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EL CORAZÓN DE LA NACIÓN
Ensayos sobre política y sentimentalismo
Lauren Berlant
Prólogo de Rossana Reguillo
Traducción de Victoria Schussheim
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Primera edición, 2011
Primera edición electrónica, 2012
Capítulo 1: fue publicado originalmente como “The Subject of True Feeling: Pain, Privacy, and Politics” pp. 105-133 en
Left Legalism/Left Critique, Wendy Brown, Janet Halley, eds. Esta traducción se publica por acuerdo con Duke
University Press.
D. R. © 2002, Duke University Press
Capítulo 2: fue publicado originalmente como “Poor Eliza” pp. 33-67 en The Female Complaint. Esta traducción se
publica por acuerdo con Duke University Press.
D. R. © 2008, Duke University Press.
Capítulo 3: fue publicado originalmente como “Nearly utopian, nearly normal: Post-Fordist affect in La Promesse and
Rosetta” pp. 273-301 en Public Culture (2007) vol. 19 (2), pp. 273-301. Esta traducción se publica por acuerdo con
Duke University Press.
D. R. © 2007, Duke University Press.
D. R. © 2011, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
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Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen
tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son
propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del
copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-0857-4
Hecho en México - Made in Mexico
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UMBRALES
Colección dirigida por
Fernando Escalante Gonzalbo y Claudio Lomnitz
Sucede con frecuencia que lo mejor, lo más original e interesante de lo que se escribe
en otros idiomas, tarda mucho en traducirse al español. O no se traduce nunca. Y desde
luego sucede con lo mejor y lo más original que se ha escrito en las ciencias sociales
de los últimos veinte o treinta años. Y eso hace que la discusión pública en los países
de habla española termine dándose en los términos que eran habituales en el resto del
mundo hace dos o tres décadas. La colección Umbrales tiene el propósito de comenzar
a llenar esa laguna, y presentar en español una muestra significativa del trabajo de los
académicos más notables de los últimos tiempos en antropología, sociología, ciencia
política, historia, estudios culturales, estudios de género…
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Prólogo
Pensar desde los bordes:
lo político y su clave emocional
La saturación de la escena contemporánea vuelve cada vez más compleja la tarea de
comprender y, especialmente, la de producir un mínimo de inteligibilidad desde el
pensamiento crítico. Desgastadas las categorías para nombrar el mundo y, con ello,
dotarlo de sentido; arrinconados o desdibujados los saberes críticos por la emergencia
y proliferación de “expertos” mediáticos que trazan sin pudor las coordenadas de
nuestras catástrofes y orientan los debates en la agenda pública, y de cara a la
aceleración de los indicios e indicadores sobre el fracaso incontestable del modelo
económico-político dominante, un libro como el de Lauren Berlant es una bocanada de
aire fresco y un redoblado impulso crítico para repensar-nos como sociedades.
La lectura del texto de Berlant no es sencilla: hay en su escritura una tensión entre la
reposición del contexto al que permanentemente alude (la cultura estadunidense) y el
plano abierto de la discusión en torno a la contemporaneidad. A lo largo de las páginas
que conforman el libro que el lector tiene hoy en sus manos, no pude dejar de recordar
la conferencia que Pierre Bourdieu[1] dictó en la Casa Franco-Japonesa en Tokio en
octubre de 1989, a propósito de su obra La distinción. Ahí señaló: “al hablar de
Francia no cesaré de hablarles de Japón”. Y añadió: “Hablaré de un país que yo
conozco bien, no sólo porque en él nací y del que hablo su lengua, sino porque lo he
estudiado mucho: Francia”. El sociólogo coloca a mi juicio varias cuestiones
relevantes para discutir con El corazón de la nación. Ensayos sobre política y
sentimentalismo.
No parece haber en su discurso la prepotencia a veces involuntaria que suele estar
presente en el pensamiento eurocentrado que toma como parámetro de análisis
universal la realidad empírica de una región o país, sino la preocupación honesta del
intelectual por las relaciones entre particularismo y universalidad, entre lo abstracto y
lo concreto, y que apela a la necesidad de “sumergirse en la particularidad de una
realidad empírica, históricamente situada y fechada para lograr asir la lógica más
profunda del mundo” (ibid., p. 25). Así, me parece que, al hablar de los Estados
Unidos, Berlant no deja de hablarnos del mundo y de la máquina cultural moderna.
