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Tabitha Suzuma Dark Guardians
SSiinnooppssiiss
Ella es guapa y talentosa, está en los dulces dieciséis y jamás ha besado a nadie. Él es
guapo, tiene diecisiete y está al borde de un futuro brillante. Y ahora se han
enamorado. Pero el único problema es… que son hermanos.
Lochan, de diecisiete años, y Maya, de dieciséis, siempre se han sentido más
amigos que hermanos. Juntos han tenido que intervenir por su madre alcohólica y
caprichosa para cuidar a sus tres hermanos menores. Como padres de facto de los
más pequeños, Lochan y Maya han tenido que crecer rápido, y el estrés de sus
vidas, y la forma en que se entienden tan completamente, también los ha acercado
más de lo que estarían dos hermanos normalmente. Tan cerca, de hecho, que se
han enamorado. Su romance clandestino florece rápidamente a un amor profundo
y desesperado. Saben que su relación está mal y que posiblemente no puede
continuar. Y aun así, no pueden detener lo que se siente tan increíblemente
correcto.
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Mientras la novela se inclina hacia un final explosivo y chocante, sólo una cosa es
segura: un amor así de devastador no tiene final feliz.
¿Cómo algo tan malo puede sentirse tan bien…?
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Puedes cerrar los ojos a las cosas que no
quieres ver, pero no puedes cerrar tu corazón
a las cosas que no quieres sentir.
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Anónimo.
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CCaappííttuulloo UUnnoo
Traducido por princesa_artemisa
Corregido por Pamee
Lochan
Miro las pequeñas carcasas crujientes y quemadas desparramadas a través de la
pintura blanca descascarada de las ventanas. Es difícil creer que estuvieron vivas
alguna vez. Me pregunto cómo sería ser aprisionado en una caja de cristal sin aire,
horneado lentamente por dos largos meses por el despiadado sol, capaz de ver al
exterior, el viento agitando los árboles verdes justo enfrente de ti, lanzarte una y
otra vez a la pared invisible que sella herméticamente todo lo que es real y vivo y
necesario hasta que finalmente sucumbes: chamuscado, exhausto, abrumado por la
imposibilidad de la tarea. ¿En qué punto una mosca deja de intentar escapar a
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través de una ventana cerrada? ¿Son sus instintos de supervivencia los que la
mantienen intentando hasta que es no es físicamente capaz de más? O ¿finalmente
aprende después de demasiados choques que no hay manera de salir? ¿En qué
punto decides que suficiente es suficiente?
Alejo mis ojos de las pequeñas carcasas y trato de enfocarme en la masa de
ecuaciones cuadráticas en el pizarrón. Una delgada capa de sudor cubre mi piel,
atrapando mechones de cabello contra mi frente, pegándose a mi camisa de la
escuela. El sol ha estado derramándose a través de las ventanas de tamaño
industrial toda la tarde y estoy sentado tontamente ante su total resplandor, medio
cegado por sus poderosos rayos. La elevación de la silla plástica se entierra
dolorosamente en mi espalda, mientras me siento semi reclinado con una pierna
extendida y los talones apoyados en contra de un radiador recargado en la pared.
Los puños de mi camisa cuelgan sueltos alrededor de mis muñecas, manchadas
con tinta y mugre. La página vacía me mira, dolorosamente blanca, mientras
trabajo en ecuaciones, escribiendo a mano de manera letárgica y apenas legible. El
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lápiz se desliza y se resbala en mis dedos pegajosos; despego la lengua de mi
paladar y trato de tragar. No puedo. He estado sentado así la mayor parte de una
hora, pero sé que tratar de encontrar una posición más cómoda es inútil. Demoro
demasiado en las sumas, ladeando la punta de mi lápiz de modo que quede
pegada al papel y hace un débil sonido de ralladura; si termino demasiado rápido
no tendré nada que hacer además de mirar moscar muertas de nuevo. Me duele la
cabeza. El aire está pesado, impregnado con la transpiración de 32 adolescentes
abarrotando un acalorado salón de clases. Hay un peso sobre mi pecho que me
dificulta respirar. Es algo más que este cuarto árido, este aire rancio. El peso
descendió el martes, en el momento en que caminé a través de las puertas de la
escuela, de vuelta a encarar otro año escolar. La semana no ha terminado y ya
siento que he estado aquí toda la eternidad. Entre estas paredes de la escuela, el
tiempo fluye como cemento. Nada ha cambiado. La gente aún es la misma: rostros
vacíos, sonrisas desafiantes. Mis ojos se deslizan a través de ellos mientras entro a
los salones de clases y sus miradas pasan a través de mí. Estoy aquí pero no aquí.
