Table Of ContentGEORGES VIGNAUX
LA ARGUMENTACIÓN
ENSAYO DE LÓGICA DISCURSIVA
Prólogo de Jean-Blaise Grize
HACHETTE
Título del original francés:
L'ARGUMENTA TJON
Essai d’une logique discursive
Librairie Droz, Genéve, París, 1976.
LIBRERIA HACHETTE S.A
Rivadavia 739 - Buenos Aires
Hecho el depósito que marca la ley 1 1.723.
ISBN 950-006-001-9
PRIMERA EDICION
IMPRESO EN ARGENTINA. PRINTED IN ARGENTINA
PROLOGO
Quien hace el prólogo de una obra en la que se lo cita repetidamente, una
obra de la que por otra parte hubiera estado orgulloso de reivindicar tanto el
título como el contenido, puede dar fácilmente la impresión de que está en
connivencia con el autor: éste lo escribe, aquél habla bien del libro y aunque la
tarea esté desigualmente repartida, cada uno obtendrá su provecho.
Supongamos que así fuera, ¿qué habría perdido el lector? Finalmente no
demasiado, ya que un prólogo no es necesariamente una publicidad y el lector
es un ser tanto más libre cuanto que Georges Vignaux le provee justamente los
medios para analizar los discursos argumentativos y, en consecuencia, para de
fenderse de ellos. Por otra parte la realidad es mucho más simple.
Es verdad que en algún momento soñamos con escribir juntos —aunque
por supuesto no este libro— un libro acerca de la argumentación. Pero nuestras
edades eran diferentes y por lo tanto también eran diferentes nuestras obliga
ciones profesionales. El más joven progresaba rápidamente, el mayor dudaba de
llegar a término. Georges Vignaux ha hecho solo el trabajo, lo que está bien.
No se trata, dice, de un “fasto de erudición”. Lo aceptaría de mala gana
pero siento que la prudencia se impone. Primeramente el autor cita con abun
dancia y cita textos de todo tipo. Luego, en más de un momento, uno siente
que se ha restringido a la sobriedad. Finalmente, ha elegido atenerse con firme
za a un punto de vista único, que conoce perfectamente y del que dice clara
mente que no es más que un punto de vista.
Simplificando, podemos distmguir dos maneras de abordar los fenómenos
de la argumentación. En un caso, éstos son concebidos como comportamientos
globales. Las circunstancias, la posición de los interlocutores, su historia y sus
historias juegan un rol más esencial que sus palabras. Ello no impide que,
aunque las primeras sean iguales (si eso tiene un sentido), existan discursos dife
rentes unos de otros. La otra manera de abordar el problema, la del autor, es
partir de los discursos, darse los medios de describirlos y, para ello, construir un
marco de análisis, compararlos entre sí y luego intentar clasificarlos.
En el capítulo VIII, “Analizar un discurso argumentado” es donde apare
cen en su funcionamiento las operaciones lógico-discursivas que Georges
Vignaux ha elaborado. Querría hacer aquí dos observaciones. Una es que los
siete capítulos previos permiten comprender por qué entre todas las que han
podido imaginarse, son estas operaciones y no otras las que se conservan. Y la
otra es un homenaje al coraje del autor. Es en efecto infinitamente más pruden
te describir un método que ponerlo en funcionamiento; y no sería éste un
ejemplo único. “Estimo que es preciso hacer esto y aquello” no implica grandes
riesgos. A lo sumo uno se expone a opiniones diferentes y a debates de ideas.
Pero quien hace lo que piensa que debe hacerse, quien somete los objetos dados
al tratamiento que él indica, puede ser atacado de viso. Si su método es inade
cuado la cosa se verá. El interés es que la crítica entonces se torna constructiva
y que los actores del debate se transforman en cooperadores. Y no dudo que
eso ocurrirá con este libro.
