Table Of ContentMichael C. Corballis
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RECURSIVA
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BIBLIOTECA Bt RIDÁN
Michael C. Corballis
L
a m e n t e
RECURSIVA
Los orígenes del lenguaje humano,
el pensamiento y la civilización
Traducción de Josep Sarret Grau
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BIBLIOTECA BURIDÁN
BIBLIOTECA BURIDÁN
está dirigida por Josep Sarret Grau
© 2011, Princeton University Press
Título original: The Recursive Mind. The Origins of Human Language,
Thought, and Civilization
Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural/Biblioteca Buridán
Diseño: Miguel R. Cabot
ISBN: 978-84-942097-5-8
Depósito Legal: B-12773-2014
Imprime: Novagrafic Impresores, S.L.
Impreso en España
Sumario
Prefacio 9
Capítulo 1 ¿Qué es la recursión? 15
Primera parte. El lenguaje 33
Capítulo 2 El lenguaje y la recursión 35
Capítulo 3 ¿Tienen lenguaje los animales? 55
Capítulo 4 Cómo evolucionó el lenguaje de la mano
a la boca 75
Segunda parte. El viaje mental en el tiempo 103
Capítulo 5 Reviviendo el pasado 105
Capítulo 6 Acerca del tiempo 125
Capítulo 7 La gramática del tiempo 139
Tercera parte. La teoría de la mente 157
Capítulo 8 La lectura del pensamiento 159
Capítulo 9 El lenguaje y la mente 183
Cuarta parte. La evolución humana 199
Capítulo 10 La cuestión recurrente 201
Capítulo 11 Devenir humanos 215
Capítulo 12 Devenir modernos 245
Capítulo 13 Pensamientos a modo de conclusión 259
Notas 267
Referencias 309
índice 339
Prefacio
A los humanos nos encanta pensar que tenemos capacidades que
nos hacen no solo diferentes de las demás criaturas que pueblan
el planeta, sino también superiores a ellas. ¿Qué otra especie,
podríamos preguntamos, ha sido capaz de medir la velocidad de la luz,
concebir cómo empezó el universo, inventar el ordenador portátil o pintar
un retrato? Nuestra especie ha conseguido incluso escapar completamente
del planeta, si bien solo fugazmente. Supongo que también podríamos pre
guntarnos por qué a las demás especies tendría que preocuparles cual
quiera de estas cosas. Deberíamos recelar de esta tendencia a creer que
estamos en la cima de la jerarquía terrenal, ya que nos proporciona una
justificación demasiado fácil de la brutalidad con que tratamos a otros ani
males. Asumámoslo: nos los comemos, los matamos por deporte, nos bebe
mos su leche, nos vestimos con su piel, cabalgamos a lomos de ellos, los
ridiculizamos, los encerramos en parques zoológicos y los criamos de
acuerdo con nuestras propias especificaciones.
Pero sea como sea es innegable que nuestra especie ha dominado la
tierra como ninguna otra. No solo sojuzgamos a otras criaturas en función
de nuestras necesidades y caprichos, sino que también hemos moldeado
el entorno físico de acuerdo con nuestras especificaciones, hasta el punto
de que nuestro éxito puede acabar siendo nuestra perdición. A menos que
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aprendamos a utilizar mejor nuestra tan cacareada inteligencia, corremos
el riesgo de sucumbir a la contaminación, al calentamiento global o a las
armas de destrucción masiva -o, pensando de forma recursiva, a las armas
para la destrucción masiva de las armas de destrucción masiva. Y sin em
bargo, biológicamente somos casi indistinguibles de los otros grandes si
mios, y compartimos con el chimpancé y el bonobo un antepasado común
que vivió hace tan solo seis o siete millones de años, un simple parpadeo
en términos evolutivos. En un claro contraste con el triunfalismo humano,
los grandes simios se han visto recluidos a unos hábitats cada vez más pe
queños, y también ellos están amenazados de extinción.
Se han hecho muchas conjeturas sobre por qué nuestra especie es la
que domina el planeta. Sin duda, la razón es mental más que física -son
muchos los animales que pueden vencemos fácilmente en un combate fí
sico. Descartes decía que solo los humanos pueden tener libre albedrío.
