Table Of ContentEl ocaso del poder oligárquico:
Lucha política en la escena oficial 1968-1973.
HENRY PEASE GARCÍA
PROLOGO A LA CUARTA EDICION PERUANA
Esta investigación la realizamos entre 1974 y 1975, aunque se publicó un poco
después. Con más de diez años de distancia, y años intensos, podemos tener ahora
mejores elementos de reflexión para el examen de la experiencia velasquista. Desde su
primera edición en 1977, este libro ofreció un análisis específico: la lucha política en la
escena oficial entre 1968 y 1975, vista casi al término del período. Para una visión de
conjunto se cuenta hoy con estudios muy importantes sobre las reformas(1) y políticas
sectoriales, así como con apreciaciones globales más recientes. Pensamos, sin embargo,
que mantiene su vigencia el análisis hecho, con las salvedades señaladas en el propio
texto, no sólo como un camino metodológico repetible en el análisis político sino
como una aproximación al estudio de esta experiencia que ya es parte de la historia
peruana y que ciertamente tocará a los historiadores profundizar(2)".
Los militares del 68 intentaron hacer una revolución "por decreto" y bajo las
reglas del verticalismo castrense. Aunque tal intención requiere precisiones, y se
hicieron en el texto, no negamos la voluntad que expresa la palabra revolución o
revolucionario por el simple recurso de ignorarla o cambiarla. Podemos entonces
ahora preguntarnos por aquello que se revolucionó y, usando un recurso verbal de la
época, podemos bien preguntarnos qué fue lo irreversible.
Decididamente hubo una revolución política si por ella entendemos el trastoque
de algo más que el escenario; aquí fueron clases y fracciones de clase las que salieron
del poder en el 68, hubo cambios en el Estado que se mantienen y le dan la capacidad
intervencionista en la economía que ni la política neoliberal de Belaúnde ha podido
desmontar. En resumen, lo que específicamente cambió se deriva de lo que
definitivamente estaba inscrito en la dirección esencial del gobierno del 68: su carácter
cristalinamente antioligárquico y su vocación nacionalista, aún cuando su política en
este campo esté orientada fundamentalmente a la erradicación de las formas arcaicas
de dominación imperialista y se hayan dado nuevas modalidades de asociación con el
capital financiero que no resultaron muy convenientes para el país. Velasco ha pasado a
la historia como el militar que termina con el Estado Oligárquico, excluyendo del
poder a las clases y fracciones que lo definan como tal, con lo cual se cancela una larga
etapa de la historia peruana y se apertura otra que tiene desde un principio bases
diferentes; Velasco intenta desde la cúpula dictar los términos de la recomposición del
(1) Sobre la reforma agraria es muy importante ver el trabajo de José Matas Mar y José Manuel Mejía, La Reforma Agraria en el
Perú. IEP, Lima, 1980.
(
2) Uno de los libros recientes con una visión global del proceso es The Peruvian Experiment Reconsidered editado por Cynthia
McClintock.y Abraham F. Lowenthal con trabajos de estos autores y Cotler, Thorp, Fitzgerald, Schydlowsky, Wicht, Stallings,
Guasti, Cleaves, Pease, North, Pásara, Eckstein y Sheahan. Princeton University Press, Princeton, New Jersey, 1983. El Instituto de
Estudios Peruanos lo ha editado recientemente en español.
Como fuentes documentales las entrevistas de María del Pilar Tello en ¿Golpe o Revolución? Hablan los militares del 68. Ed. Sagsa,
Lima, 1983.
Francisco Guerra García, Velasco: Del Estado Oligárquico al Capitalismo de Estado. CEDEP, Lima, 1983.
En la Historia del Perú de Juan Mejía Baca Ed. (Tomo XII), Luis Pásara ofrece una síntesis histórica bajo el título "El Docenio
Militar" (1980).
nuevo Estado, proponiéndose reformas que las fracciones burguesas más modernas
rechazaron. Su intento resultó en este aspecto claramente frustrado.
