Table Of ContentKARL  REINHARDT 
VIDA  Y  ESCRITOS 
Me ronda  hace tiempo  la tentación  de escribir  algo  sobre 
la figura y la obra, tan rica en inquietudes, de Karl  Reinhardt. 
Habiendo pasado, ahora veinticinco años, este helenista a me 
jor  vida,  tiene  ya  lugar  propio  en  la  erudición  clásica  de 
nuestro siglo. Cada dia se asegura más su prestigio en el gusto 
del público entendido. Cabeza clara y buida, se distinguía  por 
su delicadeza intelectual y por la nobleza de sus temas, por  un 
pensamiento sutil, rico en planteamientos  inteligentes y en las 
interpretaciones  más  valientes, a veces revolucionarias.  Tam 
bién  su  estilo,  por  su  distinción  literaria,  se  señalaba  con 
Fisonomía propia en la república de los estudiosos de las letras 
clásicas.  Su  individualidad  cimera  estaba  muy  por alto  sobre 
los  niveles  promedios  de  la  masa  llana  y,  acaso  por  ser  sus 
prendas tan altas, muchos las perdieron  de vista. Su  escritura 
—modelo  de lenguaje  y dechado  de espíritu—  no en todo  se 
atenía al patrón  marcado en los libros académicos y sanciona 
do  en  las cátedras  alemanas.  El propio  discurso,  la  voluntad 
de opinión,  el juicio  critico  hacían  de  Reinhardt  un  espíritu 
librepensante; a algunos pudo parecer un helenista guerrillero. 
Figura  en singular,  ajeno  a las bandas  y partidajes  por  preo 
cupación  de escuela,  la rabiosa  personalidad  de quien  ha ele 
gido ir en solitario fastidiaba  a algunos filólogos de suburbio, 
hechos como en serie y cuya personalidad  reside en la  imper-
7
JOSE S. LASSO  DE  LA  VECA 
sonalidad, en la falta de personalidad: le tenían por un  solita 
rio y un raro.  La manera de su escritura pudo parecer  dema 
siada  «literatura»,  dicho  así  como  con  desdén.  Víctima  su 
obra  de los equívocos de una interpretación  más literaria  que 
científica,  al «artista-catedrático»  (dicho así como  argumento 
de imperfección)  lo filiaban  como a un  nietzscheano o lo  ad 
judicaban  al  círculo  de  cierto  poeta  y  visionario.  Tuvo 
Reinhardt,  sí, el aprecio de unos  pocos entendidos, el  cariño 
de  unos  cuantos  corazones.  Se hizo  entre ellos  un  puesto  de 
respeto. Su valor de fino revisor de los valores filosóficos  y li 
terarios de los autores griegos fue gustado y ponderado  como 
es  razón  por  un  público  selecto  de  buenos  catadores.  Pero 
cuando, casi al  final  de sus días, por haber  merecido bien  de 
su patria, se le otorgaron  halagadoras sanciones oficiales,  im 
pensadas  para  él mismo, tal reconocimiento  de méritos  tomó 
de sorpresa, en la sociedad que le envolvía, a los más.  Muchos 
le conocieron  entonces  por  primera  vez,  no demasiado  pron 
to.  Su muerte, en  1958, dio ocasión  a que se imprimieran  al 
gunos elogios del extinto, los más de ellos palabras blancas y 
loas  convencionales  inortis  causa;  pero  también  semblanzas 
atinadas en la pluma de algún compañero  de obra  '. 
