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Tras una larga espera por fin ha llegado esta Torre de la golondrina de
Sapkowski, perteneciente a la mal llamada saga de Geralt de Rivia, ya que el
protagonismo del brujo se va diluyendo conforme avanza la saga para dejar paso
a la verdadera protagonista de la serie, la joven Ciri de Cintra, pieza central de
todo lo que pasa en el mundo que la rodea. Esto se hace aun más evidente en esta
entrega en la que Geralt aparece solo un par de capítulos en los que continua su
marcha en busca de Ciri en compañía de Jaskier y el grupo que se reunión en la
anterior entrega de la serie.
La acción comienza con Ciri llegando a una cabaña de un ermitaño al que
va contando su historia, y así en un enorme flashback nos pone al día de sus
andanzas. A lo largo de los recuerdos de Ciri tendremos momentos llenos de
acción, de crueldad, Ciri lo pasa mal, muy mal, de ternura, de humor. Todo esto
esta narrado, no solo por Ciri, sino por los numerosos personajes que van
apareciendo en sus andanzas, conformando un complejo puzle, que a veces es
difícil de seguir, pero que consigue recrear un fresco de las aventuras de la joven
en el que una vez que todo encaja asistimos a un final tan climático y abierto que
nos dejará ansiosos por comenzar a leer La dama del lago, última entrega de la
serie, donde suponemos que asistiremos a un final a la altura de las novelas, en
realidad una sola, que conforman la serie.
Como en todas las entregas anteriores destaca la habilidad de Sapkowski
para dotar de voces personales a todos y cada uno de los personajes que
aparecen, tanto a los viejos amigos como a los nuevos que se incorporan en esta
entrega, como el ermitaño o algunos de los bandidos,merito compartido con la
excelente traducción, entrelazar una estructura narrativa alambicada en la que las
distintas lineas de acción van concordando con la precisión de un reloj, aunque
en esta ocasión flojean un tanto las historias de Geralt y Yennefer, mas que nada
por lo poco que aportan al destino final de la serie, en comparación con la
importancia del personaje de Ciri, lo que lastra el resultado final de esta entrega,
que aun así es sin duda uno de los títulos imprescindibles de la fantasía.
Andrzej Sapkowski
Capítulo primero
Capítulo segundo
Capítulo tercero
Capítulo cuarto
Capítulo quinto
Capítulo sexto
Capítulo séptimo
Capítulo octavo
Capítulo noveno
Capítulo décimo
Capítulo undécimo
Andrzej Sapkowski
Andrzej Sapkowski
La torre de la golondrina
La saga de Geralt de Rivia Libro VI
Traducción de José María Faraldo
Título original: Wieza jaskólki
En negra como manto noche se allegaron,
allá a Dun Dáre do la bruja cobijo hubiera.
Por todos lados y partes la acosaron
para que de ellos huir la moza no pudiera.
En negra como manto noche a traición la acosaron
mas aferraría a ella no lo consiguieran.
Pues primo que el pálido sol asomara al prado,
lo menos treinta muertos en la senda yacieran.
Romance de ciego tocante
a la horrenda matanza que hubo lugar
en Dun Dáre en la noche que dicen de Saovine
Capítulo primero
– Puedo darte todo lo que desees -dijo el hada-. Riqueza, poder y cetro,
fama, una vida larga y feliz. Elige.
– No quiero riqueza ni fama, poder ni cetros -respondió la bruja-. Quiero
un caballo que sea tan negro y tan imposible de alcanzar como el viento de la
noche. Quiero una espada que sea luminosa y afilada como los rayos de la luna.
Quiero atravesar el mundo en la oscura noche con mi caballo negro, quiero
quebrar las fuerzas del Mal y de la Oscuridad con mi espada de luz. Eso es lo
que quiero.
– Te daré un caballo que sea más negro que la noche y más ligero que el
viento de la noche -le prometió el hada-. Te daré una espada que será más
luminosa y afilada que los rayos de la luna. Pero no es poco lo que pides, bruja,
habrás de pagármelo muy caro.
– ¿Con qué? En verdad nada tengo.
– Con tu sangre.
Flourens Delannoy, Cuentos y leyendas
Como todo el mundo sabe, el universo, como la vida, es un círculo. Un
círculo en cuyo discurrir se han señalado ocho puntos mágicos que cubren todo
el arco, es decir, el ciclo anual. Estos puntos, que están situados en el anillo en
pares dispuestos exactamente los unos frente a los otros, son: Imbaelk -o sea,
Germinación-, Lammas -o sea, Madurez-, Belleteyn -Floración-y Saovine -
Expiración-. Hay marcados también en el círculo dos solsticios, es decir, climax,
uno el de invierno, llamado Midinvaerne, y otro Midaëte, el de estío. Hay
también dos equinoccios, es decir, noches iguales: Birke, en primavera, y Velen,
en otoño. Estas fechas dividen el círculo en ocho partes y así se divide también
en ocho partes el año en el calendario de los elfos.