Por eso mismo y aunque esto escandaliza a cierta cucufatería seudodemocrática,
más liberal que demócrata, la experiencia velasquista siendo vertical y dictatorial
conduce a un efectivo impulso democratizador en la sociedad peruana, al margen de
los rasgos personales de sus dirigentes. Porque el efecto de una reforma agraria que
acaba con los terratenientes ven particular con los gamonales, es democratizador
además de ser un cambio en la tenencia de la tierra. Porque lo mismo ocurrió con
otras reformas, aún cuando fracasaran en sus objetivos sectoriales y no implicaran
significativo poder en manos populares. Porque, al fin de cuentas, allí están los hechos
de la segunda mitad de la década del 70, mostrando el desarrollo del movimiento
popular para indicarnos el impacto de los cambios ocurridos en la Primera Fase aún
cuando muchos de sus dirigentes no pensaran en esto, pretendieran boicotearlo o
simplemente cooptarlo para ponerlo a su servicio(3).
Mirando a distancia la escena política de entonces, recordamos en toda su
magnitud la lucha dada en distintos momentos entre quienes intentaban cambiar las
cosas y quienes las mantenían o trataban de hacerlo. Resalta el genio conductor de
Velasco, líder intuitivo y autoritario, conductor militar temido hasta por sus amigos,
capaz de manejarse entre contradicciones persistentes. La periodización que
ofrecemos en el libro muestra contundentes golpes de mano -aun sin recurrir a
información divulgada luego por los actores- al tiempo que un ordenado y enérgico
manejo de esas contradicciones, que no eran sólo de ministros militares. En esa misma
periodización puede apreciarse también cómo lo que Morales Bermúdez logra
restaurar corresponde más que al impulso antioligárquico inicial, a los esfuerzos
desarrollados luego por enfrentar algunas de las contradicciones propias de este
capitalismo y de una burguesía urbano-industrial que no estuvo a la altura de las conce-
siones que le ofrecieron y no vio más lejos que la ganancia de corto plazo.
Quizá por eso lo que más fácilmente corrige el restaurador es lo que en la
escena fue visto como un "atentado contra el capitalismo": la propiedad social, la
comunidad industrial, reformas que por otra parte no partieron de una demanda
popular sino intentaron construirla. El restaurador no restauró la cancelada vigencia
oligárquica ni pudo devolver al capital transnacional las empresas expropiadas. Morales
Bermúdez frenó sí las reformas ya en curso, empantanó aún más su ejecución desde
antes tortuosa, y corrigió todo aquello que en su avance enfrentó al gobierno con la
burguesía industrial de la época. Con todo, no logró articular alianzas ni pudo superar
la profundidad de la crisis económica en cuya administración no sólo consiguió agravar
las cosas sino nos hizo experimentar los extremos dictatoriales de un año de emergen-
cia, con suspensión de garantías, toque de queda y una sistemática persecusión a los
sectores populares. "Pagar la crisis y callar" parecía ser la consigna del restaurador que
tuvo que poner plazo a su gobierno tras la más histórica protesta popular de este siglo
en 1977, dirigiendo luego la transferencia del gobierno a manos de la civilidad burguesa
en 1980.
Pero es importante resaltar junto con los cambios estructurales efectivos -
particularmente la desaparición del latifundio y del latifundista-, el impacto ideológico
de este gobierno. Decididamente unos y otros, en las clases polares de esta sociedad,
(3) Ver Teresa Tovar: Velasquismo y movimiento popular. Otra historia prohibida. DESEO, Lima, 1985.
sintieron que la tortilla podía voltearse. El aislamiento internacional de la época
oligárquica se quiebra al abrir relaciones con los países socialistas e intentar tomar la
iniciativa en algunos foros internacionales. El solo hecho de oír a los generales
hablando de pobreza, justicia social, socialismo, recusación del capitalismo,
antiimperialismo, etc. tenía que abrir surcos en las cabezas más duras, ciertamente con
doble dirección. Porque así como es verdad que amplias masas hoy son efectivamente
ciudadanas por propia iniciativa y organización, y eso tiene relación con los cambios
estructurales, con la lucha contra los intentos corporativos del velasquismo y con las
luchas posteriores, tal proceso recibe el impacto del mensaje al que nos referimos y,
siendo así, también es cierto que en el otro extremo, la derecha militante ha
experimentado un odio de clase a su vez militante contra todo intento de
transformación real(4).
