Table Of ContentHerrlee G. Creel:
El pensamiento chino desde Confucio
hasta Mao Tse-Tung
El Libro de Bolsillo
Alianza Editorial
Madrid
Título original: Chínese Tbougbt from Confucius to Mao Tse-Tung
Traductor: Salustiano Masó Simón
© 1953 by H. G. Greel
© Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1976
Calle Milán, 38; ® 200 00 45
ISBN: 84-206-1634-6
Depósito legal: M. 31 <455-1976
Papel fabricado por Torras Hostench, S. A.
Impreso en Closas-Orcoyen, S. L.
Martínez Paje, 5. Madrid-29
Printed in Spain
Prefacio
Este libro es una exposición no técnica del pensa
miento chino y ofrece al lector las líneas principales de su
historia desde los tiempos más antiguos de que se tiene
noticia hasta el momento actual. No pretende ser una
historia exhaustiva de la filosofía china. Se ha escrito en
la creencia de que es importante, por una serie de razo
nes, que en Occidente se conozca el pensamiento chino
bastante mejor de lo que se conoce, y esperando también
que muchos, una vez iniciados, lo encontremos de sumo
interés. Confiamos que sirva al menos como introducción
en la materia, lo cual facilitará el aprovechamiento de
obras más completas y técnicas.
Hemos concedido un espacio desproporcionadamente
amplio a la historia del pensamiento chino antes de la
Era Cristiana. No porque las fases posteriores se consi
deren sin importancia o interés, que lo tienen sobrado,
y merecen una atención más escrupulosa que la que aquí
se les dispensa. Este volumen se ocupa especialmente,
empero, del pensamiento original de los propios chinos,
y el pensamiento chino anterior a la Era Cristiana parece
7
8 El pensamiento chino
haber sido esencialmente indígena, mientras que el de
épocas posteriores se vio considerablemente influido por
ideas recibidas del mundo exterior. Y lo que es aún más
importante, las ideas desarrolladas en el período antiguo
han seguido desempeñando un papel dominante, aun en
nuestros propios días.
Aunque este libro no aspire a ser un tratado exhaus
tivo, no se ha escrito descuidada ni apresuradamente.
Gran parte del material fue reunido en un principio para
una serie de conferencias pronunciadas en la Universidad
de Chicago hace tres años. Unos pocos oyentes de enton
ces solicitaron que el material se publicara, alegando que
bastaría para ello con un poco de trabajo adicional. Esta
última suposición, al menos, resultó errónea. La prepara
ción de una versión resumida suele costar más desvelos
que la de una exposición completa, pues siempre surge
la duda mortificante de si uno ha seleccionado aquellos
elementos que son representativos, capaces por ello de
dar una impresión verídica, aunque abreviada, del con
junto. No sé si lo habré conseguido, pero al menos lo
be intentado.
En todos los casos que ha sido posible (y las excepcio
nes no pasan de una o dos), los pasajes traducidos del
chino se han cotejado con el texto chino original. En al
gunos casos las traducciones que aquí se dan son ente
ramente nuevas; la mayor parte de las veces difieren en
cierto grado de las versiones anteriores. Para comodidad
del lector, no obstante, damos casi siempre referencias
a las traducciones inglesas de estas obras en los casos
en que existen. En unos pocos casos, por razones espe
ciales, damos la referencia tanto a una traducción como
al texto chino.
La forma en que aquí se dan notas y referencias se
sale un poco de lo corriente. Hay muy pocas notas que
añadan información o discusión a lo que se expone en el
texto; cuando es así se dan siempre en la misma página,
como notas al pie. Las referencias que meramente indican
fuentes u obras citadas como autoridad o testimonio se
señalan en el texto por medio de números correlativos,
Prefacio 9
y las referencias propiamente dichas se incluyen todas
juntas en las últimas páginas del libro. El lector puede
estar seguro de que si encuentra un número en el texto
no perderá nada si se abstiene de consultar la referencia
al final del libro, a menos que desee efectuar comproba
ciones en la fuente o la obra citada como testimonio.
A los sinólogos que lean este libro quizá les choque
—tal ha ocurido con algunos que han leído el manus
crito— la ausencia de muchos nombres chinos que podría
esperarse apareciesen en una obra como ésta. No se han
omitido por inadvertencia. Para nosotros, a cuyos ojos
es familiar el chino y en cuyos oídos es música, resulta
difícil de comprender el hecho de que para la mayoría
de los lectores occidentales una página salpicada de nom
bres chinos ofrece un cariz bastante repelente. Por tanto
se ha estimado más oportuno incluir sólo los nombres
de primerísima importancia, dejando otros para que sean
hallados en ulteriores lecturas.
Mientras he estado escribiendo este libro he molesta
do considerablemente a mis amigos, y el texto debe mu
cho a su ayuda. Aunque mi esposa debe de haber termi
nado más que harta de él, siempre se mostró dispuesta
a brindar, cuando hacía falta, alguna idea original e ins
piradora que mejorase un capítulo que se resistía. MÍ co
lega T. H. Tsien me ha prestado inapreciable ayuda
tocante a la bibliografía y ha escrito los caracteres chinos
para la portada. La señora T. H. Tsien ha escrito los
caracteres para la Bibliografía. También debo especial
gratitud, por sus sugerencias, consejos y crítica, a Geor-
ge V. Bobrinskoy, John K. Fairbank, Norton S. Gins-
burg, Clarence H. Hamilton, Francis L. K. Hsü, Charles
O. Hucker, Edward A. Kracke, Tr., Earl H. Pritchard,
Richard L. Walker y Francis R. Walton. La señorita
June Work no sólo ha preparado el manuscrito para su
publicación sino que me ha llamado la atención acerca
de valiosos materiales en que no había yo reparado.
