Table Of ContentMARGARET MEAD
E D U C A C I O N
Y
C U L T U R A
EDITORIAL P AI DOS
BUENOS AIRES
Título del original inglés
GROWING UP IN NEW GUINEA
Traducción de
J. PRINCE
IMPRESO EN LA ARGENTINA
(PRÍNTED ÍN ARGENTINA)
Queda hecho el depósito que previene la ley N? 11.723
3;l edición. 1972
Copyright de todas las ediciones en castellano
E D I T O R I A L P A I D O S
Defensa 599. 3er. piso. Buenos Aires
I N D I C E
PARTE PRIMERA
Educación y Cultura en la Sociedad Manus
Escenas de la vida de los Manus................................................................. 19
Educación primaria............................................................................................... 27
La vida familiar.................................................................................................... 46
La vida social del niño y del adulto.......................................................... 66
El niño y lo sobrenatural . . . . .................................................................. 78
El mundo de ios niños...................................................................................... 91
El desarrollo de la personalidad..................................................................... 103
Actitud manus ante el sexo.............................................................................. 114
La adolescente........................................................................................................ 129
El adolescente......................................................................................................... 140
El triunfo de los adultos................................................................................... 149
PARTE SEGUNDA
Reflexiones sobre los A ctuales Problemas Educacionales
a la Luz de la Experiencia M anus
El legado de nuestra tradición.................................................................... 157
Educación y personalidad................................................................. . . , 165
La esfera de la imaginación........................................................................ 178
El niño y la tradición................................................ ,, ..................... 189
Apéndices
I. El método etnológico en psicología social.................................................... 203
II. Notas etnográficas sobre los M anus........................................................... 213
III. El contacto cultural en M anus........................................................................ 221
IV. Costumbres relativas aí embarazo, al alumbramiento y al cuidado
de los niños................................................................................................................ 235
V. Diagrama de la aldea............................................................................................. 23S
VI. Ponorama de la aldea visto por dos niñas.................................................... 245
VII. Una leyenda típica. La historia del pájaro "Ndrame” ......................... 263
VIII. Análisis de la población de Peri........................................................................ 265
IX. Planillas empicadas para reunir material...................................................... 269
El proceso mediante el cual el niño se transforma en un ser adulto,
en esa complicada versión individual de su pueblo y de su época, cons
tituye uno de los objetos de investigación más sugestivos que se ofrecen
a la curiosidad del estudioso. Ya sea que querramos señalar los intrinca
dos senderos a través de los cuales el tierno infante ha llegado a con
vertirse en una personalidad, o bien predecir el futuro de otro niño
que ayn está en mantillas, ya intentemos dirigir una escuela o bien filo
sofar acerca del futuro de un país, se nos presentará siempre, en el
primer plano del pensamiento, un idéntico problema. ¿Qué parte de sus
futuras cualidades personales trae el niño al nacer? ¿Hasta qué punto
rigen el desarrollo de su personalidad determinadas leyes? ¿Hasta qué
extremo y en virtud de cuáles medios depende ese desarrollo de las pri
meras enseñanzas, de la personalidad de sus padres, de la de sus maes
tros, de sus compañeros de juego o de la época en que le tocó vivir?
¿Es la armazón de la naturaleza humana tan rígida que se quebrará si se
la somete a pruebas demasiado severas? ¿Hasta qué límites de flexibi
lidad podrá adaptarse? ¿Es posible atenuar el conflicto entre la juven
tud y la vejez de modo tal que sea menos agudo o de consecuencias más
fecundas? Tales interrogantes se hallan implícitos en toda cuestión de
índole social:' en la decisión de la madre de dar el alimento a su criatura
con una cuchara, en vez de obligarla a beber de un odiado biberón; en
la inversión de un millón de pesos para la construcción de un nuevo
colegio de enseñanza manual; en la propaganda de la Liga Antialcohóli
ca o en la del Partido Comunista. Es poco, sin embargo, lo que sabemos
al respecto, pues sólo estamos elaborando métodos que nos aproximen a
la solución del problema.
Sin embargo, desde que la historia de la humanidad tomó ese
aspecto que simboliza la leyenda de la confusión de las lenguas y de ia
dispersión de los pueblos producida después de la torre de Babel, el estu
dioso de la naturaleza humana tuvo a su disposición un tipo especial de
laboratorio. En diversas partes del mundo, en las más espesas selvas y
en las islas más pequeñas, grupos de individuos, que diferían de sus veci
nos en lenguaje y costumbres, fueron elaborando experiencias que per
miten trabar conocimiento con su naturaleza íntima. La incansable ima
ginación de muchos hombres se manifestó trazando de diversos modos el
pasado histórico de la especie, inventando nuevas herramientas, nuevas
formas de gobierno, nuevos y diferentes planteos del problema del bien
y del mal, nuevos conceptos sobre la posición del hombre en el universo.
