Table Of ContentCUADERNOS DE
TEORIA DEL
OBJETO
Alexius Meinong
13
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓEICAS
Colección
: cuadernos de crítica
Director:
Enrique villanueva
Secretaria:
margarita ponce
CUADERNOS DE CRÍTICA 13
ALEXIUS MEINONG
Teoría del objeto
Versión castellana
de
Eduardo García Máynez
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
1981
El ensayo de A. Meinong “Über Gegenstandstheorie” apareció originalmente
en el libro Verlag
Untersuchungen zur Gegenstandstheorie und Psychologie,
von Johann Ambrosius Barth, Leipzig, 1904.
DR © 1981, Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, México 20, D. F.
DIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONES
Impreso y hecho en México
TEORÍA DEL OBJETO
1. EL PROBLEMA
Que no se puede conocer sin conocer algo o, más general
mente dicho: que no se puede juzgar ni tener representacio
nes, sin juzgar sobre algo o representarse algo, es la mayor
certidumbre que puede brindarnos la consideración más ele
mental de estas vivencias. Que tratándose de las suposiciones
no ocurre algo diverso, he podido mostrarlo casi sin necesi
dad de desarrollos especiales, pese a que la investigación
psicológica apenas ha empezado a tomarlas en cuenta La
.1
cuestión es más complicada en lo que atañe a los sentimien
tos, pues aquí, el lenguaje al menos, con su referencia a lo
que uno siente, alegría, dolor o, también, compasión, envi
dia, etcétera, en cierta medida indudablemente induce a
error. El problema se complica asimismo en el caso de las
apetencias, en cuanto, a pesar del inequívoco testimonio del
lenguaje, a veces se opina que hay que volver sobre la even
tualidad de algunas en que nada es apetecido. Pero incluso
quien no comparta mi opinión de que tanto los sentimientos
como las apetencias son hechos psíquicos no-independientes,
en cuanto tienen como imprescindible “presupuesto psicoló
gico ciertas representaciones, admitirá sin reparos que uno
”2
se alegra por algo o se interesa en algo y, en la inmensa ma
yoría de los casos, no quiere o desea sin querer o desear al
go; en una palabra: que este peculiar “hallarse dirigido a
Leipzing, pp. 256 s.
1 Über Annahmen.
2 Ver mi obra Graz,
Psychologisch-ethische Vntersuchungen zur W erttheorie.
1894. pp. 34 y también, Hofler, p. 389.
Psychologie,
5
algo” conviene con tan extraordinaria frecuencia a lo que
acontece en la psique, que es plausible suponer aquí un
momento característico de lo psíquico frente a lo no psíquico.
En todo caso, la finalidad de los subsiguientes desarrollos
no es exponer por qué estimo que esta suposición es la más
fundada, pese a algunas de las dificultades esgrimidas en
su contra. Son tantos los casos en que la referencia, mejor
aún, el expreso hallarse dirigido a “algo” (o, como también
espontáneamente se dice, “a un objeto”), se impone en
forma tan absolutamente indudable, que incluso en lo que
a ellos exclusivamente concierne, la cuestión sobre a quién
incumbe el tratamiento científico de tales objetos no puede
permanecer largo tiempo sin respuesta.
La división de lo digno o menesteroso de elaboración teó
rica en diferentes territorios científicos y la pulcra delimita
ción de éstos es indudablemente, en lo que atañe al fomento
de la investigación que por medio de tal deslinde pretende
alcanzarse, algo que a menudo tiene poca importancia; lo
que a la postre cuenta es el trabajo por realizar y no la ban
dera bajo la cual se cumpla. Las obscuridades sobre los lí
mites de los diferentes territorios científicos pueden mani
festarse de dos maneras opuestas: bien en cuanto los secto
res en que de hecho se trabaja interfieren unos con otros,
bien en cuanto no llegan a encontrarse, lo que da origen a
que entre ellos quede una zona no elaborada. La significa
ción de estas obscuridades en la esfera del interés teórico y
en la de la práctica es en cada caso la inversa. En la segun
da, la “zona neutral” es siempre garantía deseada, pero
rara vez realizable, de amigables relaciones de vecindad,
mientras que la interferencia de los pretendidos límites re
presenta el caso típico de conflicto de intereses. Por el con
trario, en el ámbito de la faena teórica, donde al menos no
hay fundamento jurídico para tales conflictos, la confusión
de distritos limítrofes, que a consecuencia de ello eventual
mente son objeto de elaboración desde distintos flancos, es,
objetivamente considerada, una ganancia, y la separación
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siempre un inconveniente, cuya magnitud varía con el ta
maño y significación de la zona intermedia.
