Table Of ContentLA CHANA
Fué memorable en toda la Cava el dia en
que dió á luz.
Lavaba tranquila, tan oronda y tan fresca,
en la pila situada á un extremo del corral de
vecinos en que moraba, cuando repentina
mente se sintió indispuesta. Advirtió lo que
era, y enjugándose brazos y manos en el de
lantal, dejó el lavado y dijo para sí:
—Mañana acabaré.
Y echó á andar hacia su habitación que
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era un cuarto bajo al que embaldosaban la
drillos insurrectos, y dividido en dos porcio
nes por un mísero tabique sin enlucir, que no
levantaba más de vara y media. La parte pri
mera que era la mayor, estaba convertida en
herrería, con su fragua enfrente, con su 5^un-
que enmedio, y sus tenazas, machos y mar
tillos por allí rodando, más algunos útiles de
hierro como trévedes, parrillas y herraduras,
colgados en la pared. La otra porción situada
á mano izquierda de la puerta, era la alcoba^
y había en ella un arcón viejo, .dos sillas des'
vencijadas y una cama pobrísima.
—José,—le dijo á su marido, quien con el
aprendiz se hallaba ocupado en remendar el
ojo á un escardillo—Llama á la comadre,
que está aquí eso.
—¡Ya!
—Ya, hijo, ya.
José dejó las tenazas, despidió al chiquillo
y se aprestó para salir.
—Oye—gritó su mujer desde la alcoba—
Sácame del arca la ropilla, por si acaso; que
esto se sale solo.
—Mujé —replicó aquel hombre con
movido.
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Y no hallando palabras que añadir, se
apresuró á hacer lo indicado, y salió inmedia
tamente.
Cuando volvió con una mujer del barrio
que se dedicaba á estas faenas de auxiliar de
parturientas como pudiera dedicarse á la ni
gromancia, en la cama de Chana había ya un
nuevo ser.
— ¡Miá su mersé!—exclamó al verlo la co
madre—No ha venío ar mundo, y ya se las
compone por su cuenta. ¡Ay, que alantao ha
sío!....
—¿Es macho ó jembra?—preguntó José.
—Ahora veremos la jerramienta que se
trae ¡Digo! Macho, compare. Mielo usté
aquí; paese un gatito esollao.
Procedió enseguida á verificar las opera
ciones necesarias, y no bien las había con.
cluído, cuando los lamentos de la madre la
pusieron en guardia, produciéndole la natura^
sorpresa.
—¿Qué es eso, comare?—preguntó José
asomando la cabeza por entre el quicio de la
puerta y la grasicnta cortinilla que cubría e^
hueco.
—¡Qué ha e sé! Que su mujé se los trae
LORENZO LEAL
á pares como los frailes. ¡Que está aquí otro!
— ¡Mardecío! -gritó la parturienta refi
riéndose á su esposo—¿Aonde vas con ellos?
¿Piensa reuní un apostolaor
Media hora después nació otro chico, pa
ra vestir al cual se recurrió á guiñapos. José lo
recibió con el mismo enternecimiento que al
primero, y su alegría hubiera sido inmensa,
si el malestar de la madre no hubiese estado
tan de manifiesto; pero los gritos desgarrado
res de esta continuaban, y de la alcobilla á la
herrería, el hombre se paseaba preocupado y
decidido ya á llamar á un médico. La partera
á quien comunicó este propósito, le dijo que
ella se bastaba y que con una taza de tila,
aquello concluía.
José salió por ella.
Su mujer estaba verdaderamente mal,
Aquel cuerpo destrozado y ensangrentado se
retorcía convulso y dolorido sobre aquel mal
colchón de crin, y á veces parecía que la vi
da iba á escapársele en una de aquellas con.
tracciones. Aun la misma comadre llegó á
alarmarse y á no saber qué sucedía; porque
todo aquello, antes, bueno estaba ó era natu
ral; ¡pero después!
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Procedió á un nuevo reconocimiento.
—¡Gomare e mi arma!—exqlamó—jPor.
qué me trae usté aquí engañá?
—¡Ay! ¿Engañá?
—¡Digo! Yo he venío pa asistí á una mu-
jé, y me encuentro con una coneja.
—¡jPorqué, comare?
—¿Porqué? Ya está ahí er compare
Porqué está aquí otro.
—¡Otro!—exclamó la paciente—¡Varga-
me la virgen de la O! ¡Joseee!.... ¡Joseee!
—Aquí estoy, ¿Qué quieres, Ghaniya e
mi arma?
—¡Gran puñalero! ¿Qué has jecho cormi-
go?.... Di: ¿Te has traío aquí la Inclusa?
Salió al fin el tercero como los anteriores,
y á este sí que costó fatigas el poderlo arre
bujar en ropas. Mas la merced de los vecinos
facilitó algo apenas enterados del suceso, y
queriendo todos contribuir á remediar la in.
felicidad extrema en que aquella pobre fami
lia se encontraba, los tres mellizos se hallaron
^aquella noche mejor vestidos que lo hubiera
estado uno si viene al mundo solo. No faltó
algo tampoco para la madre, quien obtuvo
varias medias libras de chocolate, puñados
LORENZO :LEAL
de garbanzos, pedazos de tocino, una gallina,
y hasta una camisa.
Para colmo de ventura un torero del ba
rrio, y de ellos, es decir, jitano, regresó al si
guiente dia, de lidiar en varias plazas, y ente
rado de lo que todo el mundo traía en len
guas, decidió apadrinará los chiquillos.
Un banderillero de su cuadrilla se presen
tó en casa de Juan aquella tarde.
—Dios guarde; y la compaña—dijo al ma
trimonio que estaba una en la cama, y otro
arreglando las ropillas de la cuna.
