Table Of ContentEl seductor de sueños
Daniele Tommasini
Novela corta ganadora del
Premio Ciudad de Algeciras 1999
© Daniele Tommasini, 1996, para la primera parte, Sombras y sueños
© Daniele Tommasini, 1998, para la obra completa
La novela fue publicada por primera vez en la Colección Foro Andaluz
en marzo 2000
© Daniele Tommasini, abril 2015, para esta segunda edición
Todos los derechos reservados
ASIN: B00WUPOA9K
Ilustración y diseño de portada: Jesús Marco Nácher
A quien ha leído el devenir
A quien ha hablado de sueños
A quien ha seducido y amado
INTRODUCCIÓN
¿Qué origen tiene el Amor de pareja? ¿Cuál es su destino?
Cada uno responde con su vida; cada época con sus mitos.
He aquí la historia de un seductor de fin de milenio. Su generación ha vivido los triunfos de la
tecnociencia y del individualismo, el control de la natalidad y la liberalización del placer, y ha
conocido el fin de las certezas.
Sin necesitar ya rebelarse contra las leyes y la moral de su tiempo, este seductor postmoderno tiene
un sueño secreto...
Medialuna. Una ventana abierta. Un hombre y una mujer, unidos en el sueño...
En el instante que ve desaparecer las imágenes del sueño, en el momento mismo que precede la
percepción del mundo, los ojos y los oídos se vacían para abrirse al cuento del día. Una historia
nace, y se desarrolla con una continuidad interrumpida por una serie de agujeros. Así, antes y
después de cada escena par, las escenas impares se esconden en la sombra y en el silencio.
SOMBRAS Y SUEÑOS
II
Una plaza agolpada de la antigua Sevilla, esta tarde. Un camarero navega veloz entre un archipiélago
de mesitas y en una de ellas desembarca dos vasos. Enseguida la copa de vino reanima los labios de
una mujer vestida de rojo.
—Esta mañana me ha despertado con una caricia. Ya estaba vestido. Me ha dicho algo extraño: que
nuestra noche valía toda una vida, que era irrepetible, y... no sé... en ese momento no he entendido
nada, luego él se ha despedido sin besarme, me ha dicho que cerrara la puerta cuando me fuera, y se
ha ido. ¡Y yo me he quedado sola en su casa!
A su lado, un hombre con camisa blanca empuña su caña y mira los trajes negros de una tuna que
se acerca tocando un bolero.
Reloj, detén tu camino,
porque mi vida se apaga:
ella es la estrella que alumbra mi ser,
yo sin su amor no soy nada...
La mujer dirige una media sonrisa al coro, que responde con una media reverencia y se aleja
cantando.
...haz esta noche perpetua
para que nunca se vaya de mí
para que nunca amanezca.
—He comprendido que se iba en cuanto he oído cerrarse la puerta del vestíbulo. Entonces me he
levantado, me he vestido deprisa y he salido corriendo, lo he buscado por las escaleras y por la calle,
pero de él no había ni sombra. He vuelto a su casa, para quedarme en el descansillo hasta su regreso.
He esperado una hora allá fuera, luego me he ido.
El hombre traga su cerveza hasta la última gota.
—Es extraño, desaparecer de esa manera... No hacía mucho que lo conocías, ¿verdad?
—¿Te acuerdas de la semana pasada, cuando te olvidaste tu cazadora en la librería? Poco después,
oí entrar a una persona. Pensé que eras tú, y te alcancé la chaqueta... Pero no eras tú.
—¡Ah, ya! Es que yo tardé algunas horas en darme cuenta de que me la había olvidado...
—Su mirada me turbaba, y me disculpé explicándole que lo había confundido con otro. Él dijo que
era un error imperdonable, y mientras yo iba a justificarme se echó a reír y agregó: «¿Tengo que
ponérmela?» Entonces me di cuenta de que seguía ofreciéndole la chaqueta, y la posé sobre el
mostrador. Le pregunté qué deseaba, y él dijo: «Mi segundo deseo es que tus labios me llamen Juan, y
presenten tu nombre a los míos.» Le contenté, y él repitió lentamente «Ana», y parecía que su boca
estuviera besando las letras en el aire. Entonces no resistí la tentación de preguntarle cuál era su
primer deseo, y él contestó: «Es la razón por la que vine, cuando aún no te conocía y podía derrochar
un deseo.» Quería un libro sobre el Caos, que había pedido hacía un mes a otra empleada. Mientras
salía, le hice notar que le quedaba un tercer deseo, los deseos siempre son tres, y él dijo: «Volver a
verte.» Y se fue, sin darme tiempo para avisarle de que ése era mi último día en la librería. Pensé que
no lo volvería a ver.
Ana recorre con un dedo el borde de su copa de vino.
—Sin embargo, lo volví a ver anoche, por casualidad. Era mi primer miércoles en el bar, había un
concurso de salsa, él participaba con una tal Aminta: bailaban como dioses. Ganaron un viaje a Cuba,
y barra libre para la noche. Se acercaron para pedir la bebida, y otra vez su mirada me traspasó toda,
me entró por los ojos bajando hasta los dedos de los pies. Su voz me vibró en los oídos: «¡Ana,
entonces era verdad lo del tercer deseo!» Mientras yo preparaba sus cubatas, su pareja de baile lo
abrazaba y reía con él. Les estaba sirviendo los vasos, cuando un hombre se acercó presentándose a
Juan como el marido de Aminta, y le comentó a ella: «¡No sabía que bailabas así! ¿Quién lo hubiera
dicho?» Ella respondió: «Mérito de Juan, bailar con él es fácil. Además, le debo todo a su curso.