Un pueblo somete a prueba los efectos de la jerarquía, con su secuela
de artificios y convencionalismos; otro demuestra las consecuencias so
ciales del sacrificio humano en gran escala; el de más allá comprueba
los efectos-de una democracia amplia e inorgánica. Mientras un pueblo
alcanzaba los límites de una licencia ritual, otro imponía a todos sus
miembros la abstinencia durante ciertas estaciones o durante años ente
ros. Mientras uno convertía a sus muertos en dioses, otro prefería igno
rarlos, elaborando en cambio una filosofía de la vida para la cual el
hombre es como una hierba que nace al amanecer y que es arrancada
para siempre a la hora del crepúsculo.
Dentro de las amplias líneas generales que representan las más anti
guas pautas del pensamiento y de la conducta, y parecen construir la
herencia común de la humanidad, incontables generaciones han experi
mentado las diversas posibilidades del espíritu humano. Sólo quedaba a
los espíritus investigadores, sensibles al valor de esas venerables expe
riencias, la tarea de leer las respuestas escritas por las formas de vida de
los diferentes pueblos. Desgraciadamente, hemos sido ciegos y pródigos
en el uso de esos inapreciables testimonios. Hemos permitido que la
única información relativa a experiencias que requirieron miles de años
para cumplirse, y que somos incapaces de repetir, fuera destruida por
las armas de fuego o por el alcohol, por el evangelio o la tuberculosis.
Un pueblo primitivo tras otro han desaparecido, sin dejar rastro.
Si un vasto conjunto de abnegados biólogos se hubiera dedicado
durante un centenar de años a criar chanchitos de la India o cierto géne
ro de moscas, anotando los resultados de esa labor, y algún vándalo
despreocupado hubiera quemado ese esmerado registro y muerto a los
sobrevivientes de dichas especies, lanzaríamos gritos de indignación
ante semejante pérdida para la ciencia. Sin embargo, cuando la historia,
sin ningún objeto predeterminado, nos ofrece los resultados, no ya de la
experiencia de un siglo sobre chanchitos de la India, sino los de una
experiencia de millares de años sobre seres humanos, permitimos, sin
protestas, que se extingan sus testimonios.
Aunque la mayor parte de esas frágiles culturas cuya perpetuación
no se debió a documentos escritos, sino a la memoria de algunos cente
nares de seres vivientes, se han perdido para nosotros, algunas siguen
existiendo. Aisladas en pequeñas islas del Pacífico, en las densas selvas
africanas o en los desiertos asiáticos, es posible hallar aún sociedades vír
genes que han elegido, para sus problemas de convivencia, soluciones
distintas a las nuestras y que pueden ofrecernos preciosas demostracio
nes acerca de la maleabilidad de la naturaleza humana.
Los manus, pueblo lacustre, de piel morena, que habita el norte de
Nueva Guinea, en las islas del Almirantazgo, constituyen una de esas
sociedades vírgenes.1 En sus casas abovedadas, cubiertas de espinosas
ramas, levantadas por medio de soportes sobre las aguas verde oliva de
una amplia laguna, viven del mismo modo en que lo hicieran sus ante
pasados, desde incontables centurias. Ningún misionero fue a enseñarles
una fe extraña; ningún mercader les arrebató sus tierras reduciéndolos
a la miseria. Las enfermedades del hombre blanco que llegaron hasta
ellos, se manifestaron en casos tan reducidos que pudieron explicarlas
con su propia teoría según la cual la enfermedad es el castigo por una
mala acción. Compran objetos de hierro, telas y abalorios a lejanos
comerciantes; aprendieron a fumar el tabaco del hombre blanco, a usar
su moneda, a. sostener un pleito ocasional ante el Tribunal de Distrito.
Desde 1917 la guerra ha sido prácticamente abolida entre ellos, siendo
ésta una reforma bien recibida por ese pueblo comerciante y viajero.
Los jóvenes suelen marcharse a trabajar, durante dos o tres años, en las
plantaciones de los blancos, pero vuelven, poco cambiados, a sus aldeas
nativas. Se trata esencialmente de una sociedad primitiva, sin historia
escrita, que no depende económicamente de la cultura de los blancos
y conserva sus cánones propios y su propia forma de vida.
