Table Of ContentEstanislao Bachrach
En cambio
Aprendé a modificar tu cerebro para cambiar tu vida y sentirte mejor
Ilustraciones de Max Aguirre
Sudamericana
Dedicado a Vicky, Uma y Valentín,
mis verdaderos impulsores del cambio.
A Joaco, Ale y mis padres, Silvia y Goyo.
A mis amigos Fer, Lucas, Dani y Gastón.
A Jorge Bracco.
Agradecimiento:
A Flor Cambariere, Juan Pablo Cambariere y Max Aguirre.
A Nano, Guso, Vale, Viki y Ailín:
Creative Brains at Work (www.cbatwork.com).
Voy a empezar por contarte una historia personal. Durante mis años de estudiante de biología
molecular en la Universidad de Buenos Aires, tenía una sola meta, llegar al lugar más alto al que un
científico podía aspirar: Harvard. Cada año, desde el inicio hasta los últimos finales, fui alimentando
ese objetivo con inquebrantable afán.
Luego de quince años de estudios ininterrumpidos, estaba en ese preciso lugar al que había
aspirado. En 2005, ya llevaba cuatro años totalmente asentado en Boston. Alquilaba un pequeñísimo
departamento victoriano cerca de Harvard Square, circulaba con mi bici por toda la ciudad, tanto en
los veranos húmedos de más de treinta grados como en los tremendos inviernos de veinte bajo cero.
Viajaba seguido a congresos por todo el mundo, tenía más de cien bibliotecas a mi disposición —el
sueño de un verdadero nerd— y alrededor de quince seminarios distintos por día para elegir. Bono,
Michael Crichton, Pedro Almodóvar o el Dalai Lama, entre otros, estaban, de algún modo, a nuestra
disposición. Yo daba clases por la noche en el Science Center de Harvard y mis estudiantes de
diferentes nacionalidades, culturas y religiones me elegían cada semestre como mejor profesor. Por
el lado de mi trabajo de investigación, poseía una beca posdoctoral del Howard Hughes Medical
Institute para colaborar con la difícil tarea de encontrar alguna cura, o al menos un mejora, en la
calidad de vida de pacientes con distrofia muscular de Duchenne. A pesar de lo increíble de ese
momento, tenía un mal sueldo y una débil seguridad laboral, pero con el sabor del sueño cumplido
por estar en la meca de la ciencia y la academia.
Sin embargo, cada vez me costaba más ir a trabajar, dialogar con mis colegas, pensar los
experimentos y pasar horas bajo el microscopio buscando fibras musculares fluorescentes. No podía
quejarme, estaba en Harvard. No obstante, algo sucedía que me hacía dudar de si estaba donde
quería estar o donde debía estar. Un día que no olvidaré jamás, se acercó mi jefe y me ofreció una
de las mejores ofertas a las que un científico de carrera puede aspirar. Quería ascenderme a un cargo
oficial y de por vida en la universidad y en el hospital donde trabajaba, el Children’s Hospital. Es
decir, se terminaba mi inseguridad laboral y mi sueldo se cuadriplicaba. Era la oportunidad de mi
vida, el gran cambio que necesitaba, a un paso de hacerse realidad. La lista de pros y contras era
absolutamente despareja. Al menos, la lista racional. Casi no había contras. Pero algo muy dentro de
mí me despistaba, me hacía sentir inseguro, simplemente me decía: “No siento que sea lo que quiero”
(atención al verbo “sentir”). A pesar de ello, evité escuchar(me), hasta que mi cuerpo empezó a
enfermar.
Todo comenzó con unas espantosas migrañas que me nublaban la vida, ataques de ansiedad y unos
dolores abdominales tremendos. Pero en realidad no estaba enfermo. Era simplemente la forma que
había encontrado mi cabeza para obligarme a recalcular. Y luego de diez meses de soportar con el
cuerpo lo que mi mente no aceptaba, exclamé con una seguridad que nunca antes había
experimentado: “No quiero vivir en Estados Unidos, no quiero ser un biólogo haciendo experimentos
en un laboratorio. Me vuelvo a mi país. ¡Chau, Harvard!”. Inmediatamente después de esa decisión,
mis dolores se fueron calmando como si me hubiesen dado la medicina esperada, hasta que se fueron
por completo tres años más tarde, cuando ya estaba de vuelta en Buenos Aires.
Después de esa experiencia, me volví un experto en el arte de cambiar. Como me gusta decir, pasé
a ser mi primer conejillo de Indias en todo lo que enseño, tanto en la universidad como en las
organizaciones donde trabajo hace cinco años. Experto en abandonar lugares en los que ya no quiero
estar, pero, sobre todo, en advertir cuáles son. Un gran trabajo de autoconocimiento gracias a terapia,
meditación, correr y saber parar la pelota de vez en cuando. En esto último tengo mucho por mejorar.
