Table Of ContentJohn William Cooke
Peronismo y revolución
el peronismo y el golpe de estado
informe a las bases
Biblioteca Popular
La Baldrich Espacio de Pensamiento Nacional - www.labaldrich.com.ar
Edición original:
Granica Editor
Buenos Aires, 1971
3ra. edición junio de 1973
Esta edición:
Septiembre de 2010
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John William Cooke
Peronismo y revolución
el peronismo y el golpe de estado
informe a las bases
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I. IntroduccIón al golpIsmo InstItucIonal
“Reflexionemos antes lo que corresponde hacer y no
imitemos a los atenienses, que primero atacan y luego
discurren”.
PANTAGRUEL
la prolija operación bélico-administrativa del 27-28 de junio de 1966
Todo golpe militar reivindica la calidad de lo históricamente sublime, con el doble
título de haber salvado al país de la desintegración y de estar estableciendo las premi-
sas de un destino de grandeza y bienestar. Es habitual que esa gloria auto-conferida
sea su único roce con la trascendencia: los solemnes panegíricos y las odas triunfales
pierden el resonar a bronce y a épica cuando, más allá de los ámbitos adictos, la Ar-
gentina multitudinaria les opone el clamor de la protesta o la opacidad de su indife-
rencia, adelantándose a la posteridad, que no homologará esos laureles apresurados.
No es novedoso, por lo tanto, que el último golpe invoque la dimensión de aconteci-
miento gloriosamente impar; sí lo es, en cambio, que el pueblo no haya reaccionado
con la certera rapidez de costumbre y guarde un silencio que no significa ratificación,
como falsamente alega el nuevo gobierno, sino una suspensión del juicio a la espera
de que otros datos le permitan vislumbrar la verdad esencial tras las formulaciones
ambiguas y las confusiones que la envuelven. Para explicarse esa expectativa hay que
comenzar por señalar los rasgos distintivos que impiden la referencia inmediata o
superficial a experiencias previas.
Aunque los golpes exitosos suelen estar “en el ambiente”, lo insólito de este caso
es que sus detalles fueron de público y anticipado conocimiento, no por fallas de-
pendencia sino porque se prescindió del secreto. Centenares de políticos, sindicalis-
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tas, empresarios, técnicos, etc., tenían información de primera mano por haber sido
comprometidos, consultados o simplemente notificados en los más altos niveles de
la conspiración —que además contó con voceros periodísticos, algunos pocos me-
nos que oficiales—, cuya contribución al golpe consistía, en gran parte, en afirmar
su inexorabilidad. Es que no era una conjura minoritaria en el Ejército buscando
arrastrar la inercia de los cuadros de oficiales o procurando tina correlación favorable
de fuerzas frente a los defensores del gobierno, sino del arma en su conjunto respon-
diendo al verticalismo de los mandos, que implicaba el encuadramiento unánime en
el plan para ocupar los órganos del poder político del Estado y ejecutar un programa
cuyos aspectos técnicos se elaboraban como parte de las tareas específicas de Estado
Mayor.
Esa mecánica peculiar también influía en la relación entre el medio civil y el
castrense: a diferencia de lo ocurrido en oportunidades anteriores, el Ejército no se
planteaba la posibilidad de salir para satisfacer los requerimientos de un sector de la
opinión pública —más o menos vasto, pero en condiciones de gravitar en los cuarte-
les— sino cine el propósito de alzarse que trascendía de los círculos militares fue el
que creó un frente golpista que se amplió hasta traspasar incluso las delimitaciones
partidarias a medida que se fue generalizando la certeza del desenlace inminente.
El gobierno, sin imperio sobre las fuerzas en que se sus lenta materialmente el
poder constitucional —que habían asumido hacia él el papel de jueces de su des-
empeño y ejecutores de la sentencia de desahucio— sólo pudo oponer declaracio-
nes doctrinarias, invocar méritos y buscar voces que se le unieran en admoniciones
sobre las calamidades que sobrevendrían a la quiebra del poder legal sus límites de
maniobra, al no poder hacer pie en el Ejército, se fueron reduciendo al mínimo: el
comunicado antigolpista del secretario, general Castro Sánchez (1/4) tuvo, en el me-
jor de los casos, efectos dilatorios, pero sin alterar esa suerte fatal que se prefiguraba
en la fría hostilidad de los altos mandos o en la actitud bordeando el desacato de la
Aeronáutica al producirse el incidente entre el ministro de Defensa y el director de la
Escuela Nacional de Guerra. Pese a las declaraciones oficiales legando que estuviese
amenazada la estabilidad del gobierno y los anuncios legalistas de la Marina (17/5 y
8-6) y de la Aeronáutica (15/6), el Comandante en Jefe del Ejército, al pronunciarle
al Presidente de la República un sermón de cuerpo presente sobre el significado de
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I. Introducción al golpismo institucional
la libertad, dio el preanuncio de que la agenda del levantamiento entraba en los días
críticos. La tramitación del memorándum (del 16/6) en respuesta a las consultas
presidenciales fue seguido con formal desinterés por los cabecillas militares mientras
seguían afilando las espadas; sólo alguna circunstancia imprevisible podría interpo-
nerse entre el oficialismo y el desastre. Pero ya con obtener el gobierno la UCRP
había agotado su cuota de dones milagrosos.