En este sentido, el trabajo de la autora nos coloca frente a uno de los mayores retos
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para el fortalecimiento de los saberes críticos, sacudidos por los vientos neoliberales
que no solamente diluyen el poder de la palabra crítica y el poder interpretativo sino
que además tienden a su descalificación en aras de una reingeniería social que busca la
maximización del beneficio y los resultados a toda costa: producir un pensamiento
“descentrado” como antídoto contra los particularismos obsesivos y las
generalizaciones arbitrarias, de los que México y América Latina —región compleja,
heterogénea, multidimensional— está saturada.
Su potente instrumental analítico, que apela a la cultura popular, al cine, a los
personajes de la esfera pública, a los debates cruciales por el cuerpo ciudadano, a la
subordinación de lo femenino y lo infantil, a los modelos de vida buena y la
interpelación constante al sentimiento, hace que resulte difícil encasillar su obra en una
lógica disciplinaria. Pensadora de intersticios, Lauren Berlant arriesga una hipótesis
crucial: la lectura de la esfera pública —no sólo estadunidense—, en clave emocional.
Dice la autora que le interesa ocuparse de “ligar el sentimiento doloroso en la
elaboración de los mundos políticos. Me refiero en particular a cuestionar la poderosa
creencia popular en la acción positiva de algo que denomino sentimentalismo nacional,
una retórica de promesa que una nación puede construir atravesando diversos campos
de diferencia social mediante canales de identificación afectiva y de empatía”. De esta
afirmación me interesa detenerme en dos aspectos que considero muy relevantes para
iluminar, en el sentido benjaminiano, la realidad o eso que llamamos realidad actual.
En primer término, la presuposición —que comparto con la autora—, de la
poderosa relación entre la elaboración de los mundos políticos y las emociones como
experiencias de articulación de “lo nacional” y de lo identitario. En segundo lugar, la
clave transclasista de esta sentimentalidad que tiende a producir la fantasía —en
términos de la autora— de la desaparición de las desigualdades y estructuras de clase.
Sobre el primer aspecto, al realizar mi propio trabajo de investigación y
producción teórica, encontré una estrecha relación entre lo que Spinoza[2] llamó
“emociones primarias” (miedo, esperanza, ira, felicidad) y la rearticulación social en
clave política. La interpelación emotiva para impulsar o frenar proyectos, la
centralidad del miedo en la reingeniería nacional frente al enemigo abyecto y peligroso
(especialmente a partir del 11 de septiembre de 2001), el desplazamiento de la
esperanza hacia un futuro promisorio o un pasado glorioso y, en contraposición, su
emplazamiento en actores específicos de la política formal: Pete Wilson en la
California de los años noventa, que explotaba el miedo al migrante y se erigía como la
única esperanza para contrarrestar la plaga y salvaguardar el estilo de vida
estadunidense (incluida la protección de empleos), y Álvaro Uribe en Colombia (2002-
2010), autopresentado como el “hombre fuerte” capaz de contener la debacle
colombiana, entre otros ejemplos posibles; la apelación constante y fantasmagórica a
figuras de la disolución y el contagio, homosexualidad, prostitución, delincuencia, etc.,
y más recientemente la “conmiseración” (que ocupa una buena parte de la reflexión de
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Berlant) como clave de acción política sin arriesgar la crítica al modelo dominante; o
en otras palabras, la instauración de la víctima como sinécdoque del ciudadano, en un
complejo proceso de pasteurización que deja fuera de la escena a la agencia.