La manera mediante la cual los niños nacidos en esas comunidades
lacustres absorben gradualmente las tradiciones, las prohibiciones y los
conceptos de sus mayores, convirtiéndose a su vez en activos continua
dores de la cultura manus, constituye un documento rico en inferencias
para la educación. Nuestra propia sociedad es tan compleja, tan acabada,
que el investigador más serio sólo puede examinar, en el mejor de los
casos, una parte del proceso educacional. Mientras concentra su atención
sobre el método con el cual el niño resuelve determinado conjunto de
problemas, debe descuidar necesariamente los demás. Pero en una
sociedad simple, sin división de trabajo, sin documentos escritos, sin
mucha población, basta la capacidad memorística de unos cuantos
individuos para encerrar toda la tradición. Con la ayuda de anotaciones
1 Ver Apéndice II, “Notas etnográficas sobre la tribu Manus”.
y de un punto de vista analítico, es posible que un investigador domine
en pocos meses la mayor parte de esa tradición, cuyo conocimiento
adquiere el nativo a través de muchos años.
Desde esa ventajosa posición que otorga el completo conocimiento
del fondo cultural, es posible estudiar el proceso educativo y sugerir
soluciones a problemas educacionales que jamás estaríamos dispuestos a
estudiar experimentando sobre nuestros propios hijos. Los manus han
realizado la experiencia para nosotros; sólo debemos formular la con
clusión que de ella se desprende.
No hemos efectuado este estudio sobre la educación en Manus para
probar determinada tesis ni para sostener teorías preconcebidas. Muchos
de los resultados obtenidos fueron para nosotros una sorpresa.2 Esta des
cripción de los medios que un pueblo simple, habitante de lagunas poco
profundas, en lejanas islas de los mares del sur, emplea en la tarea de
preparar sus hijos para la vida, es ofrecida al lector como cuadro en
miniatura de la educación humana. La importancia de éste ante los
modernos problemas educacionales, consiste, en primer lugar, en que
ofrece un conjunto simplificado, donde todos los elementos pueden ser
rápidamente fijados y comprendidos;el complejo proceso, que acostum
bramos imaginar como tejido sobre un cañamazo demasiado amplio
para que se lo abarque de una ojeada, puede observarse como a través
del lente diminutivo de un pintor. Además, ciertas tendencias en la
disciplina o en la licencia tolerada, ciertas actitudes paternas pueden
observarse en Manus hasta extremos más drásticos que los que se han
manifestado en nuestra sociedad. Nos interesan, finalmente, los manus,
porque los métodos y los fines de la sociedad manus, aunque primitivos,
no son distintos de los métodos y los fines que pueden hallarse en nues
tro pasado inmediato.
Veremos con qué extraordinario éxito inculcan los manus el respeto
a la propiedad hasta en los niños más pequeños; cuán notable es igual
mente la adaptación física que se enseña a realizar a los pequeños. La
firme disciplina, combinada con la incansable solicitud que se encuen
tra en el fondo de esos dos triunfos de la educación manus, contradice
tanto la teoría de que el niño debe ser protegido y abrigado, como tam
bién la que afirma que aquél debe ser arrojado a las aguas de la expe
riencia para “nadar o hundirse”. El mundo de los manus, débil armazón
de estrechas tablas sobre la inconstante marea de una laguna, es un lugar
demasiado precario para permitir errores costosos. La forma exitosa
mediante la cual cada niño es adaptado allí a su riesgoso medio de vida,
tiene vinculación con los problemas que deben encarar los padres en
2 ' ✓
Ver Apendice I, "El punto de vista etnologico en psicología sociai”,
nuestra sociedad, a medida que aumenta ía posibilidad de accidentes que
amenazan nuestra existencia.
Quizá sean igualmente ilustrativos tos errores de los manus. cuya
eficiencia en la formación de pequeños y diestros atletas y en el arte de
inculcarles un absoluto respeto por ía propiedad, es contrabalanceada
por su fracaso en otras formas de disciplina. Se permite a los niños dar
rienda suelta a sus emociones; se los acostumbra a no frenar sus lenguas
ni su mai genio. No se les enseña a respetar a sus padres, ni a sentir e!
orgullo de una tradición. La falta de toda enseñanza que prepare a ios
jóvenes a recibir con agrado el peso de una tradición, a desempeñar or-
gullosamente el papel de adultos, es un rasgo destacado de aquella edu
cación. Se les permite retozar en un lugar de recreo ideal, sin responsa
bilidades y sin tener que honrar o agradecer a aquellos cuya incansable
labor hace posible esos largos años de juego despreodupado.