Consecutivamente  a su muerte  —en  vida se es  demasiado 
de carne para ser ya de bronce— es cuando se ha  comenzado 
a admirarle cordial y reflexivamente.  Una superioridad que ya 
empezaba a serle reconocida ha ido encontrando, por peso de 
un  mérito  particular  que  quiebra  obstáculos,  la adhesión,  la 
preferencia de la critica inteligente; ha ido conquistando la cu 
riosidad,  el interés,  la admiración  copiosa  ante cualquier  mi 
rada  y ante  cualquier  juicio.  La  gloria  de  nuestro  helenista 
empieza a volar por el mundo.  Pues ha acontecido que,  como 
tantas veces, el buen  paño  en el arca  se vende y el tiempo  se 
encarga de separar lo que dura y se archiva de lo que muda y 
pasa. Así como hay reputaciones como jiste o espuma de cer-
KARL  RLINHARDT 
veza, que no resisten a un examen atento, para bien estimar el 
mérito de un helenista imparejo (y, además, delicado, pudoro 
sísimo) se requiere cierto cuento de años. Más de veinte han pa 
sado desde su muerte y su  fama  postuma  dilatándose  (y pro 
bablemente  teniendo  aumento  en el  futuro)  lé asegura  ya  un 
puesto  principalísimo  entre  quienes, en  la primera  mitad  del 
siglo, cultivaron la facultad y oficio de filólogo clásico  l 
Podrá  haber  también  quien  perennemente  se  resista  a 
Reinhardt.  Yo, por mi parte, busco y no hallo un par de hele 
nistas  contemporáneos  que  sean  a él comparables,  y lo  digo 
aunque yo, de mío, soy muy poco dado a la confección de esca 
lafones. En Reinhardt encontramos nosotros el pulso del hele 
nista que surge de raro en raro. Su obra tiene per  se un  valor 
que grandemente nos importa. Pero es que, además, ofrece ella 
no poca enseñanza histórica para el filólogo clásico cualquiera 
que, como cada quien en su campo respectivo, se hace la inevi 
table pregunta ¿qué hora es? en el actual presente de la Filolo 
gía  clásica,  que  es hoy  lo que  es porque  ayer  fue  otra  cosa; 
cuando nos preguntamos acerca del viraje de la Filología clási 
ca entre lo que fue en un pasado próximo y lo que va a ser en la 
hora advenidera.  La obra de Reinhardt,  en efecto,  representa 
vivamente la situación y la «crisis de los fundamentos»  en que 
se encuentra hoy la Filología clásica. Yo noto con mucho gusto 
que ésta no es sola opinión mía, sino que va tomando  aposento 
en una cantidad  cada vez mayor de cabezas la idea de que en 
Reinhardt  acaso  adquiere  su  perfil  más  representativo,  en 
nuestro y desde nuestro hoy, la situación de la Filología clásica, 
marcada por la inevitable permanencia y la obligada variación, 
por  la unidad  y el sucederse.  Vengo diciendo lo mismo  desde 
hace años, así es que, al ver que se extiende esta opinión,  no 
quepo en mí de placer. 
Diré, en  el plano  personal,  que estas  páginas  llevan  tam 
bién otra  intención.  Cuando  hace casi treinta años definía  yo
JOSL  S. LASSO  DL LA  VLGA 
un proyecto de viajar a Alemania para reformarme,  ya que no 
a formarme, como helenista, apenas conocía yo nada de Rein 
hardt, quien no se había jubilado en su cátedra de Frankfurt  y 
seguía  trabajando  en  la  madurez  de  los  años  y del  talento. 
Luego  le  he  leído  muchísimo  y conforme  le iba  admirando 
más  de cada  vez,  quizá  no  me  siente  decirlo,  pero  es la  ver 
dad que con  frecuencia  he pensado que, de haber sabido de él 
a tiempo, hubiera yo la dicha de encontrarme entre sus  alum 
nos y oyentes.  Esta hipótesis y este encuentro  no  pasaron  de 
hipótesis imaginativa  y de encuentro conjetural;  pero, en  fin, 
como lector de Reinhardt  le tengo el corazón agradecido y, en 
este papel, quisiera  hacer  honor  a mi deuda  o, al menos,  ha 
cer  un  primer  pago  a  cuenta. 