H. G. Creel
NOTA EDITORIAL
Aunque el pensamiento oficial chino respecto a Confucio
y las viejas doctrinas han variado desde que este libro fue
ra escrito sigue en total vigencia su exposición histórica
hasta la reacción anticonfucianista producida con poste
rioridad a 1970.
1. El punto de vista chino
Dos maneras distintas de vida y pensamiento llevan
un siglo disputándose la posesión del pueblo chino. Una
es la de occidente; la otra, la de sus antepasados. Hace
cien años cualquier chino hubiese preferido con mucho la
última. Desde tiempo inmemorial los chinos se habían
creído más inteligentes, cultivados y hábiles que cual
quier otro pueblo. Pero una serie de reveses fue poco a
poco minando su seguridad. Les resultaba imposible pro
tegerse en sentido militar, con lo que sus fronteras eran
invadidas. Como consecuencia, se vieron obligados a per
mitir la residencia en China a europeos y americanos, a
quienes no deseaban. Esto trajo consigo una invasión de
la mente todavía más inquietante.
Pronto pareció evidente que en algunos aspectos los
chinos no eran tan competentes como los occidentales.
No hacían la guerra tan bien como ellos. No eran tan
buenos matemáticos. Tenían escaso dominio de las cien
cias. Sabían poco de maquinarias y por lo tanto no po
dían producir géneros en la cantidad fabulosa que las
fábricas hacen posible.
11
£1 pensamiento chino
12
AI principio estas cosas no impresionaron mayormente
a los chinos. Al fin y al cabo se trataba en su mayor
parte de cosas materiales> en las cuales era de esperar
que descollasen los «bárbaros» (pues bárbaros conside
raban a los occidentales). Sabemos que en tiempos de la
caída del Imperio Romano los bárbaros de la antigua
Europa sobresalían en el campo de batalla, pero eso no
nos convence de que los bárbaros fuesen, en sentido ge
neral, seres humanos de mejor calidad que los romanos.
Sabemos que los esquimales y otros pueblos que viven
en estrecho contacto con la naturaleza saben mucho más
de caza que la mayor parte de nosotros y nos aventajan
grandemente como cazadores, pero ello no nos causa sen
sación alguna de inferioridad. De la misma manera, hubo
de pasar mucho tiempo para que los chinos se sintiesen
al fin anonadados ante los logros de la tecnología occi
dental. Los consideraban como uno puede considerar las
habilidades de un prestidigitador: sorprendentes, pero
sin importancia en realidad.
Mucho más que estas cosas materiales valoraban los
chinos las cosas del espíritu. Sabían apreciar el valor del
ingenio capaz de combinar diversos materiales para hacer
una máquina que produzca bienes a bajo costo, pero es
timaban más el arte de hacer posible que los seres hu
manos convivan en armonía y felicidad. Valoraban la
riqueza —siempre la han valorado los chinos— pero veían
poco provecho en la riqueza que no deparaba a su po
seedor satisfacción, un goce más pleno de la vida y un
sentimiento de seguridad en la estimación del prójimo.
En estos conceptos no era seguro en modo alguno que
la postura de Occidente fuese mejor.
En virtud de un proceso que habremos de considerar
con algún detalle hacia el final de este libro, muchos y
tal vez la mayoría de los chinos llegaron a poner en duda
cierto día la superioridad de su forma tradicional de vida
y pensamiento. Muchos se convirtieron a la filosofía occi
dental conocida por Comunismo, y fueron bastantes los
que lo hicieron; tantos que dieron el dominio político de
China a los comunistas.
1. El punto de vista chino 13
Quizás a algunos de nosotros nos repugne considerar
al Comunismo una filosofía occidental. Es cierto que el
comunismo ruso tiene sus propias peculiaridades, y la
cultura rusa ha sufrido una determinada proporción de
influencia asiática. Pero la filosofía de Marx y de Lenin
es uno de los productos finales de una línea de pensa
miento que puede seguirse muy atrás en el tiempo dentro
de la filosofía occidental. En su tendencia a controlar
a los seres humanos para organizarlos en grupos numero
sos, el énfasis que pone en las cosas materiales y la im
portancia que da a la economía, es mucho más similar
a la filosofía de Occidente en general que al pensamiento
tradicional que ha desplazado en China.
Podría haberse esperado que al adoptar los chinos una
variedad de doctrina occidental este hecho les hubiese
llevado a estrechar sus vínculos con Occidente en general.
Como todos sabemos no ha ocurrido así. Al contrario,
los comunistas chinos denunciaron virulentamente a las
democracias occidentales, y soldados chinos participaron
abiertamente en la guerra contra las fuerzas de las Na
ciones Unidas en Corea.
Estos actos disgustaron profundamente a muchos occi
dentales. Estimaban que las democracias del mundo oc
cidental habían demostrado en repetidas ocasiones la más
leal amistad hacia China. Habían enviado a este país mi
sioneros, maestros, médicos y grandes sumas de dinero.
La ayudaron en su lucha contra el Japón. Y, sin embargo,
los chinos se volvían contra ellos. Muchos están dispues
tos a concluir que el misterioso Oriente es en efecto mis
terioso y que es imposible comprender a los chinos.
Pero por muy natural que sea este sentimiento, no re
suelve ningún problema y para nosotros los chinos cons
tituyen un problema de lo más acuciante. En el punto
adonde hemos llegado está perfectamente claro que qui
nientos millones de chinos no pueden ser pasados por
alto. Tendremos que tratar con ellos de una manera o de
otra, y no podemos hacerlo con probabilidades de éxito a
menos que los comprendamos.