Table Of ContentMARTES
CON MI VIEJO
PROFESOR
**MITCH ALBOM**
Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
T(cid:237)tulo original: TUESDAYS WITH MORRIE
Diseæo de cubierta: Pedro de Agust(cid:237)n y Juan Mart(cid:237)nez
Traducci(cid:243)n de la edici(cid:243)n inglesa: ALEJANDRO PAREJA
11.a edici(cid:243)n: Noviembre de 2003
' MITCH ALBOM, 2000
Edici(cid:243)n digital Adrastea, Mayo de 2005
MORRIE SCHWARTZ El viejo Profesor
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Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
UN TESTIMONIO SOBRE LA VIDA,
LA AMISTAD Y EL AMOR
ESTE LIBRO EST` DEDICADO
A PETER, MI HERMANO,
LA PERSONA M`S VALIENTE QUE CONOZCO
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Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
INDICE
Agradecimientos
EL PLAN DE ESTUDIOS
EL PROGRAMA DE LA ASIGNATURA
EL ALUMNO
EL AUDIOVISUAL
LA ORIENTACI(cid:211)N
EL AULA
PASANDO LISTA
EL PRIMER MARTES
HABLAMOS DEL MUNDO
EL SEGUNDO MARTES
HABLAMOS DEL SENTIMIENTO DE L`STIMA
POR UNO MISMO
EL TERCER MARTES
HABLAMOS DE LOS ARREPENTIMIENTOS
EL AUDIOVISUAL, SEGUNDA PARTE
EL PROFESOR
EL CUARTO MARTES
HABLAMOS DE LA MUERTE
EL QUINTO MARTES
HABLAMOS DE LA FAMILIA
EL SEXTO MARTES
HABLAMOS DE LAS EMOCIONES
EL PROFESOR, SEGUNDA PARTE
EL S(cid:201)PTIMO MARTES
HABLAMOS DEL MIEDO A LA VEJEZ
EL OCTAVO MARTES
HABLAMOS DEL DINERO EL NOVENO MARTES
HABLAMOS DE C(cid:211)MO PERDURA EL AMOR
EL D(cid:201)CIMO MARTES
HABLAMOS DEL MATRIMONIO
EL UND(cid:201)CIMO MARTES
HABLAMOS DE NUESTRA CULTURA
EL AUDIOVISUAL, TERCERA PARTE
EL DUOD(cid:201)CIMO MARTES
HABLAMOS DEL PERD(cid:211)N
EL DECIMOTERCER MARTES
HABLAMOS DEL D˝A PERFECTO
EL DECIMOCUARTO MARTES
NOS DECIMOS ADI(cid:211)S
GRADUACI(cid:211)N
CONCLUSI(cid:211)N
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Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
Agradecimientos
Q
uiero agradecer la enorme ayuda que he recibido para crear este libro. Deseo dar
las gracias por sus recuerdos, por su paciencia y por su orientaci(cid:243)n, a Charlotte, Rob y
Jonathan Schwartz, a Maurie Stein, a Charlie Derber, a Gordie Fellman, a David Schwartz,
al rabino Al Axelrad y a la multitud de amigos y compaæeros de Morrie. Quiero expresar
tambiØn mi agradecimiento especial a Bill Thomas, mi editor, por haber llevado este
proyecto con el toque preciso. Y, como siempre, mi aprecio a David Black, que suele tener
mÆs fe en m(cid:237) que yo mismo.
Y gracias, sobre todo, a Morrie, por haber estado dispuesto a elaborar juntos esta
œltima tesina. ¿Tuviste tœ alguna vez un maestro as(cid:237)?
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Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
El plan de estudios
M
i viejo profesor imparti(cid:243) la œltima asignatura de su vida dando una clase semanal
en su casa, junto a una ventana de su despacho, desde un lugar donde pod(cid:237)a contemplar
c(cid:243)mo se despojaba de sus hojas rosadas un pequeæo hibisco. La clase se impart(cid:237)a los
martes. Comenzaba despuØs del desayuno. La asignatura era el Sentido de la Vida. Se
impart(cid:237)a a partir de la experiencia propia.