En otro nivel los diferentes estudios con los que hoy contamos pueden mostrar,
por ejemplo, los grandes límites de esta experiencia en cuanto a distribución del
ingreso (Web) o su escaso impacto en resolver los problemas de desempleo y
subempleo al tiempo que se agudizan las rigideces de una economía que no cambió
sino acentuó su estilo de desarrollo tardíamente apoyado en los esquemas de
sustitución de importaciones. Y habiendo expropiado para el Estado parte muy
significativa de la Banca y la gran minería, todos los servicios públicos y las
comunicaciones, en síntesis habiendo tomado parte significativa del poder imperialista
aquí instalado, cierto es que tras esta experiencia será decisiva arma para disciplinar a
nuestro país la deuda externa contraída por los militares, al tiempo que el capitalismo
internacional usa mecanismos más sofisticados que la propiedad directa de empresas
localizadas en nuestros países. Respecto a la deuda cabe indicar que, sin embargo, está
en Morales Bermúdez la principal responsabilidad y no sólo -ni principalmente por el
hecho de haber sido el Ministro de Economía de la Primera Fase. Como muestra en un
trabajo inédito Oscar Ugarteche, la deuda contraída por Velasco se dedicó en un 25%
a inversiones productivas rentables y es pequeña su inversión en armas comparada no
sólo con Morales Bermúdez sino incluso con el segundo gobierno de Belaúnde. Sin
embargo, también en la Primera Fase la expectativa de desarrollar el país a partir de
enormes proyectos hechos en función de lo que la banca exterior estaba dispuesta a
financiar, enlazó perfectamente con las necesidades del capital extranjero y estranguló
económicamente el proceso peruano(5).
La experiencia militar del 68 se constituye en el tercer reformismo de este siglo;
es a la vez síntesis particular de los anteriores y la única que en corto tiempo logra
aplicarse desde el gobierno. No discutimos aquí el carácter castrense del gobierno en
todo el decenio, pero señalamos sí el hecho de que las banderas que enarbola tienen la
(4) Ibid
(
5) Como no ha sido publicado aún el trabajo de Oscar Ugarteche, al que hago referencia, cabe citar in extenso la parte pertinente
de la publicación hecha por la Municipalidad de Lima de su conferencia sobre la deuda externa en 1985: "Se dice que el gran
problema de endeudamiento del Perú fue durante el gobierno del General Velasco. En el estudio que he terminado en el Instituto
de Estudios Peruanos con datos de crédito público y la colaboración de la Universidad Católica, lo que me ha salido de la
investigación es que: la deuda del período 69-75 de mediano y largo plazo del sector público se incrementó en dos mil doscientos
cincuenta millones de dólares a mediano y largo plazo, de los cuales la cuarta parte fue a sectores productivos; doscientos ochenta
y cinco millones de dólares, que es como el 12%. fue a defensa; otra cuarta parte fue a la refinanciación de la deuda del período del
gobierno de Belaúnde y la diferencia fue a infraestructura y sectores sociales. En el período del general Morales, la participación de
la deuda productiva bajó de la cuarta a la quinta parte de la deuda. La deuda del período aumentó en dos mil quinientos doce a
mediano y largo plazo. La deuda por defensa de ese período es el 50% del endeudamiento, mil doscientos treintitrés millones de
dólares; seis veces la deuda por defensa del general Velasco. Y en este período, el endeudamiento por refinanciación disminuyó
porque hicieron pagos por adelantado, disminuyó en doscientos veinte millones de dólares. Finalmente, en el último periodo es
cuando hay más endeudamiento, es de tres mil veinticinco millones de dólares, es cuando la proporción es menos productiva, el
10% de la deuda es productiva, trescientos sesenta millones. La mayor proporción es gastos de infraestructura, setecientos once
millones. Y en defensa setecientos catorce millones, tres veces mayor del endeudamiento del periodo del general Velasco".
influencia de las banderas apristas de los treinta y de las banderas del llamado
reformismo democrático posterior al ochenio del General Odría cuando el
belaundismo, la democracia cristiana y el social progresismo recogieron y
reformularon en parte las banderas reformistas que el partido aprista abandonaba
momentáneamente al convertirse en aliado de la propia oligarquía.
