Table Of ContentCómo orquestar una comedia
Los recursos más serios para crear los gags, monólogos y
narraciones cómicas más desternillantes
John Vorhaus
¡Prefacio!
¿Eres tú uno entre los tristes
que no sabe contar un mal chiste,
incapaz de escribir una escena
porque no estás en vena?
¿Estás convencido de estar maldito, de estar solo
y condenado a vagar sin pizca de humor del todo?
Anímate pues, que se ha escrito un libro,
el volumen que hará de "cicerón" en tu camino,
que te extraerá de tus abismos.
Voilá! Cómo orquestar una comedia, de John Vorhaus,
un manual que te apartará de los chala'os,
un completo conjunto de normas básicas
para el arte de las mentes lógicas.
Aprenderás a matar a ese satán,
al editor de tu alma, a ese patán.
Y una vez liberado de tu jaula personal,
de ti depende hacerlo bien o hacerlo mal.
Serás libre de poder elegir la palabra
que separa al maestro del macarra.
Así que si quieres pulir tu arte cómico
y ser un profesional óptimo,
aprovecha este libro para orquestar el humor,
vuélvete bromista y payaso, hazme el favor,
y sé de los que se levantan bolígrafo en mano
para ofrecer alegría y risas a sus hermanos.
PETER BERGMAN
Teatro Firesign, Los Ángeles, 1994
Introducción
Hay un libro escrito por William Strunk y E. B. White que se titula
“Los elementos del estilo”. Cuando lo leímos en el instituto, mis
amigos y yo siempre lo llamábamos “Los elefantes del estilo”, y
puedes estar seguro de que en aquel entonces lo considerábamos
casi lo último en chistes. Pero entonces también pensábamos que
beber un montón de sidra Boone`s Farm y acabar vomitando en el
jardín del vecino era una buena idea, así que puedes sacar tus
propias conclusiones. En cualquier caso, Los elementos del estilo fue
un libro muy seminal: ofrecía una gran cantidad de información muy
útil sobre el lenguaje y la redacción (e incluso, de una manera
personal y ligera, sobre la vida) en un reducido número de páginas.
Para ser un texto de gramática era, y sigue siendo, una lectura
sorprendentemente buena. Lo recomiendo.
Strunk y White defendían mucho las reglas y no tenían miedo de
adoptar una postura. Por ejemplo, odiaban la voz pasiva e insistían
en que hacer uso de ella producía una redacción de mala calidad.
Dado que yo era joven e impresionable, cuando leí su libro convertí
esa regla en propia. Durante la mayor parte de mi carrera he purgado
religiosamente la voz pasiva de mis obras.
Hasta que un día descubrí lo divertido que resultaba escribir en voz
pasiva. Sabía que estaba mal hecho, Bill y E. B. ya me habían dicho
que estaba mal. Pero no me pude controlar. Las palabras se
desbordaban llenando el papel:
La sala fue pisada por un hombre dotado de unos rasgos fuertes y
atractivos. La mujer fue acogida por él. La cama fue ocupada por ella.
Entonces la cama fue ocupada por él. La ropa fue despojada de los
dos. El sexo fue practicado. El clímax fue alcanzado. Más tarde unos
cigarrillos fueron fumados. De pronto, la puerta fue abierta por el
marido de la mujer por quien la cama estaba ocupada. Una pistola
estaba apuntada por él. Algunos improperios fueron proferidos y
palabras airadas fueron intercambiadas. Los celos fueron sentidos por
el hombre por quién el arma era portada. El disparo del arma fue
llevado a cabo por él. El silbido de balas tuvo lugar. El impacto fue
sentido por los cuerpos. El suelo fue golpeado por los cuerpos. En
aquel instante remordimientos fueron sentidos por el hombre por
quien el arma era portada. El arma fue vuelta contra sí mismo.
Y el resto, como se suele decir, es cosa de forenses.
Había sido tan esclavo y devoto de las llamadas reglas de la buena
redacción que se me había escapado una fuente de verdadera
diversión literaria, o de un chiste, si no daba para más. En ciega
obediencia a las normas se me olvidó divertirme. Y, desde luego, si
no te diviertes escribiendo o pintando o dibujando o interpretando o
construyendo figuritas con globos o haciendo realidad cualquier
esfuerzo creativo, ¿para qué te molestas?
