Table Of ContentCONVERTIDOS
DEL SIGLO XX
COLECCION DIRIGIDA POR EL
R. P. F. LELOTTE, S. J.
DIRECTOR DE «FOYER NOTRE DAME»
VERSIÓN ESPAÑOLA Y PRESENTACIÓN
DEL
R. P. JOSÉ L. MICÓ BUCHÓN, S. J.
1956
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NIHIL OBSTAT:
Praep. Prov. TARRACON, S. J.
V B , S. J.
ÍCTOR LAJOT
6 noviembre1954
NIHIL OBSTAT:
A R. R .
LBERTO DE IVERA
Censor.
IMPRIMATUR:
J M , Ob. Aux. y Vic. Gral.
OSÉ ARÍA
Madrid, marzo, 1956.
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ÍNDICE
HENRI GHÉON................................................................................................7
DUGLAS HYDE..............................................................................................23
EDITH STEIN, HIJA DE ISRAEL...............................................................38
EL BUEN LADRÓN MAX JACOB..............................................................54
CARLOS NICOLLE.......................................................................................70
WILLIBRORDO VERKADE........................................................................85
FRED COPEMAN..........................................................................................99
TAKASHI NAGAÏ........................................................................................113
TOMÁS MERTON.......................................................................................130
JACQUES Y RAISSA MARITAIN.............................................................145
ALEXIS CARREL........................................................................................162
GEORGE DESVALLIÈRES........................................................................177
LEÓN BLOY.................................................................................................196
JACQUES RIVIÈRE....................................................................................211
FRANCISCO JAMES...................................................................................228
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PRESENTACIÓN DE LA EDICIÓN ESPAÑOLA
El Catolicismo no ha perdido en nuestros días su fuerza de atracción.
El indiferentismo religioso es un hecho que no puede mantenerse
lealmente mucho tiempo en la vida, por ley ordinaria. Los hombres se
parecen mucho a esos anfibios que no están largo tiempo bajo el agua, sin
asomar la cabeza e impregnarla de oxígeno, Para el hombre, ese oxigeno
es su adhesión a lo Absoluto.
Cada año se adhieren a la Iglesia Católica millares de nuevos
creyentes.
Actualmente los convertidos al Catolicismo son, en gran parte,
hombres de mérito y personalidad. Claro que los millares de sencillos
hermanos que también se convierten, no figuran separadamente más que
en los registros parroquiales y en el Corazón de Dios; ya no se preocupa
nadie de escribir su conversión. Tal vez, de escribirse, no nos dejaría
menos maravillados la ruta de lo gracia, en esos «pequeños».
Pero de hecho, los hombres nos impresionamos más por las
biografías de «los grandes».
Pues bien: una enorme lista de esos grandes hombres primeros en el
mundo social, literaria, artístico, político, económico, intelectual..., han
terminado su periplo en la Iglesia Católica: M. Baring, Belloc, Luce
Boothe, M. Budenz, Beda Cam, Alexis Carrel, G. Chesterton, Paul
Claudel, G. Cohen, Daniel-Rops, Dorothy Day, Ch. de Foucauld, G.
Marcel, H. Ghéon, Graham-Green, J. K. Huymans, Duglas Hyde, Max
Jacob, Fr, Jammes, Jöergensen, Eva Lavalliere, G. von le Fort, Dom Lou,
Th. Merton, J. Papini, Ch. Peguy, Edith Stein, Sigfrid Undset, P. van der
Meer, Evelyn Waugh...
El solo hecho de que estos espíritus selectos se hayan dirigido al
Catolicismo sería ya bastante para demostrar la extraordinaria nobleza y
solidez de la Iglesia de Jesucristo.
Esos grandes hombres que han abrazado recientemente el
Catolicismo tuvieron que luchar, a veces terriblemente, antes de seguir la
ruta de la fe. Todos llegaron a la conclusión de que el mundo no podía
reducirse a un montón de grasa, de que era preciso contar con el alma
espiritual, con el más allá, con Dios.
Y puestos a reconocer ese Ser, Padre y Creador, buscaron la forma de
someterse a su ley y rendirle adoración según su voluntad; de vivir en la
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tierra de los hombres, todos como hermanos de peregrinación, hacia Dios.
Y procedentes de las diversas formas del materialismo, del paganismo, del
panteísmo y de las infinitas sectas protestantes, encontraron todos, por
caminos diversos y casi fabulosos, la Luz y la Paz en la Iglesia Católica: la
Iglesia de Jesucristo y de la Virgen, de la Eucaristía y del perdón de los
pecados, de la fe clara y segura, de la esperanza cierta; en la Iglesia que
tiene como mandamiento primero y esencial: «amarás.