La reforma agraria, la reforma de la estructura del Estado, la reforma de la
educación, la reforma del crédito y la reforma de la empresa, junto con variantes
posiciones respecto al capital extranjero que van desde la formulación antiimperialista
de los treinta hasta la casuística de los sesenta que se limitaba a la IPC o a la Cerro,
todas estas banderas constituyeron la base del programa reformista que ha quedado
agotado tras la experiencia de la Primera Fase del gobierno militar. Una a una tuvieron
variaciones en el tiempo y sin embargo constituyeron un paquete de reformas que
carecían de un esquema económico alternativo y apenas se planteaban en sí mismas las
contradicciones del capitalismo moderno en la periferia que integramos. Los militares
del 68 intentan aplicar con hondo voluntarismo este programa, y tan lo aplican que al
retirarse deja de existir en tanto tal un planteamiento reformista específico en este
país.
Esta discusión viene muy al caso en el momento actual, al publicarse esta cuarta
edición en los primeros meses del gobierno de Alan García. Concluido el tiempo de
gracia, ampliada al máximo la expectativa que se cultivo en la etapa electoral y en los
primeros días del nuevo gobierno, asistimos a una innovación importante en el estilo
de hacer política, a un incesante conjunto de iniciativas de coyuntura que en medio de
un singular activismo pretenden cambiar lo que aquí está pasando; pero, hasta hoy, no
hemos conocido ni un programa ni una estrategia, ni propuesta de reformas que al
menos tuvieran la consistencia sectorial indispensable para sustentarse. Y no es que
hayan desaparecido los técnicos; lo que planteamos no es un problema técnico, es un
problema político y de magnitud, porque hace referencia al orden de loe; objetivos
sentidos, al orden de la construcción que hace el político de tópicos viables que se
convierten en posibilidad de realización a mediano plazo en orden a fines de mayor
aliento. No puede ser la crisis y la respuesta anticrisis el único lenguaje de un Estado
que parece devenir en una enorme asistencia pública tras el restaurador y el repuesto
arquitecto.
En efecto, esta década que ya nos separa del tiempo final del velasquismo incluye
dos gobiernos a la deriva, incapaces de responder siquiera a la demanda de corto plazo
del pueblo. No examinamos ni la habilidad ni la honradez de ambos gobernantes como
punto de partida, pues el primero mostró habilidad al menos para caer parado y el
segundo volvió a salir pobre de Palacio. Lo importante es analizar qué han hecho de
esta economía, de este Estado. Y cualquier indicador de calidad de vida lo indica:
estamos pauperizados y aunque el restaurador y el restaurado nos indiquen a Velasco
como único responsable, tendremos que repetir que es imposible tal simplificación,
que con todos los errores y con todas las consecuencias fue ése, como parece ser el
actual, un tiempo de esperanza. Así lo vio el pueblo peruano con pocos títulos
universitarios, pero con experiencia suficiente para desbrozar confusiones entre
verdad y mentira, entre política y politiquería. Así lo ve cualquier observador que a
distancia examine algunos indicadores de lo que podía corregirse en 1975 o de lo que
se hizo en el segundo belaundismo para repartirnos entre las transnacionales y los
lagartos locales.
La ausencia de norte que es visible hoy no es pues casual. Difícil es concretar un
programa reformista como el que ha caracterizado a la mayor parte de este siglo. Lo
que ocurre es que el encuadre internacional es ahora más fluido, se han terminado las
ilusiones desarrollistas, cepalinas o no, y el imperio luce su rostro sin caretas con
Reagan y su política actual. En este contexto es difícil para el gobierno aprista tomar
talla histórica. Puede responder al problema de la deuda pero carece de un ramillete
de medidas en pos del ya lejano mensaje antiimperialista, porque tal como ha ocurrido
en la negociación petrolera con la Occidental el partido gobernante siempre encuentra
el lado bueno del imperialismo y a tal concepción e intereses se adapta
conciliadoramente.