Cuando Berlant alude en su texto a las figuras del niño explotado, a las esclavas que
huyen o interpretan la denuncia, o a los jóvenes (niños, los llama Berlant) protagonistas
de la descapitalización en las películas que usa como analizadores en el último ensayo
de este libro, revela la trama teórica-emotiva de una máquina cultural que trasciende
las fronteras geográficas para instalar una geopolítica de “acción capilar”, en términos
de Foucault. Lo que quiero resaltar es que estas “figuras”, que indudablemente poseen
anclajes de clase y están históricamente situadas, es decir, no pueden abstraerse de sus
dimensiones estructurales, configuran y dialogan con un poder en cascada que emana de
los lugares de enunciación sostenidos por el poder propietario, intermediario y
productivo de las empresas culturales. Así La cabaña del tío Tom, como narración
fundacional de “lo estadunidense”, y el trauma de la esclavitud —como diría la propia
Berlant—, no agota sus claves de lectura en lo nacional. Aunque su trama esté plagada
de guiños y símbolos de ese “particularismo”, su poder interpretativo alude a lo que
Alberto Cirese[3] llamó lo “elementalmente humano”, aquellos espacios intersticiales
de contacto simbólico donde concepciones del mundo opuestas, antagónicas, pero no
por ello necesariamente violentas, se interconectan, procurando continentes de
significación compartida. Y estos continentes se producen en virtud de los sentimientos
movilizados.
A través de Cirese podemos acercarnos al segundo punto que interesa discutir: el
del efecto fantasioso de lo transclasista, la abolición de la desigualdad, la injusticia y
la inequidad, a través de esos sentimientos empáticos. Decía Bourdieu (1997: II) que
“la cuestión de que se habla se da en la situación misma en la que se habla”. El trabajo
de Berlant arroja importantes pistas para repensar la situación por la que atraviesa el
México contemporáneo, sacudido por múltiples y crueles violencias, marginalidades
crecientes y, como ya dije, descapitalización de sus jóvenes y niños.
Entre el conjunto de “transacciones emocionales e instrumentales”, como denomina
la autora a los procesos que facilitan la ilusión de la pertenencia, cobra una especial
relevancia, en este momento particular, el “discurso del consuelo”, una retórica
sentimental que se pretende a salvo de diferencias de clase, de ideologías, de
posiciones, y que impregna la escena pública de rituales de contrición, de aflicción,
reparación y sanación. Frente a las consecuencias de la llamada “guerra contra el
narco”, en la que más de 40 mil personas han perdido la vida, esta sentimentalidad,
exacerbada por y desde los medios de comunicación del mainstream, no logra
incorporar al debate y a un campo de visibilidad los procesos que hacen posible la
emergencia de las Rosettas y los Igores[4] que con tanto tino analiza la autora en este
libro.
Si en Bélgica la película Rosseta dio paso a la emergencia de una ley llamada
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“Plan Rosseta”, que como cuenta Berlant “obligaba a los empresarios a contratar a
belgas jóvenes que, como Rosetta, estaban debatiéndose desesperadamente por lograr
meter un pie, a como diese lugar, en la economía cada vez más globalizada”, en México
y en otros países de América Latina las muertes reales y simbólicas de miles de
jóvenes parecidos a Rosetta quedan obturadas por el discurso de la conmiseración.
Pero no hay que llamarse a engaño: ese plan belga no constituye ninguna solución,
porque pese a su impulso político no logra atender el asunto nodal: el del fracaso de un
proyecto capitalista que condena a los actores a la lucha por la inclusión, la pertenencia
y el reconocimiento a cualquier costo. Como dice la autora a propósito de La
promesse, “se trata también de una historia acerca de las condiciones en las que la
fantasía adopta la forma más conservadora en el fondo de tantas estructuras de clase.
Los adultos quieren pasarles a sus hijos la promesa de la promesa”. Es decir, la
esperanza, esa emoción, de que es posible llegar a un mundo que permanece a salvo de
las críticas estructurales y a una posible redención vía el contrato de primer empleo, o
bien vía las lamentaciones colectivas.
Rosseta, personaje central de la película del mismo nombre, e Igor, personaje de La
promesse, operan desde diferentes lugares como un síntoma de lo que Beck[5] llamaría
“soluciones individuales a los problemas sistémicos”, y vuelven visible, así como los
movimientos en Túnez, Egipto, España, Francia e Inglaterra, el espectro de esa
inclusión, elevadas a rango de paradigma incuestionable la integración y la inclusión en
el modelo socioeconómico y político dominante como aspiración normativa y destino
manifiesto para los grupos y movimientos marginales que quedaron fuera en el
reordenamiento del capitalismo. La pregunta por plantear en todo caso es si estas
señales estarían indicando la emergencia de nuevas subjetividades políticas o, por el
contrario, se trata de expresiones que, como dice la autora, “tratan de forzar un sentido
de obligación en alguien, que tendrá que pasar por el logro de su deseo de
reconocimiento y de una forma de vida”.
