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ELENCO	DE	PERSONAJES
Ye	Wenjie:	Física	cuya	familia	fue	perseguida	durante	la	Revolución	Cultural.	Entabló	contacto	con	los
trisolarianos	y	desencadenó	la	Crisis	Trisolariana.
Yang	Dong:	Física.	Hija	de	Ye	Wenjie.
Ding	Yi:	Físico	teórico.	Primer	ser	humano	en	contactar	con	las	gotas	trisolarianas.	Novio	de	Yang	Dong.
Zhang	Beihai:	Oficial	de	la	Flota	Asiática	que	secuestró	la	nave	Selección	Natural	durante	la	batalla	del	Día
del	Fin	del	Mundo,	logrando	así	mantener	un	rayo	de	esperanza	para	la	humanidad	en	su	momento	más
aciago.	Posiblemente	uno	de	los	primeros	oficiales	en	comprender	la	naturaleza	de	las	batallas	oscuras.
Secretaria	general	Say:	Secretaria	general	de	Naciones	Unidas	durante	la	Crisis	Trisolariana.
Manuel	Rey	Díaz:	Vallado.	Propuso	el	plan	de	bomba	de	hidrógeno	gigante	como	defensa	contra	los
trisolarianos.
Luo	Ji:	Vallado.	Descubrió	la	teoría	del	bosque	oscuro	y	creó	la	disuasión	de	bosque	oscuro.
TABLA	DE	ERAS
Era	Común Presente	–	año	201X
Era	de	la	Crisis 201X	–	2208
Era	de	la	Disuasión 2208	–	2270
Era	Posdisuasión 2270	–	2272
Era	de	la	Retransmisión 2272	–	2332
Era	del	Búnker 2333	–	2400
Era	Galáctica 2273	–	Desconocido
Era	del	Dominio	Negro	para	el	Sistema	DX3906 2687	–	18906416
Línea	temporal	para	el	Universo	647 18906416	–	...
Fragmento	del	prefacio	a	Un	pasado	ajeno	al
tiempo
En	principio,	lo	que	aquí	se	narra	debería	recibir	el	nombre	de	Historia,	pero
quien	escribe	ha	sido	incapaz	de	hacer	otra	cosa	que	plasmar	sus	recuerdos,	los
cuales	carecen	del	rigor	propio	de	tal	epígrafe.
Lo	cierto	es	que	tampoco	resulta	preciso	llamarlo	«pasado»,	pues	nada	de	lo
que	aquí	se	relata	sucedió	en	el	ayer,	está	sucediendo	en	el	presente	ni	sucederá
en	el	mañana.
No	ha	sido	mi	intención	dar	cuenta	de	los	pormenores	de	los	acontecimientos,
sino	 proporcionar	 tan	 solo	 un	 marco	 de	 referencia	 para	 el	 recuerdo	 y	 la
posteridad.	Los	detalles	que	se	han	conservado	son	más	que	suficientes:	flotan	a
la	deriva	en	el	espacio	dentro	de	contenedores	sellados.	Ojalá	alcancen	un	nuevo
universo	y	allí	perduren.
Así	pues,	solo	he	escrito	un	marco.	Uno	que	sirva	algún	día	para	facilitar	la
tarea	de	reconstruir	los	hechos	a	partir	de	la	información	disponible.	Aunque,
huelga	decirlo,	dicha	tarea	no	recaerá	sobre	ninguno	de	nosotros,	sigo	anhelando
que	llegue	la	hora	de	acometerla.
Por	desgracia,	me	temo	que	tal	ocasión	ni	se	dio	en	el	ayer	ni	se	da	en	el
presente	ni	se	dará	en	el	mañana.
Muevo	el	sol	para	colocarlo	en	el	oeste.	Al	variar	el	ángulo	de	incidencia	de	la
luz,	las	gotas	de	rocío	sobre	los	brotes	de	los	campos	empiezan	a	brillar	de
repente	 como	 una	 multitud	 de	 ojillos	 abriéndose	 al	 tiempo.	 Luego	 atenúo	 la
intensidad	de	la	luz	para	acelerar	la	llegada	del	atardecer.	Al	ver	mi	silueta
proyectada	en	el	horizonte	distante,	la	saludo	con	la	mano.	Ella	hace	lo	propio,	y
yo	vuelvo	a	sentirme	joven	al	verla.
Qué	momento	tan	maravilloso.	Ideal	para	ponerse	a	recordar.
Mayo	de	1453
La	muerte	de	la	Maga
Constantino	XI	Paleólogo	detuvo	por	un	instante	las	cavilaciones	en	las	que
andaba	 inmerso.	 Hizo	 a	 un	 lado	 la	 montaña	 de	 planos	 defensivos	 que	 tenía
delante,	se	alisó	la	túnica	púrpura	y	aguardó.
Su	 percepción	 del	 paso	 del	 tiempo	 tenía	 una	 precisa	 rigurosidad:	 en	 el
momento	justo,	llegó	un	poderoso	y	violento	temblor	que	parecía	provenir	de	las
profundidades	de	la	tierra.	Los	candelabros	de	plata	vibraron	con	un	lúgubre
silbido	y	el	polvo,	que	debía	de	llevar	mil	años	acumulado	en	los	techos	del	Gran
Palacio,	comenzó	a	caer	sobre	las	llamas	de	las	velas	y	a	explotar	en	minúsculas
chispas	al	entrar	en	contacto	con	ellas.