Tras una verdadera década de depredación en el campo, carece el gobierno de
una alternativa propia para el agro y ni siquiera es buen ejecutor del programa común
propuesto por el CUNA. Parecemos acostumbrados a vivir desde el fondo de la crisis
y así oscilamos entre medidas inmediatas casi asistencialistas y frases finalistas que para
concretarse requieren de un poder que no corresponde con este Estado ni con el
momento actual. Y si eso ocurre en el gobierno aprista y su entorno, en el viejo
partido que por salto a la torera de Alan García ha pasado de la senectud a la auroral
infancia, los traumas son ciertamente mayores y más definitivos.
Se frustró en la década del 70 un primer ensayo de proyecto nacional,
voluntarista, que ciertamente no partía de la concertación ni de condiciones de diálogo
democrático pero que en medio de nuestra historia republicana marca un corte
decisivo. No se manejará ya este país, tras lo vivido en la década del '70, con simples
dictaduras y "dictablandas" oligárquicas. Entre otras cosas, el mismo restaurador pudo
experimentar y hacernos experimentar que el mantenimiento de un orden dictatorial
llevaba directamente hacia el Cono Sur, aunque poco después entre Sendero y
Belaúnde nos mostraron que el Perú era capaz de cometer bajo gobierno
constitucional excesos similares a los de las dictaduras del Cono Sur, es decir,
atrocidades que más que excesos tipifican el carácter de una política repudiable.
Tras el frustrado intento velasquista, sólo en 1985 aparece en el gobierno una
propuesta de cambio; más de uno vuelve a recordar los límites del reformismo y
algunos tenemos que insistir en que ninguna reforma se ha emprendido para que
demos inicio a tal debate. Lo que ocurre es que se hace cada vez más urgente la
discusión de las alternativas para el Perú del año 2,000 y éstas no saldrán de linderos
de estrechez ni de moldes del pasado. Sólo enfrentando la compleja y precaria
situación que ha quedado, partiendo de una burguesía incapaz de pensar el Perú como
proyecto y siguiendo con muy diferentes sectores que añoran encontrarla para dar
viabilidad a su interminable centrismo, sólo volviendo a los actores que surgieron de
las catacumbas antes y después de las reformas, en tiempos de cambio y en tiempos de
contra-reforma, es decir al pueblo concreto que insurge en movimiento en los 70 y se
defiende organizadamente en los 80, podremos encontrar las fuentes de programas
alternativos que no serán simple armazón tecnocrática.
Lo que ha cambiado en el Perú desde entonces tiene sus raíces en la práctica
popular masivamente expresada desde las movilizaciones de 1977 y 1978, que con
errores, discontinuidades y mil vueltas se expresa en la arena política en los '80 y
enfrenta la hambruna propiciada por los neoliberales con estrategias de supervivencia
que hoy son ejemplo incluso fuera del Perú. Es poniendo allí el acento que los jóvenes
de siempre, unidos a los de ayer y mañana, revolucionarán este país hasta hacerlo
propiedad de sus únicos dueños: los peruanos, todos sin excepción y por tanto en una
sociedad sin clases, sin explotadores ni explotados.
Lima, Enero de 1986
HENRY PEASE GARCIA
INTRODUCCION
El proceso político iniciado con el movimiento del 3 de octubre de 1968 rompió
muchos esquemas de análisis de la sociedad peruana. Para el observador y el actor
político los primeros días del nuevo Gobierno hicieron pensar en el entonces reciente
"Modelo Brasilero" o en el regreso a dictaduras militares de viejo cuño. Incluso luego
de la toma militar de la International Petroleum Co., pocos observadores esperaban
algo distinto a las intervenciones militares de este siglo. Para los más optimistas, lo
máximo que podía esperarse era un rol transitorio, como el de la Junta Militar de
1962-63, que realizara algunos ajustes y devolviera pronto el poder a los partidos
tradicionales.
Este escepticismo podía fundarse en la constante presencia que la Fuerza Armada
ha tenido en el gobierno durante el Perú republicano. Los signos de deterioro del
régimen anterior brindaban una oportunidad, como otras tantas, para el resurgimiento
de la alternativa militar.
