Table Of ContentTIEMPO PARA AMAR 
(Time Enough for Love) - 1973 
Robert A. Heinlein 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Tiempo para amar 
 
Las vidas del Decano de las Familias Howard (Woodrow Wilson Smith, Ernest Gibbons, 
capitán Aaron Sheffield, Lazarus Long, “Happy” Daze, Su Alteza Serenísima Serafín el 
Joven, Sumo Sacerdote del Dios único en Todos los Aspectos y Árbitro del Cielo y de la 
Tierra, Reo Proscrito nº 83M2742, señor juez Lenox, cabo Ted Bronson, doctor Lafe 
Hubert, etcétera), Miembro Más Antiguo de la Especie Humana. El presente relato está 
basado  principalmente  en  las  Palabras  del  Decano,  tal  como  fueron  recogidas  en 
diversos lugares y ocasiones, especialmente en la clínica de rejuvenecimiento Howard de 
Nueva Roma, en Secundus, el año 2053 después de la Gran Diáspora (año 4272 del 
calendario gregoriano de Puertotierra), y se complementa con cartas y declaraciones de 
testigos presenciales; todo ello condensado, ordenado, cotejado y ajustado, en aquellos 
apartados  en  los  que  ha  sido  posible,  a  las  crónicas  oficiales  y  las  historias 
contemporáneas, de acuerdo con las instrucciones dadas por la Junta de la Fundación 
Howard  y  ejecutadas  por  el  Ilustre  Ex  Archivero  Howard.  El  resultado  es  de  una 
excepcional importancia histórica, pese a que el Archivero decidiera no expurgar el texto 
de  algunas  inexactitudes  flagrantes,  argumentaciones  particularistas  y  numerosas 
anécdotas escabrosas no aptas para menores. 
  2
Así se escribe la historia 
 
Entre la historia y la verdad hay la misma relación 
que  entre  la  teología  y  la  religión—  es  decir, 
prácticamente ninguna. 
 
 
L. L. 
 
 
La Gran Diáspora de la especie humana que se inició hace más de dos milenios, cuando 
fue revelada la puesta en marcha de la Expedición Libby-Sheffield, y que actualmente 
sigue su curso sin dar señales de disminuir su ritmo, hizo imposible la tarea de escribir la 
historia  en  forma  de  una  única  narración  e  incluso  de  varias  narraciones 
interrelacionadas. Hacia el siglo XXI de Puertotierra (según el calendario gregoriano)1, 
nuestra especie, disponiendo de espacio y materias primas, era capaz de doblar sus 
cifras tres veces por siglo. 
 
La Travesía Estelar le dio ambas cosas. El homo sapiens se propagó por este sector de 
nuestra galaxia a una velocidad muchas veces superior a la de la luz, y creció como la 
espuma. Si el proceso de multiplicación se hubiera producido al pleno potencial del siglo 
XXI, la cifra alcanzada sería en la actualidad del orden de 7 x 109 X 268, un número que 
está más allá de toda intuición y sólo al alcance de una computadora: 
 
7 x 109 X 268= 2.066.035.336.255.469.780.992.000.000.000 
 
Esto es, más de dos mil millones de billones de trillones de personas, o una masa 
proteínica veinticinco millones de veces mayor que la masa total del planeta natal de 
nuestra especie, Sol III, Puertotierra.  
 
Algo descabellado. 
 
Digamos que habría sido algo descabellado de no haber tenido lugar la Gran Diáspora, 
ya que nuestra especie, tras alcanzar la capacidad de duplicarse tres veces por siglo, 
había llegado a un punto crítico en el cual no podía siquiera duplicarse una vez: el punto 
que presenta toda curva de crecimiento acelerado a partir del cual una población dada 
puede  mantener  una  precaria  situación  de  crecimiento  cero  únicamente  a  base  de 
exterminar con la debida rapidez a sus propios miembros, para no ahogarse en sus 
propios humores, cometer el suicidio de una guerra total o verse abocada a cualquier otra 
forma de última solución malthusiana. 
 