Acabo de hablar de “actores” del debate y esto me lleva, para terminar, a
decir algunas palabras acerca de un concepto fundamental de la obra, que tende
ría a considerar como lo más importante. Quiero hablar de la teatralidad. Emi
tir un discurso frente a alguien, hacerlo para intervenir sobre su juicio y sobre
sus actitudes, es decir, para persuadirlo o al menos para convencerlo, implica,
en efecto, proponerle una representación. Está destinada a él, lo que significa
que debe conmoverlo. Como el oyente está siempre situado, en su persona, en
el mundo y en las relaciones con el que habla, los elementos universales no se
rán aquellos que actuarán mejor y los argumentos demostrativos frecuentemen
te pasarán a un segundo plano. Por eso la argumentación se aproxima más al
teatro que a la geometría. Crea un mundo más próximo al de Calderón que al
de Euclides. El sueño, también, deja ver un espectáculo de elementos elegidos
(inconscientemente si se quiere pero sin embargo seleccionados) y agrupados en
un cierto orden. Por cierto que esos elementos no corresponden al lenguaje, pe
ro no por ello tienen menos sentido. Se sabe que quien sueña está más fuerte
mente persuadido por lo que ve que por los razonamientos que, en algunas oca
siones, se dan paralelamente.
La fuerza de la obra de Georges Vignaux surge de que ha evitado el peligro
de deslizarse por ello dentro de lo irracional. Los elementos pertinentes de una
esquematización están demasiado profundamente comprometidos en las repre
sentaciones —raramente conscientes— que el hablante se hace de la situación de
su interlocutor y de sí mismo como para ser explicados. Ello no impide sin em
bargo que su composición siga leyes y que entonces sea posible una “gramática
de las ideas”.
Jean-Blaise Grize
Centro de Investigaciones Semiológicas
Universidad de Neuchátel
NOTA PRELIMINAR
Este no es ni un prólogo ni un resumen introductorio. Mi proyecto era es
cribir algunas líneas que explicaran esta obra, lo que progresivamente ha llega
do a ser: situación estilística en la que los “demonios retóricos” están habitual
mente a gusto. Me he sorprendido al querer “dar forma” a las oraciones que
todo autor imagina necesarias para “presentar” su obra. Me he reprimido. Diré
simplemente cuáles son mis deudas y cuáles eran mis intenciones. Comenzaré
por las deudas.
Este trabajo se originó en 1969 cuando en el centro de investigaciones se-
miológicas de la Universidad de Neuchátel, Suiza, Jean-Blaise Grize, Marie-
Jeanne Borel y yo, comenzamos a reflexionar acerca de los fenómenos argumen
tativos. Se constituyó así un seminario con estudiantes, colegas, amigos y curio
sos. Así se inauguró una empresa cuyo desenlace siempre nos cuesta imaginar.
Quien ha elegido estudiar la argumentación descubre rápidamente, en efec
to, que la audacia de su proyecto está próxima a la inconsciencia. Lo extendido
del dominio, la diversidad de las epistemologías que hace intervenir, la utiliza
ción que implica de problemáticas no “terminadas” como la lingüística, todo
ello concurre a que se juzgue ilusoria la esperanza de llegar a un análisis cohe
rente si no exhaustivo. Las condiciones y el genio que permitieron a Aristóteles
realizar la obra que se conoce no son las nuestras. Además, las bibliotecas están
colmadas de tratados de retórica, de obras consagradas al estudio de la lengua y
de la lógica, y por fin, de recopilaciones de observaciones de los psicólogos. La
argumentación ya no es un problema conocido únicamente por los filósofos y
los teóricos. Ella sigue siendo sin embargo un problema teórico en el sentido de
que se trata ahora de inaugurar el inventario de lo que unos y otros han inten
tado profundizar, de llevar a cabo una selección, de proponer modelos proviso
rios y de desarrollar determinadas investigaciones.
Las dificultades y la necesidad de la elección explican por lo tanto la es
tructura de esta obra. El lector podrá juzgar las razones de Ümitarse a lo discur
sivo y de hacer depender las cuestiones del sujeto y del contexto de problemáti
cas más específicamente vinculadas a lo textual. Ello puede ser estimado como
restrictivo cuando se considera la complejidad de los elementos que componen
una situación argumentativa. Postularé que se trata de una elección metodológi
ca no fortuita: el discurso que la escritura nos libra es esa construcción privile
giada que concentra las operaciones de un sujeto que argumenta. Mi ambición
es poner al día y esbozar un modelo de estas operaciones discursivas en lo que
ellas tienen de próximo a lo lógico. Ello ünplica tomar posición a propósito de
fenómenos de los que sabemos poco: el discurso, una lógica de los razonamien
tos naturales. La ausencia de una teoría constituida en ambos casos me ha ubi
cado así en una posición doblemente embarazosa: correr el riesgo de lo arbitra
rio al introducir lo lógico en la lingüística y perder rigor mezclando lo lingüísti
co con lo lógico. Se comprenderá entonces que algunos de mis recorridos y pro
cedimientos no estén tan asegurados como desearía que estuvieran y que el
conjunto pueda dar la impresión de una construcción que se corrige y se modi
fica a medida que se desarrolla.