En torno a la permanencia y duración del gobierno comienzan a aflorar sus
primeras contradicciones. Poco trasciende, sin embargo, sobre la composición del
nuevo régimen y sus intenciones. Para el observador acostumbrado al debate público,
a la reciente pugna entre el Poder Ejecutivo y el Parlamento o a la intervención de los
partidos y la prensa en niveles muy cercanos al poder, la escena política se presenta
confusa, con contradicciones y muy pocas explicaciones. Se producen hechos
concretos, a veces macizos, pero contradictorios entre sí; presentados sin previo
debate, fueron cuidadosamente comentados por una prensa aparentemente temerosa
o indecisa, que apenas encontraba claridad en su opción. Los Militares se definían
como gobierno institucional, actuando aparentemente en bloque, anunciando una
unidad monolítica que pronto se vería cuestionada.
Los estudios y apreciaciones iniciales también se hicieron en bloque: se trata de
una dictadura militar tradicional, de un gobierno fascista, de una mecánica expresión de
los intereses de la burguesía industrial y del neo-imperialismo. Estas y otras
apreciaciones se repitieron por largo tiempo, avaladas por algunos hechos y
cuestionadas por otros. Las contradicciones del gobierno reflejan, sin embargo, algo
más que pugnas ocasionales.
Los trabajos producidos intentan, desde diferentes perspectivas, caracterizar al
nuevo régimen o analizar en otros casos aspectos sectoriales de éste a partir del
enjuiciamiento de las leyes y políticas explícitas. En las caracterizaciones globales queda
claro que el pueblo no está en el poder, pero es también evidente que desde mucho
antes hay pugna entre las clases dominantes y que ante ellas los Militares no son ni
convidados de piedra, ni simples y mecánicos ejecutores. Algunos trabajos procuran
encajar la realidad en esquemas rígidos, que rápidamente son superados. Otros
trabajos formulan proyecciones y tendencias que partiendo del nivel de la estructura,
llegan mecánicamente a lo político o simplemente no lo logran analizar. También
surgieron trabajos que parecían intentar ofrecer una idea de lo que debe ser el gobier-
no y más recientemente aparecieron libros-testimonio que evalúan lo ocurrido -y lo
vivido por los autores- desde ángulos también diferentes quedándose generalmente a
un nivel de explicación que se basa en el comportamiento y las intenciones de los
actores, sacados del contexto de las relaciones más objetivas que los encuadran. Todo
esto forma ya un enorme bagaje de publicaciones que tratan de interpretar lo ocurrido
en el Perú y que, aún con limitaciones, brindan elementos para intentar un debate
serio y más amplio sobre la realidad peruana actual.
En este panorama la aparición de un nuevo libro puede llevar al lector a buscar
en él un análisis global que sería aún incompleto de nuestra parte. No pretendemos
eso. Este libro no es una evaluación del Gobierno Militar, ni un análisis global del
proceso político en el cual se inserta. Es solamente una investigación preliminar de la
escena política oficial. Queremos resaltar la importancia de este campo específico para
la comprensión de la realidad social y lo hacemos como un primer paso para el estudio
del Estado y la lucha política en el Perú actual.
En la escena política se procesa la relación de cooperación y conflicto entre las
diferentes fuerzas sociales. Los intereses de clase, los distintos niveles de conciencia,
las alianzas objetivas se expresan en las acciones de los diferentes grupos, partidos e
instituciones. A primera vista aparece sólo la voluntad de los actores, pero tras el
escenario -y sin negarle campo y rol importante a la voluntad política de éstos- están
las complejas estructuras sociales que condicionan los términos del actuar y del poder.
En la escena amplia de una sociedad dividida en clases, hay una diversidad de
instituciones que canalizan el conflicto básico y los conflictos secundarios, que encau-
zan enfrentamientos y alianzas; que expresan la lucha por el poder, aún en dimensiones
aparentemente menos comprometidas en la acción política, tales como las
instituciones culturales y gremiales. Los partidos políticos resultan articuladores
aparentemente exclusivos de la lucha por el poder, o al menos se ubican en el centro
de ésta. En este plano de la sociedad civil la lucha política se identifica con un
"escenario amplio", cuyo estudio supone analizar las fuerzas sociales en pugna y no
sólo su expresión política.