Pero creemos que la especie humana no ha alcanzado esa monstruosa cota porque la 
cifra inicial de la Diáspora no debe calcularse en los siete mil millones, sino más bien en 
unos pocos millones al principio de la Era, además de una cantidad indeterminada, 
pequeña pero todavía en aumento, de centenares de millones, que a lo largo de los dos 
últimos milenios han emigrado de la Tierra y sus colonias rumbo a lugares todavía más 
alejados. 
 
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(1) Las fechas que se citan a lo largo del texto corresponden al calendario gregoriano terreno, ya que no parece existir otro que sea 
conocido por todos los estudiosos de otros planetas, ni siquiera el Calendario Galáctico Tipo. Las traducciones deberían añadir las 
fechas locales correspondientes, a fin de hacerlo más comprensible.  
 
 
Sin embargo, ya no estamos en situación de hacer conjeturas mínimamente razonables 
acerca de las dimensiones de la especie humana, ni disponemos tampoco de un recuento 
aproximado de los planetas colonizados. Todo lo que podemos decir es que debe de 
haber más de dos mil planetas colonizados por más de quinientos billones de personas. 
La verdadera cifra podría ser, en el primer caso, el doble de la indicada, y la especie 
humana, cuádruple. O más. 
 
Así, incluso los aspectos demográficos de la historia resultan imposibles de dominar: los 
datos están ya superados en el momento de llegar a nosotros y son siempre incompletos, 
aunque  resultan  tan  abundantes  que  mantienen  ocupados  a  varios  centenares  de 
personas y computadoras de mi equipo en la tarea de intentar analizar, condensar, 
interpolar y extrapolarlos, valorándolos en relación con otro datos antes de registrarlos en 
las crónicas. Tratamos de mantener índices de probabilidad del noventa y cinco por 
ciento en los datos corregidos y del ochenta y cinco por ciento en fiabilidad mínima, pero 
nuestros resultados no pasan del ochenta y nueve por ciento y del ochenta y uno por 
ciento respectivamente, y cada vez son peores. 
 
Los pioneros apenas si se molestan en enviar informes a la oficina central; se dedican a 
conservar la vida, hacer niños y eliminar todo aquello que se interponga en su camino. Lo 
normal es que una colonia llegue a la cuarta generación sin que esta oficina reciba el 
menor dato sobre ella. 
 
(Y no puede ser de otro modo. Cualquier miembro de una colonia que se interese 
demasiado por las estadísticas acaba por convertirse a su vez, después de muerto, en 
una estadística. Yo me propongo emigrar; una vez lo haya hecho, poco va a importarme 
si esta oficina me pierde el rastro o no. He pasado casi un siglo atado a este trabajo 
fundamentalmente inútil, en parte gracias a las presiones que he recibido y en parte 
debido a mi disposición congénita hacia él  —soy descendiente directo y reforzado del 
mismísimo Andrew Jackson Slipstik Libby—, pero también desciendo del Decano y creo 
haber heredado algo de su inquieto carácter. Quiero viajar según sople el viento y ver un 
poco de mundo, casarme otra vez, dejar una docena de descendientes en algún planeta 
nuevo y libre de aglomeraciones y, si me dejan, seguir mi camino. En cuanto tenga listas 
las memorias del Decano, que la Junta —como diría él— se meta este trabajo donde le 
quepa.) 
 
¿Qué clase de hombre es nuestro Decano, antepasado mío y probablemente del lector, y 
desde luego el más viejo de los seres humanos vivientes, el único hombre que ha 
participado en el desarrollo completo de la crisis de la especie humana y su superación 
por medio de la Diáspora? 
 
Porque la hemos superado: hoy, nuestra especie podría perder cincuenta planetas, cerrar 
filas y seguir adelante. Nuestras damas podrían cubrir las bajas en una sola generación. 
Aunque no parece probable que suceda tal cosa: hasta ahora no hemos encontrado una 
especie  tan  ruin,  malvada  y  destructora  como  la  nuestra.  Una  extrapolación  no 
demasiado aventurada nos indica que en un par de generaciones vamos a alcanzar la 
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descabellada cifra comentada arriba y seguiremos nuestra marcha hacia otras galaxias 
antes de terminar de establecernos en ésta. Las noticias que nos llegan desde el exterior 
afirman  que  las  naves  de  la  colonia  intergaláctica  humana  penetran  ya  en  las 
Profundidades Infinitas. Estas noticias no han sido confirmadas, pero es bien sabido que 
las  colonias  más  aguerridas  suelen  alejarse  mucho  de  los  centros  más  poblados. 
Esperemos. 
 