Un confuso episodio sirvió para eliminar la solitaria discrepancia en el grupo de
generales con mando efectivo y como chispa de arranque del operativo; si no ése,
cualquier otro incidente hubiese cumplido esa función. Si tal vez hubo anticipación
de fecha, en las medidas militares y en las providencias posteriores del 27-28 de junio
hay que descartar toda improvisación. El centro de operaciones fue desarrollando un
plan minucioso en que no aparecía la creación del estratega previendo las contingen-
cias de la acción enemiga sino el cálculo glacial del burócrata, su paciencia para los
detalles, su exactitud logística.
En el lapso de doce horas se reprodujo, abreviadamente, la situación de los meses
previos en que fuerzas incontrastables se cernían sobre un antagonista impotente para
hacer valer la autoridad ejecutiva que nominalmente ejercía. Ahora tomaba forma el
enfrentamiento virtual y mientras el gobierno asistía al epílogo sin otro recurso que
adoptar algunas medidas simbólicas, una maquinaria implacable fue ocupando, con
parsimoniosa prolijidad, las dependencias del Estado y centros neurálgicos, como los
canales de radiodifusión, desde los cuales fue irradiando los progresos sin resistencia
hacia el objetivo prefijado.
El doctor Illia quedó incomunicado del público, que no pudo siquiera conocer la
actitud —que por cierto no fue medrosa ni indigna— con que afrontó esa madruga-
da el derrumbe definitivo. Cuando el emplazamiento de los efectivos militares lo re-
dujo a la ínfima porción territorial de su despacho en la Casa Rosada, la presencia de
una dotación policial con lanzagases le impuso finalmente la necesidad de abandonar
ese reducto último de su magistratura en falencia. La restauración de 1955 acababa
de tragarse al último de sus hijos civiles.
El pueblo siguió todo eso con el relativo interés que merecía un cambio de gober-
nantes en el que no tenía nada directamente en juego. Derrotar al mustio radicalismo
no era una hazaña particularmente heroica; tampoco motivo para censuras. Esa indi-
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ferencia de la población explica otra particularidad del suceso: si bien nunca hubo un
golpe que contase con tan amplio acuerdo en los mandos militares, paradojalmente,
ninguno estuvo menos cargado de pasión contra el oficialismo depuesto. Yrigoyen y
Perón significaban el ascenso de la chusma insolentada contra las jerarquías tradicio-
nales y, caídos sus gobiernos, aglutinaban a las fuerzas sociales que continuaban ame-
nazando a los privilegios restaurados por la violencia; por eso se les odió y persiguió,
lo mismo que a sus partidarios. Mucho más el peronismo por la mayor profundidad
de sus transformaciones y la potencialidad revolucionaria que le da su composición
clasista. Frondizi, en cambio, fue un gobernante del régimen contra quien, no obs-
tante, las fuerzas armadas sentían una animadversión formada de desconfianza. Los
radicales del pueblo, en cambio, son insospechados en su antiperonismo, tienen una
trayectoria de ininterrumpida solidaridad con el episodio de 1955 y, salvo algunas
excepciones individuales, no se acusaba al gobierno de pecados demasiado graves
(los ataques de la prensa enemiga presentaban al doctor Illia como objeto de irrisión
pero no de imputaciones infamantes). Las grandes culpas que se le endilgaban eran
de omisión: no hacer determinadas cosas y facilitar con su pasividad la acción de “los
verdaderos enemigos” que eran los que obligaban al golpe.
No interesa hacer un análisis del gobierno de Illia sino destacar que se fue que-
dando sólo con el apoyo de las magras huestes de la UCRP, pues careció de política
y en su lugar siguió varias políticas —a menudo contradictorias— que terminaban
por dejarlo mal con todo el mundo. Su nacionalismo, en cuanto quiso salir de la
retórica proselitista, reveló su falta de realismo y su superficialidad demagógica. La
anulación de los contratos de petróleo le echó encima la furia de los representantes
de los monopolios y terminó lastimosamente con la claudicación ante las compañías
concesionarias; las declamaciones contra el Fondo Monetario Internacional, en una
peregrinación a las fuentes que había comenzado por antagonizar; los principios
yrigoyenistas en política internacional, en un satelismo a dúo con el cipayismo gorila
de Brasil y en el descubrimiento del espíritu progresista del nauseabundo general
vietnamés Cao Ky.
