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TROTTA
COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS
Serie Religión
© Editorial Trotta, S.A., 2007
Ferraz, 55. 28008 Madrid
Teléfono: 91 543 03 61
Fax: 91 543 14 88
E-mail: [email protected]
http://www.trotta.es
© José María Castillo, 2007
ISBN: 978-84-8164-876-8
Depósito Legal: M. 96-2007
Impresión
Fernández Ciudad, S.L.
A tantas personas que, con su generosidad
y desprendimiento, me están ayudando eficazmente
en la educación y promoción
de los niños y niñas en El Salvador
CONTENIDO
Introducción 11
1. Los «peligros» de la espiritualidad 15
2. El centro de la espiritualidad cristiana 29
3. El Dios de la alegría y la alegría de los cristianos 41
4. Felicidad y alegría en la vida cristiana 59
5. La fe cristiana en una teología de frontera 75
6. Jesús: persona y proyecto 91
7. El miedo a los pobres 105
8. Nuevos retos, nuevas esperanzas 131
9. La utopía de Jesús 151
10. Globalizar la utopía del reino 173
11. La utopía secuestrada 189
Conclusión 197
índice 201
INTRODUCCIÓN
Si usted visita una buena librería, es muy probable que en ella en
cuentre una amplia sección dedicada a libros sobre esoterismo. Si
busca el sitio donde están los libros de religión, seguramente le va a
costar trabajo encontrarlo. Y si lo que pretende es dar con un Jibro de
espiritualidad, lo más seguro es que, si lo encuentra, estará entre los
abundantes y extraños títulos que hay en la sección de esoterismo. O
quizá dé con lo que busca en un rincón, donde están los títulos sobre
religión. La cosa, pues, está clara: los que venden libros saben per
fectamente lo que más le interesa a la gente. Y está visto que a buena
parte del público que entra en las librerías le atraen más los títulos
sobre esoterismo que los relacionados con la religión propiamente
tal. En otras palabras, el esoterismo le está ganando la partida a la
religión y, seguramente también, a la espiritualidad. ¿Por qué?
Es bastante probable que en esto influya una cosa que cualquiera
advierte. La religión impone deberes, prohibe cosas que nos gustan y,
además, amenaza al que no se porta bien. El esoterismo, por el con
trario, no prohibe nada, no amenaza a nadie, no suele imponer de
beres, sino que satisface la curiosidad, entretiene y ofrece soluciones
sorprendentes o excitantes para situaciones o asuntos que interesan,
a veces vivamente. Pero está claro que, en la medida en que lo que
acabo de decir es verdad, en esa misma medida el esoterismo lleva las
de ganar frente a la religión, que a mucha gente le resulta odiosa, pe
sada, aburrida o, por lo menos, molesta y desagradable. No en vano
al esoterismo se le llama también «meta-religión», o sea, algo que está
más allá de la religiosidad de siempre, es decir, más allá de lo que
enseñan los «hombres de la religión» con sus sermones, sus censuras
y sus amenazas. Y lo curioso es que, entre los libros de esoterismo,
los hay que tratan ampliamente el tema del demonio y del infierno,
las brujas y los exorcismos, el más allá y sus espantosos peligros, las
sectas, las creencias más extrañas, los misterios de la alquimia, la
numerología y la astrología. Yo no sé qué pasa con esto de los libros
esotéricos, pero el hecho es que tratan esas cosas más como historias
curiosas que como dogmas revelados por Dios. Y está claro que al co
mún de los mortales les agrada más saber cosas extrañas que cargar
con pesadas creencias y más pesacjas obligaciones. Incluso cuando
hablamos de asuntos estrechamente relacionados con la Biblia y el
Evangelio, nos encontramos con el mismo hecho: seguramente hay
más gente interesada en saber si Jesús estuvo o no estuvo casado con
María Magdalena que en saber lo que ese mismo Jesús quería decir
cuando hablaba del reino de Dios. Lo de María Magdalena tiene
morbo, en tanto que lo del reino de Dios nos suena a homilía rutina
ria de una misa cualquiera.