En el caso peruano, esta sociedad civil es estrecha, con instituciones poco
desarrolladas y fáciles de desarticular. El Estado oligárquico que caracteriza la forma de
dominación vigente el 68, tiene como correlato una sociedad civil débil en la que las
instituciones se quiebran rápidamente y la represión comienza impidiendo la
organización de grandes fuerzas políticas. Ello da mayor peso a un ángulo de la escena
política, que es lo que conocemos como "escena oficial". La lucha política se centra en
pocos núcleos: Poderes del Estado y cúpula de la Fuerza Armada; prensa, gremios de
propietarios, cúpulas de partidos y de centrales sindicales. El estudio de estos actores
ofrece elementos importantes de la escena política, pero no la cubre en su totalidad.
Permite apreciar las coyunturas principales pero no explica todo el conjunto y por
tanto limita la comprensión de las coyunturas mismas y su ubicación en procesos más
amplios.
En esta sociedad cerrada -por definición anti-democrática- la escena oficial debe
estudiarse con particular atención. Es posible hacerlo pues se expresa mejor en la
fuente documental. Sin embargo, para interpretarla es imprescindible recurrir tanto a
elementos de la escena amplia como al análisis de la direccionalidad de las medidas y al
significado de algunos hechos centrales, más allá de los actores e incluso de su
intencionalidad manifiesta.
En este trabajo centramos nuestra atención en el análisis de la lucha política en la
escena oficial. Ese es su límite y su utilidad. Necesariamente recurrimos, en varias
partes, a elementos de la escena política amplia (indicadores de las luchas del
movimiento popular, por ejemplo), porque sin ello es difícil situar la escena oficial. No
los desarrollamos, sin embargo, y ello es tarea necesaria para comprender tendencias
de más largo alcance y para cualquier intento de síntesis global del proceso político.
Estudiamos así la cúpula del Estado, la lucha que se da en el seno de la clase dominante
-en crisis desde antes del 68- y su vinculación con los principales hechos del proceso
político de los últimos años/precisando desde un principio los límites del ámbito que
cubre el estudio.
Lo que ofrece este libro es, así, una primera aproximación al estudio del proceso
político 1968-75 a partir de la observación sistemática de la escena oficial, con muchas
preguntas abiertas y con la intención de aportar al debate y la investigación que
clarifiquen las nuevas opciones y perspectivas. El libro no ofrece testimonio de un
actor político, ni pretende sólo calificar actores y políticas. No es un "libro de batalla",
ni coloca el dedo acusador o defensor como objetivo central. Tampoco pretende la
"objetividad" de la ciencia burguesa que en estos términos es imposible y sólo
constituye una envoltura de la conformidad con el sistema. Se ha estudiado y escrito
observando la escena, pero sin ser ajeno a lo que en ella ocurre; compartiendo las
frustraciones de las mayorías explotadas y marginadas del poder.
En el primer capítulo -como síntesis introductoria- procuramos ubicar el
movimiento del 3 de octubre en el proceso político anterior. Señalamos algunos rasgos
de la crisis del Estado Oligárquico y su expresión en el gobierno de Belaúnde,
describiendo luego algunos elementos de la toma del poder por la Fuerza Armada el
68 y proyectando su significado en perspectiva, a un nivel de hipótesis cuyos elementos
se retomarán más adelante en este y posteriores trabajos.
El cuerpo central de este libro -los capítulos II, III y IV- intenta una periodización
de la escena política oficial en función de la lucha entre tendencias presentes en el seno
del gobierno y que se vinculan con las fuerzas sociales en pugna en la sociedad peruana,
en sucesivas coyunturas cuya resultante fue definitoria del rumbo del Gobierno.