Apuntar a este territorio del saber, inadvertido unas ve
ces, otras, al menos, no suficientemente apreciado en su
peculiaridad, es el propósito de la cuestión que estriba en
inquirir cuál es propiamente, valga el giro, el lugar que por
derecho corresponde al tratamiento científico del objeto co
mo tal y en su generalidad, o del problema de si hay, entre
las disciplinas acreditadas por la tradición de la ciencia, al
guna en la que pudiera buscarse ese tratamiento científico
del objeto, o de la que al menos tal estudio pudiera exigirse.
2. EL PREJUICIO EN FAVOR DE LO REAL
No fue mero azar que los desenvolvimientos anteriores bus
caran en el conocer su punto de partida, a fin de llegar hasta
el objeto. Cierto que no sólo el conocer “tiene” el suyo; pe
ro en todo caso lo tiene en forma peculiarísima, lo que ante
todo hace pensar, cuando del objeto se habla, en el del cono
cer. El acontecimiento psíquico llamado conocer no consti
tuye por sí solo, bien vistas las cosas, el hecho del conoci
miento: éste es, digámoslo así, un fenómeno doble, en que
lo conocido aparece frente al conocer como algo relativa
mente independiente, a lo cual aquél no solamente está di
rigido, por ejemplo en la forma de juicios falsos, sino más
bien como algo que a través del acto psíquico es al propio
tiempo captado o concebido, o como, en forma inevitable
mente figurada, se pretenda describir lo de suyo indescrip
tible. Si se atiende en forma exclusiva a este objeto de cono
cimiento, la cuestión que acabamos de plantear sobre la cien
cia del objeto primeramente aparece bajo una luz poco fa
vorable. Una ciencia del objeto del conocer: ¿quiere esto
decir más que la exigencia de que lo que ya ha sido cono
cido como objeto del conocer, sea convertido otra vez en
objeto de una ciencia y con ello, nuevamente, del conocer?
Expresado de otro modo: ¿no se pregunta acaso por una cien-
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cia que, o bien está constituida por la totalidad de las disci
plinas científicas, o tendría que ofrecer de nuevo lo que las
ya reconocidas ofrecen sin más?
Habrá que precaverse, en vista de estas reflexiones, con
tra el pensamiento de que una ciencia general, al lado de
las especiales, sea realmente disparatada. Lo que lo mejor
de todos los tiempos ha presentado como la postrera y más
digna meta de su apetito de saber, la captación de la totali
dad cósmica en su esencia y fundamentos últimos, sólo pue
de ser asunto de una ciencia comprensiva, al lado de las es
peciales. Realmente, bajo el título de metafísica no se ba
pensado en otra cosa: y por muy numerosas que sean las
fallidas esperanzas que se han ligado y seguirán ligándose
a ese nombre, la culpa no es de la idea de semejante cien
cia, sino de nuestra incapacidad intelectual. ¿Habrá por
ello que llegar hasta el punto de sostener, de plano, que la
metafísica es la ciencia cuya natural misión consiste en el
tratamiento del objeto como tal, o de los objetos en su con
junto? . . .
Si se recuerda cómo esa disciplina procuró siempre in
cluir en el marco de sus análisis lo distante y lo próximo,
lo pequeño y lo grande, parecerá extraño que no pueda ha
cerse responsable de esa misión porque, pese a la univer
salidad de sus intenciones —a menudo tan funestas para sus
resultados— en cuanto ciencia de los objetos está muy lejos
de que esas intenciones sean suficientemente universales. In
dudablemente, la metafísica tiene que referirse a todo lo que
existe. Pero la totalidad de lo que existe, incluyendo lo que
ha existido y lo que habrá de existir, es infinitamente pe
queña comparada con la totalidad de los objetos del cono
cimiento. Que esto suela pasar inadvertido tiene su funda
mento en que el interés, especialmente vivo, que nuestra
naturaleza pone en todo lo real, favorece la exageración que
consiste en tratar lo no real como simple nada o, para de
cirlo con mayor precisión, como algo en que el conocer no
encontraría ningún punto de acceso o, al menos, ninguno
digno de ser tomado en cuenta.