Este libro contiene algunas proposiciones personales1. Es sobre todo un
testimonio de investigaciones en curso cuya especificidad está en la intersección
de muchos dominios y que sólo pueden ser colectivos. He juzgado provechoso
para el lector citar, cada vez que me fue posible, a mis predecesores y a mis
contemporáneos cuando sus trabajos resultaban interesantes para el tema tratado.
En ningún caso se trata de un “fasto de erudición”2, a lo más eco de lecturas
demasiado abundantes. Al no poder hacer una suma de los problemas del dis
curso argumentativo he elegido escribir una obra de trabajo más modesta: es
difícil resumir en un único libro lo que puede ser la argumentación.
1. Por esta razón a menudo he elegido emplear el “yo” en vez del “nosotros”. Me pare
cía que el “yo” podía marcar mejor, cada vez que fuese necesario mi responsabilidad
en lo que\se le proponía al lector.
2. “Esas largas listas de autores que se suele agregar a la corta historia de cada animal
sólo me parecen un fasto de erudición, extraña al objetivo que me propongo, que es
hacer conocer por medio de figuras a los animales tal como son”(J. B. Audebert,
Histoire natutelle dessrnges et des makis, París, Desray, An VIII (1799), p. 8).
No estamos en condiciones todavía de poder ofrecer las “figuras de la argumenta
ción tal como son”.
“La más elevada ciencia del gobierno es la retórica,
es decir, la ciencia del hablar. Pues si no hubiera
habido habla no habría habido ciudades, ni estable
cimientos de justicia, ni sociedad humana.”
(Brunetto Latini, citado por J. Panlhan, Les
Fleurs de Tarbes- OEuvres completes ■ Cercle du
Livre Precieux, París, Gallimard, 1941, p. 127).
1. ¿COMO PODEMOS ESCRIBIR ACERCA DE LA ARGUMENTACION?
“Hablar es en el fondo la pregunta que planteo a mi semejante para saber
si tiene un alma como la mía; las proposiciones más antiguas me parecen haber
sido las proposiciones interrogativas, y en el acento sospecho el eco de esta pre
gunta antiquísima del alma a sí misma, pero encerrado en otra cáscara: ¿te re
conoces? 1
Quisiera que el lector juzgara de este modo mi pretensión de querer escri
bir acerca de la argumentación cuando se conoce la familiaridad del término y
la tradición respetable que lo circunda. Eso explica las inquietudes que experi
mento al parecer inscribirme en una continuidad de trabajos cuyas cualidades
parecen excluir todo proyecto de competencia. Más aún, la extensión del domi
nio, su complejidad y sobre todo su cotidianeidad o, dicho de otro modo, la
inscripción de los procesos argumentativos en todas las operaciones de la vida
social, me llevan a no poder creer en la posibilidad de resumir la argumentación
en una teoría satisfactoria. No lo intentaré. Mi ambición —la que reconozco —
será aquí la de hacer coincidir este trabajo con el proyecto de sentar las bases
de algunos elementos para toda constitución futura de una gramática de la ar
gumentación. La cuestión preliminar es entonces la de saber si es preciso pro
veer al lector la materia bruta de todos los tipos de argumentos observados por
poco que los hayamos desbrozado en vivo o si la preocupación de comenzar
por los orígenes impone definir desde el comienzo lo que podemos calificar co
1. Friedrich Nietzsche, “Lire et Ecrire”, Rhétorique et Langage, Poétique, 1971, 5, 139.
mo argumento y, en consecuencia, como argumentación. Elegiré esta segunda
vía por dos razones: la primera, es que me parece “natural” conocer y com
prender lo que otros han hecho antes que nosotros acerca del mismo tema2,y
es así como hemos procedido 3 ; la segunda, es que toda la originalidad eventual
de este trabajo no será definida a menos que se inscriba en la confrontación cori
lo que lo ha precedido o lo circunda..Por fin, si el decurso científico consiste en
simplificar los hechos observados para extraer los conceptos necesarios para la
constitución de todo modelo, debemos antes que nada esforzarnos por definir,
el objeto, el dominio. Eso es lo que haré.
