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LA RECONQUISTA Y
ESPAÑA
La Esfera de los Libros
Madrid, 2018 Creative Commons
PRIMERA PARTE.
CUESTIONES PREVIAS
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1. ¿EXISTIÓ EN REALIDAD LA
RECONQUISTA?
En 711 una invasión procedente de África inició una profunda
transformación política, religiosa y más genéricamente cultural
en la Península Ibérica. Hasta entonces Hispania o Spania, era
un estado de religión cristiana, lengua y derecho latinos,
integrado en la civilización eurooccidental como el reino quizá
más consolidado entre los surgidos del derrumbe del Imperio
romano de Occidente. Desde la invasión se iría imponiendo el
Islam, la lengua árabe, el derecho musulmán o sharía,
sustituyendo a Spania por Al Ándalus en una cultura asiático-
africana.
No fue la primera vez en la historia en que la Península
Ibérica, por su situación geográfica, estuvo muy cerca de escapar
del ámbito cultural europeo para entrar en el africano-oriental.
Lo mismo había ocurrido unos diez siglos antes, durante las
guerras entre Roma y Cartago: la península había quedado en el
área de influencia de Cartago y, de no haber vencido Roma en
la II Guerra Púnica, muy otro que el que conocemos habría sido
su destino. Y no solo el de España, también el de Europa, cuya
base cultural echó el Imperio romano. Para España, la
disyuntiva que cabe simplificar como «o África o Europa»,
quedó resuelta entonces en una dura contienda, seguida de
penosos esfuerzos romanos por dominar Hispania. Y esa
disyuntiva volvió a plantearse a principios del siglo con la
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invasión islámica, que pudo ser definitiva hasta hoy, como en el
Magreb y otros países.
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España, pues, desapareció, pero no del todo. Pronto
surgieron en las regiones más inaccesibles del norte reductos que
reivindicaban la España anterior. Y cerca de ocho siglos más
tarde, los descendientes de aquellos rebeldes norteños tomaban
Granada, último bastión islámico en Iberia. Después de tan
larga pugna, cuajada de altibajos y alternativas, treguas y
batallas, algún comercio y préstamos mutuos, la península volvía
a llamarse España, con una cultura cristiana, latina e inmersa,
con particularidades, en la civilización eurooccidental. Las
circunstancias habían originado varios reinos cristianos, o más
propiamente españoles, y lo más probable habría sido que el fin
del Islam hubiera dejado una dispersión en varios estados
rivales, al modo de los Balcanes. Pero, con la excepción de
Portugal, la lucha culminó en unidad política, resultado tan
improbable como revelador. Este dilatado proceso histórico se
ha descrito con la palabra «Reconquista», empleada desde hace
mucho por autores españoles y extranjeros, actualmente por M.
González Jiménez, Stanley Payne, Serafín Fanjul, Luis Suárez,
D. W. Lomax, Luis Molina, Javier Esparza, J. A. Maravall, P.
Linehan, Menéndez Pidal, F. García Fitz (este casi
disculpándose), M. A. Ladero Quesada, P. Guichard, A. Vanolli
y tantos más. García de Cortázar lo acepta, pero solo desde el
siglo .
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Sin embargo han surgido desde principios del siglo
XX
versiones que negaban valor al término Reconquista o al hecho
que la palabra describe, tachándolo de «mito». Ortega y Gasset
escribió que un proceso tan largo no puede ser llamado
Reconquista, aunque no explica por qué su duración lo
invalidaría; tesis relacionable con otra suya atribuyendo a
España una «historia enferma» o «anormal». I. Olagüe niega
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hasta la invasión islámica, suponiendo que una gran masa de
españoles se habría convertido pacífica y espontáneamente al
Islam. Otros insisten en que la realidad se limitó a la formación
de varios reinos cristianos, sin propósito común alguno, fuera de
ocupar ajenas tierras moras: la propia palabra España tendría
solo valor geográfico, al modo de río Danubio o península de
Kola, y no cultural ni político. Los estudiosos marxistas Barbero
y Vigil en Los orígenes sociales de la Reconquista, que hizo mucho
ruido en su momento, han negado la Reconquista por haber
partido de tierras no romanizadas ni cristianizadas o todavía
tribales, aunque posteriormente se utilizara el recuerdo de los
visigodos como justificación ideológica y fuente de legitimidad
(fraudulenta, claro) de la expansión hacia el sur.