No se daban notas, pero hab(cid:237)a exÆmenes orales cada semana. El alumno deb(cid:237)a responder a
varias preguntas, y deb(cid:237)a formular preguntas por su cuenta. TambiØn deb(cid:237)a realizar tareas
f(cid:237)sicas de vez en cuando, tales como levantar la cabeza del catedrÆtico para dejarla en una
postura c(cid:243)moda sobre la almohada, o calarle bien las gafas en la nariz. Si le daba un beso
de despedida, ganaba puntos adicionales.
No se necesitaba ningœn libro, pero se cubr(cid:237)an muchos temas, entre ellos el amor, el
trabajo, la comunidad, la familia, la vejez, el perd(cid:243)n y, por œltimo, la muerte. La œltima
lecci(cid:243)n fue breve, de s(cid:243)lo unas pocas palabras.
En lugar de ceremonia de graduaci(cid:243)n se celebr(cid:243) un funeral.
Aunque no hubo examen final, el alumno deb(cid:237)a preparar un largo trabajo sobre lo que
hab(cid:237)a aprendido. Aqu(cid:237) se presenta ese trabajo.
En la œltima asignatura de la vida de mi viejo profesor s(cid:243)lo hab(cid:237)a un alumno.
Ese alumno era yo.
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Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
Estamos a finales de la primavera de 1979, una tarde calurosa y hœmeda de sÆbado. Somos
centenares y estamos sentados juntos, lado a lado, en filas de sillas plegables de madera, en el prado
principal del campus. Llevamos togas azules de nailon. Escuchamos con impaciencia los largos
discursos. Cuando termina la ceremonia, tiramos los birretes al aire y ya somos oficialmente
graduados universitarios, la œltima promoci(cid:243)n de la Universidad de Brandeis, de la ciudad de
Waltham, en Massachusetts. Para muchos de nosotros acaba de caer el tel(cid:243)n sobre nuestra infancia.
MÆs tarde, busco a Morrie Schwartz, mi catedrÆtico favorito, y se lo presento a mis padres. Es
un hombre pequeæo que camina a pasitos, como si en cualquier momento una rÆfaga de viento fuerte
pudiera arrastrarlo hasta las nubes. Vestido con su toga de las ceremonias de graduaci(cid:243)n, parece un
cruce entre un profeta b(cid:237)blico y un duende de Ærbol de Navidad. Tiene los ojos de color azul verdoso,
chispeantes, el cabello plateado y ralo, que
le cae sobre la frente, las orejas grandes, la nariz triangular y matas de cejas canosas. Aunque tiene
torcidos los dientes, y los inferiores estÆn inclinados hacia atrÆs, como si alguien se los hubiera
hundido de un puæetazo, cuando sonr(cid:237)e parece como si le acabaras de contar el primer chiste de la
historia del mundo.
Cuenta a mis padres c(cid:243)mo me portØ yo en cada una de las asignaturas que me imparti(cid:243). Les
dice: «Tienen aqu(cid:237) un muchacho especial». Avergonzado, me miro los pies. Antes de marcharnos,
entrego a mi catedrÆtico un regalo, un malet(cid:237)n de color cuero con sus iniciales en la parte delantera.
Lo hab(cid:237)a comprado el d(cid:237)a anterior en un centro comercial. No quer(cid:237)a olvidarme de Øl. QuizÆs no
quisiera que Øl se olvidase de m(cid:237).
(cid:151)Mitch, eres de los buenos (cid:151)dice, admirando el malet(cid:237)n. DespuØs, me abraza. Siento sus
brazos delgados alrededor de mi espalda. Soy mÆs alto que Øl, y cuando me tiene en sus brazos me
siento inc(cid:243)modo, mÆs viejo, como si yo fuera el padre y Øl fuera el hijo.