Cuando desembarcaron en las playas cercanas a la desembocadura del
Yaruga y el Pontar, los humanos trajeron consigo un calendario propio, de origen
lunar, que dividía el año en doce meses, lo que cubría el ciclo anual completo de
trabajo en el campo: desde el principio, desde los que se realizan en enero, hasta
el final, cuando las heladas transforman la tierra en terrones congelados. Pero
aunque los humanos dividían el año y establecían las fechas de otra manera,
aceptaron el ciclo de los elfos y los ocho puntos en su discurrir. Las fiestas que
provenían del calendario de los elfos, Imbaelk y Lammas, Saovine y Belleteyn,
ambos solsticios y equinoccios, también se convirtieron en fiestas importantes
para los humanos. Resaltaban tanto entre las otras fechas como resalta un árbol
entre los arbustos.
Estas fechas se diferencian de las otras por la magia.
No era ni es un secreto que estas ocho fechas son días y noches durante los
que el aura mágica se intensifica extraordinariamente. A nadie le extrañan ya los
fenómenos mágicos ni los acontecimientos enigmáticos que acompañan a esas
ocho fechas, en especial a los equinoccios y solsticios. Todo el mundo se ha
acostumbrado ya a estos fenómenos y pocas veces causan grande sensación.
Pero aquel año fue distinto.
Aquel año los humanos celebraron el equinoccio de otoño como solían, con
una cena familiar de gala durante la que sobre la mesa tenía que haber el mayor
número de frutos posible de la cosecha anual, aunque no fuera más que un
poquito de cada. Así lo exigía la costumbre. Una vez que hubieron tomado la
cena y hubieron agradecido a la diosa Melitele la cosecha del año, los humanos
se dispusieron a descansar. Y entonces comenzó el horror.
Justo antes de la medianoche se alzó una ventisca tremenda, sopló un
torbellino infernal, se podían escuchar unos aullidos, unos gritos y unos quejidos
verdaderamente espectrales por encima del ruido de los árboles casi derribados
en tierra, de los graznidos de los cuervos y del golpear de los postigos. Las nubes
que discurrían a toda velocidad por el cielo adoptaron perfiles fantásticos entre
los cuales los que más se repetían eran las siluetas de caballos y unicornios al
galope. El vendaval no cedió hasta pasar más de una hora y en el repentino
silencio que siguió la noche se animó con los trinos y los aleteos de cientos de
chotacabras, esos pájaros misteriosos que según las creencias populares se
agrupan para cantarle un réquiem demoníaco a los agonizantes. Esta vez el coro
de chotacabras era tan enorme y tan ruidoso que parecía como si el mundo
entero fuera a morir.
Los chotacabras cantaban con trinos salvajes su canción de difuntos
mientras que el horizonte se estaba cubriendo de nubes que apagaban los restos
de la luz de la luna. Entonces aulló de pronto la terrible beann'shie, heraldo de la
muerte súbita y violenta, y a través del cielo negro galopó la Persecución
Salvaje, un cortejo de fantasmas con los ojos en llamas que cabalgaban a lomos
de esqueletos de caballos, agitando los jirones de sus ropas y estandartes. Como
cada cierto tiempo, la Persecución Salvaje hizo su cosecha, pero desde hacía
decenios no había sido ésta tan terrible. Sólo en Novigrado se contaban
doscientas personas desaparecidas sin dejar huella.
Cuando la Persecución se alejó y las nubes se disolvieron, se pudo ver la
luna, una luna menguante, como suele suceder en tiempo de equinoccio. Pero
aquella noche la luna tenía el color de la sangre.
El pueblo llano tenía muchas explicaciones para los fenómenos
equinocciales, que diferían significativamente según la demonología específica
de la región. Los astrólogos, druidas y hechiceros tenían también sus
explicaciones, pero eran en su mayoría erróneas y exageradas. Pocos, muy, muy
pocos eran capaces de relacionar aquellos sucesos con hechos reales. En las islas
de Skellige, por ejemplo, unos pocos supersticiosos vieron en aquellos curiosos
hechos las profecías de Tedd Deireádh, el fin del mundo, precedido por la batalla
de Ragh nar Roog, la lucha final entre la Luz y la Oscuridad. Los supersticiosos
consideraron que la violenta tormenta que en la noche del equinoccio de otoño
agitó las islas era una ola empujada por el pico del monstruoso Naglfar de
Morhógg, que conducía un ejército de fantasmas y demonios en un drakkar de
bordas construidas con uñas de cadáveres. Las personas de más luces o mejor
informadas, por su parte, pusieron en relación la locura del mar y el cielo con la
persona de la malvada hechicera Yennefer y su terrible muerte. Y aun otras
personas -todavía mejor informadas-vieron en el mar revuelto la señal de que
estaba agonizando alguien por cuyas venas corría la sangre de los reyes de
Skellige y Cintra.