La historia, en el mejor de los casos, es difícil de entender; en el peor, constituye una 
árida acumulación de relatos discutibles. Resulta mucho más viva vista a través de los 
ojos  de  testigos  presenciales...  y  únicamente  disponemos  de  un  testigo  cuya  vida 
abarque los veintitrés siglos de la crisis y la Diáspora. De entre los seres humanos cuya 
edad ha podido comprobar esta oficina, el que le sigue en ancianidad rebasa apenas los 
mil años. La teoría de probabilidades permite afirmar que en algún lugar debe de haber 
una persona de edad equivalente a la mitad de la de esta última, pero es absolutamente 
seguro, matemática e históricamente, que hoy no se halla con vida ningún otro de los 
hombres que nacieron en el siglo XX.2 
 
Alguien preguntará si el mencionado “Decano” es el miembro de las Familias Howard que 
nació en 1912 y también el Lazarus Long que guió a las Familias en su huida de 
Puertotierra  en  2136,  señalando  que  en  la  actualidad  los  antiguos  sistemas  de 
identificación (huellas dactilares, tramas retinianas, etc.), son fácilmente rebatibles, pero 
hay que responder que en su época tales sistemas eran los más adecuados y que la 
Fundación  de  las  Familias  Howard tenía buenos motivos para emplearlos con todo 
cuidado: el Woodrow Wilson Smith cuyo nacimiento quedó registrado en la Fundación en 
1912  es  sin  asomo  de  duda  el  Lazarus  Long  de  2136  y  2210.  Antes  de  que  las 
mencionadas pruebas perdieran su fiabilidad, fueron complementadas por modernas 
técnicas totalmente insuperables, basadas primero en trasplantes clónicos y más tarde en 
la identificación absoluta de los cuadros genéticos. (Es interesante observar que, hace 
unos tres siglos, se presentó un impostor aquí en Secundus y le dimos un corazón nuevo 
tomado de un pseudocuerpo del Decano, obtenido por clonación. Le causó la muerte). El 
“Decano” cuyas palabras se citan presenta un cuadro genético idéntico a una muestra de 
tejido muscular tomada del individuo llamado “Lazarus Long” por el doctor Gordon Hardy 
en la nave estelar “Nuevas Fronteras” hacia 2145 y cultivado por él con el propósito de 
realizar investigaciones sobre la longevidad (quod erat demonstrandum). 
 
Pero ¿qué clase de hombre es? Que cada cual juzgue a su modo. Al condensar estas 
memorias para reducirlas a una extensión manejable he suprimido muchas incidencias 
históricas verificables (los datos en bruto están en los archivos, a disposición de los 
estudiosos) pero he dejado intactas muchas mentiras e historias poco verosímiles, en la 
creencia de que las mentiras de un hombre nos dicen más verdades sobre él que lo que 
damos en llamar “verdad”. 
 
Evidentemente, el sujeto en cuestión es, según la escala de valores vigente en las 
sociedades civilizadas, un bárbaro y un bribón. 
 
(2)Cuando las Familias Howard se apoderaron de la nave espacial “Nuevas Fronteras”, sólo unos cuantos de sus miembros pasaban 
de los ciento veinticinco años— todos ellos, a excepción del Decano, están muertos y constan en las Crónicas las fechas y lugares de 
sus fallecimientos. (Dejo aparte el extraño y posiblemente mítico caso de muerte en vida de Mary Sperling la Mayor.) A pesar de su 
superioridad genética y de sus posibilidades de acceso a terapias de longevidad generalmente conocidas como “la alternativa de la 
inmortalidad”, los últimos murieron en el año gregoriano de 3003. Las Crónicas parecen dar a entender que, en su mayoría, expiraron 
  5
por negarse a que se les efectuaran nuevos rejuvenecimientos, lo cual sigue siendo hoy en día, en cuanto a frecuencia, la segunda 
causa de mortandad. (J. F. XLV.) 
 