Me pregunta si seguirØ en contacto con Øl, y yo digo sin titubear:
(cid:151)Por supuesto.
Cuando se aparta, veo que estÆ llorando
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Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
El programa
de la asignatura
L
e lleg(cid:243) su sentencia de muerte en el verano de 1994. Volviendo la vista atrÆs, Morrie
ya supo mucho antes que se le ven(cid:237)a encima algo malo. Lo supo el d(cid:237)a en que dej(cid:243) de
bailar.
Mi viejo profesor siempre hab(cid:237)a sido bailar(cid:237)n. No le importaba con quØ mœsica. El
rock and roll, el jazz de grandes orquestas, el blues: todo le encantaba. Cerraba los ojos y,
con una sonrisa beat(cid:237)fica empezaba a moverse siguiendo su propio sentido del ritmo. No
siempre era bonito. Pero, por otra parte, no se preocupaba de bailar con una pareja. Morrie
bailaba solo.
Sol(cid:237)a ir todos los miØrcoles por la noche a una iglesia que estÆ en la plaza Harvard
para asistir a lo que llamaban «Baile Gratis». All(cid:237) hab(cid:237)a luces destellantes y altavoces
estruendosos, y Morrie se mezclaba entre el pœblico, compuesto principalmente por
estudiantes, con una camiseta blanca y pantalones de chÆndal negros y con una toalla al
cuello, y fuera cual fuese la mœsica que sonaba, aquella mœsica bailaba Øl. Bailaba el lindy
con mœsica de Jimi Hendrix. Se retorc(cid:237)a y giraba, agitaba los brazos como un director de
orquesta que hubiera tomado anfetaminas, hasta que le ca(cid:237)a el sudor por la espalda. Nadie
sab(cid:237)a que era un eminente doctor en Sociolog(cid:237)a con aæos de experiencia como catedrÆtico
y que hab(cid:237)a publicado varios libros muy respetados. Lo tomaban, simplemente, por un
viejo chiflado.
Una vez llev(cid:243) una cinta de tangos y consigui(cid:243) que la pusieran por los altavoces. A
continuaci(cid:243)n, se hizo el amo de la pista de baile, moviØndose velozmente de un lado a otro
como un ardiente latin lover. Cuando termin(cid:243), todos le aplaudieron. Podr(cid:237)a haberse
quedado en aquel momento para siempre.
Pero el baile termin(cid:243).
Cuando ten(cid:237)a sesenta y tantos aæos empez(cid:243) a sufrir asma. Respiraba con dificultad.
Un d(cid:237)a, iba caminando por la orilla del r(cid:237)o Charles y una rÆfaga de aire fr(cid:237)o lo dej(cid:243) sin
respiraci(cid:243)n. Lo llevaron urgentemente al hospital y le inyectaron adrenalina.
Algunos aæos mÆs tarde empez(cid:243) a costarle trabajo caminar. En la fiesta de
cumpleaæos de un amigo tropez(cid:243) inexplicablemente. Otra noche, se cay(cid:243) por las escaleras
de un teatro y sobresalt(cid:243) a un pequeæo grupo del personas.
(cid:151)¡Dadle aire! (cid:151)grit(cid:243) alguien.
Como por entonces ya hab(cid:237)a, cumplido los setenta, los presentes susurraron «es la
edad», y le ayudaron a levantarse. Pero Morrie, que siempre hab(cid:237)a mantenido un contacto
mÆs estrecho con el interior de su cuerpo que el que mantenemos los demÆs, supo que lo
que iba mal era otra cosa. Aquello era mÆs que la vejez. Estaba cansado constantemente.
Le costaba trabajo dormir. Soæaba que se mor(cid:237)a.
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Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
Empez(cid:243) a consultar a los mØdicos. A muchos. Le hicieron anÆlisis de sangre. Le
hicieron anÆlisis de orina.