Aristóteles sugirió que el hombre es el único animal político, y la historia
sugiere que debería haber incluido a las mujeres. Thomas Willis pensó que
solo los humanos pueden reír, y Martín Lutero sostuvo que es la posesión
de propiedades lo que nos distingue. Benjamín Franklin atribuía la singu
laridad humana a la capacidad de fabricar herramientas, y el filósofo
griego Anaxágoras decía que era la mano lo que hacía de nosotros la es
pecie más sabia. Más recientemente, Steven Mithen ha sugerido que la mú
sica pudo haberlo originado todo. Hace unos años, en mi libro The Lopsided
Ape [El mono asimétrico], sostenía que es la asimetría del cerebro humano
lo que nos hacía ser como somos. Hay probablemente algo de verdad en
por lo menos algunas de estas aserciones, pero como obervará el lector
esta asimetría recibe muy poca atención en este libro.
La característica que ha recibido más atención es el lenguaje. "En el
principio", dice San Juan, "era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo
era Dios" (San Juan 1:1). En el siglo XVII René Descartes sostenía que el
lenguaje, como expresión que es del libre albedrío, estaba tan libre de ata
duras que era imposible explicarlo según principios mecánicos, y que por
tanto había que considerarlo como un regalo de Dios. Un siglo más tarde,
otro filósofo francés, el abate Étienne Bonnot de Condillac, especuló sobre
cómo podía haber evolucionado el lenguaje, pero como sacerdote que era,
temeroso de ofender a la Iglesia, disfrazó su teoría presentándola como
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Prefacio
una fábula, como veremos en el capítulo 4. En 1866, la Sociedad Lingüística
de París prohibió toda discusión sobre los orígenes del lenguaje.
En el siglo XX el lingüista Noam Chomsky, que se considera cartesia
no, sostuvo que el lenguaje no podía haber evolucionado por selección na
tural. Su razonamiento no se basaba en ningún supuesto religioso, sino en
un punto de vista sobre cómo funciona el lenguaje. Básicamente sostenía
que el lenguaje externo -el lenguaje hablado o el de signos- tenía que ha
ber surgido como un lenguaje interno -esencialmente como el 'lenguaje
del pensamiento'- sin referencia directa con el mundo exterior, y por lo
tanto, que no había estado sometido a las presiones de la adaptación al en
torno. Chomsky sostenía, por tanto, que el lenguaje interno había surgido
en virtud de un solo acontecimiento singular, tal vez una mutación for
tuita, que había provocado un recableado del cerebro. Sostenía también
que este acontecimiento tuvo lugar en un momento tardío en la historia
de la evolución de nuestra especie, tal vez incluso dentro de los últimos
100.000 años. Esta explicación, aunque no deriva de ninguna doctrina re
ligiosa, huele mucho a milagro.
Chomsky es, de todos modos, uno de los héroes de este libro. Se dio
muy pronto cuenta del carácter abierto del lenguaje y sugirió que la clave
de esta apertura era la recursión. Aplicando una serie de principios de un
modo recursivo podemos crear unidades expresivas, habladas o gestuales,
de una variabilidad esencialmente infinita. Pero donde no sigo a Chomsky
es en su punto de vista según el cual el propio pensamiento es fundamen
talmente lingüístico. Yo sostengo en cambio que los modos de pensa
miento que hicieron posible el lenguaje eran no lingüísticos, pero que sin
embargo poseían las propiedades recursivas a las que el lenguaje se adap
tó. Si Chomsky observa el pensamiento a través de la lente del lenguaje,
yo prefiero observar el lenguaje a través de la lente del pensamiento. Este
cambio de punto de vista constituye el principal estímulo para este libro,
ya que no solo lleva a una mejor comprensión de cómo pensamos los hu
manos, sino que también lleva a una perspectiva radicalmente diferente
del propio lenguaje y de la forma en que este ha evolucionado.
Me centro en dos modos de pensamiento que son recursivos y proba
blemente característicamente humanos. Uno es el viaje temporal mental,
la capacidad de evocar episodios del pasado en la mente y la de imaginar
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Michael C. Corballis/La mente recursiva
episodios futuros. Esta puede ser una operación recursiva en la medida
en que los episodios imaginados pueden insertarse en la conciencia pre
sente y también en otros episodios imaginados. El viaje mental temporal
también puede combinarse con la ficción, en virtud de la cual imaginamos
cosas que nunca han ocurrido o que no están necesariamente pensadas
para que ocurran en el futuro. Las cosas imaginadas pueden tener toda la
complejidad y variabilidad del propio lenguaje. De hecho, sugiero que el
lenguaje surgió precisamente para vehicular esta complejidad, de modo
que sea posible compartir nuestros recuerdos, planes y ficciones.
El segundo aspecto del pensamiento es lo que se conoce como teoría
de la mente: la capacidad de entender qué pasa en la mente de los demás.