La  biografía  de  Reinhardt  la podemos  obtener,  aparte  de 
en la breve noticia de varios escritos conmemorativos  publica 
dos con ocasión  de su muerte, en unos papeles suyos  publica 
dos  en  1955, Akademisches  aus  zwei  Epochen,  uno  de  ellos 
con el título Cómo  llegué  a ser filólogo  clásico  Escritos  ori 
ginariamente  para  Norteamérica,  Reinhardt  se  permite  en 
ellos  una expansión  autobiográfica.  Pocos  años  antes  de  dar 
el vale definitivo a la vida, recoge sus memorias resucitando el 
tiempo fenecido. Se remonta a los pisos altos de la memoria y 
nos relata el empiezo de su carrera filológica,  acompañándolo 
de una apreciación  reflexiva.  Da un ligero vistazo a lo que era 
y es la Filología clásica alemana  y, al hilo de tales  recuerdos, 
se esclarece a si propio, se ha interpretado y glosado a sí mis 
mo.  Este comentario  sobre su vida y el propio quehacer  filo 
lógico  nos ayuda  a comprender  mejor  cómo,  por  qué y ven 
ciendo  cuáles  dificultades  ha  podido  llegar  a ser  lo que  fue; 
pero,  además  de su valor  documental  como  confesión  o  exa 
men de conciencia  (a distancia depuradora  los hechos se pre 
sentan  a la memoria evidentes y fatales, pero aclarados por el 
paso del tiempo), tienen estas páginas un encanto  profundo. 
10
KARL.  REINHARDF 
Vino  al  mundo  en  Detmold,  el  14 de  febrero  de  1886. 
Abrazó la carrera  filológica,  como él mismo dice, no  en  últi 
mo  lugar,  como  hijo  de  su padre.  Nacido  en  una  familia  de 
intelectuales, ha sido filólogo clásico por su casa, tuvo la Filo-
logia clásica por canción de cuna y por vida de relación  fami 
liar.  El padre,  de su mismo  nombre  (1849-1923), era  curator 
del  Gimnasio  «Goethe»  de  Frankfurt  y  antiguo  alumno  de 
Usener  y,  en  Basilea,  del  joven  Nietzsche  y de  Burckhardt. 
Una hermana  arqueóloga  que tenia era muy amiga del  filólo 
go  berlinés  Ludwig  Deubner.  Amigos  de  la  familia  eran  el 
propio  Usener  y Paul  Deussen,  estrecho amigo  de  Nietzsche. 
En  la casa  de  Reinhardt  entraban  estos  filólogos  y otros  de 
buena  compañía.  Educada  su mente, desde que le rayó la ra 
zón, en la tertulia de estos continuos de la casa,  Reinhardt  ha 
sentido, ya niño, despertarse en su corazón el gusto por  nues 
tros  estudios.  En  el  Gimnasio  de  su  padre,  tuvo  por  buen 
maestro a Bruhn. Como  fue para su padre ayer, va a Bona en 
1905  y,  en  aquella  Universidad  prestigiosa,  cursa  cuatro  se 
mestres. Fue iniciado en la poesía griega por  Bücheler y en la 
Historia  del  arte  y  Arqueología  por  Brinckmann  y  Georg 
Loeschke  (1852-1915,  ordinario  de  Arqueología  en  Bonn, 
1889-1913,  y  Berlín,  1913-1915).  Cursa  esta  úUíma  en  Mu 
nich:  sus  dos  citados  maestros  pareció  que  iban  a  revocarlo 
del camino de la Filología, torciendo su inclinación.  Pero  por 
azares de la vida familiar  (ido su padre, pedagogo de calidad, 
con  un empleo en el Ministerio de Culto) se traslada a Berlín. 
El padre fue uno de los fundadores  de la Escuela Salem (en el 
castillo  del  Príncipe  Max  de  Badén),  cuyo  último  Director, 
Kurt  Hahn, fundó  Gordonstoun,  nombre que tanto dice en la 
historia de la educación contemporánea inglesa. En la  Univer 
sidad de Berlín tiene Reinhardt  ocasión de conocer a Wilam,o-
witz, quien  por  cierto  había  iniciado también  sus estudios  en 
Bona.  Las  relaciones  de  Wilamowitz  con  Usener  mejorarían 
11
JOSE S. LASSO DE LA  VEGA 
años  después .y el viejo  maestro  leía y celebraba  los  escritos 
del discípulo; pero, durante  su mansión  en Bona,  no  fueron 
estrechas ni influyentes y, estando así las cosas, a Reinhardt el 
ambiente  científico  de  Bona  no  le había  predispuesto  dema 
siado bien para con  Wilamowitz. 