Vivimos queriendo cambiar aspectos de nosotros mismos que no nos hacen felices. “Empiezo la
dieta el lunes”; “Sé que no es la persona para mí”; “Quiero aprender a nadar”; “Me gustaría ser
distinto en el trabajo”; “Si me animara a tomar ese avión…” A veces lo intentamos, otras nos da
tanto miedo el fracaso que nos quedamos a mitad de camino o ni siquiera empezamos, y luego nos
culpamos y castigamos por no generar el cambio tan deseado.
¿Por qué los cambios nos cuestan tanto? En los últimos años, investigadores de las más variadas
disciplinas, desde la neurociencia, sociología y psicología hasta el management, nos han confirmado
lo que todos nosotros sabemos muy bien: el cambio es difícil. Y esto es una verdad. El cambio es, al
mismo tiempo, delicado, frágil, caótico y complejo. Una de las razones principales de esta dificultad
es que los sistemas complejos, como la mente humana, tienden a la homeostasis, es decir, a
equilibrar el movimiento en una sola dirección, con mínimos movimientos compensatorios en la
dirección opuesta. En otras palabras, si te sentís confortable con tus pensamientos, emociones y
comportamientos, entonces sos consistente como persona. Pero si no, entrás en conflicto. Cambiar
muchas veces implica entrar en conflicto. Esto significa admitir que comportamientos de tu pasado
estaban mal o simplemente no te hacían feliz, y esta ruptura con el pasado es un gran disparador de
ansiedad. Ansiedad que se establece por la inconsistencia entre lo que hiciste —o cómo lo hiciste—
en el pasado y tus nuevas creencias del presente. Si sos de los que creen que siempre todo tiene que
“estar bien”, o que siempre tenés que “tener razón”, entonces lo más importante para vos es que estés
simplemente “bien”. Pero muchas veces eso va en detrimento de tu felicidad, como me sucedió
durante mis últimos años en Boston. Cambiar es aceptar que no siempre vas a estar bien, ni siempre
vas a tener razón, ni siempre vas a querer lo mismo para tu vida porque, por suerte, vamos
evolucionando.
EnCambio te va a explicar cómo funcionan tu mente, tus pensamientos y tus emociones, con la
intención de que te conozcas más a vos mismo. Porque ese conocimiento te va a permitir producir
cambios en el nivel cerebral, y eso implica cambiar. Creo firmemente que es a través del
conocimiento profundo de tu cerebro que vas a poder modificar conductas y ciertos hábitos que no te
dejan ser feliz. Así como te enseñé en ÁgilMente, las neurociencias están pasando por un gran
momento, y de los hallazgos científicos podemos extraer excelentes herramientas para vivir mejor y
para construir una especie de manual de instrucciones de nuestro cerebro.
Nuestra subjetividad, tan propia del ser humano, nos hace únicos. Y el mundo interno que todos
tenemos en nuestra cabeza es un lugar exquisito, muy fértil, lleno de pensamientos, emociones,
recuerdos, sueños, esperanzas y deseos. Pero también puede ser un lugar tumultuoso, agitado, con
miedos, arrepentimientos, pesadillas, penas y terrores. Todos nos hemos sentido sobrepasados
alguna vez y dominados por estas últimas sensaciones. Algunas de ellas son pasajeras: una pelea con
alguien que querés, un mal día en el trabajo, ansiedad ante un examen, incluso a veces no podés
explicar por qué ese día, o esa noche, te sentías así. Y otras sensaciones parecen destinadas a
convertirse en parte de tu esencia, de tu carácter, incluso de tu personalidad, y todo esto, sin que te
des cuenta. Te decís que no podés cambiar, que sos así. Es como si estuvieras en piloto automático,
comportándote y reaccionando ante las diversas situaciones de tu vida siempre igual, o de manera
muy parecida, casi sin pensar. Esto no es casual. Estas reacciones automáticas son determinadas por
patrones cerebrales que vas construyendo a lo largo de tu vida. Como las piezas de un dominó, arman
una especie de reacción emocional en cadena. Ante disparadores y eventos similares, tendés a
reaccionar igual. Y cuando tenés el tiempo de mirar hacia atrás, te das cuenta de que esas reacciones
ya no te hacen bien. No te sirven, no te hacen mejor persona. No ayudan a que te conozcas mejor, ni a
alcanzar eso que anhelás. Parecés estar atrapado en tu cerebro y los patrones que construiste.