Le metieron una sonda por el trasero y miraron el interior de sus intestinos. Por fin,
en vista de que no encontraban nada, un mØdico solicit(cid:243) una biopsia muscular, para la que
tomaron un trocito del muslo de Morrie. El informe del laboratorio indicaba la existencia
de un problema neurol(cid:243)gico, y sometieron a Morrie a una nueva serie de pruebas. Para
realizar una de estas pruebas se sent(cid:243) en una silla especial mientras le aplicaban descargas
elØctricas (como una especie de silla elØctrica) y estudiaban sus reacciones neurol(cid:243)gicas.
(cid:151)Tenemos que analizar esto mÆs a fondo (cid:151)dijeron los mØdicos, observando sus
resultados.
(cid:151)¿Por quØ? (cid:151)pregunt(cid:243) Morrie(cid:151). ¿De quØ se trata?
(cid:151)No estamos seguros. Sus tiempos son lentos.
¿Que sus tiempos eran lentos? ¿QuØ significaba aquello?
Por fin, un d(cid:237)a caluroso y hœmedo de agosto de 1994, Morrie y su esposa, Charlotte,
fueron a la consulta del neur(cid:243)logo y Øste les pidi(cid:243) que tomaran asiento antes de darles la
noticia: Morrie ten(cid:237)a esclerosis lateral amiotr(cid:243)fica (ELA), la enfermedad de Lou Gehrig,
una enfermedad brutal, despiadada, del sistema neurol(cid:243)gico.
No ten(cid:237)a tratamiento conocido.
(cid:151)¿C(cid:243)mo la he contra(cid:237)do? (cid:151)pregunt(cid:243) Morrie.
No lo sab(cid:237)a nadie.
(cid:151)¿Es mortal?
(cid:151)S(cid:237).
(cid:151)As(cid:237) que ¿voy a morirme?
(cid:151)S(cid:237), as(cid:237) es (cid:151)dijo el mØdico(cid:151). Lo siento mucho.
Pas(cid:243) casi dos horas con Morrie y con Charlotte, respondiendo con paciencia a sus
preguntas. Cuando ya se marchaban, el mØdico les dio alguna informaci(cid:243)n sobre la ELA,
unos folletos pequeæos, como si estuvieran abriendo una cuenta corriente en un banco.
Cuando salieron a la calle brillaba el sol y la gente se dedicaba a sus asuntos. Una mujer
corr(cid:237)a a meter monedas en el parqu(cid:237)metro. Otra llevaba bolsas de la compra. Por la mente
de Charlotte corr(cid:237)a un mill(cid:243)n de pensamientos ¿CuÆnto tiempo nos queda? ¿C(cid:243)mo nos las
vamos a arreglar? ¿C(cid:243)mo pagaremos las facturas?
Mientras tanto, mi viejo profesor estaba perplejo por la normalidad cotidiana que lo
rodeaba. ¿No deber(cid:237)a detenerse el mundo? ¿Es que no saben lo que me ha pasado?
Pero el mundo no se detuvo, no le prest(cid:243) ninguna atenci(cid:243)n, y cuando Morrie tir(cid:243)
dØbilmente de la portezuela del coche sent(cid:237)a que estaba cayendo en un hoyo,
¿Y ahora, quØ?, pens(cid:243).
Mientras mi viejo profesor buscaba respuestas, la enfermedad se iba apoderando de
Øl, d(cid:237)a a d(cid:237)a, semana a semana. Una maæana intent(cid:243) sacar el coche del garaje, marcha atrÆs,
y apenas fue capaz de pisar el freno. As(cid:237) dej(cid:243) de conducir.
Tropezaba constantemente, de modo que se compr(cid:243) un bast(cid:243)n. As(cid:237) dej(cid:243) de caminar
con libertad.