El  encuentro  con  Wilamowitz  —a  la  edad  Reinhardt  de 
veinte años— decidió su carrera  de filólogo  clásico. En  1910 
recibióse de doctor con una memoria latina sobre la alegoresis 
homérica  en  los  estoicos,  siendo  Wilamowitz  su  consiliario 
para la tesis doctoral. Enseña en un Gimnasio. Viaja a Grecia 
y Asia Menor,  tierras vibradas de aire pretérito. En  1914 ob 
tiene la facultas  docendi  universitaria,  habilitándose en  Bona 
con  su  viejo  maestro  Augusto  Brinckmann  y unas  Observa 
ciones  sobre  los tres primeros  libros  de Est rabón.  Este  trabajo 
no llegó a ir desde el bufete del autor hasta las cajas de la ofi 
cina impresora.  Reinhardt, ironista que sabe sonreírse  alguna 
vez de sí mismo, se daba el parabién por no haber visto estas 
sus primerias  en  letras  de molde  (por  suerte  no  publicadas): 
las cita incidentalmente en su amplio trabajo sobre Posidonio, 
de  1953, interesado  en  la  reconstrucción,  a  través  de  Estra-
bón,  del Posidonio  hombre  de ciencia. En  1916 lee  Filología 
clásica en la Universidad  de Marburgo como Profesor  Extra 
ordinario.  En  1918 le llaman  para  ocupar  la cátedra  que  en 
tonces vacó en la recién creada Universidad de Hamburgo.  En 
1923, al haber  regresado  Hans von Arnim  de nuevo a  Viena, 
queda una vacante en la Universidad de Frankfurt,  su  ciudad 
natal. Los trabajos ya publicados por Reinhardt sobre Filoso 
fía griega y, en especial, su primer libro de tema  posidoniano 
impresionan  favorablemente  a von Arnim;  se unen a ello los 
buenos oficios del amigo Mathias Gelzer (que había de ser su 
colega latinista de por vida) y nuestro helenista obtiene la cá 
tedra,  que  regentará  veinticuatro  años  cabales  (declinando 
una  invitación  para  volver  a  Hamburgo)  durante  el  periodo 
12
KARL  REINHARDT 
1923 a 1951, año de su jubilación. Los otros cuatro (de 1942 a 
1946) pasólos en Leipzig, donde tuvo a Friedrich  Klingner  de 
estrecho colega  y donde, al acabar  la Guerra  Mundial,  su si 
tuación debió de ser difícil, peligrando incluso de finar él y su 
esposa  de  muerte  límica  (algún  colega  suyo,  como  Walther 
Nestle, sí que murió, aunque no de hambre, sino  brutalmente 
asesinado por los polacos liberados: era nacionalsocialista,  sí, 
pero de los decentes). El profesor  se aparta de Leípsique y, de 
nuevo por los buenos oficios de Gelzer y otros amigos,  retor 
na en  1946 a Francoforte,  su villa  natal. 
A  propósito  de  incidentes  relacionados  con  la  situación 
política alemana de aquellos años alborotados y difíciles,  hace 
al caso, a nuestro caso, que recordemos cuál había sido, desde 
un comienzo, la actitud de Reinhardt.  Cuando el porvenir  de 
la Universidad alemana comenzó a envolverse en nubes proce 
losas y los errores y horrores del nazismo se dejaban  ya sentir 
en la vida académica,  expeliendo a los mejores  y  entronizan 
do, con frecuencia,  a la caquistocracia, no sin el concurso de 
cisivo de la estudiantina  fanatizada,  Reinhardt, que era abste 
mio  políticamente,  pero  poseía  desde  luego  nobleza  moral 
bastante  para  condenar  las  patrias  vergüenzas,  hizo  examen 
de conciencia y creyó tener el deber de renunciar a su cátedra. 