2. DEFINIR LA ARGUMENTACION
Hay que reconocer que la lectura de las enciclopedias y de los dicciona
rios especializados procuran aquí muy poca satisfacción. O la argumentación es
definida como lo que está compuesto por argumentos y entonces basta con cla
sificar a esta última especie según su naturaleza y sus géneros. O el lexicógrafo
soluciona el problema evocando los universos en los que parece más frecuente
encontrar argumentaciones. Le Vocabulaire Philosophique4 de Lalande o el
Dictionnaire du Francais Contemporain5 pertenecen al primer caso porque se
nos presenta a la argumentación como una “serie de argumentos que tienden
todos a la misma conclusión; manera de presentar y de disponer los argumen
tos” o aún “conjunto de razonamientos que apuntan a una afirmación, a una
tesis” y el argumento es así “la prueba, el razonamiento aportado en apoyo de
una afirmación”. Al hacer esto no hacemos más que retomar a Littré6 quien se
contentaba con definir a la argumentación como “el arte de argumentar”. En
el segundo caso, la argumentación será caracterizada por lo que la produce o
aún por lo que ella puede manifestar. Así Foulquié7 escribe que “toda argu
mentación es el índice de una duda pues supone que hay lugar para caracterizar
o para reforzar el acuerdo acerca de una posición determinada que no sería su
ficientemente clara o no se impondría con suficiente fuerza” y3ñade: “el do
minio de la argumentación es el de lo verosímil, de lo plausible, de lo probable,
en la medida en que esto último escapa a las necesidades de cálculo”.
2. “Quien ha decidido centrar su atención en un tema más que milenario sería muy pre
tencioso si quisiera dar una definición de él, antes de haber estudiado la materia. Al
contrario, sólo podría ser ridículo si confesara no saber en absoluto de qué ha decidi
do ocuparse”. (Jean-Blaise Grize, “Réflexions pour une recherche sur L’argumenta-
tion”, Studia philosophica, 1970, XXIX, 72).
3. Esta reflexión se ha originado en nuestra estadía en el Centro de Investigaciones se-
miológicas de la Universidad de Neuchátel de 1969 a 1971, en un seminario sobre la
argumentación, animado en particular por Jean-Blaise Grize y Marie-Jeanne Borel.
4. París, P.U.F., 1951, 6ta edición.
5. París, Larousse, 1966.
6. París, Pauvert, 1951.
7. Dictionnaire de la langue philosophique, París, P.U.F., 1 962.
En efecto: “la naturaleza misma de la deliberación y de la argumentación
se opone a la necesidad y a las evidencias, pues no deliberamos allí donde la
solución es necesaria y no se argumenta en contra de las evidencias”.
Estos pocos ejemplos bastan para mostrar que si bien se sabe qué es un ar
gumento, no siempre se sabe qué es argumentar. “Encadenar argumentos” no
significa gran cosa. La cuestión preliminar que mencioné se reintroduce enton
ces: ¿debemos contentarnos, como escribió Pascal8 irónicamente, con catalo
gar aquí algunas especies de argumentos sin disponer del genio de Aristóteles?
¿O debemos por el contrario intentar la elaboración de una definición general
necesariamente incompleta pero considerada como etapa parcial de todo decur
so de análisis? En verdad, esta alternativa me parece falsa; es necesario, en efec
to, considerar a la vez todo lo que concretamente puede ser experimentado o
dado como forma de argumento y, paralelamente, examinar las condiciones
que justifican y hacen necesaria toda argumentación. Ambas condiciones cons
tituyen el diálogo de una práctica metodológica al mismo tiempo que emanan
del examen de ese problema que es definir la argumentación.