También esto es recursivo. Yo puedo saber no solo lo que tú estás pen
sando, sino también saber que tú sabes lo que yo estoy pensando. Como
veremos, la mayor parte del lenguaje, por lo menos en forma de conver
sación, depende completamente de esta capacidad. Ninguna conversación
es posible a menos que quienes participan en ella compartan un modo de
pensar común. En realidad, la mayor parte de toda conversación se basa
en supuestos implícitos. Si oigo a un estudiante saliendo de un aula y di-
ciéndole a su acompañante 'Esto ha sido realmente guay', puedo dar por
supuesto que está asumiendo, probablemente con razón, que su acompa
ñante sabe exactamente de qué está hablando y qué significa 'guay'.
Este es, pues, el tema de este libro, pero haremos también muchas in
cursiones en otros temas y trataremos cuestiones cómo: ¿Tienen un len
guaje los animales?, ¿Ha evolucionado el lenguaje humano a partir de
gestos manuales?, ¿Comparten todos los lenguajes unos principios comu
nes?, ¿Por qué es evolutivamente adaptativa la ficción? Partiendo del
punto de vista según el cual el lenguaje y el pensamiento han evolucio
nado gradualmente, esbozo cómo ha sido probablemente la evolución de
estas características distintivas de los humanos durante los últimos 6 mi
llones de años aproximadamente, y no, como querría Chomsky, durante
los últimos 100.000 años. Y si el lector no entiende qué es la recursión, es
pero que la lectura de este libro le permita formarse una idea mejor de lo
que significa.
Son muchas las personas que han inspirado mi pensamiento científico
y filosófico y, por supuesto, muchas de ellas, probablemente la mayoría,
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Prefacio
estarán en desacuerdo con al menos algunas de mis conclusiones. Entre
ellas, Donna Rose Addis, John Andreae, Michael Arbib, Giovanni Berluc-
chi, Brian Boyd, Noam Chomsky, Nicola Clayton, Erica Cosentino, Karen
Emmorey, Nicholas Evans, Francesco Ferretti, Tecumseh Fitch, Maurizio
Gentilucci, Russell Gray, Nicholas Humphrey, Jim Hurford, Steven Pinker,
Giacomo Rizzolatti, Michael Studdert-Kennedy, Thomas Suddendorf,
Endel Tulving y Faraneh Vargha-Khadem. Quiero dar las gracias especial
mente a mi mujer, Barbara, por la paciencia que ha tenido aguantando que
yo me pasara horas y horas sentado ante el ordenador; ella al menos tenía
el golf. Mis hijos Tom y Paul -este último le dijo a un amigo que él me ha
enseñado todo lo que sé- me han corregido a menudo en diversos puntos
de psicología y filosofía.
También estoy en deuda de gratitud con Eric Schwartz, Beth Cleven-
ger, Richard Isomaki y Jeffrey Weiss, de Princeton University Press, y con
mi agente Peter Tallack, por su valiosísima ayuda en el proceso de dar
forma a este libro.
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¿Qué es la recursión?
En 1637 el filósofo francés René Descartes escribió la frase inmortal
"Je pense, done je suis." Curiosamente, esto se traduce habitual
mente al latín como Cogito, ergo sum, y al castellano como "Pienso,
luego existo." Al hacer esta afirmación Descartes no estaba simplemente
pensando, estaba pensando que pensaba, y eso le llevó a la conclusión de
que existía. La naturaleza recursiva de la intuición de Descartes la traduce
mejor la versión de ella que ofrece Ambrose Bierce en El diccionario del dia
blo: Cogito cogito ergo cogito sum -"Pienso que pienso y por consiguiente
pienso que existo." El propio Descartes, empero, era más propenso a dudar
y amplió su dictamen del siguiente modo: "Je doute, done je pense, done
je suis" -"Dudo, por lo tanto pienso, y por lo tanto existo." Concluyó de
este modo que incluso en la duda tenía que haber alguien o algo que du
dase, por lo que el hecho mismo de dudar probaba su existencia. Esto se
guramente fue un alivio para sus amigos.
En este libro examino el papel más general de la recursión en nuestras
vidas mentales, y sostengo que es la característica fundamental que dis
tingue a la mente humana de la de otros animales. La recursión es la base
de nuestra capacidad no solo para reflexionar sobre nuestras propias men
tes, sino también para estimular las mentes de otros. Es lo que nos permite
viajar mentalmente en el tiempo, insertar la conciencia del pasado o del
futuro en la conciencia presente. La recursión es también el ingrediente
principal que distingue al lenguaje humano de todas las demás formas de
comunicación animal.
La recursión, sin embargo, es un concepto bastante escurridizo, que a
menudo se utiliza de formas ligeramente distintas.1 Pero antes de sumer
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