Los maestros me anotan en el registro pero ninguno me ve, porque hace tiempo
que he perfeccionando el arte de ser invisible.
Hay una nueva profesora de inglés, la señorita Azley. Alguna joven brillante de
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Abajo del Todo1: un descomunal cabello rizado agarrado por un pañuelo de
arcoíris, piel bronceada y enormes aros de oro en sus orejas. Parece
alarmantemente fuera de lugar en una escuela llena de profesores cansados, de
mediana edad y de rostros delineados con amargura y decepción. Sin duda alguna,
como esta australiana regordeta y alegre, ellos entraron a la profesión llenos de
esperanza y vigor, determinados a hacer la diferencia, prestar atención a Gandhi y
ser el cambio que quieren ver en el mundo. Ahora, después de décadas de
políticas, la burocracia de la escuela y control de masas, la mayoría se ha rendido y
están esperando el retiro temprano, con crema pastelera y té en la sala de
profesores como punto culminante del día. Pero la nueva profesora no ha tenido el
beneficio del tiempo. De hecho, no se ve mucho mayor que algunos de sus pupilos
en el salón. Un grupo de chicos hacen estallar una cacofonía de silbidos de
admiración hasta que ella se gira para encararlos, mirándolos desdeñosamente
hasta que comienzan a parecer incómodos y apartan las miradas. No obstante,
1 El concepto viene del hecho de que estos países se encuentran en el hemisferio sur, por debajo de muchos
otros países en el mundo, como Australia.
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surge una estampida cuando ella ordena que todos dispongan los escritorios en un
semicírculo, y con todos los empujones, juegos de pelea, golpes ruidosos entre
escritorios y deslizamiento de sillas, tiene suerte de que nadie salga lastimado. A
pesar del caos, la señorita Azley parece imperturbable; cuando finalmente todos se
calman, mira alrededor del ralo círculo y sonríe de alegría.
—Mucho mejor. Ahora puedo verlos a todos apropiadamente y todos pueden
verme. Espero que arreglen el salón antes de que llegue, y no olviden que los
escritorios necesitan regresar a sus lugares al término de cada clase. Cualquiera
que se vaya antes de hacer su parte tomará toda la responsabilidad por toda la
semana ¿Soy clara?
Su voz es firme pero parece no tener malicia. Su mirada sugiere que podría
tener sentido del humor. Los murmullos y las quejas de los usuales buscapleitos
están sorpresivamente en silencio.
Entonces anuncia que tomaremos turnos para presentarnos. Después de
exponer su amor por los viajes, su nuevo perro y su carrera previa de publicidad,
se gira a la chica a su derecha.
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Con disimulo, deslizo mi reloj al interior de mi muñeca y enfoco mis ojos sobre
los segundos que pasan relampagueantemente. Todo el día he estado esperando
esto, el final del periodo, y ahora que está aquí puedo casi escucharlo. Todo el día
he estado contando las horas, las clases, hasta esto. Ahora, todo lo que quedan son
minutos, y aún parecen interminables. Estoy haciendo la suma en mi cabeza:
calculando el número de segundos antes de la última campanada. Con sorpresa me
doy cuenta de que Rafi, el idiota a mi derecha, está balbuceando algo acerca de
astrología de nuevo, casi todos en el salón han volteado. Cuando Rafi finalmente
cierra la boca acerca de constelaciones estelares, de repente hay silencio. Alzo la
vista para encontrar a la señorita Azley mirándome directamente.
—Paso. —Examino mi uña del dedo pulgar y automáticamente mascullo mi
respuesta usual sin levantar la mirada. Pero para mí horror, ella no capta la
indicación. ¿No ha leído mi expediente? Aún estaba mirándome.
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—Me temo que pocas actividades en mis clases son opcionales—me informa.