Quienes crean que todos los niños son naturalmente creadores, de
imaginación innata y que sólo necesitan libertad para desarrollar ricas
y hermosas formas de convivencia, no hallarán en la conducta de los
pequeños manus una confirmación de su creencia. Tenemos ahí a todos
los niños de una comunidad, eximidos de toda labor, que reciben sólo la
más rudimentaria enseñanza de parte de una sociedad interesada única
mente en la destreza física, en el respeto a la propiedad y en la observan
cia de unos cuantos tabúes. Se trata de niños sanos; un cincuenta por
ciento de mortalidad infantil lo certifica. Sólo sobreviven los más aptos.
Son niños inteligentes; apenas hay entre ellos tres o cuatro obtusos.
Están dotados de una perfecta coordinación física; sus sentidos son agu
dos, sus percepciones son rápidas y precisas. Las relaciones entre padres
e hijos son de tal índole, que difícilmente dan lugar a un sentimiento de
inferioridad o de inseguridad. Ese grupo de niños tiene plena libertad
para jugar durante todo el día; pero, desgraciadamente para los teori-
zadores, sus juegos son semejantes a los de pequeños perrillos o gatitos.
No contando con la ayuda de las ricas sugestiones que los niños de otras
sociedades reciben en sus juegos de la admirada tradición de los adultos,
viven una infancia estúpida, desprovista de interés, retozando alegre
mente hasta quedar agotados, para echarse luego y permanecer inertes,
sin aliento, hasta descansar lo suficiente para volver a retozar.
Es igualmente extraño y revelador el cuadro que ofrece la familia
en Manusy donde el padre desempeña el papel principal, como guardián
solícito e indulgente, mientras que la madre ocupa un lugar secundario
en el afecto del niño. Acostumbrados al tipo de familia en la cual el
padre hace de rudo y distante dictador, en tanto que la madre es la
protectora y defensora del niño, es sorprendente para nosotros encontrar
una sociedad donde el padre y la madre han cambiado Sos papeles. Los
psiquiatras han destacado las dificultades que se ofrecen al desarrollo
de un niño varón, en un hogar donde el padre hace de patriarca y la
madre de “madonna”. Manus ilustra el papel creador que un padre tier
no y amoroso puede desempeñar en la formación de la personalidad de
su hijo. Esa experiencia sugiere que la solución del complejo familiar
puede hallarse, no ya en el hecho de que los padres dejen de cumplir
misión alguna en la educación del niño, sino en que intercambien sus
respectivos papeles.
Aparte de esos rasgos especiales de la práctica educacional manus,
hay una curiosa analogía entre la sociedad manus y la de Estados Unidos
de N. A. igual que en este país, no se ha pasado en Manus de la etapa
primaria de ganarse la vida, a la menos inmediata de vivir la vida como
un arte. Igual que en ios Estados Unidos, se respeta el trabajo y se juzga
al hombre según su habilidad y su éxito económico. El soñador que se
aparta de las tareas de la pesca o del mercado y que por consiguiente
sólo puede hacer una pobre exhibición en la próxima fiesta, es despre
ciado por inepto. Los manus no tienen artistas, pero, a semejanza de ios
norteamericanos, compran los artefactos de sus vecinos, pues son más
ricos que éstos. Conceden poca importancia a las artes del ocio, a la
conversación, al relato de leyendas, a la música, a la danza, a la amistad
y al amor. La conversación tiene un propósito determinado, ios relatos
son preves y muy poco estilizados, el canto es para los momentos de abu
rrimiento, la danza sirve para celebrar convenios mercantiles, la amistad
se emplea para el comercio y no se conoce prácticamente nada que sig
nifique hacer el amor. El hombre ideal de Manus no tiene ocio; se halla
siempre en actividad, tratando de convertir en diez sartas de conchas
monetarias, las cinco que tiene en su poder.
De esa particular valoración del trabajg. del énfasis en la acumula
ción de más y más propiedad, en la consolidación de firmes pactos
comerciales y en la construcción de canoas y casas más grandes, emana
una actitud congruente hacia los conceptos morales. Así como admiran
la laboriosidad, estiman la honradez en los tratos sociales. Odian las deu
das y se sienten penosamente incómodos ante el incumplimiento de
obligaciones económicas. El tacto y la diplomacia son muy poco
apreciados; una sinceridad estrepitosa constituye la mayor virtud. La
norma ambigua permitió una cruel prostitución en los primeros tiempos;
se hacen aún las más severas exigencias a la virtud de las mujeres
manus. Finalmente, su religión es de naturaleza genuinamente ética.
Representa un culto espiritualista de los antepasados últimamente falle
cidos, quienes vigilan celosamente la vida sexual y económica de sus
descendientes, bendiciendo a aquéllos que se abstienen de pecar y que
trabajan para enriquecerse, y castigan con enfermedades y desgracias a