Exactamente	cada	tres	horas,	justo	lo	que	tardaban	los	otomanos	en	volver	a
cargar	las	bombardas	diseñadas	por	el	ingeniero	Orbón,	gigantescos	proyectiles
de	roca	de	más	de	media	tonelada	batían	las	murallas	de	Constantinopla.	Eran	las
más	resistentes	del	mundo	de	la	época,	ampliadas	y	reforzadas	desde	que	en	el
siglo	V	Teodosio	II	mandara	construirlas,	además	de	ser	también	el	principal
motivo	por	el	que	hasta	el	momento	la	corte	bizantina	había	sobrevivido	a	tantos	y
tan	poderosos	enemigos.
Sin	embargo,	las	gigantescas	balas	de	roca	estaban	causando	estragos	en	las
murallas,	y	con	cada	nueva	embestida	se	desprendían	más	y	más	pedazos,	como	si
se	tratara	de	las	mordeduras	de	un	gigante	invisible.	El	emperador	podía	imaginar
la	escena:	con	los	escombros	de	la	explosión	aún	flotando	en	el	aire,	una	multitud
de	soldados	y	ciudadanos,	cual	marabunta	de	valientes	hormigas	en	medio	de	una
tormenta	de	arena,	se	arrojaba	sobre	la	herida	recién	abierta	para	tratar	de	llenar
el	 hueco	 con	 cualquier	 cosa	 que	 tuvieran	 a	 mano,	 ya	 fueran	 restos	 de	 otros
edificios,	 sacos	 terreros	 o	 valiosos	 tapices	 árabes...	 Era	 incluso	 capaz	 de
imaginar	la	nube	de	polvo,	en	la	que	se	reflejaba	la	luz	del	ocaso,	cernirse	sobre
Constantinopla	como	un	manto	de	oro.
Desde	 el	 comienzo	 del	 asedio	 de	 la	 ciudad,	 cinco	 semanas	 atrás,	 aquellos
temblores	se	sucedían	siete	veces	al	día	con	una	cadencia	tan	puntual	y	regular
que	parecía	que	los	produjera	un	reloj	gigantesco,	uno	que	marcase	el	paso	de	los
días	y	las	horas	de	otro	mundo,	el	mundo	de	los	herejes.	En	comparación,	el
compás	del	reloj	de	latón	en	forma	de	águila	bicéfala	que	había	en	un	rincón	de	la
estancia,	símbolo	de	la	cristiandad,	resultaba	extraordinariamente	débil.
Los	 temblores	 cesaron.	 Al	 cabo	 de	 un	 rato	 Constantino	 consiguió,	 no	 sin
esfuerzo,	volver	a	la	realidad	que	tenía	ante	él	e	indicó	al	guarda	que	estaba	listo
para	recibir	a	quien	fuera	que	aguardase	al	otro	lado	de	las	puertas.
Frantzes,	uno	de	los	consejeros	más	cercanos	al	emperador,	entró	seguido	de
una	muchacha	de	aspecto	demacrado.
—Majestad,	esta	es	Helena	—anunció	con	una	reverencia,	para	a	continuación
hacerse	a	un	lado	e	indicar	a	la	chica	que	avanzara.
El	emperador	la	observó	aproximarse.	Las	mujeres	nobles	de	Constantinopla
solían	vestir	lujosos	ropajes	de	adornos	ostentosos,	mientras	que	las	vestiduras
de	 la	 plebe	 siempre	 eran	 blancas	 y	 holgadas,	 y	 cubrían	 el	 cuerpo	 hasta	 los
tobillos.	Helena,	en	cambio,	parecía	combinar	ambos	estilos:	en	lugar	de	llevar
una	túnica	bordada	con	hilo	de	oro,	vestía	de	blanco	como	una	plebeya	y	al
mismo	tiempo	se	cubría	con	una	lujosa	capa	que	no	era	del	púrpura	reservado	a	la
nobleza,	sino	ocre.	Su	rostro,	de	una	sensualidad	muy	provocadora,	evocaba	la
imagen	de	una	flor	dispuesta	a	marchitarse	entre	oro	y	riquezas	antes	que	a	medrar
en	el	estiércol.
Una	prostituta.	Probablemente	de	las	que	se	ganaban	bien	la	vida.	Temblaba
mucho	y	mantenía	la	vista	baja,	pero	el	emperador	vio	en	su	mirada	un	ímpetu	y
un	anhelo	insólitos	en	las	de	su	clase.
—¿Practicas	la	magia?	—preguntó	Constantino,	que	deseaba	dar	por	concluida
aquella	audiencia	lo	antes	posible.
Description:Yang Dong quería salvarse, pero sabía que tenía pocas posibilidades de conseguirlo. De pie en el balcón del piso superior del centro de control, observó el acelerador de partículas detenido. Desde allí veía en su totalidad la circunferencia de veinte kilómetros que formaba el colisionador.