Pero no corresponde a los hijos juzgar a sus padres. Las cualidades que le hacen ser lo 
que es son precisamente las indispensables para sobrevivir en la selva o en el desierto. 
Que nadie eche en olvido sus deudas genéticas e históricas para con él. 
 
Para comprender lo que le adeudamos desde el punto de vista histórico hay que proceder 
al repaso de cierta vieja historia, en parte mito y en parte realidad, tan comprobada como 
el  asesinato  de  Julio  César.  La  Fundación  de  las  Familias  Howard  fue  creada  por 
disposición testamentaria de Ira Howard, fallecido en 1873. Su testamento ordenaba que 
los miembros de la Junta de dicha institución emplearan su dinero en “prolongar la vida 
humana”. Éstos son hechos. 
 
Cuenta la tradición que dispuso tal cosa indignado contra su propia suerte, ya que murió 
de viejo a los cuarenta y ocho años, soltero y sin descendencia. Ninguno de nosotros, por 
lo tanto, lleva sus genes: su inmortalidad reside sólo en un apellido y en la creencia de 
que la muerte puede ser impedida. 
 
En aquel tiempo, morir a los cuarenta y ocho años no era nada raro. Créase o no, lo 
cierto es que en aquella época el promedio de vida no pasaba de ¡treinta y cinco años! 
Pero la causa habitual de la muerte no era la vejez: las enfermedades, la desnutrición, los 
accidentes,  el  asesinato,  la  guerra,  el  trance  del  parto  y  otras  muchas  violencias 
terminaban con numerosos humanos antes de que apuntara la vejez. La persona que 
superaba todos esos obstáculos podía tener la esperanza de morir de vieja entre los 
setenta y cinco y los cien años; muy pocas llegaban al centenar. Sin embargo cada grupo 
de población tenía su pequeña minoría de “centenarios” . Existe una leyenda acerca de 
un tal Tom Parr que al parecer murió a la edad de ciento cincuenta y dos años, en 1635. 
Sea  verdadera  o  no  esta  leyenda,  los  análisis  de  probabilidades  de  los  datos 
demográficos de aquel tiempo indican que algunos individuos debieron de vivir un siglo y 
medio, aunque de todos modos eran pocos. 
 
La Fundación dio comienzo a su actividad como una simple experiencia precientífica en el 
campo de la reproducción: se inducía a personas adultas procedentes de familias muy 
longevas a unirse con otras de análogas características, con el incentivo del dinero. 
 
Resultó, cosa nada sorprendente, que lo aceptaban. El experimento dio resultado, lo cual 
tampoco es sorprendente, ya que desde muchos siglos antes de que naciera la ciencia de 
la genética, era aquél un procedimiento habitual entre los ganaderos: se trata de acentuar  
una característica y eliminar los desechos. 
 
Los archivos de las Familias no informan del modo como fueron eliminados los primitivos 
sobrantes; únicamente reflejan el hecho de que los componentes de algunas ramas —
raíz y descendientes— fueron eliminados a causa del imperdonable pecado de morir de 
viejos siendo demasiado jóvenes. 
 
Cuando estalló la Crisis de 2136, los miembros de las Familias Howard tenían una 
esperanza de vida de más de ciento cincuenta años, y varios de ellos habían rebasado 
dicha cifra. La causa de la crisis resulta casi increíble, aunque todas las crónicas —las de 
las Familias y las ajenas— coinciden al respecto: las Familias Howard corrían un grave 
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peligro frente a los otros humanos “porque vivían tanto”. La razón de que ello así fuera es 
algo que corresponde dilucidar a los expertos en psicología de grupo, no a un cronista. 
Pero así era. 
 
Las Familias Howard fueron apresadas y concentradas en un campo de prisioneros, 
estando a punto de ser torturadas hasta la muerte en una tentativa de arrancar de sus 
componentes el “secreto” de la “eterna juventud”. Son hechos, no mitos. 
 