Así que quiero dejar algo muy claro desde el principio: la primera
norma es que no hay normas. Pero hay que tomarse todo esto con
unos diáfanos y suavísimos guantes de seda. Mis instrumentos son
mis instrumentos, diseñados para mi propia conveniencia. Si te
resultan útiles, adelante, úsalos. Pero, por supuesto, no son un
evangelio, ni siquiera un conjunto de elementos de estilo.
Por otro lado estoy convencido de que las reglas no limitan, definen.
La creatividad consiste en resolver problemas. Cuantas más reglas
(útiles) tengamos y cuanto más rigurosos seamos en su aplicación,
más claramente comprenderemos el problema que estamos
intentando resolver y mejor será su resolución. Por ejemplo, si te
quedas sin batería en el coche la regla a seguir es conectar los cables
de carga negativa a tierra y los de positiva a positiva. Si conectas la
terminal positiva de una batería a la negativa de la otra acabarás con
una batería (y posiblemente la cara) achicharrada.
Así que, mientras curioseas en esta cosa llamada “Cómo orquestar
una comedia”, finge aceptar la útil ficción de que todo lo que incluye
merece por lo menos tu consideración. Si pruebas sus instrumentos y
no te parecen fáciles de aplicar, no lo dudes, recházalos. Si lo haces
es probable que inventes algunos nuevos propios. Y serán mejores
para ti porque serán los tuyos, concebidos por ti en tu propio idioma.
Pero debes probarlos todos.
Y prueba en particular los ejercicios.
Algunos tal vez te parezcan difíciles o irrelevantes para tu trabajo o
simplemente idiotas. No importa, pruébalos, aunque sea para
demostrarte que son verdaderamente una idiotez. Más adelante me
emplearé a fondo para convencerte de que no se va a evaluar el
trabajo que hagas, que no se te va a juzgar en ningún sentido, ni
siquiera tú mismo. Pero sacarás mucho más de este material si lo
pones en práctica cuando aún lo tienes fresco en la cabeza. Escribe
en los márgenes si prefieres o redacta tus respuestas en ficheros
informáticos de autodestrucción programada si esto te va a dejar más
tranquilo. Pero prueba los ejercicios. De este libro sólo sacarás lo que
inviertas. En otras palabras, cuanto más inviertas más ganarás.
Hace algunos años impartí un curso titulado "Escribir desde la
perspectiva de un extraño". Como ejercicio para casa pedí a mis
alumnos lo siguiente: "Salid a hacer algo nuevo, algo que nunca
hayáis hecho antes". Algunos pagaron la comida de un desconocido,
otros robaron libros de la biblioteca, otros se hicieron los mudos,
otros se negaron a hacer los deberes, lo que no habían hecho jamás
en ninguna otra de sus clases. Algunos fueron arrestados. Ese era el
tipo de ejercicio.
Y descubrimos algo muy interesante. El mero hecho de hacer lo
inesperado provocaba un momento divertido tras otro. Esa revelación
nos llevó a un nuevo curso titulado "Cómo orquestar una comedia",
que a su vez acabó convirtiéndose en este libro. Así que mientras lo
lees párate con frecuencia a preguntarte cómo puedes devolver la
frescura y la novedad a tu proceso creativo. No te estoy hablando de
lo que escribas, dibujes o pintes, sino del sistema con el que das vida
a tu materia. Rompe con los viejos hábitos, incluso con los que
funcionen. Escribe en la cama. Pinta en el parque. Dibuja caricaturas
en las paredes. Sorpréndete a ti mismo; cuanto más lo hagas más
gracioso o graciosa serás. Y aunque sólo sea eso, por lo menos
tendrás la experiencia de haber hecho algo nuevo y lo nuevo casi
siempre merece la pena aunque sólo sea por la propia novedad.
Quiero hacer una aclaración sobre un tema antes de seguir
avanzando: en este libro hablo mucho sobre el protagonista y el
personaje, y sobre el guionista y el lector o el espectador. Muchas
veces hablo en masculino, pero está claro que generalizo y me refiero
tanto a ellos como a ellas. El lenguaje siempre va por detrás del
cambio social y en castellano y en inglés todavía no resulta sencillo
mantener una conversación que sea neutral en cuestión de género al
aplicar los pronombres de tercera persona. Tal vez Strunk y White lo
pudieran resolver, pero yo sólo he conseguido una solución parcial.
