estoy dejando fuera
a nadie, madre. Sólo necesito tiempo a solas, es natural, ¿verdad? —trató de ser
petulante—. ¡No todos los días se convierte uno en viudo!
—Creo que hay más que eso —declaró firme la mujer—. No soy una tonta,
Matt. Sé que ese matrimonio tenía sus problemas.
—¿Sus problemas? —repitió Matthew cáustico—. ¡Oh, sí!
—Entonces, ¿por qué actúas como si estuvieras agobiado por el dolor? Helen
me dice que no has ido a ver a Gerald desde que regresaste, o a los niños. Sabes cómo
te quieren Mark y Lucy. Dios sabe que siempre has pasado más tiempo con los hijos
de Helen que con tu propia hija. ¿Qué sucede contigo, Matt? ¿Por qué te comportas
así?
Matthew se volvió hacia las largas ventanas que tenían vista a los setos
laterales. En esa época del año los prados estaban rodeados de pensamientos y
jacintos enanos, y los largos pedúnculos azules de la salvia crecían entre racimos
crema y amarillos de saxífragas. Más allá de los jardines formales, los acres de
pastizales se extendían hacia Rothmere Fell y la mirada de Matthew fue atraída por
las lomas purpúreas donde sólo las cabras podían vivir. Cuando era niño, había
gateado por esas lomas con Brian Spencer el pastor de su padre, mas ahora apenas
pensaba en eso. Dejó la administración de la finca en manos de su agente y él pasó
los días asistiendo a reuniones de consejo y comidas de negocios y luchando contra
la propensión a aburrirse.
—¡Matthew! —la voz de Lady Olivia detuvo sus errantes pensamientos y se
forzó a volverse y enfrentarla.
—Estoy escuchando.
—No, no lo haces o ya tendría alguna respuesta —repuso la mujer, tensa—.
¿Qué es? ¿Rosemary? Sabes que algo tiene que hacerse con esa niña antes que sea
demasiado tarde.
Matthew miró el frustrado rostro de su madre con afecto y entonces se dejó caer
sobre un sofá tapizado con satén.
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—¿Sabías que Rachel viene al funeral? —inquirió con un tono tan casual como
pudo, y la señora jadeó.
—¡No!
—Sí —Matthew observó la punta de su bota, que había subido sin respeto a una
esquina de la mesa—. La señora Barnes me dio la noticia esta mañana.
Aparentemente el reverendo la invitó.
Lady Olivia pareció necesitar apoyo, se sumió en el sofá frente a su hijo y lo
miró incrédula.
—¿Por qué? ¿Acaso no comprende que es de mal gusto?
Matthew se encogió de hombros.
—Como Maggie dijo, Rachel es prima de Bárbara.
—¿Está a favor de la idea? —Lady Olivia estaba asombrada.
—Yo no diría eso —Matthew hizo un gesto— aunque lo acepta. Y es verdad,
Rachel es la prima de Bárbara.
—¡Y tu ex esposa!
—¿Y?
—¡Matthew! De seguro comprendes lo inapropiado que es que tu ex esposa
asista al funeral de tu segunda esposa.
—Sí. Pero no puedo detenerla, ¿verdad? Ella es… de la familia.
—¿Familia? —Lady Olivia repitió la palabra—. ¡Cómo puedes sugerirlo! Yo
diría que ella sólo causó problemas desde el primer momento. Estabas
comprometido con Cecily Bishop, ¿recuerdas? Debiste casarte con ella.
—Lo sé —el tacón de la bota de Matthew aterrizó sobre la mesa pulida.
—¡Matt!
—Está bien, está bien —se puso de pie—. Y ahora, si me excusas…
—¿Es por eso que has estado tan inabordable?
—Yo no he estado inabordable, madre —gruñó Matthew.
—Sí, sabes que sí —Lady Olivia lo miró desalentada—. Oh, bueno, mañana
habrá terminado. Podrás regresar a tu vida normal. Sugiero que le digas a la señora
Barnes y a su esposo que estarás incomunicado por un tiempo. No querrás a esa
horrible mujer aquí y que invada el lugar como lo hacía cuando Bárbara vivía. Si no
aclaras tu posición ahora…
—¿Quieres callarte, madre? —la interrumpió, salvaje, y con grandes zancadas
salió del cuarto.
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En el gimnasio se puso un pantalón corto y una camiseta y se estiró en la mesa
de levantamiento. El esfuerzo físico que le tomó alzar las pesas, alivió el caos de sus
pensamientos y el sudor compensó el alcohol que consumió antes. Cuando se sintió
agradablemente aturdido, excepto por el dolor físico de su cuerpo, se metió en el
jacuzzi y dejó que el agua caliente revitalizara sus músculos torturados.
Entonces admitió que no podía ignorar lo dicho por su madre. Era verdad que
desde la muerte de Bárbara, él había experimentado cierto desapego de lo que
sucedía. Sus amigos y conocidos no sabían las circunstancias de su matrimonio y
quizá pensaran que era la pena; mas ésta era pequeña en comparación. La verdad era
que la muerte de Bárbara resucitó el pasado y fue hasta que la señora Barnes le
informó que Rachel asistiría al funeral, que comprendió la realidad.
¡Y se despreció por ello! No podía desearla, no después de tanto tiempo. No
después de lo que había pasado. Como le dijo a Patrick, estaba muy enojado porque
ella tenía el atrevimiento de regresar.
¿Y que su tío Geoffrey Barnes la invitara? Él era sólo un vicario de la Iglesia de
Inglaterra y, ¿qué sabía él?
Ella debió negarse, debió excusarse y quedarse lejos, en vez de abochornarlos al
unirse a su pena. No sentía la muerte de Bárbara. ¿Qué fue Bárbara para ella? Una
excusa para romper su matrimonio, para poder seguir la carrera que siempre tuvo
preferencia en su vida.
Matthew se secaba cuando Patrick le avisó que la comida estaba servida y que
“Rosemary desapareció”.
—¿Quieres que la busque?
—Yo lo haré, más tarde. Y no tengo hambre, discúlpame con mi madre. Tomaré
un bocadillo después.
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