Aquí hace su aparición la figura del Decano. Poniendo en ello una gran audacia, la 
capacidad de mentir de forma convincente y lo que a muchos nos parecería un gusto 
infantil por la aventura, el Decano organizó la fuga más grande de todos los tiempos, 
robando una nave muy primitiva y huyendo del sistema solar con las Familias Howard en 
peso (por aquel entonces, unos cien mil hombres, mujeres y niños). Si el lector lo cree 
imposible (demasiada gente para una sola nave), tenga en cuenta que las primeras naves 
espaciales eran muchísimo mayores que las que usamos actualmente. Eran planetoides 
artificiales autoabastecidos, construidos para permanecer durante muchos años en el 
espacio desplazándose a velocidades inferiores a la de la luz: tenían por fuerza que ser 
voluminosos. 
 
El Decano no fue el único héroe de aquel éxodo, pero en todos los relatos que nos han 
llegado, distintos y en ocasiones mutuamente contradictorios, aparece como el motor de 
la empresa. Fue nuestro Moisés, el hombre que liberó a nuestro pueblo de la esclavitud. 
 
Lo devolvió al hogar unos tres cuartos de siglo más tarde, en el año 2210, mas no al 
yugo, ya que dicho año, año Uno del Calendario Galáctico Tipo marca el inicio de la Gran 
Diáspora...  provocada  por  la  extrema  presión  demográfica  que  sufría  Puertotierra  y 
posibilitada por el surgimiento de dos nuevos factores: la Paraexpedición Libby-Sheffield, 
como se la conocía en aquellos días (no exactamente una “expedición” o “travesía”, sino 
un  medio  de  manipular  espacios  n—dimensionales) y las primeras y más simples 
técnicas eficaces de incremento de la longevidad (sangre nueva cultivada in vitro). 
 
Las Familias Howard desencadenaron el proceso por el simple hecho de emprender la 
huida: los humanos de vida más corta que quedaban en la Tierra, convencidos todavía de 
que  las  familias  longevas  poseían  un  “secreto”,  se  lanzaron  a  una  vasta  labor  de 
investigación  sistemática  que,  como sucede en tales casos, halló una espléndida e 
inesperada recompensa, no en el inexistente “secreto” sino en algo casi tan valioso como 
ello:  una  terapia,  que  sería  después  repertorio  de  terapias,  para  retrasar  la  vejez  y 
prolongar el vigor, la virilidad y la fertilidad. 
 
La Gran Diáspora era ya a la vez una necesidad y una posibilidad. 
 
La gran cualidad del Decano, aparte su habilidad para mentir de forma convincente y 
extemporánea, parece haber consistido desde siempre en el raro don de saber extrapolar 
las posibilidades de una determinada situación y deformarla acto seguido para adecuarla 
a sus objetivos. Él lo explica diciendo que “hay que saber oler de dónde sopla el viento”. 
Los especialistas en psicometría que han estudiado su caso afirman que posee una 
capacidad psiónica extremadamente alta, que se manifiesta en forma de “presagios” y 
“suerte”. El Decano les tiene a ellos en un concepto mucho menos favorable. Como 
cronista, me abstengo de opinar. 
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El Decano no tardó en comprender que la bendición de la larga juventud, pese a estar 
prometida a todos, se reservaría de hecho a los poderosos y a sus protegidos. Los miles 
de millones de siervos no tendrían la posibilidad de vivir más tiempo del normal: no había 
espacio para todos ellos, a menos que emigrasen a las estrellas, en cuyo caso habría 
espacio bastante para que cada humano viviera todo el tiempo de que fuera capaz. No 
está muy claro cómo explotó tal posibilidad el Decano: parece ser que utilizó distintos 
nombres  en  varios  frentes.  Sus  empresas  clave  fueron  puestas  en  manos  de  la 
Fundación  y  liquidadas  inmediatamente  para  trasladar  a  las  Familias  Howard  y  la 
Fundación a Secundus, reservando “las mejores propiedades inmobiliarias” para sus 
familiares y descendientes. De ellos, el sesenta y ocho por ciento de los que vivían 
entonces aceptó el desafío de la nueva frontera. 
 