El 5 de mayo de 1933 escribe al Ministro nacionalsocialista  del 
ramo  y, en nombre  de la tradición  humanista  patria,  dentro 
de la cual él ha usado siempre de su venia  docendi,  le presenta 
su dimisión. Esa autoridad y otros nazis increíbles (puesto que 
no eran fanáticos) hacen lo posible por disuadirle y Reinhardt 
cree tener el terrible deber de quedarse en su patria y en su cá 
tedra. No digo yo (sería indelicado) si hizo bien o mal. Digo sí 
(pues  el tema  se me  pone  por  delante,  a pesar  mío)  que  esa 
elección  fue  un  rasgo  de valor,  aunque  el valor  sea de  puro 
aguante, sobre todo siendo nuestro hombre consciente de que 
su  gesto  podría  dar  armas,  no  de  buen  temple,  a  los  mal-
13
JOSE S. LASSO DE LA  VEGA 
querientes. En  1955, en las notas autobiográficas  citadas  más 
arriba '', Reinhardt ha hablado del tema, sobremanera  iname 
no, ha aducido documentos y todo ha quedado claro. El caso 
es que,  en  aquella  hora  moral  difícil,  el maestro  ha  seguido 
enseñando  públicamente  y los bellos ensayos colegidos  luego 
en el volumen  Von  Werken  und  Formen  han sido escritos  en 
Frankfurt en esos duros años (1933-1942), sangrando tal vez el 
corazón de Reinhardt  de las amistades dramáticamente  rotas, 
al ser separados de la docencia grandes sabios y amigos  ínti 
mos,  como  Tillich,  Kantorowicz,  Kurt  Riezler,  al  ausentarse 
luego  de  Frankfurt  otros  íntimos  como  Kommereil  (ido  a 
Marburgo), Otto (a Königsberg,  en  1934), Langlotz (a  Bonn, 
en 1941), al morir en el frente béhco Hans Lipps... Hay en los 
trabajos  obrados  durante  esos  años  algunas  páginas  que 
hablan  advertidoramente  de la actualidad  de los días  que  su 
autor vivía. En los primeros días de febrero  de  1943, días  de 
la catástrofe  de Stalingrado,  Reinhardt  ha  escrito  un  ensayo 
luminoso  Tucídides  y  Maquiavelo^,  donde,  reflexionando 
sobre el príncipe  que soñó  Nicolás Maquiavelo  y sus  antece 
dentes griegos en la doctrina según la cual, en la lucha del vi 
vir,  la  fuerza  es el derecho,  deja  oír  lo  que  verdaderamente 
pensaba  sobre la situación  política  de su patria.  Un  capitulo 
como el intitulado  Von  Wesen  des Sieges,  en el libro sobre Es 
quilo,  se ve claro  que  ha  sido  escrito  en  esos  años  difíciles. 
Cuando traduce, tan bellamente, el himno a Zeus de  Agame 
nón  comenta: Esta  plegaria  ha surgido  —muy  otramente  que 
el presente  intento  de  traducción  a comienzos  del año  1945— 
no  en  tiempos  de  derrumbamiento,  sino  de  ascensión  inaudi 
ta,  casi  atemorizante... 
De nuevo, pues, en Frankfurt desde 1946, Reinhardt  rehace 
su vida,  también  en  sus  aspectos  más  humildes  y  materiales 
(durante varios años tiene que habitar en una vivienda de pre 
sencia franciscana).  En  1949 rinde viaje a Norteamérica,  invi-
14
KARL  REINHARDT 
tado a Chicago durante un semestre. Jornadistas ambos de la 
celebración  de Goethe  en  Aspen  (Colorado),  nuestro  Ortega 
ha coincidido allí con  Reinhardt.  No resisto a la tentación  de 
ingerir  aquí  una  cita  literal  de  las palabras  del  filósofo  Vi 
llegar  allí los  eminentes  profesores  alemanes  que  habían  sido 
invitados  al festival  goethiano.  Llegaban  como  náufragos  que 
ganan  una  playa,  envejecidos,  arrugados,  agrios,  encerrados 
dentro  de sí  como  ciudades  sitiadas,  recelosos  del  contorno. 
Fue para  tní  una  experiencia  ejemplar  asistir  a la  metamorfo 
sis  que  pocos  días  después  se  había  producido  en  aquellos 
hombres.  Nos  aparecieron  —el  querido  Curtius,  el  querido 
Reinhardt—  CODÍO  súbitamente  rejuvenecidos.  Las  arrugas 
adventicias  habían  desaparecido.  Las  caras  sonreían.  Sus  al 
mas,  perdida  la sns/iicacia,  se habían  abierto  a cuanto  las  ho 
ras  traían.  Su  conversación  era  un  manantial  constante  de 
ocurrencias,  ingeniosidades,  certeras  sentencias;  en  suma, 
habían  vuelto  a ser.  Reinhardt  leyó, en  aquella  conmemora 
ción, su trabajo  Goethe  and  Antiquity. 