Sabes, el profesor era él.» Y el marido: «Ahora habéis ganado dos semanas en Cuba...» Entonces Juan
dijo: «Para mí, dos semanas es demasiado. Os regalo mi billete, así podéis ir los dos juntos.» Después
se quedó charlando conmigo y bailando con las mujeres que se turnaban en robármelo. Al cierre, me
preguntó si quería dar un paseo... Ya sabes cómo terminó.
El hombre vuelve a acercar a sus labios el vaso vacío.
—¿Y ahora?
—Me contentaría con volver a verlo una vez, es mi único deseo. No sé... ¿Qué puedo hacer? No
puedo buscarlo en su casa, ¿verdad?
—¿Sabes dónde trabaja?
—No sé... Cambia de trabajo a menudo: dice que así se divierte más.
—Me extraña: ¡si yo encontrara un trabajo, no lo soltaría!
—Él no se preocupa, está seguro de sí mismo.
—Se lo podrá permitir.
La mujer se fija en su copa, ya medio vacía.
—¡Si al menos pudiera verlo una vez más!
—¡Pero Ana, no puedes quedarte esperando! Tú mereces otra cosa... ¡tú te mereces alguien que te
quiera cada día más!
Mientras el hombre habla, sus manos se mueven en el aire, y sus sombras acarician los senos de
Ana. Ella echa su silla hacia atrás y se levanta.
—Mejor que nos vayamos. ¿Me acompañas a casa, Octavio?
—Vamos.
Se encaminan en silencio por la plaza, Ana mirando a su alrededor, Octavio siguiéndola.
—¿Qué buscas?
—No sé... me da la sensación... de que él está aquí, en esta plaza.
—¿Quién?... ¿Él? ¿Y por qué estaría justamente aquí, ahora?
—No sé, es una sensación... Sin embargo... ¡tiene que estar aquí!
—¿Por qué, tiene que?... ¿Te lo dijo él?
—No, no. Es que... aunque puede parecer extraño, estoy convencida de que voy a encontrarlo ya.
—¿Qué es, un sexto sentido?
—Sí. No sé... cuando estoy concentrada en un pensamiento, me parece que éste acabará por
realizarse, tal como deseo o temo que suceda. No sé... es una impresión, no digo que sea verdad...
—¡Bah! Sería demasiado fácil... En todo caso, aunque él estuviera aquí, ¡vete a encontrarlo en
medio de esta multitud!
—Si crees, verás... Dicen que lo importante es dejar que la vista corra sin enfocar nada en
particular, hasta encontrar lo que realmente interesa.
—¿Qué?, ¿ahora en la Universidad estudiáis brujería?
—Qué tiene que ver la Universidad con eso... Dicen que es un método natural: las águilas, por
ejemplo...
De pronto, al ser atrapada su mirada por una presa lejana, Ana echa a volar, y va a posarse a un
paso de un hombre vestido de negro, sentado en una mesita con un amigo beige.
—¡Hola Juan! ¡Qué coincidencia!
El hombre de negro se vuelve hacia ella, despacio, sin levantarse de la silla.
—Hola.
Ana se agacha hacia él, y su beso encuentra dos mejillas. Su mano recoge el pelo a un lado,
descubriendo una gran sonrisa.
—¿Qué tal? Me parece toda una vida que no nos vemos.
Entretanto ha llegado Octavio, que se anuncia rozando con una mano el brazo de su amiga.
—Ana, entonces... ¿me voy?
Juan la precede en la respuesta.
—¿Os marcháis? Adiós, Ana.
Ella sigue sonriendo, pero su voz se vuelve insegura.
—Juan, podríamos vernos uno de estos días... Podríamos ir a bailar... ¿Qué tal el Buenos Aires?
—Ahora estoy muy ocupado.
—¿Te acuerdas de anoche, el tango por la calle? Cuando tengas un poco de tiempo...
Juan la interrumpe.
—No sé, estoy muy ocupado.
—¿No tienes mi teléfono, verdad? Te lo voy a dejar. Octavio, ¿tienes un boli?
La chica agarra el bolígrafo de su amigo y se agacha sobre la mesita para escribir en un papelito.
—Ten, Juan. Llámame cuando quieras.
—De acuerdo. Adiós.
—¡Hasta luego!
Ana abraza los hombros de Juan, y se aleja seguida por Octavio. Entretanto, el sol baja detrás de
las casas, dejando en la sombra la mesita de la última escena y la camisa beige del amigo. Éste asoma
hacia adelante su cara, que sigue estando iluminada.
—No estaba mal. ¿Seguro que no quieres volver a verla?
—Ya sabes lo que pienso: si una noche es un anillo, dos noches hacen una cadena.
—Pero... ¡qué escena tan cruel!
—No creas que no me importa, Luis.
—Las mujeres... ¡no llego a entenderlas! Pierden la cabeza por los que...
Juan lo interrumpe.
—Yo también perdí la cabeza por ella, y ayer la amé con todo mi ser.
—¡Ya! Y mañana buscarás a otra mujer, ¿verdad?
—Es posible. Pero hoy sufro por ella.
—¡Para mí quisiera tus problemas! A veces, yo también duermo con mujeres de ensueño, pero me
despierto abrazando una almohada.
—Tú duermes demasiado.
—En el sueño, por lo menos, las leyes de la Física no están allí para conjurar contra mí.
Juan se ríe.
—¡Ya! ¡La culpa de todo la tienen las leyes de la Física!
—¡Es cierto! La realidad no se somete a mis deseos porque ya tiene que obedecer las leyes de
Newton, Einstein, Schrödinger, y compañía. En el fondo, es culpa de ellos si es sumamente
improbable que tenga suerte con una chica.