Table Of ContentFrantz Fanón
PiPií
P I E L N E G R A,
M Á S C A R A S
B L A N C A S
F R A N T Z
F A N O N
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Diseno de interior y cubierta: RAG
Traducción de
Iría Álvarez Moreno (textos de Judith Butler y Sylvia Wynter),
Paloma Monleón Alonso (textos de Lewis R. Gordon y Nelson Maldonado-Torres)
y Ana Useros Martín (textos de Frantz Fanón, Samir Amin e Immanuel Wallerstein)
Reservados todos los derechos.
De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270
del Código Penal, podrán ser castigados con penas
de multa y privación de libertad quienes
reproduzcan sin la preceptiva autorización o plagien,
en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica
fijada en cualquier tipo de soporte.
Título original: Peau noire, masques blancs
O Éditions du Seuil, 1952
© de sus respectivos textos, Samir Amin, Judith Butler, Lewis R. Gordon, Ramón Grosfoguel,
Nelson Maldonado-Torres, Walter D. Mignolo, Immanuel Wallerstein y Sylvia Wynter, 2009
© Ediciones Akal, S. A., 2009
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-2795-9
Depósito legal: M. 7.799-2009
Impreso en Lavel, S. A.
Humanes (Madrid)
Piel negra, máscaras blancas
Frantz Fanón
akal
Introducción
Frantz Fanón
en Africa y Asia
Samir Amin
Frantz Fanón es una figura respetada y querida en toda África y Asia.
Fanón era un individuo de envergadura, de gran calidad, tanto por la sutileza de
sus juicios como por su valentía a la hora de decir la verdad. Era psiquiatra y no po
día sino ser un buen psiquiatra. Piel negra, máscaras blancas y sus otros escritos sobre
las enfermedades mentales que aquejaban a los colonizados argelinos a los que él tra
taba, son el mejor testimonio al respecto. Pero, yendo más allá, él ha sido un auténti
co revolucionario. Su libro Los condenados de la tierra explícita su visión de la nece
saria revolución que librará a la humanidad de la barbarie capitalista. Y como
revolucionario conquistó el respeto de todos los africanos y asiáticos. Helmy Shaara-
wi, en un hermoso texto publicado en árabe, Fanón en Afrique, ha dibujado un cua
dro perfecto de su pensamiento en los movimientos de liberación del continente.
Fanón, las Antillas y la esclavitud
Fanón nació antillano. La historia de su pueblo, de la esclavitud, de su relación
con la metrópoli francesa fue, pues, por la fuerza de las circunstancias, el punto de
partida de su reflexión crítica.
Yo no conocí al joven Fanón de la época, pero mi historia política personal me
ha hecho conocer desde dentro la política de «la asimilación» que emprendió Fran
cia en las Antillas, en Guyana y en Reunión, inmediatamente después de la Segunda
Guerra Mundial.
La historia de la relación de Francia con sus colonias esclavistas es distinta de la
historia de la relación de Gran Bretaña con las Américas esclavistas y de la de Esta
dos Unidos con su colonia esclavista interna.
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La primera y única revolución social que conoció el continente americano, hasta
tiempos muy recientes, fue la de los esclavos de Santo Domingo (Haití), que con
quistaron su libertad por sí mismos. La pretendida «Revolución americana» del si
glo XVIII, como las posteriores de las colonias españolas, no fueron sino revueltas de
las clases dominantes locales que buscaban librarse de los tributos que pagaban a la
madre patria para continuar con la misma explotación de los esclavos y de los pue
blos conquistados que emprendieron las metrópolis del capitalismo mercantilista.
Nunca tuvieron una revolución en el sentido completo del término1.
La Revolución de Santo Domingo coincidía con la del pueblo francés. El ala ra
dical de la Revolución francesa simpatizaba, pues, de forma natural con la revolu
ción de los esclavos que conquistaban por propia mano su libertad y se convertían
por ese hecho en auténticos ciudadanos. Pero, por supuesto, los colonos del lugar
no lo entendían así. El retroceso de la Revolución francesa se tradujo en las Antillas
en el restablecimiento de la esclavitud, que fue nuevamente abolida por la Segunda
República en 1848 sin que, sin embargo, se aboliera su estatus colonial hasta 1945,
fecha a partir de la que se abre un capítulo nuevo de su historia. ¿Qué querían?