Hay risas disimuladas en el grupo de Jed. —Entonces estaremos aquí todo el
día.
—¿No se lo dijeron? Él no habla inglés…
—O algún otro idioma. —Risas.
—¡Marciano, quizá!
La profesora los silencia con una mirada. —Me temo que no es cómo funcionan
las cosas en mis clases.
Le sigue otro largo silencio. Juego nerviosamente con la esquina de mi libreta;
los ojos de la clase queman mi cara. El estable tic-tac del reloj de pared se ahoga
con el latido de mi corazón.
—¿Por qué no empiezas diciéndome tu nombre?—Su voz se ha suavizado
ligeramente.
Me toma un momento deducir por qué. Entonces me doy cuenta de que mi
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mano izquierda ha dejado de jugar nerviosamente con mi libreta y ahora está
vibrando contra la página vacía. Me apresuro a deslizar mi mano debajo del
escritorio, murmuro mi nombre y miro esperanzadoramente a mi vecino. Él se
introduce ávidamente en su monólogo sin darle a la profesora tiempo de protestar,
pero veo que ella da un paso atrás. Ahora lo sabe. El dolor en mi pecho se
desvanece a un dolor mitigado y mis mejillas ardientes se enfrían. El resto de la
hora la ocupamos en un animado debate acerca de los méritos de estudiar a
Shakespeare. La señorita Azley no me invita a participar de nuevo.
Cuando finalmente suena el último timbre a través del edificio, la clase se
disuelve en el caos. Cierro de golpe mi libro de texto, meto mis cosas en mi
mochila, me levanto y salgo del salón rápidamente, zambulléndome en la refriega
para llegar a tiempo a casa. A lo largo del corredor principal hay alumnos
sobreexcitados saliendo en tropel por las puertas, para unirse a la delgada
corriente de gente: me chocan y golpean hombros, codos, mochilas y pies… logro
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llegar a una escalera, luego a la siguiente, y antes de casi cruzar el pasillo principal
siento una mano en mi brazo.
—Whitely. Una palabra.
Freeland, mi tutor formal. Siento mis pulmones desinflarse. El profesor de
cabello canoso con la cara hueca y arrugada me lleva a un salón vacío, indica un
asiento y entonces se encarama incómodamente en la esquina de un escritorio de
madera.
—Lochan, estoy seguro de que eres consciente, de que este es un año
particularmente importante para ti.
El nivel A de lectura otra vez. Doy un ligero asentimiento, forzándome a mí
mismo a encontrar la mirada de mi tutor.
—¡También es el comienzo de un nuevo año académico!—anuncia Freeland
brillantemente, como si necesitara recordarme ese hecho. —Nuevos comienzos. Un
nuevo comienzo… Lochan, sabemos que no siempre encuentras fáciles las cosas,
pero estamos esperando cosas grandiosas de ti en este semestre. Siempre has sido
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excelente en el trabajo escrito, y eso es maravilloso, pero ahora estás en tu último
año y esperamos que nos muestres que eres capaz en otras áreas.
Otro asentimiento. Una mirada involuntaria hacia la puerta. No estoy seguro de
que me guste el rumbo que está tomando la conversación. El señor Freeland da un
pesado suspiro. —Lochan, si quieres entrar en UCL, sabes que es vital que
comiences a tomar un papel más activo en clases…
Asiento de nuevo.
—¿Entiendes lo que estoy diciendo aquí?
Aclaro mi garganta. —Sí.
—Participación en clases, unirte a discusiones grupales, contribuir a las
lecciones, responder de verdad cuando hagan una pregunta, levantar tu mano de
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tanto en tanto. Es todo lo que pedimos. Tus notas siempre han sido impecables, no
hay quejas ahí.
Silencio.
Me duele la cabeza otra vez. ¿Cuánto más va a durar?
—Pareces distraído. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
—Sí.
—Bien. Suerte, tienes un gran potencial y odiaríamos ver que se desperdiciara.
Si necesitas ayuda de nuevo, sabes que podemos arreglarlo…
Siento que el calor sube a mis mejillas. —N-no. Está bien, realmente. Gracias de
cualquier manera. —Recojo mi mochila, lanzo la correa sobre mi cabeza y a través
de mi pecho y me dirijo a la puerta.