Gracias por comprenderlo.
La filosofía oriental describe la creatividad como "llevar cubos al río".
El río siempre está ahí, pero a veces los cubos no cumplen su función.
Entre otras muchas cosas, este libro trata de enseñar a fabricar
mejores cubos. Algunos funcionan bien y espero que te suceda a ti lo
mismo.
Sidney, Australia
Abril de 1994
1 La comedia es verdad y es dolor
A los doce años me enamoré de Leslie Parker. Era muy guapa y lista,
con el pelo rubio y flequillo y una sonrisa que hacía que me sudara
hasta el corazón. Durante todo el séptimo curso, tanto en el comedor
como en la clase de música, en las primeras fiestas mixtas de mi
melancólica adolescencia, suspiraba por aquella niña como sólo puede
suspirar un lunático hormonalmente rabioso en el umbral de un amor
platónico. Daba pena.
Hasta que un día, durante la clase de matemáticas, mientras treinta
sudorosos jóvenes con pantalones de campana y camisetas con la
frase "Deja que cuelgue" analizaban los imponderables del número pi,
Leslie Parker mencionó de pasada que ella y su familia se iban a
trasladar. Mi mundo estalló como una estrella negra. La amputación
de una celebrada parte de mi cuerpo no me podría haber dolido
tanto. Levanté el brazo a toda prisa.
El profesor, el señor Desjardins, me ignoró. Eso lo hacía con
frecuencia porque, creo recordar, siempre le estaba planteando
preguntas fastidiosas como: "¿Cuál es la raíz cuadrada de menos
uno?" y "¿Por que no podemos dividir entre cero?".
Transcurrieron diez minutos y la increíble revelación de Leslie Parker
se desvaneció de la mente de todo el mundo menos de la mía. Por
fin, justo antes de que sonara la campana, el señor Desjardins hizo
un gesto desganado en mi dirección. Me puse en pie. Patéticamente y
con un balido del todo inapropiado gemí: "Leslie, ¿adónde te
trasladas y por que?. Lo cual, por supuesto, significaba: "¡No me
dejes!".
Se produjo un silencio repentino e inesperado, porque había cometido
el pecado mortal del séptimo curso. En un ejemplo clásico de
inoportunismo había revelado mis sentimientos. Un minuto después
toda la clase estalló en carcajadas. Incluso el señor Desjardins, el
sádico, apagó una risa en el puño de la camisa. Aquel momento lo
tengo grabado en la memoria como ácido en una placa fotográfica y
es el momento más doloroso y humillante de toda mi vida hasta
entonces. (¿Fue el peor momento de tu vida? Oh, hasta entonces.
Después vino el fiasco de la ducha mixta en la universidad). Y nunca
olvidaré al señor Desjardins diciendo, mientras las risas de mis
compañeros me inundaban los oídos y Leslie Parker me miraba como
si me quisiera asesinar poco a poco: "No se están riendo de usted,
señor Vorhaus. Se están riendo con usted".
Obviamente estaba mintiendo. Se estaban riendo de mí. Todos
aquellos monstruitos estaban disfrutando macabramente con mi
vergüenza. ¿Y por que? Porque sabían, dentro de sus inseguros
corazones prepúberes, que aunque en esa ocasión era yo quien había
entrado en un campo minado podía haber sido cualquiera de ellos. Y
por eso, en un único instante desolador y mortificante, descubrí una
de las normas fundamentales del humor, aunque tardé muchos años
(y muchas, muchas sesiones de terapia) en reconocerla como tal: LA
COMEDIA ES VERDAD Y DOLOR.
Lo repetiré para aquellos ojeadores de librería que sólo echan un
vistazo a este ejemplar para ver si es de su gusto: la comedia es
verdad y es dolor.
Al ponerme en evidencia ante Leslie Parker experimenté la verdad del
amor y del dolor del amor perdido.
Cuando un payaso recibe un pastel en la cara vemos verdad y vemos
dolor. Sentimos pena sobre el pobre payaso, todo cubierto de nata,
pero también nos damos cuenta de que podía habernos pasado a
nosotros, un poco como si dijéramos caer en gracia es una desgracia.