—Venga usté con Dios.
—Pues yo venía e parte e Currito er Chí
charo, lo cuar que soy banderillero e su cua.
drilla y habemos venío esta mañana de Va.
lencia, ¿ta usté? Sa enterao ar llegá der suseío
este, y como tié tan güen corazón, porque lo
tiene; porque ej un hombre, en fin, que tie
ne un corazón de oro; ¿ta usté? Pues se ente
ró, y en seguía fué y me dijo, dice: Mira Po
rreta: llégate á su casa y le dice que si no hu-
biá compromiso, yo le echo el agua á eso^
chorreles.
—¡De verdá, parito?
—¡Digo! Mas verdá que esa es lú.
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—¡Ay, Porreta e mi arma! Malos men
gues me tajelen si Currito er Chícharo no es
er propio Asistente de Sevilla por lo noble
y por lo rumboso. Premita un divé mate
más toros que clavos machaque yo en mi
vía, y gane torrecitas de onzas que lleguen
ar muñeco e la Giralda Chanilla ¿has oío?
—Sí, José—contestó la enferma—Dígale
osté á Currito, señó Porreta, que en querien
do él no hay compromiso.
—¡Qué ha de habé! Manque viniera er
mesmo duque e Mompensié á apadriná á mis
chorreles, estando po elante Chicharito e mi
arma ¡Ay! Se vea jecho Arzobispo, ó Pa
pa si lo desea. Ahora mesmito voy allá
—No, porque no está en su casa ahora
¿ta usté? Salimos de ella, y ar mitá e la calle
oyó á unas mujeres hablá del caso, y ¡va
mos! acompasivo el hombre, va y me dice
al auto lo del agua, y aemás, toma: y le das
esto. Tres onzas de oro, que aquí las tiene
usté.
—¡Tres onzas de oro! ¡Y pa mi!....
Bendito sea la mare que lo parió, y el Dios
quelo ha criao ¡ Ay! dejeme usté que le de
un beso; que e justé el hombre más cabá,y er
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mejó torero que ha matao bichos en el mundo
No hubieran tenido fin las desmostracio
nes de alegría y agradecimiento del jitano, si
Porreta no las pone término marchándose,
después de ofrecerse repetidas veces. ¡Tres
onzas de oro! Ni nunca José las había visto,
ni soñó jamás con poseerlas.
Y aun cuando sus aspavientos y sus de
mostraciones de alborozo pudieron hacer te
mer que la fortuna ó la alegría le hiciesen
perder la razón, consta que empleó aquel di.
ñero muy acertadamente, comenzando por
arrendar otra habitación más cómoda y de
cente, y proporcionarse un modesto ajuar.
II.
Blancas las paredes de la alcoba, blanca
la colcha de la cama, blanca la chapona de
holanda que cubre sus brazos, y ella morena
y desmedrada, ya lo dijo con gráfica expre
sión, cuando la ataviaron para recibir á los
convidados:
FRESCOS DE ANDALUCÍA IQI
—Muy bien: paezco una mosca caía en
un plato e leche.
En la cuna, junto á la cama colocada, es
tán cuadrapeados los chiquitines, ó como ella
dice, la camá, todos tres con sus gorpllos de
encaje, sus chaponcitas y sus mantillas blan
cas, soñolientos y hartos de leche, pues no
ha qudado en la Cava mujer criando, que no
se halla creido obligada á dar un chuperretón
á los mellizos, sobre todo, desde que se supo
que Currito el Chícharo los apadrinaba.
Y la que no tenía leche que ofrecer, iba á
verlos, á besuquearlos, á tomarlos en brazo
y á mecerlos, á dar el parabién á la parida
cuya casa parecía un jubileo, y á satisfacer,
en fin, la comezón de hablar del suceso, acae
cido que ni por encargo para la índole apara
tosa, hiperbólica y noveladora de los jitanos.
La noche del bautizo, se despobló la Ca
va; mejor diría Triana, y aún faltaríame aña
dir que á la propia Sevilla se extendió la in
fluencia, pues la popularidad del padrino que
era una lumbrera en tauromaquia, llevó á la
casa no pequeña porción de sus admiradores
de todas las clases sociales, y desde luego no
faltó ninguno de toda esa cohorte de pará-
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sitos que los toreros llevan siempre consigo.
En la sala, no en la sala, en la casa se
hace difícil penetrar, cuando cerca de las
ocho, llega la madrina, una castellana de la
Alameda Vieja, garrida y gentil, alta y her
mosa, á la que acompañan un plantel de mu
jeres de su barrio, todas vistiendo trajes vis
tosos con perifollos, lazos y cogidos, que no
fingen, ocultan encantos á granel. Detrás de
la madrina entra el padrino, mozo de rumbo,
culoncete y nutrido, que luce sobre el chaleco
una cadena de oro de seis libras de peso, y
en la pechera tres brillantes como soles, y en
ambas las manos sortijas costosísimas. El, y
su cuadrilla y sus amigos de café que llegan
juntos, visten de corto, botinas de charol y
sombrero de ala ancha. El antiguo de queso,
llevóselo á la tumba señor Manuel Domín
guez.
Ellas y ellos son recibidos en palmitas,
por el padre de las criaturas que el pobre an
da hecho una jalea de puro tierno y manteco
so, por los demás vecinos del corral que se
han ataviado lo mejor que han podido, y por
aquel vivero de jitanas, frescas y bellas unas,
amojamadas otras, todas emperegiladas, con
Description:—José,—le dijo á su marido, quien con el aprendiz se hallaba ocupado en remendar el ojo á un escardillo—Llama á la comadre, que está aquí eso.