Recientemente el catedrático J. Peña ha tachado la
Reconquista de mito ya desde la misma palabra, que solo se
habría usado desde el siglo , según él para legitimar la
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ideología de una nación (España) antes inexistente. Y critica a
Sánchez Albornoz por decir que Pelayo empezó a fundar la
nación española, cuando, asegura Peña, «no existía entonces la
noción de España como unidad política, y menos como noción
de patria». Para colmo de males, Franco habría utilizado el
término nefando, lo que acabaría de desacreditarlo para Peña y
otros. En suma, la Reconquista habría sido una invención
«nacionalista» y hasta, actualmente, «franquista», «sin utilidad
alguna para analizar el pasado medieval. Es hora de que le
confinemos al lugar que le corresponde: al rincón de los fósiles
culturales, donde duermen los mitos gastados el sueño de sus
mejores —o más inquietantes— recuerdos». Es claro que para
Peña se trata de un recuerdo inquietante. Ideas parejas gozan de
predicamento en medios intelectuales y políticos desde hace
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años, y las citas podrían multiplicarse.
Los rebuscamientos son interminables, como la eliminación
de los estados cristianos e hispánicos por «sociedades tributario-
mercantiles» (Al Ándalus) y «tributario-feudales» (los reinos
cristianos), como sostiene una tal R. Pastor de Tognery. Otros
diluyen el rasgo puramente hispánico subsumiéndolo en una
supuesta Expansión de Europa en el escenario español (García de
Cortázar), desde el siglo , equiparándola a movimientos como
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las cruzadas y otros, debidos, dicen, a «una dinámica de
crecimiento demográfico, económico, técnico y cultural».
Casualmente, la mayoría de esas expansiones, empezando por
las cruzadas, fracasaron en gran medida, al revés que en España,
y tienen poco en común las luchas contra paganos del este o la
conversión de los vikingos con la lucha contra el Islam en
España, que al revés que en el otro extremo del Mediterráneo,
terminó venciendo. Y todas estas vanas lucubraciones coloreadas
con pretensiones científicas.
Por asombroso que suene, un origen de la negación de la
Reconquista se encuentra en ¡Menéndez Pelayo! (quizá Ortega
la sacó de él, a quien nunca cita), según expone P. Linehan en
su Historia e historiadores de la España medieval: aquella larga
lucha no habría sido «una vaga aspiración a un fin remoto, sino
un continuo batallar por la posesión de realidades concretas».
Quizá fue un despiste en la obra del gran polígrafo.
El holandés Dozy remachó la idea: «Un caballero español de
la Edad Media no luchaba por su país ni por su religión.
Luchaba, como el Cid, por conseguir algo de comer, ya fuera
bajo el mando de un príncipe cristiano o musulmán». Aparte de
que los caballeros solían tener posesiones que les quitaban el
hambre y serían muy estúpidos si en tales condiciones
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arriesgasen la vida por tener un poco más de comida innecesaria,
los hechos comprobadísimos son que, dentro de los altibajos y
alternativas de la lucha, la idea del reino hispanogótico no dejó
de estar nunca presente; que los caballeros y no caballeros se
consideraban radicalmente cristianos; y que señalaron ambas
cosas una y otra, cuando no las dieron por obvias, desde las
primeras crónicas hasta Juan Manuel y los Reyes Católicos.
Estos datos incuestionables no pesan nada para muchos autores
al lado de la anécdota de que un caballero como el Cid se viera
forzado ocasionalmente, por las circunstancias, a servir a algún
régulo musulmán o que lo hicieran otros por traición (la
traición, por razones económicas o de poder, es parte de la
historia de todos los países, y clave en la caída del reino de
Toledo). Quizá estos desdenes a los hechos comprobados partan
de la propia consideración de sus autores, que acaso escriban de
historia simplemente por «alguna realidad concreta», como
ganar algún dinero o prestigio «dando la campanada», y no por
amor a algo tan difícil de asir como la verdad o simplemente por
aclarar algo real.