Pero con lo que acabo de decir me parece que no se da razón
suficiente para explicar por qué (al menos en amplios sectores de la
población) el esoterismo ha cobrado más importancia que la religión
v la espiritualidad. Tengo la impresjóx) de que aquí se juntan dos fac
tores que explican lo que está pasando. Por una parte, hay mucha
gente que está harta de religión, de Iglesia, de curas y obispos, de
sermones, mandamientos y prohibiciones, con sus correspondientes
amenazas de castigos en este mundo o en el otro. Pero, al mismo
tiempo, también es verdad que esa mismas gentes, que rechazan la
s
religión o quizá no se interesan en absoluto por ella, se hacen pre
guntas para las que no tienen respuesta. Preguntas que no se plantean
por simple curiosidad, sino porque no le ven sentido a esta vida o a
muchas de las cosas que vemos y hacemos en esta vida. Y, entonces,
lo que ocurre es que quienes se sienten así (que creo son muchísimos
ciudadanos) buscan, quizá afanosamente, las soluciones que anhelan
y las respuestas que no encuentran. Pero como resulta que su rechazo
de la religión y de la Iglesia les cier el paso de la espiritualidad de
ra
siempre, buscan la salida por la vía del esoterismo, las ciencias ocul
tas, la astrología, la alquimia, los brujos y sus conjuros, los adivinos
y visionarios, las intrigas de los grupos sectarios más extraños, con
sus historias apasionantes del pasado y sus sorprendentes soluciones
para el presente. Con una ventaja añadida, y es que todo esto resulta
menos pesado que el yugo de la l^y, que posiblemente el confesor
de turno te va a cargar en las espaldas, y más entretenido que las
manidas cosas que siempre nos dijeron en el catecismo de la doctrina
cristiana. Cosas que casi nadie entendía y que, además, resultaban
aburridísimas.
Así las cosas, la religión se ha ganado a pulso el descrédito en que
se ve metida hasta las cejas, mientras que cualquier indocumentado
te escribe un tratado de esoterismo que al día siguiente de salir a la
calle está considerado como un best seller. Y por eso, no hace mucho,
me vino a la cabeza la idea de componer un libro de espiritualidad
para insatisfechos. En él he recogido varios artículos publicados en los
últimos años en diversas revistas de investigación o de divulgación
teológica. Y confieso que he recogido estos materiales movido por
tres ideas que creo fundamentales. En primer lugar, el centro de la es
piritualidad cristiana no está en la renuncia a todo lo bueno y gozoso
que Dios ha puesto en este mundo, sino en la vida, en la plenitud de
la vida, en la dignidad de la vida y también en el goce y el disfrute
de la vida. En segundo lugar, la espiritualidad cristiana comporta
unas exigencias éticas que arrancan del mensaje de Jesús sobre el rei
no de Dios, lo que no significa reducir el cristianismo a un proyecto
ético, porque la ética de Cristo no se puede llevar a la práctica si no
se vive desde una profunda experiencia mística. Y, en tercer lugar, la
espiritualidad cristiana no se puede vivir sino desde una verdadera
pasión por la utopía. De forma que la utopía tiene que ser el motor
de toda persona que pretenda tomar en serio la espiritualidad que
brota del Evangelio.
•I
1
LOS «PELIGROS» DE LA ESPIRITUALIDAD
La dificultad
Para hablar correctamente de «espiritualidad» hay que empezar ha
blando de «peligros». Porque, por más chocante que resulte, la pura
verdad es que la espiritualidad cristiana, tal como muchos la entien
den, la enseñan o la practican, está erizada de serios «peligros». En
otras palabras, hablar de espiritualidad es hablar de un asunto que
entraña serios peligros.
Empezando por la palabra misma, mucha gente no entiende a
qué se refiere eso de la espiritualidad. Pero, sobre todo, hay que tener
en cuenta que «espiritualidad» viene de «espíritu». Y, para muchas
personas, el espíritu es lo que se contrapone a la materia, al cuerpo, a
lo que inmediatamente se nos mete por los ojos y palpamos, es decir,
a lo más sensible, lo más cercano, incluso se podría decir que a lo
más nuestro. De ahí que muchos cristianos tengan la impresión de
que la espiritualidad es algo que, como sea, entra en conflicto con la
felicidad humana, con el goce y el disfrute de la vida, con aspiracio
nes muy profundas que todos llevamos inscritas en la sangre misma
de nuestras ideas más queridas. Y mucha gente, casi sin darse cuenta,
saca la siguiente conclusión: parece como si el que se dedicara a la
espiritualidad tuviera que renunciar a ser plenamente feliz porque,
según esa manera de pensar, tendría que renegar de una parte esen
cial de sí mismo.
Esta dificultad tiene su explicación, en buena medida, en la his
toria misma de la palabra «espiritualidad». En efecto, durante mu
chos siglos los autores que lian hablado de este asunto han asociado
la palabra «espiritualidad» a la negación de la corporalidad, de la
materia, o también de lo que llamaron la «animalidad». El término
«espiritualidad» no es demasiado antiguo. Aparece por primera vez
en una carta del pseudo Jerónimo, cuyo autor parece que fue Pelagio
o uno de sus discípulos1. Pero en este escrito no tiene una significa
ción precisa. Y tal imprecisión se mantuvo hasta el siglo XI. Conviene
tener en cuenta que, en todo ese tiempo, esta palabra se utiliza raras
veces2. Hacia 1060, Berengario de Tours se sirve de este término en
su interpretación de la presencia eucarística; y lo significativo es que,
para este autor, «espiritualidad» se contrapone a «sensualidad»3. En
el siglo xn, Gilberto de Nogent, monje de Beauvais, habla de la espi
ritualidad como lo contrapuesto a las imaginaciones que comporta la
poesía4. Y en el mismo tiempo, hacia 1120, Rimbaldo de Lieja afirma
de manera terminante: «Si queremos ver las cosas propias de Dios,
es necesario que depongamos la animalidad y asumamos la espiritua
lidad»5. Más tajante aún, en el siglo xill, es Guillermo de Auvernia,
que contrapone la espiritualidad a la brutalidad o animalidad6. Por
su parte, Tomás de Aquino utiliza spiritualitas en un sentido ascético
y distingue en ella tres grados, según se triunfe más o menos sobre la
carnalitas. Tales grados corresponden, ante todo, a las vírgenes, en
segundo lugar, a la viudas, y finalmente a las personas casadas7.