Es que, en las actuales circunstancias, el nacionalismo sólo es posible como una política
antiimperialista consecuente —que no sólo estaba fuera del alcance de la UCRP como
práctica sino también como concepción—; y si en lugar de ella se toman medidas
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I. Introducción al golpismo institucional
aisladas dentro del contexto de nuestra dependencia integral, el resultado es, que al
final hay que buscar acuerdos con el imperialismo pagando altos precios económicos
y políticos para compensar los desplantes iniciales. Tales contradicciones entre la for-
mulación idealista de presuntas misiones reparadoras y la naturaleza real del radica-
lismo están presentes en todo momento. Por ejemplo, en el caso de las compadradas
sobre la poca importancia de Perón y de sus anuncios de retorno, que luego terminó
en el pavor y la apelación a la tiranía brasileña para que parasen el avión en que viaja-
ba el ex presidente; por ejemplo, en las afirmaciones de Balbín de que al peronismo lo
esperaban en las urnas para derrotarlo, seguidas de la aplastante derrota de marzo del
65 y la hechizada conclusión de que “el radicalismo no fue comprendido aun por el
pueblo”; o por ejemplo en el obrerismo que lo llevó a proyectar y aprobar las reformas
a la ley 11.729, apuntalando de paso la maniobra divisionista en alianza con los ama-
rillos independientes, contra las 62 y la CGT peronista, y el veto posterior a 59 de sus
63 artículos, ante la presión empresaria quedando mal con patrones y obreros.
El radicalismo del pueblo es un conglomerado de diversos sectores y tendencias de
la burguesía unidos en función de la nostalgia; su gobierno era un campo de batalla
donde se enfrentaban los intereses económicos, sin que la crisis estructural de la
organización capitalista argentina le permitiese satisfacer totalmente a ninguno ni
integrarlos en un modus vivendi aceptable. Mientras el “desarrollismo” lo calificaba
de liberal anacrónico, Aciel, la UIA, la Bolsa de Comercio y Alsogaray, entre otros,
denunciaban el rumbo “colectivista” que se imprimía al Estado.
De tal manera, el activismo golpista y los sectores comprometidos en su radio de
influencia, aunque ampliamente minoritarios, contaron con el peso adicional de un
inmenso porcentaje de disconformes. Ese estado de espíritu explica la acogida que
tuvo el régimen militar. Los grupos del poder económico y la alta clase media desea-
ban rectificaciones amplísimas que ya no parecían factibles sin un cambio de manos
en la conducción estatal. En los estratos inferiores que no tenían nada que esperar
de un golpe, cada grupo veía que no había solución para sus problemas (jubilaciones,
remuneraciones sin reajuste, etc.) ni para aquellos que afectan cotidianamente a la
comunidad en su conjunto. En última instancia, el cambio difícilmente empeoraría
mucho las cosas.
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De manera que al derribar a un gobierno impopular, y que no tenía salidas a los
efectos de la crisis e implantar un orden diferente y con la eficacia potencial que da
la suma del poder público, el gobierno del general Onganía satisfacía aspiraciones
generalizadas. El deseo de cada sector de que fuesen los propios anhelos los que ins-
piraran a la Junta Revolucionaria inflamó muchos entusiasmos e hizo ver en el tras-
fondo de las declaraciones oficiales lo que se deseaba. Otros quedaron a la expectativa
de las realizaciones concretas que dieran carnadura a los anuncios omnicomprensivos
y nebulosos.
Ese es el estado anímico en las bases del peronismo; pero algunos, ganados por
cierto contagioso optimismo que les llega de las altas esferas del Movimiento, in-
ducidos por algunos hechos objetivos aunque inconcluyentes, por deducciones sin
conexión causal entre sus proposiciones, por la locuacidad de algunos dirigentes re-
bosantes de argumentos, ilusorios, se consideran partícipes de la apoteosis golpista.
repercusión en el peronismo: factores objetivos y burocráticos de confusión
En la actitud del peronismo gravitan los factores que hemos enunciado para la po-
blación en general, pero conjugados con otros que le son propios en cuanto fuerza
diferenciada y que tienen su punto de apoyo en algunos datos objetivos que los co-
mentarios y declaraciones de los grupos vinculados al golpe exageran en sus alcances
y desvirtúan en cuanto a significaciones, reforzándolos además con otros hechos que
sólo aparentemente son corroborativos. Los mencionaremos en una breve síntesis.
En primer término la inusitada omisión de toda referencia agraviante al pero-
nismo en los documentos de la Junta Revolucionaria y en las palabras del general
Onganía. Por el contrario, el golpe militar “ampara a todos los ciudadanos” (Acta de
la Revolución Argentina, 28/6); el concurso de todo el pueblo “es indispensable para
alcanzar los fines revolucionarios” (Estatuto de la Revolución); “he de gobernar para
todos los argentinos sin distinción alguna, y pido la colaboración de todos sin ex-
clusiones” (general Onganía, 30/6); “para que sea posible una solidaridad armoniosa,
sin divisiones subalternas” (general Onganía, 9/7). A ello se agrega la formulación de
objetivos que, en sí mismos, coinciden con los del peronismo: el deseo de “liquidar
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