Quiero ayudarte a que examines de cerca y alumbres estos procesos por los cuales pensás, sentís y
te comportás de determinada manera. Para que puedas pensarlos y luego re-esculpirlos. El objetivo
es que adviertas el potencial que tiene tu cerebro para cambiar y la capacidad que tenés vos
para modificarlo. Voy a transmitirte el conocimiento y las herramientas para que, por un lado,
aprendas a conocerte más y mejor, punto de partida fundamental para lograr un mayor bienestar en tu
vida. Y por otro lado, para que puedas, de manera eficiente, cambiar pensamientos, emociones,
acciones e inacciones que entorpecen la vida que querés para vos, con el fin de conseguir objetivos a
largo plazo, en tu vida personal o profesional.
Con ÁgilMente comencé la extraordinaria aventura de compartir mis años de estudio y de
experiencia con los demás. Quise decodificar esa fuente enorme de saber que encontré en la ciencia y
compartirla con otros. Cuando comencé a pensar cómo pasé del laboratorio a las librerías, me di
cuenta de que fue gracias a que había logrado cambiar. Ahora es tiempo de que comparta esto con
ustedes. Luego de leer EnCambio vas a tener más libertad de elección en tus acciones diarias y, de
esta forma, más poder para crear tu presente y tu futuro. Ser el autor de tu propia historia. Te voy a
dar conocimientos en forma de herramientas para que puedas mejorar y hacerte cargo de tu cerebro.
Pero, como verás, todo esto no es sencillo, sino que vas a tener que trabajar duro. Vale la pena.
La cuestión: cambiar
Voy a hacer un cambio, por una vez
en mi vida. Me sentiré realmente bien,
lo voy a hacer distinto, lo voy a hacer bien.
MICHAEL JACKSON
El cerebro es diferente de todos los otros órganos del cuerpo. Mientras que el hígado y los
riñones se gastan luego de ciertos años de uso, el cerebro se afila cuanto más se usa. En realidad,
mejora con el uso.
RICHARD RESTAK
El tipo de vida que vivirás mañana
comienza con tu mente del hoy.
JOE BATTEN
Cambiar. Esa es la cuestión. Casi como en un debate interno permanente, vivimos planteándonos si
aquello que nos perturba seguirá siempre ahí, acechándonos desde el backstage de nuestra mente, o
si podremos dar un giro y despistarlo para siempre. A veces nos gana el optimismo y creemos que sí.
Otras veces los pensamientos negativos nos arrastran a un callejón sin salida. Pero no es cuestión de
levantarnos con el pie derecho o el izquierdo. Es ciencia. Y la ciencia dice que sí. ¿Es posible? Sí.
¿Es sencillo? Sí. ¿Es fácil de lograr? No. Tu mente tiene la capacidad de modificar la fisonomía de
tu cerebro y lograr lo que te propongas cambiar. Pero tenés que conocerlo mejor que nadie y saber
cómo funciona para destrabar los circuitos que están ahí aparentemente fijos.
Empecemos por el principio. Cerebro y mente. Mente y cerebro. Es bueno que desde ahora tengas
en claro que no son lo mismo. No son sinónimos. Tu cerebro es como un hardware y tu mente como
un software. El cerebro está constituido por tus neuronas y sus conexiones —llamadas sinapsis—,
que forman circuitos o “cables”. La mente o actividad mental son tus pensamientos y emociones que
corren por tu sistema operativo, que es el cerebro. EnCambio te va a mostrar cómo usar tu mente
para modificar tu cerebro, es decir, para cambiarlo. Tu mente es una fuente de actividad tal que,
mediante entrenamiento y autoconocimiento, puede modificar la estructura de tu cerebro.
El potencial cerebral que tenés para crecer, aprender y desarrollarte es todavía desconocido para
vos. Pero la ciencia hoy nos muestra que ese potencial es enorme y no declina tanto con la edad,
como se pensaba. Tu cerebro posee esta increíble capacidad de cambio. Puede crecer y cambiar en
respuesta a tus experiencias de vida, y al igual que tu cuerpo, tu cerebro mejora en lo que vos le
pidas que haga.
Las creencias sobre la posibilidad que tenés para cambiar son fundamentales: pueden
levantar o cerrar la barrera hacia el cambio que pretendés. Es decir, que creas o no que podés
cambiar puede ser la llave de tu felicidad, pero también de tus miserias. Ahí sí entran en juego tu
actitud, tus pensamientos y tus emociones, o sea, la materia prima de tu mente.
¿Y qué pasa con el contexto? ¿Creés que la actualidad nos exige una mayor capacidad de
adaptación y cambio? Si bien todo parece indicar que sí, existe un concepto erróneo sobre la lenta y
gradual aparición de cambios durante la prehistoria humana. El hombre siempre ha tenido que
enfrentar y adaptarse a cambios muchas veces drásticos, y el cambio ha sido siempre parte de su
experiencia. Y, por supuesto, no todos los cambios han sido iniciados por el clima o eventos del
ambiente. El cambio siempre ha sido difícil, pero también inevitable.
Partimos de supuestos sobre nosotros mismos. “Yo soy bueno para las matemáticas —o para las