Tenemos para con él una deuda genética directa e indirecta. La deuda indirecta reside en 
el hecho de que la migración constituye un mecanismo de depuración, una selección 
darwiniana acentuada, por la cual los linajes superiores alcanzan las estrellas en tanto 
que la escoria se queda en el lugar de origen y muere. Ello es cierto incluso para aquellos 
que son trasladados por la fuerza—como sucedió en los siglos XXIV y XXV—, con la 
diferencia de que la selección tiene lugar en el planeta de destino. Bajo la inclemencia del 
nuevo medio, los débiles y disminuidos mueren, sobreviviendo en cambio los más fuertes. 
Incluso  quienes  emigran  por  propia  voluntad  deben  superar  esta  drástica  segunda 
selección. La Familias Howard han pasado al menos tres veces por tal proceso. 
 
Nuestra deuda genética directa con el Decano es todavía más fácil de demostrar. En 
parte,  es  pura  cuestión  de  aritmética.  Si  el  lector  habita  en  un  lugar  que  no  sea 
Puertotierra —es lo más probable, habida cuenta del estado actual de “los verdes campos 
de la Tierra”— y cuenta al menos con un miembro de las Familias Howard entre sus 
antepasados, como es el caso prácticamente con todo el mundo, lo más probable es que 
descienda del Decano. 
 
De acuerdo con la genealogía oficial de las Familias, la probabilidad de que ello ocurra es 
del 87,3 por 100. Por el hecho de descender de un miembro de las Familias Howard del 
siglo XX, una persona desciende asimismo de otros muchos de sus miembros, pero yo 
me refiero exclusivamente a Woodrow Wilson Smith el Decano. Hacia el año de Crisis 
2136, aproximadamente la décima parte de la generación más joven de las Familias 
Howard descendía “legítimamente” del Decano, lo cual significa que cada uno de los 
nacimientos que suponían vínculo de descendencia era registrado como tal en las 
crónicas de las Familias, y la paternidad era confirmada por medio de todas las pruebas 
que se conocían en aquel entonces. (Cuando se puso en marcha el experimento de 
reproducción no se conocía siquiera la existencia de los grupos sanguíneos, pero el 
proceso de selección hacía que para cualquier mujer resultara mucho más beneficioso no 
buscar compañías suplementarias, al menos fuera de su familia). 
 
En la actualidad, la probabilidad acumulada es, como he dicho del 87,3 por 100, en el 
caso de que el lector cuente con algún Howard entre sus antepasados; pero si se trata de 
un antepasado próximo, la probabilidad aumenta hasta prácticamente el cien por cien. 
 
Sin embargo, como estadístico y apoyándome en los análisis que las computadoras han 
efectuado con grupos sanguíneos, tipos capilares, colores de ojos, número de dientes, 
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tipos  enzimáticos  y  otras  características  pertinentes  para  el  análisis  genético,  tengo 
motivos muy fundamentados para creer que el Decano tiene muchos descendientes que 
no constan en las genealogías, tanto dentro como fuera de las Familias. 
 
Hablando en plata: es un cabrón desvergonzado que ha rociado de esperma toda esta 
parte de la Galaxia. 
 
Piénsese en los años del éxodo, después del robo del “Nuevas Fronteras”: no contrajo 
matrimonio ni una sola vez en todo aquel tiempo, y los documentos de la nave y las 
historias basadas en recuerdos de aquellos días dan a entender que era un auténtico 
misógino. 
 
Es posible. Sin embargo, el análisis de los registros bioestadísticos (más que el de las 
genealogías) parece indicar que no era tan esquivo. El computador que hizo el análisis 
llegó a proponerme una apuesta a que los retoños engendrados por el Decano en aquella 
época pasaban del centenar. (No acepté: es un computador que me gana al ajedrez aun 
dándome una torre de ventaja.) 
 