¿Cuáles debían ser los objetivos estratégicos de la lucha anticolonialista? ¿La inde
pendencia (por lejana que pareciera), la asimilación o la construcción de una «ver
dadera unión francesa», es decir, de un Estado multinacional, más o menos federa
do o confederado? Hoy podemos creer que la única opción progresista sólo podía
ser la independencia. Pero en la época las cósas se presentaban de una forma más
compleja, sobre todo entre los años 1946 y 1950.
Los partidos comunistas de las Antillas y Reunión pelearon en el terreno de la
asimilación y acabaron por lograrla. El resultado se impone hoy: la asimilación ha
creado tal dependencia económica y social que resulta difícil concebir que el movi
miento pueda invertirse y que las Antillas y Reunión puedan un día (para lo mejor o
lo peor) ser independientes. Aparente paradoja: si las Antillas y Reunión se han con
vertido hoy en algo indisociable de Francia, se debe a los esfuerzos coronados por el
éxito de los comunistas de la Francia metropolitana y de las colonias implicadas. La
derecha, que siempre se opuso a la asimilación de los derechos, que ayer defendía la
esclavitud y más tarde el estatuto colonial, no hubiera podido evitar que el movi
miento condujera aquí, como en las Antillas británicas y en Isla Mauricio, a la rei
vindicación independentista.
Por supuesto, a pesar de las profundas transformaciones que la departamentali-
zación produjo a partir de 1945, los efectos del pasado esclavista y colonial no pu
dieron borrarse ni de la memoria de los pueblos afectados, ni de la concepción agu-
1 Veáse Samir Amin, Le virus libéral, París, Le temps des cerises, 2003 [ed. cast.: El virus liberal,
Barcelona, Hacer, 2007].
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da de su identidad en sus relaciones con Francia. Piel negra, máscaras blancas pro
pone, sobre ese terreno, un análisis de una perfecta lucidez. El tratamiento de los
problemas que se abordan en esta obra nos permite percibir la singularidad (más
allá de los banales denominadores comunes) de los desafíos a los que se enfrentan
los negros de Estados Unidos, los de las Antillas británicas, los de Brasil, los negros
de Africa en general y los de Sudáfrica en particular. Remitiré estas diferencias a la
distinción que propongo entre colonialismo externo y colonialismo interno.
Colonialismo externo y colonialismo interno
El contraste centros/periferias es pues inherente a la expansión mundial del ca
pitalismo realmente existente en todas las etapas de su despliegue desde sus oríge
nes. El imperialismo que es propio del capitalismo ha revestido diversas y sucesivas
formas en relación estrecha con las características específicas de las sucesivas fases
de la acumulación capitalista: el mercantilismo (de 1500 a 1800), el capitalismo in
dustrial clásico (de 1800 a 1945), la fase posterior a la Segunda Guerra Mundial (de
1945 a 1990) y la globalización en camino de construirse.
En este marco de análisis, el colonialismo es una forma particular de expansión
de determinadas formaciones centrales (calificadas por este hecho de potencias im
perialistas) fundada sobre la sumisión de los países conquistados (las colonias) al
poder político de las metrópolis. La colonización es entonces «exterior», en el sen
tido de que las metrópolis por un lado y las colonias por otro, constituyen entidades
distintas, aunque las segundas estén integradas en un espacio político dominado
por las primeras. El imperialismo en cuestión es capitalista y no debe ser confundi
do con otras formas anteriores de dominación eventual ejercida por un poder sobre
distintos pueblos. La amalgama que trata el imperialismo del capitalismo moder
no en términos análogos a como se analiza el imperialismo romano no tiene mu
cho sentido. Los Estados multinacionales (los imperios austrohúngaro, otomano,
ruso y la URSS) constituyen igualmente fenómenos históricos distintos (en la URSS,
por ejemplo, las transferencias financieras iban del centro ruso a las periferias asiá
ticas, de manera inversa a lo que ocurre en los sistemas coloniales).