En fin, descartando ocurrencias puramente especulativas
como las de Olagüe (y de seguidores pintorescos de este como
González Ferrín), o los supuestos de Barbero y Vigil, demolidos
a conciencia por Sánchez Albornoz, parte del debate gira sobre
este punto: ¿es el término Reconquista adecuado para definir el
proceso histórico aludido? Los hechos indiscutibles son como
señalamos, que antes de la invasión árabe la península estaba
ocupada por un estado europeo, cristiano, latino algo
germanizado, etc., llamado Hispania o Spania, es decir, España;
que por un tiempo fue sustituido por otro radicalmente distinto,
Al Ándalus; que finalmente Al Ándalus fue expulsado por unos
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reinos que se decían españoles y reivindicaban con más o menos
fuerza el reino hispanogodo anterior; que, con la sola excepción
de Portugal, los diversos estados se reunificaron finalmente; y
que el proceso que sustituyó a España por Al Ándalus y a la
inversa se dirimió ante todo por las armas.
Cierta opinión historiográfica concede poca importancia a
las guerras, suponiéndolas sucesos estridentes y episódicos,
frente a los procesos económicos, institucionales o ideológicos
más consistentes y significativos. Pero basta echar un vistazo al
siglo para comprobar cómo las guerras han volatilizado los
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imperios alemán, otomano, ruso, austrohúngaro, italiano,
chino, francés, indirectamente el inglés; cómo han provocado
tremendas crisis ideológicas, sistemas comunistas sin precedente
histórico, cambios profundos de concepciones políticas y
económicas, y de fronteras; o expulsado a Europa de su primacía
política, militar y cultural alcanzada durante siglos… Las
guerras no son el único elemento explicativo de la historia,
claro, pero han tenido casi siempre una incidencia sustancial y
no pocas veces decisiva en la biografía de la humanidad. Y la
Reconquista fue ante todo un fenómeno bélico, en los actos o
en los espíritus.
El término Reconquista, pues, describe bien tal proceso.
Que se haya empleado antes o después, no es relevante: nadie
habló de la Guerra de los Cien Años mientras tenía lugar, ni de
la Edad Media cuando esta se desarrollaba… con la diferencia
de que «Edad Media» es un término absurdo, pues todas las
edades son medias y antiguas en relación con otras, y
contemporáneas o modernas para ellas mismas. Cabría sustituir
Reconquista por Recristianización, Relatinización,
Reeuropeización o el tradicional de Restauración, los cuales no
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serían falsos, pero sí menos adecuados y expresivos al omitir su
esencial carácter militar (subtendido por repoblación). La
victoria de los reinos españoles y finalmente de España,
entrañaba la desaparición de Al Ándalus, y viceversa. Los
debates al respecto son típicamente bizantinos, señal también de
la situación intelectualmente poco boyante de nuestra
universidad, frecuentemente denunciada por unos y otros, sin
mucho efecto.
* * *
Según otra versión harto divulgada, España fue
construyéndose en esos ocho siglos, negligiendo los anteriores
períodos romano e hispanogodo. Pretensión chocante para un
historiador, pero sostenida por muchos profesores. En tal caso
tampoco valdría el término Reconquista, sino algo así como
«Construcción Nacional». La idea parte de Américo Castro,
quien asegura que nada significativo tenían de españoles los
peninsulares romanizados, cristianizados e hispanogodos
anteriores a la invasión árabe, a pesar de que hoy hablamos un
derivado del latín, el derecho es de base romana, la mayoría se
sigue considerando católica y el país se inscribe sin duda en la
civilización europea. La gran difusión de las tesis de Castro, en
España y en el exterior indica cierta penosa deformación
ideológica en el mundo académico.
Castro imaginó una España «de las tres culturas»,
musulmana, judía y cristiana, en fructífera tolerancia mutua,
aun con encontronazos. La Reconquista, si se la quisiera llamar
así, habría sido un fenómeno negativo, en que la convivencia
habría sido destruida por las armas cristianas, es decir, por el
grupo social más fuerte pero también más atrasado, fanático e
inculto. Y de ese trauma histórico habría nacido el «cainismo»
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