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Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
Segu(cid:237)a acudiendo al YMCA para nadar, segœn su costumbre, pero descubri(cid:243) que ya
no era capaz de desvestirse solo. As(cid:237) que contrat(cid:243) a su primer asistente de ayuda a
domicilio (un estudiante de Teolog(cid:237)a llamado Tony), que le ayudaba a entrar y a salir de la
piscina, y a ponerse y quitarse el baæador. En el vestuario, los demÆs nadadores fing(cid:237)an
que no lo miraban. Pero lo miraban, de todos modos. As(cid:237) dej(cid:243) de tener intimidad.
En el otoæo de 1994, Morrie acudi(cid:243) al campus de la Universidad de Brandeis, lleno
de cuestas, para impartir su œltima asignatura universitaria. Podr(cid:237)a habØrselo ahorrado,
por supuesto. La universidad lo habr(cid:237)a entendido. «¿Por quØ sufrir delante de tanta gente?
QuØdese en casa. Ponga en orden sus asuntos». Pero a Morrie no se le ocurri(cid:243) la idea de
abandonar.
En vez de ello, entr(cid:243) cojeando en el aula, que hab(cid:237)a sido su hogar durante mÆs de
treinta aæos. A causa del bast(cid:243)n, tard(cid:243) bastante tiempo en llegar al sill(cid:243)n. Por fin, se sent(cid:243),
se quit(cid:243) las gafas y contempl(cid:243) los rostros j(cid:243)venes que le devolv(cid:237)an en silencio su mirada.
(cid:151)Amigos m(cid:237)os, supongo que todos estÆn aqu(cid:237) para la clase de Psicolog(cid:237)a Social.
Llevo veinte aæos impartiendo esta asignatura y Østa es la primera vez que puedo decir
que corren un riesgo al cursarla, pues padezco una enfermedad mortal. QuizÆs no viva
hasta final del semestre.
»Si esto les parece un problema, y si desean anular su matr(cid:237)cula en esta asignatura, lo
comprenderØ.»
Sonri(cid:243).
Y as(cid:237) dej(cid:243) de tener su secreto.
La ELA es como una vela encendida: te funde los nervios y te deja el cuerpo como un
mont(cid:243)n de cera. Suele empezar por las piernas, y va subiendo. Pierdes el control de los
mœsculos de los muslos, de manera que no eres capaz de mantenerte de pie. Pierdes el
control de los mœsculos del tronco, de modo que no eres capaz de mantenerte sentado y
erguido. Al final, si sigues vivo, estÆs respirando por un tubo que te pasa por un agujero
de la garganta, mientras tu alma, completamente despierta, estÆ presa en una cÆscara
flÆcida, quizÆs capaz de pestaæear, o de chascar la lengua, como un ser de una pel(cid:237)cula de
ciencia ficci(cid:243)n, el hombre congelado dentro de su propia carne. Esto no tarda en llegar mÆs
de cinco aæos contados desde el d(cid:237)a en que contraes la enfermedad.
Los mØdicos de Morrie calculaban que le quedaban dos aæos.
Morrie sab(cid:237)a que era menos tiempo.
Pero mi viejo profesor hab(cid:237)a tomado una decisi(cid:243)n profunda, una decisi(cid:243)n que hab(cid:237)a
empezado a forjar desde el d(cid:237)a en que sali(cid:243) de la consulta del mØdico con una espada
suspendida sobre la cabeza. ¿Voy a consumirme y a desaparecer, o voy a sacar el mejor partido
posible del tiempo que me queda?, se hab(cid:237)a preguntado.
No estaba dispuesto a consumirse. No estaba dispuesto a avergonzarse de morir.
Por el contrario, har(cid:237)a de la muerte su proyecto final, el centro de sus d(cid:237)as. Dado que
todo el mundo iba a morir, Øl podr(cid:237)a ser muy valioso, ¿no es as(cid:237)? Pod(cid:237)a ser materia de
investigaci(cid:243)n. Un libro de texto humano. Estudiadme en mi fallecimiento lento y paciente.
Observad lo que me pasa. Aprended conmigo.
Morrie estaba dispuesto a atravesar ese puente definitivo entre la vida y la muerte y
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