La primera colonización capitalista fue la de las Américas, conquistadas por los
españoles, los portugueses, los ingleses y los franceses. En sus colonias americanas,
las clases dirigentes de las metrópolis conquistadoras instauraban sistemas econó
micos y sociales particulares, concebidos al servicio de la acumulación en los cen
tros dominantes de la época. La asimetría Europa atlántica/América colonial no es
ni espontánea ni natural, sino perfectamente construida. El sometimiento de las so
ciedades indias conquistadas entra en esta construcción sistémica. El injerto de la
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trata negrera en este sistema se destina igualmente a ajustar su eficacia en tanto sis
tema periférico, sometido a las exigencias de la acumulación en los centros de la
época. El Africa negra, de donde proceden los esclavos, es de hecho la periferia de
la periferia americana. La colonización se despliega rápidamente más allá de las
Américas, entre otras cosas por la conquista de la India inglesa y de las Indias ho
landesas en el siglo XVIII y después, a partir de finales del siglo XIX, de África y el Su
deste Asiático. Los países que no fueron abiertamente conquistados (China, Irán, el
Imperio Otomano) fueron sometidos a tratados desiguales que hacen que su califi
cación de semicolonias tenga pleno sentido.
La colonización es «exterior» vista desde la metrópoli, esto es, desde las naciones
más industrializadas y, sobre todo, las más avanzadas en su modernización social gra
cias al empuje de sus movimientos obreros y socialistas y de las conquistas democráti
cas. Pero aquellos avances nunca beneficiaron a los pueblos de las colonias. La escla
vitud en la etapa anterior a este despliegue, los trabajos forzados y otras formas de
sobreexplotación de las clases populares, la brutalidad administrativa y las masacres
coloniales jalonan esta historia del capitalismo realmente existente. En este lugar de
beríamos hablar del verdadero «libro negro» del capitalismo, en el que se cuentan las
víctimas por decenas de millones. Estas prácticas, por supuesto, ejercieron una in
fluencia devastadora en las propias metrópolis; proporcionaron la peana para la deri
va racista de las culturas de las elites dirigentes e incluso de las clases populares, que se
convirtieron en medio de legitimación del contraste democracia en la metrópoli/auto
cracia salvaje en las colonias. La explotación de las colonias beneficia al capital del
centro en su conjunto, y las metrópolis sacan una ganancia suplementaria que deter
mina su posición en la jerarquía mundial (Gran Bretaña obtiene su hegemonía gracias
a la importancia de su imperio; Alemania, que llegó tarde, aspira a apropiárselo).
Los fenómenos de colonialismo interno se producen por las combinaciones par
ticulares de la colonización de población, por una parte, y la lógica de la expansión
imperialista, por otra. La acumulación primitiva en los centros asume la forma de
una expropiación sistemática de las capas pobres del campesinado y crea en conse
cuencia un excedente de población que la industrialización local no es siempre ca
paz de absorber íntegramente, dando así lugar a poderosas corrientes migratorias.
Más tarde, la revolución demográfica asociada a la modernización social se expresa
en el descenso de la mortalidad que precede al de la natalidad, reforzando, por lo
tanto, la emigración. Inglaterra proporciona el ejemplo precoz de esta evolución,
debido a la generalización de los «cercamientos» a partir del siglo XVII.
La formación de Nueva Inglaterra es el producto de esta coyuntura que rinde
cuentas de la naturaleza de los movimientos políticos/ideológicos que acompañan
esta inmigración. Los «pobres» (víctimas del desarrollo capitalista en la metrópoli)
reaccionan sumándose a sectas oscurantistas antiilustradas que organizan su partida
Description:La no valorización afectiva lleva siempre al abandónico a un sentimiento . abandónico negro. «The Cry of the Self as a Cali from the Other.