—Lochan—el señor Freeland me llama mientras camino. —Solo piénsalo.
Al fin. Me dirijo hacia Bexham, la escuela rápidamente desaparece detrás de mí.
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Son casi las cuatro en punto y el sol aún está ardiendo, la brillante luz blanca
rebota a los lados de los coches los cuales la reflejan en rayos desarticulados, el
calor hace que el alquitrán brille tenuemente. La autopista está llena de tráfico,
gases de los tubos de escape, bocinas sonoras, escolares y ruido. He estado
esperando este momento desde que la alarma me despertó esta mañana, pero
ahora estoy aquí y me siento extrañamente vacío. Es como ser un niño de nuevo,
bajar ruidosamente las escaleras para encontrar que Santa se ha olvidado de llenar
las calcetas; sólo que Santa, de hecho, está borracho en el sofá en el cuarto frontal,
yaciendo comatoso con otros tres amigos. He estado enfocándome tan duro en
salir de la escuela que parece que he olvidado qué hacer ahora que he escapado.
El júbilo que estaba esperando no se materializa y me siento perdido, desnudo,
como si hubiera anticipado algo maravilloso y de repente olvidara qué era.
Caminando por la calle, entretejiendo dentro y fuera de la multitud, trato de
pensar en algo, lo que sea, para encontrarlo.
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En un esfuerzo para sacudirme de mi extraño humor, troto a través del
agrietado pavimento pasando piedras y basura en la cuneta; la calmante brisa de
septiembre levanta el cabello de la nuca de mi cuello, la delgada suela de mis
deportivas se mueve silenciosamente sobre el pavimento. Aflojo mi corbata,
tirando el nudo hacia el medio de mi pecho y desabrocho los botones superiores de
mi camisa. Siempre es bueno estirar mis piernas al final de un largo e insípido día
en Belmont; evadir, rozar y saltar sobre la fruta embarrada y los vegetales
aplastados que los puestos del mercado dejaron atrás. Giro la esquina entrando al
familiar camino estrecho con sus dos hileras de pequeñas casas de ladrillo,
estrechándose gradualmente colina arriba. Esta es la calle en la que he vivido los
últimos cinco años. Únicamente nos mudamos a la casa de la junta después de que
nuestro padre se fue a Australia con su nueva esposa y la manutención de sus hijos
se detuvo. Antes, nuestra casa había sido una dilapidada casa rentada en el otro
lado de la ciudad, pero en una de las áreas agradables. Nunca fuimos ricos, no con
un poeta por padre, pero de alguna manera, las cosas fueron más fáciles de
muchas formas. Pero eso fue hace mucho, mucho tiempo. Ahora nuestra casa es el
número 62, de Bexham Road; un cubo gris de estuco de dos pisos y tres
dormitorios, densamente intercalada en medio de una larga línea de casas, con
botellas de refresco y latas de cerveza brotando entre las malas hierbas entre el
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portón roto y la puerta de un naranja desvaído.
La calle es tan estrecha que los autos, con sus ventanas cerradas o sus
guardabarros abollados, tienen que estacionarse con dos ruedas sobre el borde de
la acera, haciendo más fácil caminar por el centro de la calle que sobre el
pavimento. Pateando una botella de plástico aplastada de la cuneta, la regateo, el
golpeteo de mis zapatos y la reja de un plástico roto contra el alquitrán hace eco a
mi alrededor, uniéndose pronto una cacofonía: los ladridos de un perro, gritos de
niños jugando un partido de fútbol y el reggae bullicioso de una ventana abierta.
Mi mochila rebota y se sacude contra mis muslos y siento que algo de mi
malestar se disipa. Mientras troto, paso a los jugadores de fútbol, una figura
familiar pasa a los defensores de la potería e intercambio la botella de plástico por
la pelota; fácilmente esquivo a los chicos enfundados en sus grandes camisetas del
Arsenal mientras me siguen gritando protestas. El rubio se tira en picado hacia mí:
un pequeño hippie rubio con el cabello por debajo de los hombros, la una vez
Description:adolescente furioso en su habitación. —Oh. —Se relaja un poco, se frota los ojos con las palmas de las manos y parpadea soñolientamente hacia el