Desde que el mundo es mundo, la noche del equinoccio de otoño es
también la noche de los espectros, las pesadillas y las apariciones, la noche de
los despertares repentinos, con el ahogo y el pálpito causados por el miedo, entre
sábanas retorcidas y húmedas de transpiración. Las apariciones y los despertares
no perdonaban ni a las cabezas más claras; en Nilfgaard, en las Torres de Oro, se
despertó gritando el propio emperador, Emhyr var Emreis. En el norte, en Lan
Exeter, el rey Esterad Thyssen se irguió bruscamente en la cama, despertando a
su cónyuge, la reina Zuleyka. En Tretogor se incorporó y echó mano a su estilete
el archiespía Dijkstra, despertando a la cónyuge del ministro de finanzas. En el
palacete de Montecalvo se incorporó entre sábanas de damasquino la hechicera
Filippa Eilhart, sin despertar a la mujer del conde de Noailles. Se despertaron -
con mayor o menor brusquedad-el enano Yarpen Zigrin de Mahakam, el viejo
brujo Vesemir en la fortaleza de las montañas de Kaer Morhen, el empleado de
banco Fabio Sachs en la ciudad de Gors Velen, el yarl Crach an Craite sobre la
cubierta del drakkar Ringhorn. Se despertó la hechicera Fringilla Vigo en el
castillo de Beauclair, se despertó la sacerdotisa Sigrdrifa en el santuario de la
diosa Freya en la isla de Hindarsfjall. Se despertó Daniel Etcheverry, conde de
Garramone, en la fortaleza sitiada de Maribor. Zyvik, decurión de los Coraceros
Grises en el fuerte de Ban Gleann. El mercader Dominik Bombastus
Houvenaghel en la ciudad de Claremont. Y muchos, muchos otros.
Pocos hubo, sin embargo, que fueran capaces de relacionar estos fenómenos
con un hecho concreto y real. Y con una persona real. El azar hizo que tres de
aquellas personas pasaran la noche del equinoccio de otoño bajo el mismo techo.
En el santuario de la diosa Melitele en Ellander.
– Chotacabras… -gimió el escribanillo Jarre, al tiempo que contemplaba las
tinieblas que anegaban el parque del santuario-. Creo que hay miles de ellos,
toda una bandada… Gritan por la muerte de alguien… Por la muerte de ella…
Está mulléndose…
– ¡No digas tonterías! -Triss Merigold se volvió con brusquedad, alzó el
puño apretado, durante un instante pareció que iba a empujar o a golpear al
muchacho en el pecho-. ¿Es que crees en supersticiones estúpidas? Se acaba
septiembre, los pájaros se agrupan para emigrar. ¡Es algo totalmente natural!
– Ella está muñéndose…
– ¡Nadie se muere! -gritó la hechicera, palideciendo de rabia-. Nadie, ¿lo
entiendes? ¡Deja de desbarrar!
En el pasillo de la biblioteca aparecieron algunas adeptas a las que les había
despertado la alarma nocturna. Sus rostros estaban serios y pálidos.
– Jarre. -Triss se tranquilizó, le puso la mano al muchacho en el hombro,
apretó con fuerza-. Eres el único hombre en el santuario. Todos te estamos
mirando, buscamos en ti apoyo y ayuda. No te está permitido tener miedo, no te
está permitido dejarte llevar por el pánico. No nos defraudes.
Jarre aspiró profundamente, intentó controlar los temblores de sus manos y
labios.
– No es el miedo… -susurró, evitando la mirada de la hechicera-. ¡Yo no
tengo miedo, solamente me preocupo! Por ella. La vi en mi sueño…
– Yo también la vi. -Triss apretó los labios-. Hemos tenido el mismo sueño,
tú, yo y Nenneke. Pero ni una palabra acerca de ello.
– La sangre en su rostro… Tanta sangre…
– Te he pedido que te callaras. Viene Nenneke.
La suma sacerdotisa se acercó a ellos. Tenía el rostro cansado. A la muda
pregunta de Triss contestó negando con la cabeza. Al advertir que Jarre abría la
boca, se apresuró a hablar:
– Por desgracia, nada. La Persecución Salvaje revoloteó sobre el santuario,
despertó a casi todas, pero ninguna ha tenido visiones. Ni siquiera tan nebulosa
como la nuestra. Ve a dormir, muchacho, nada hay aquí para ti. ¡Chicas, volved
al dormitorio!
Se restregó el rostro y los ojos con las dos manos.
– Eh… ¡Equinoccio! Maldita noche… Acuéstate, Triss. No podemos hacer
nada.
– Esta impotencia me vuelve loca. -La hechicera apretó los puños-. Sólo de
pensar que ella está sufriendo, que sangra, que la amenaza un… ¡Maldita sea, si
supiera qué hacer!