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Lo que de manera más fácil permite advertir cuán poco
se justifica esa opinión, es el examen de los objetos ideales
,3
que sin duda se dan, pero en ningún caso existen y, por ende,
no pueden ser reales en ningún sentido. Igualdad o diferen
cia son, verbigracia, objetos de este linaje: tal vez se den,
en tales o cuales circunstancias, entre realidades; pero no
son, por sí mismas, partes de lo real. Está naturalmente fue
ra de discusión que, pese a lo expuesto, tanto el representar
como el suponer y el juzgar pueden referirse a esos objetos
y que, a menudo, hay fundamento para ocuparse de ellos
muy a fondo. Tampoco el número existe una vez más al lado
de lo numerado, en caso de que lo numerado realmente exis
ta; esto se reconoce claramente en el hecho de que se puede
contar lo que no existe. Del mismo modo, la conexión no
existe al lado de lo conexo, en caso de que lo conexo exista
realmente: pero que esto, por su parte, no es indispensable,
lo prueba, por ejemplo, la conexión entre la igualdad de
los lados y los ángulos de un triángulo. Además, la relación
de que hablamos enlaza también, cuando sus términos exis
ten (como en el caso de la condición de la atmósfera y la
altura del barómetro, por ejemplo), no tanto estas realida
des cuanto su ser o no ser. En el conocimiento de semejantes
conexiones tiene uno ya que vérselas con ese a manera de
objeto del que espero haber mostrado que está frente a los
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juicios y suposiciones como el objeto propiamente dicho
frente a las representaciones. He propuesto para el primero
la designación de “objetivo”, y demostrado que puede asu
mir las funciones de un verdadero objeto y, especialmente,
llegar a ser materia de un nuevo acto de juicio dirigido a él
como a un objeto genuino, o de cualesquiera otras operacio
nes intelectuales. Cuando digo: “es verdad que hay antípo
das”, la verdad no es atribuida a los antípodas, sino al ob
jetivo de que “existen”. Esta existencia de los antípodas es
3 Sobre el sentido en que opino debe emplearse la en el uso lingüístico
infortunadamente equívoca expresión “ideal”, véanse mis desarrollos en “Über
Gegenstande hoherer Ordnung etc.” en vol. xxi,
Zeitschrift fiir Psychologie.
p. 198.
cap. vil.
* Über Anniihmen,
9
un hecho del que cualquiera inmediatamente advierte que
puede muy bien darse, pero no, digámoslo así, existir. Pero
esto vale también para los demás objetivos, de manera que
todo conocimiento referido a cualquiera de ellos representa,
al propio tiempo, un caso de conocimiento de algo no exis
tente.
Lo que aquí se ha primeramente demostrado en relación
con ejemplos sueltos, es algo de que da testimonio una muy
alta, y altamente desarrollada, ciencia: la matemática. Se
guramente no se querrá motejarla de extraña a la realidad,
como si no tuviera nada qué hacer con lo existente; ni pue
de desconocerse cuán amplia esfera de aplicación le está
asegurada, no menos en la vida práctica que en el tratamien
to teórico de lo real. Sin embargo, el conocimiento pura
mente matemático en ningún caso trata de algo a lo que el
ser real resulte esencial. El ser con que la matemática, como
tal, tiene que ocuparse, no es nunca existencia; en este res
pecto jamás va más allá de lo dado: una línea recta es tan
inexistente como un ángulo recto; un polígono regular tan
inexistente como un círculo. Que el uso del lenguaje mate
mático a veces se refiera expresamente a la existencia,® es
sólo una peculiaridad de dicho uso lingüístico, y ningún
matemático debiera tener reparos en admitir que lo que exi
ge de los objetos de su elaboración teorética, bajo el nombre
de “existencia”, no es en el fondo sino lo que se suele lla
mar “posibilidad”, si bien, quizás, en un muy digno de
atención sentido positivo de este concepto por lo común ca
racterizado en forma puramente negativa.
Esta fundamental independencia de la matemática permi
te entender, unida al mencionado prejuicio en favor del co
nocimiento de lo real, un hecho que sin la consideración de
estos momentos podría parecer bastante extraño. Los ensayos
tendientes a la sistematización de la totalidad de las cien
cias encuéntranse casi siempre, frente a la matemática, en
15 Cfr. K. Zindler, “Beitráge zur Theorie der mathematischen Erkenntnis”
en vol. cxvin. 1889,
Akademie der fFissensóhaften in Wien, pililos, hist, Kl,
pp. 39 y 53 s.
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