No me sorprende en absoluto, considerando el interés casi patológico que las Familias 
sentían entonces por el objetivo de la longevidad. El varón más anciano, suponiendo que 
conservase la virilidad —y evidentemente, el Decano la conservaba—, debería de verse 
expuesto  a  incesantes  tentaciones  por  parte  de  hembras  ansiosas  de  tener  una 
descendencia  dotada  de  su  reconocida  superioridad.  “Superioridad”  según el único 
criterio que respetaban las Familias. Cabe deducir que no daban demasiada importancia 
al vínculo conyugal; el testamento de Ira Howard hacía que todos los matrimonios de las 
Familias Howard fueran matrimonios de conveniencia y que raramente durasen toda la 
vida. Lo único sorprendente es que tan pocas hembras fértiles lograran seducirle, cuando 
sin lugar a dudas eran miles las que lo deseaban. Pero el Decano era un hombre de 
temperamento firme. 
 
Puede que así fuera, pero todavía hoy, cuando veo un hombre de cabello rojizo, nariz 
grande, aire desenvuelto y atractivo y un asomo de agresividad en los ojos verdegrises, 
me pregunto cuánto tiempo hará que el Decano ha pasado por esta parte de la galaxia. Si 
el extraño en cuestión se me acerca, me protejo la cartera con la mano. Si me dirige la 
palabra, hago el propósito de no dejarme arrancar promesas ni sablazos. 
 
Mas ¿cómo logró el Decano, que al fin y al cabo no era más que un miembro de la 
tercera generación del experimento de reproducción de Ira Howard, mantenerse joven 
durante sus primeros trescientos años sin someterse a rejuvenecimiento artificial? 
 
Es un caso de mutación, por supuesto —lo que equivale a decir que no sabemos de qué 
se trata—. Sin embargo, a lo largo de sus varias operaciones de rejuvenecimiento hemos 
averiguado algunas cosas acerca de su constitución. Posee un corazón anormalmente 
grande que late muy despacio. Tiene solamente veintiocho dientes sin caries, y parece 
inmune  a  las  infecciones.  No  ha  sufrido  ninguna  intervención  quirúrgica, salvo para 
curarse algunas heridas y para rejuvenecerse. Sus reflejos son extremadamente rápidos 
pero aparentan ser razonados, con lo cual se abre un interrogante acerca de si “reflejos” 
es el término más adecuado. Nunca le ha hecho falta corregir  su visión de lejos ni de 
cerca; su espectro de percepción auditiva es anormalmente alto y anormalmente bajo, 
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además de ser extraordinaria su agudeza a todo lo largo de la gama. Su visión del color 
incluye el añil. Nació sin prepucio, sin apéndice vermicular y, al parecer, sin conciencia. 
 
Me alegro de que sea antepasado mío. 
 
JUSTIN FOOTE XLV 
Archivero Jefe de la Fundación Howard 
 
 
 
 
Prefacio a la edición revisada 
 
En esta edición popular resumida, el apéndice técnico se publica por separado con el fin 
de permitir la inclusión del relato de las acciones del Decano desde su marcha de 
Secundus hasta su desaparición. A instancias del editor de las primitivas memorias se 
incluye un relato apócrifo y obviamente inverosímil de los últimos avatares de su vida, que 
no debe tomarse en serio. 
 
CAROLYN BRIGGS 
Archivero Jefe 
 
 
Nota  
 
Mi bella y competente sucesora en el cargo no sabe lo que se dice: cuando se trata del 
Decano, lo más fantástico es siempre lo más probable. 
 
JUSTIN FOOTE XLV 
Ex Archivero Jefe 
 
 
 
Preludio 
1 
Al  abrirse  la  puerta  de  la  habitación,  el  hombre  que  estaba  sentado  mirando  fija  y 
melancólicamente por la ventana se volvió en redondo. 
 
—¿Quién diablos es usted? 
 
—Soy Ira Weatheral, Ancestro. De la Familia Johnson, presidente en funciones de las 
Familias. 
 
—Ya era hora. No me llame “Ancestro”. Y ¿por qué tan sólo el presidente en funciones? 
—rezongó el hombre del sillón—. ¿Acaso está tan ocupado el presidente que no puede 
venir a verme? ¿No merezco siquiera eso? 
 
No hizo ademán de levantarse ni invitó al visitante a que se sentara. 
 
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