En todos los casos citados, como se ve de una parte o de otra,
la espiritualidad es lo que se opone a la corporalidad, incluso a la
sensualidad o a lo que algunos autores llaman la brutalidad. Así, la
espiritualidad nació ligada al desprecio de lo sensible y lo corporal. Y
hay que tener en cuenta que esta tendencia se prolonga en los siglos
siguientes. Por ejemplo, Juan de Meung contrapone espiritualidad a
carnalidad8. Y en el siglo xv, para Juan Gerson, la espiritualidad es
lo que caracterizaba a san José, que era todo pureza, todo castidad9.
1. Epist. VII, 9. PL30, 118 C. Cf. A. Solignac, «Spiritualité», enDictionnaire de
spiritualité, Beauchesne, París, XIV, p. 1143.
2. A. Solignac, o. c, pp. 1143-1144.
3. De sacra coena adversus Lanfrancum, 37, ed. de W. Beenkenkamp, Den
Haag, 1941, p. 106.
4. De vita sua, I, 17. PL 156, 874 AB, ed. de E. R. Labande, Paris, 1981, p.
138.
5. De vita canónica, 11, ed. de C. de Clercq, CCM 4, I 466, p. 28.
6. De anima, c. 5, XII, en Opera, 2/2, 130 a-b. Cf. A. Solignat, o. c, p. 1145.
7. In WSent., d. 49, q. 5, a. 2, sol. 3.
8. Citado por F. Godefroy, Dictionnaire de ¡a langae jraitcitise dn ix au xv siecle,
vol. III, Paris, 1884, 524 b. Cf. A. Solignac, o. c, p. 1 146.
9. Outres considérations sur sainl Joscpb, ni I' (iloiu-u* (ni.), í'nnivn' fnincaise
VII, Desclée, Paris, 1966, p. 95.
Es decir, la espiritualidad, según esta forma de pensar, es la negación
del uso de la sexualidad.
En el fondo de esta manera de pensar subyace la contraposición
entre lo divino y lo humano, un asunto del que hablaré más adelante
en este libro. De momento, baste decir que, de acuerdo con los textos
que he citado, la espiritualidad es propia de la esfera de lo divino,
quedando lo humano relegado a lo que el cristiano debe despreciar
o, por lo menos, dominar y someter. En este sentido, un ejemplo
relativamente reciente (de hace menos de un siglo) es el Manuel de
Spiritualité de Auguste Saudreau, que define la espiritualidad como
«la ciencia que enseña a progresar en la virtud y particularmente en el
amor divino»10. El amor humano, las luchas y el empeño por la vida,
por esta vida, por la política y el progreso, y, más aún, los gozos, las
alegrías y el disfrute de este mundo, todo eso ha quedado tradicio-
nalmente al margen de la espiritualidad o incluso en contra de ella.
Lo cual es tanto como decir que lo más entrañablemente humano se
ha visto alejado y ajeno a la espiritualidad, por no decir en oposi
ción a ella. De donde ha resultado que, para mucha gente, adentrarse
por los caminos de la espiritualidad es tanto como renunciar a una
porción esencial de sí mismo o, más simplemente, mutilarse en algo
esencial a nosotros mismos. Renunciar, por tanto, a lo que es real
mente irrenunciable.
La espiritualidad «inaceptable»
Por lo que acabo de explicar, se comprende que el primer capítu
lo de este libro lleve por título «Los 'peligros' de la espiritualidad».
Porque es evidente que una espiritualidad comprendida como acabo
de indicar tiene que resultar inaceptable para el común de los morta
les. Porque los hombres y mujeres de este mundo lo que lógicamente
queremos es ser felices, realizarnos plenamente, conseguir el logro
de nuestras aspiraciones y anhelos más profundos. De ahí que una
espiritualidad que entra en conflicto con esas aspiraciones y anhelos
es una espiritualidad abocada al fracaso. Cosa que (no sé si por suerte
o por desgracia) ocurre con frecuencia.
Por supuesto, en este asunto, como en tantos otros, sería una equi
vocación y hasta una inmoralidad pretender a toda costa presentar
la mercancía de una manera atrayente para ilusionar ingenua y falsa
mente a la clientela. Quiero decir que no se trata de ofrecer una espi-
10. P.iris, 1917, p. 7.