3. EL PROBLEMA
Algunos de los discursos que un hablante A dirige a un oyente B pueden
ser en efecto calificados intuitivamente como argumentativos y esto se hace
más fácilmente cuando, como ocurre con frecuencia, el lugar de B es ocupado
por un auditorio, es decir por un conjunto de personas que escuchan el discur
so. Al hacerlo nos vemos tentados a asimilar la argumentación al discurso y a
justificar esto declarando que las operaciones de la vida social implican que no
existe ningún discurso que, insertado en un contexto humano, no sea argumen
tativo, es decir que no detente intenciones y procesos persuasivos. El discurso
es presentado entonces como un conjunto de estrategias que apuntan a conven
cer a los otros. La investigación, en consecuencia, debe referirse al funciona
miento de estos fenómenos de influencia. Una tipología de los niveles de con
vicción puede asimismo ser visualizada y eso debe ser acompañado por una cla
sificación de los auditorios según su modo de composición. Nos vemos así con
ducidos a definir especificidades de argumentación y no una especificidad de
argumentación, traduciéndose esta última ya sólo en mecanismos de interac
ción social con la exclusión de los fenómenos que atañen al orden del lenguaje.
Esta limitación no escapa seguramente al investigado., quien para mitigarla
se esforzará por volver a ligar los contenidos argumentativos y los impactos de
esos contenidos o “los modos de adhesión” del auditorio. Para hacerlo precisa
rá no solamente observar los efectos al nivel del auditorio ya sea empíricamen
te, ya sea experimentalmente, sino además definir los tipos de acceso a ese con
8. “De manera que después de tantas comprobaciones de su debilidad, han juzgado que
se conforma más al propósito y que es más fácil censurar que repartir, pues les es
más sencillo encontrar monjes que razones”. (Provinciales, 3ra. carta).
tenido. Si insiste en no querer descuidar los fenómenos de interacción orador-
auditorio, necesitará además elegir un método de análisis de ese discurso con
siderado ya como un texto. Esta última necesidad plantea toda una serie de
problemas semánticos, buen número de los cuales no han sido hasta el día de
hoy más que resueltos de manera incompleta.
Pero esto no es todo. Imaginemos, en efecto, un abogado que pleitea. Su
situación personal en el tribunal y en la ciudad, la composición del jurado, las
circunstancias políticas y económicas del momento, todo ello tiene consecuen
cias sobre la producción de su alegato. Lo mismo ocurre con su tono y con sus
gestos, con las imágenes de las que se sirve y los testimonios que producirá. Na
da de todo ello es despreciable y coordinar el conjunto de estos elementos plan
tea problemas metodológicos considerables. Todos estos factores apelan ade
más a técnicas de análisis y de control a menudo muy apartadas unas de otras 9.
Y es allí sin duda donde interviene el peligro de elegir un procedimiento cuyo
mérito sería simplemente el de existir. Las técnicas disponibles son tan poco
numerosas y éstas ni siquiera son exhaustivas. En realidad no se hará más que
reproducir allí una dirección o unas direcciones entre las ya desarrolladas. Esto
que acabo de decir del problema de definir la argumentación deja entender que
la literatura nos provee, generalizando, de dos tipos de aproximación a los fe
nómenos argumentativos. En un caso se trata de reducirlos a la interacción ora
dor-auditorio y en consecuencia de examinar los modos de composición de ese
auditorio. En el otro caso, la observación de los contenidos y de los procedi
mientos permitirá ya sea definir la argumentación a partir de las premisas del
discurso, ya sea juzgarla por comparación a otros tipos de razonamientos. Pero
me parece necesario precisarla y ruego a mis predecesores que perdonen ciertas
libertades que adoptaré para simplificar sus concepciones con el objeto de ser
claro.
4. LOS ENFOQUES ANTERIORES ACERCA DE LA ARGUMENTACION
4.1. Argumentación y demostración
Es preciso constatar, en primer lugar, que todos aquellos que después de
Aristóteles quisieron estudiar la argumentación lo hicieron oponiéndola a los
fnódos de la demostración. Las cualidades reconocidas de esta última no po
dían dejar de llevar entonces a subrayar la imperfección formal de toda argu
mentación.
Así Ch. Perelman 10 escribe:
9. El lector podrá remitirse a lo que escribimos en 1970 con Marie-Jeanne Borcl, en:
Travaux du Centre de recherches sémiologiques, Neuchatel, n° 5.
10. F,1 Traite de lArgumentation (París, P.U.F., 1958) de Ch. Perelman representa un