Una buena serie de los más representativos convertidos en este medio
siglo han comenzado a aparecer en una acertada colección de
«CONVERTIS DU XX SIECLE», dirigida por el R. P. F. Lelotte, S. I., de
«Foyer Notre-Dame» de Bruselas.
En este volumen presentamos a los lectores de lengua castellana las
quince primeras biografías de la colección. Entre ellas no aparece ningún
español. En series sucesivas figurará alguno que otro, muy pocos. En
España se dan raramente esas conversiones, porque la fe y la adhesión a la
Iglesia Católica es una magnifica y casi total realidad.
EL TRADUCTOR.
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El hombre nacido de La Guerra
Henri Ghéon
(1875-1944)
Por Geneviève Dubamelet.
En marzo de 1942, la publicación clandestina Eaux Vives (no estaba
autorizada por los alemanes ocupantes) publicaba estas líneas de Ghéon:
«¡Gracia de la Resurrección sobre las cosas y sobre los hombres,
primavera sagrada de Pascua, seas bienvenida! Lo que acabas de hacer en
mí, lo puedes hacer en otros aun por los de frente más dura y corazón más
seco, por los que se obstinan en no creer, sean individuos o naciones y, en
primer lugar, por esta pobre y querida Francia. Y lo harás, estoy cierto que
lo harás, cuando llegue el momento. Hoy sufrir, llorar, mas preparémonos
para florecer de nuevo.»
Se comprende fácilmente todo lo que esas palabras, y en tales
circunstancias, podía contener de latente esperanza y de indefectible
aliento.
Ghéon no había de ver más que el preludio de esa primavera de la
liberación. Moría el 13 de junio de 1944, pocos días después del
desembarco aliado.
Más, su vida y su obra pueden hacer brotar sobre Francia, sobre la
Cristiandad, otra primavera distinta. Porque su obra y su vida no son de
esas que pronto se apagan; todos los que le conocieron contribuyen a su
eclosión,
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Sin fe.
Henri Ghéon nació en 1875, cerca de los confines entre Seineet-
Marne e Yonne, en Bray-sur-Seine. Su padre era oriundo de Beocia (dep.
Loir-et-Cher), su madre de familia normanda. Se educó en el Liceo de
Sens. Todo esto, bajo el punto de vista de herencia y de influencias,
explica su fineza, su tenacidad, su humor, su buen sentido.
Su padre es farmacéutico; él estudia medicina.
La familia Vangeon (tal es el apellido auténtico de nuestro hombre)
es una de ésas que tanto abundan bajo la III República francesa... Como
era también la familia de San Agustín: padre impío, madre creyente.
«¡Cuántas buenas familias —indicará Ghéon— se avienen a vivir en dos
mundos opuestos: unos según el Príncipe de los Cielos, otros según el
príncipe de este mundo!»
Naturalmente, de pequeño fue educado cristianamente. Aprende a
rezar sus oraciones, de rodillas, entre su madre y su hermana, ante «el
pequeño Cristo de marfil amarillo, clavado en una cruz de ébano».
Contempla, a la cabecera del lecho de su madre, una reproducción de la
Asunción de Murillo; y la mamá dice reconocerle en uno de los ángeles...
Hizo la primera Comunión con grande fervor. Dos o tres años más
tarde tendrá lugar la triste escena que Ghéon ha recordado con viveza de
pormenores: «Ocurrió en Bray, durante las vacaciones de Pascua. Mi
madre estaba en el cuarto de arriba, vistiéndose para ir a Misa. Yo me
encontraba abajo, leyendo. ¿Había pensado bien lo que iba a hacer? Ella
me llama, sin que yo le conteste: —¡Enrique, anda, prepárate! ¡Que lle-
gamos tarde! Cuando me decido a subir, ya está ella delante, junto al
armario de luna, con el sombrero puesto, acabando de meterse los guantes.
Y me dice: —«¡Pero, venga, que vas a perder la Misa!» Oigo su voz
querida, y me oigo también contestarle, sin levantar los ojos, avergonzado
tal vez de mí mismo, pero resuelto:
—¡Yo ya no voy!
La pobre no tiene tiempo de replicarme. Yo añado a continuación:
—¡Qué quieres, mamá, es que yo no creo...!
De este modo ha escogido el joven de quince años. No es que su
padre haya hecho algo por ganarlo para sus ideas antirreligiosas; y su
madre sigue siendo, secretamente, su preferida; ¡pero qué golpe tan
doloroso le ha asestado!
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Desde ahora Ghéon vivirá durante veinte años sin Dios, sin
necesidad de Dios.
Terminada su carrera de medicina en París, se establece en su villa
natal. Ya entonces escribe, y es colaborador de la revista L'Ermitage, la
que después se convertirá en la Nouvelle Revue Française. Su generación
contaba numerosos escritores de fama, de los que varios fueron amigos
suyos. Su más íntimo fue André Gide, seis años mayor que él.