En este contexto, la pregunta por “lo nacional” —así, entre comillas— resulta
crucial, en tanto que los relatos, las formaciones culturales, los símbolos que articulan
la escena pública, pueden llevarnos a calibrar el tamaño de los desafíos y, de manera
particular, a interrogarnos si estamos frente a un cambio de época y no frente a una
época de cambios. Por ello, la estrategia de Berlant, de aproximación oblicua a la
política desde lo político, es fundamental.
De cara a la crisis de las instituciones modernas, a lo que parece ser el desencanto
de la política y el reencantamiento de la razón sentimental, los discursos que sustentan
nuestra cotidianeidad pasan por el cine, la literatura, cierto tipo de periodismo, mucho
más capaces de hacerse cargo del “corazón” del globo.
Rossana Reguillo
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[1] Pierre Bourdieu, Capital cultural, escuela y espacio social, México, Siglo XXI, 1997.
[2] Baruch Spinoza (1977), Ética. Tratado teológico-político, México, Porrúa, Sepan Cuantos, 1977, p. 23.
[3] Alberto M. Cirese, “Cultura popular, cultura obrera y lo ‘elementalmente humano’ ”, Comunicación y Cultura 10
(UAM Xochimilco, México), 1983.
[4] Escritas y dirigidas por Luc y Jean-Pierre Dardenn, La promesse y Rosetta centran su narrativa en lo que llamo
“jóvenes en el borde”, con biografías contingentes y precarias, y que luchan por sobrevivir en un ambiente adverso.
[5] Ulrich Beck, La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Barcelona, Paidós, 1998.
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1
Dolor, privacía y política
La libertad no encuentra refugio en una jurisprudencia de dudas.[1]
Dolor
Salarios destrozados y cuerpos destrozados saturan el mercado global en el cual los
Estados Unidos buscan desesperadamente competir “competitivamente”, como dice el
eufemismo, es decir en una carrera que será ganada por las naciones cuyas condiciones
laborales sean las óptimas para obtener beneficios.[2] En los Estados Unidos los medios
de la esfera política pública registran habitualmente nuevos escándalos de la
proliferación de talleres explotadores “en nuestro país” y “en el extranjero”, lo cual ha
de ser bueno, porque produce sentimiento y, con él, algo parecido a la conciencia, que
puede llevar a la acción.[3] Sin embargo, incluso mientras prolifera la imagen del
obrero traumatizado, mientras las evidencias de explotación se encuentran debajo de
cada piedra o mercancía, compite con una imagen normativa/utópica del ciudadano
estadunidense que sigue estando impoluta, enmarcada y protegida por la trayectoria
privada de su proyecto de vida, que es santificado en la encrucijada en la que el
inconsciente se encuentra con la historia: el Sueño Americano.[4] En esa historia la
identidad de uno no nace del sufrimiento mental, físico o económico. Si el trabajador
estadunidense tiene la suerte de vivir en un momento económico que hace posible el
Sueño, puede parecer por lo menos nacional cuando está trabajando, y más nacional
aún en su tiempo libre, con su familia o en los mundos semipúblicos de otros hombres
que producen un excedente de virilidad (por medio de los deportes). En el espacio
soñado norteamericano su identidad es propiedad privada, una zona en la cual los
obstáculos estructurales y las diferencias culturales se desvanecen en un éter de goce
prolongado, pospuesto e individualizado que se ha ganado y que la nación le ha
ayudado a ganarse. Mientras tanto, la explotación sólo aparece como un guijarro
escandaloso en el tamiz de la memoria, cuando puede ser condensada en algo exótico,
de fascinación momentánea, una miseria del fondo, demasiado horrible para leerla en
su propia, real banalidad.
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