A partir de las iniciales contradicciones observadas en el régimen aparece una
primera constatación que marcará nuestra observación de la escena: la lucha política
atraviesa al gobierno desde 1968. No se trata de un gobierno coherente que enfrenta
una oposición; ni se trata, como en el período de Belaúnde, de una lucha entre
poderes del Estado. Es todo el gobierno el que está atravesado por la presencia no
explícita de proyectos políticos alternativos que buscan imponerse entre sí y hacerlo
sobre el conjunto de la sociedad. En su cúpula una cabeza pendular, el General
Velasco, arbitra a la vez que opta en lo concreto por una tendencia. Constatar estas
características del nuevo régimen no era suficiente. Aunque las contradicciones eran
notorias, podían situarse en distintos niveles. Simples ambiciones de actores políticos
competitivos no se dan en el mismo plano que contradicciones provenientes de puntos
de encuentro y representación de clases y fuerzas sociales en pugna. Es claro que
ambas cosas se daban y que además otros factores estaban presentes en la dinámica
del régimen y en su composición, influyendo en la configuración de un cuadro político
contradictorio.
La observación de la escena pudo ser sistematizada a partir de la Cronología
Política 1968-75, que elaboramos y publicamos en DESCO. Los dos primeros tomos -
1968-73- preparados entre 1973 y 1974 con Olga Verme fueron el trabajo más
restrospectivo que hubo de urgar en los primeros años de este régimen para
seleccionar y sistematizar sus principales hechos políticos. A partir de ellos, y con una
metodología que se ha ido perfeccionando, el trabajo se amplió para 1974 y 1975 con
Alfredo Filomeno y Julio Calderón. Al releer los hechos vividos, comparar distintas
interpretaciones y buscar la explicación de la dinámica política, surgió en 1975 la
necesidad de periodizar la escena, ubicar los términos de las luchas políticas principales
y la correlación de fuerzas en cada coyuntura importante. Esa perspectiva origina el
trabajo de los capítulos que siguen, como un primer intento de explicar los términos
de la lucha política en la escena oficial.
La periodización parte de la ubicación de diferentes tendencias contradictorias
en el gobierno, construidas a partir de la observación de los hechos políticos. Por
"tendencias" no entendemos ni el equivalente de los partidos, ni fracciones partidarias.
Hay que recordar que se trata de un régimen militar copando el gobierno y los
aparatos del Estado e imponiendo sus reglas en la actuación de los actores políticos. En
la conformación de cada tendencia tomamos en cuenta la opción de las fuerzas sociales
y políticas, el efecto que tiene lo que denominamos "ajedrez personal" e incluso la
influencia de actuar en un Estado cuyos aparatos se han sectorializado grandemente a
partir de los propios términos de actuación de este gobierno. Las tendencias presentes
en la escena se han construido en función de los hechos principales de la lucha política,
para facilitar su explicación y no para ser en tendidas en forma mecánica o para ser
concebidas como grupos cerrados o excluyentes dentro del gobierno. La compleja
dinámica de la cúpula, en donde se mezclan el poder civil y el militar, así como sus
normas y reglas de juego, no permite que un análisis elemental logre agotar la
comprensión de la dinámica política.
El seguimiento de tendencias -que denominamos con calificativos que surgen de
la escena misma para ubicar su transitoriedad y nivel-, nos lleva a establecer una gruesa
periodización en función de los cambios operados en la composición del bloque en el
poder, al cancelarse o salir fuerzas políticas y proyectos significativos o también al
producirse alteraciones importantes en la correlación de fuerzas. Aunque las
tendencias se presentan principalmente en forma bipolar -y ello es una simplificación-
dan cuenta de los términos centrales de la lucha política, señalando incluso cómo se
incuban nuevas contradicciones que se expresarán luego en conflictos centrales. Los
períodos no deben verse en la exactitud de las fechas, pues en más de un caso demora
en plasmar la resultante luego del hecho definitorio. De allí la indicación gruesa de
años calendario.
En los capítulos mencionados se presenta cada período analizando las opciones
básicas y las tendencias, los hechos políticos que sirvieron de indicadores y la
resultante del mismo en términos de relaciones de fuerza. Cabe señalar que en ningún
momento se ha pensado en historiar los principales hechos políticos: se seleccionan y
analizan sólo en función de su relevancia para la periodización, es decir para
ejemplificar la lucha entre tendencias y el sentido de la resultante.
Entendemos el trabajo como un aporte para comprender mejor las opciones y
los términos de la lucha política en este período y de ninguna manera como una
evaluación del mismo o un análisis final y exhaustivo de los cambios ocurridos. Sirve a
la comprensión del fenómeno político, imbricado con las dimensiones de la estructura,