Cuando Ghéon publica su primer libro de versos —escribe Gide— en
15 de octubre de 1898: «No hay en Ghéon ninguna tristeza: es un alma de
cristal, de oro, llena de sonoridades maravillosas. Todo lo que la toca, la
hace vibrar; nada le deja indiferente; y no obstante, a través de todo, su
alma permanece siempre ella misma. Todo le emociona, pero nada le
turba; el mundo se contempla en ella con una encantadora, vibrante y
sonriente armonía.»
En 1900 Ghéon compone Le Pain, tragedia lírica popular, que no se
representará hasta 1902, y Le vielle dame des rues, folletín estrambótico,
poético-realista, donde ya se adivina lo que será el arte particular de
Ghéon. En 1914 hace representar en el teatro Vieux Colombier, la obra
L'Eau de vie. Se hace amigo de Copeau; y Susana Bring, la primera actriz
de la pieza, será, creo, más tarde, su ahijada.
Para Ghéon y sus amigos, el arte lo es todo, y según su propia
expresión, «el arte recoge el cetro de Dios, que había quedado sin
heredero» (1).
La Belleza, bajo todas sus formas: eso es la dama a quien debe servir
el artista.
La música es una de las fuentes de belleza. Ghéon bebe en ella. Su
preferido es Mozart, cuyo genio sensible, claro, gozoso, es gemelo del
suyo. En 1932 publicará su obra maestra: Promenade avec Mozart.
También le atrae la pintura. El mismo pinta acuarelas, lienzos frescos
y luminosos. Aquí sus preferencias son por Vermeer de Delft y por Fra
Angélico.
Primeras llamadas.
Ghéon descubre a Fra Angélico en un viaje a Florencia en compañía
de Gide. En ese momento su paganismo se desmorona. Porque en la obra
del dominico, él intuye no sólo la belleza, sino también la fe que emana de
1 N. DEL T. Expresión blasfema como de un Gheón incrédulo, ateo.
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los gestos sobrios, actitudes, miradas, Y Ghéon, tan sensible —solloza de
pura emoción en el claustro de San Marcos—, se siente todo conmovido:
«Irresistible imantación del ser. ¡Cuán bella era la luz sobre la terraza de
habares en flor, sobre los negros cipreses! Salíamos de Santa Groce, donde
moría San Francisco de Asís; de San Marcos, donde Cristo expiraba en la
Cruz, o donde la Virgen escuchaba al ángel, en un pasillo desnudo y
silencioso. Hasta nuestros sentidos habían cobrado un alma. El arte me
había ya arrebatado otras veces, pero nunca como en esta ocasión. Estaba
tocando ese límite indefinible entre lo humano y lo divino, entre lo
terrestre y lo seráfico, entre lo que es del mundo y lo que es del cielo.»
Por entonces gozaba Ghéon de una vida encantadora. Ya hemos
dicho que se había establecido en Bray-sur-Seine; mas su profesión no le
absorbía demasiado. Vivía sobre todo en su jardín, cogiendo rosas,
gustando los frutos, pasando horas eternas ante el piano, penetrándose de
poesía.
Su padre había muerto hacía años. El confiesa no haberle llorado
mucho.
Vive con su madre, a quien adora. Y su hermana, viuda muy pronto,
con dos niños. Tiene, pues, una familia, sin haberse molestado, como él
decía, por fundar una. Tampoco se enreda con ninguna pasión; ha
reemplazado el amor, confiesa, por el gozo sin fin. No es rico; tampoco lo
ha deseado nunca; le basta una medianía. En una palabra: Ghéon es un ser
feliz.
Pero... la gracia de Dios, cuando quiere ganar a un hombre, procede
como un diestro estratega: tantea por todos los lados de la fortaleza y
aprovecha todas las brechas. Después de aquella conmoción de Florencia
con la consecuencia de que el arte es «espíritu», Ghéon va a descubrir que
también el sufrimiento tiene que comunicarle un mensaje.
Una de sus sobrinitas—que él ama como hijos—enferma gra-
vemente, y le llaman en seguida a Italia, donde se encontraba. La niña se
restablece, pero dos meses más tarde es la madre de Ghéon la que muere
inopinadamente, en un accidente. Se tiene el tiempo justo para
administrarle los últimos Sacramentos.
El hijo, desesperado por este desenlace, se deja llevar hasta la
rebelión contra la Providencia. Años más tarde, él la llamará —con
verdadera humildad— su peor blasfemia: En la misa exequial, mientras le
rodean sus amigos— Péguy orando con fervor, los demás, por lo menos
respetuosos ante las ceremonias, inclinando la cabeza durante la Elevación
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