Se jubila en  1951 l  Individuo de número de las Academias 
Bávara, Sajona  y Alemana de Ciencias, correspondiente de la 
Academia  Británica  y doctor  honoris  causa  en  Derecho  por 
Frankfurt,  en  1952  le  concedieron  el  ingreso  en  la  «Ordre 
pour le Mérite», que él acogió con la indiferencia  y la bondad 
de un verdadero sabio; el Protector  de la Orden  y  Presidente 
de la República  Federal  por  aquel entonces, Theodor  Heuss, 
era también el más destacado de los tres editores de la enciclo 
pedia Los  grandes  alemanes,  en cuyo tomo quinto  Reinhardt 
publica  un  admirable  artículo  biográfico  sobre  Wilamowitz. 
Estos años de jubilación  en las tareas docentes han sido  muy 
fructuosos  para las labores de investigación, en materia homé 
rica sobre todo y en algunos otros temas. En el otoño de  1957 
Reinhardt  lee en la «Eranos-Tagung»  de Ascona un  bellísimo 
ensayo sobre Eurípides que es su último trabajo  en vida  Es 
15
JOSÉ S. LASSO DE LA  VEGA 
sólo un admirable proyecto, sólo programa  y no todavía  rea 
lización del libro sobre Eurípides que, junto con los ya publi 
cados  sobre  Sófocles  y  Esquilo,  pudo  haber  completado  el 
trío de obras reinhardtianas dedicadas a los tres tragedos  ate 
nienses. Quedó en apunte de un posible e imposible libro, y la 
muestra que aquí se nos ofrece nos deja con la miel en los la 
bios. Al leer este ensayo sobre la «crisis de la razón» en el tea 
tro de Eurípides  —un  lejano  paralelo  del pesimismo  europeo 
«fin de siglo» XIX y del nihilismo radical, cuyo profeta ha si 
do  Kafka—,  creemos  advertir  también  no  sé qué leve  espina 
de  melancolía  personal,  como  sí  hubiera  sido  escrito  con  el 
corazón estibado en el presentimiento de inminencias capitales 
mal definidas. A finales de ese mismo año le coge a  Reinhardt 
una  inapelable  enfermedad  que  le acabó  la  vida  meses  des 
pués. Murió, ponderado de los inteligentes (el espíritu  más  ri 
co  desde  Hofmannsthal,  le  había  llamado  años  atrás  Max 
Kommerell,  un crítico literario de muchísima  valía,  conocido 
entre  nosotros  especialmente  como  sutil  calderoniano),  a  los 
71 años de su edad,  el día 9 de enero de  1958. 
No  era,  de  suyo,  hablador.  Callaba  mucho.  Había  ratos 
en que no se le podía sacar una palabra del cuerpo. Pero  los 
que le alcanzaron  hablan  de su encanto personal y atestiguan 
que era espíritu más jovial que saturnino. Poco decidor, sí, y 
amigo  de convocar  al espíritu  que  se hace  silencio; pero,  sin 
embargo de esto, conversable en su momento y nada  huraño. 
El gesto que animaba  su lenguaje  era  vivaz con  soltura  sufi 
ciente, expansivamente expresivo, a veces se diría que  teatral. 
En  el departir  era de discreta eutrapelia.  Una  caída en la  in 
fancia le había dejado  una pierna físicamente  maltrecha y, en 
su porte, la traza del oribe olímpico, de un Hefesto tullido: la 
faz redonda,  carrillosada,  el pie seco, también esto  colabora 
ba  al  dinamismo  mágico  de  su  persona.  Sin  tomarse  dema 
siado en serio a sí mismo (un tanto al margen de sí mismo, es-
16
Description:aconseja acervar como suyos, porque descubre en ellos su ma- tiz y su timbre. Quien quiera encontrar a Posidonio y dar cierto orden y fisonomía a su