Los chistes sobre vendedores y viajantes reflejan verdad y dolor. La
verdad es que el vendedor quiere algo y el dolor es que nunca lo
consigue. De hecho, casi todos los chistes verdes se basan en una
verdad y un dolor, porque el sexo es una experiencia desgarradora
que todos compartimos (con la posible excepción de un tal Willard
McGarvey, que era incluso más patético que yo en séptimo y que
creció hasta convertirse en un monje benedictino. Me pregunto si
Willard estará leyendo este libro. Hola Willard).
La verdad es que las relaciones entre los sexos son problemáticas. El
dolor es que tenemos que enfrentarnos a esos problemas si
queremos conseguir las recompensas. Piensa en el siguiente chiste:
Adán le dice a Dios: "Dios ¿por qué hiciste a las mujeres tan
blandas?", y Dios le contesta: "Para que te gustaran". Adán le
pregunta: "Dios, ¿por qué hiciste a las mujeres tan cálidas y suaves?,
y Dios le responde: "Para que te gustaran". Adán le dice a Dios: "Pero
Dios, ¿por qué las hiciste tan tontas?", y Dios le contesta: "Para que
te gustaran".
El chiste ataca por igual las actitudes de los hombres y de las
mujeres. Hace que los hombres queden mal y hace que las mujeres
queden mal, per, detrás de todo eso, hay una experiencia común
compartida: todos somos humanos, todos tenemos género y todos
estamos en la ridícula ensalada juntos. Ésa es la verdad, es dolorosa
y es lo que le da vida al chiste.
En un episodio clásico de Yo amo a Lucy, de Lucille Ball consigue un
trabajo en una fábrica de caramelos donde la cinta transportadora de
pronto empieza a ir cada vez más rápida, dejando a la pobre Lucy
desesperada intentando meterse todos los caramelos en la boca e
intentando ir más deprisa que la cinta. ¿Cuál es la verdad? Que las
situaciones se nos pueden ir de las manos. ¿Y el dolor? Que pagamos
por nuestros errores.
Incluso las tarjetas de felicitación se pueden resumir en términos de
verdad y dolor. "Seguro que piensas que esta tarjeta es demasiado
pequeña para ser un regalo", dice la portada de la tarjeta. ¿Y su
interior? "Pues tienes razón". Ésa es la verdad (soy un rata) y ése es
el dolor (así que tú sales perdiendo).
Mi abuelo solía contarme este chiste:
Hay un grupo de hombres que están de pie junto a las puertas del
cielo esperando para entrar. Se acerca San Pedro y dice: "Todos los
hombres que durante su vida hayan sido dominados por sus esposas
que se acerquen al muro de la izquierda. Todos aquellos que no
hayan sido dominados por sus esposas durante su vida que se
acerquen al de la derecha". Todos los hombres se dirigen al muro de
la izquierda excepto un pequeño y tímido anciano que camina hasta
la derecha. San Pedro se acerca a él y le dice: "Todos esos otros
hombres se han acercado al muro de la izquierda, ¿cómo es que tú te
has acercado al de la derecha?". Y el hombrecillo responde: "Porque
mi mujer me dijo que lo hiciera".
Dolor y verdad. La verdad es que a algunos hombres a veces los
dominan las mujeres y el dolor es que algunos hombres a veces se
dejan dominar de por vida.
Este chiste incluye otra cosa y es el miedo a la muerte. Algunos
filósofos defienden que toda experiencia humana se reduce al miedo
a la muerte, por lo que incluso comprar una tarjeta de felicitación
barata en lugar de un regalo de cumpleaños se relaciona de alguna
manera con la mortalidad. Tal vez sea así. No lo sé. Este libro no
trata de unas posibilidades tan profundas. Si fuera así se titularía
Cómo orquestar mi yo filosófico. Sin embargo, la verdad es que la
muerte, como el sexo, resultan fundamentales para la experiencia
humana. ¿Es entonces sorprendente que hagamos tantos chistes
sobre la verdad y el dolor de la muerte?
Un hombre muere y va al infierno. Satánas le dice que le va a
enseñar tres habitaciones y que la que elija será su hogar durante
toda la eternidad.En la primera hay miles de personas gritando por la
agonía de unas interminables llamas ardientes. El hombre pide ver la
segunda habitación. En ella hay miles de personas a quienes se les
están arrancando las extremidades una a una con horribles
instrumentos de tortura. Pide ver la tercera. En la tercera habitación
hay miles de personas sentadas tomándose un café rodeadas hasta
las rodillas por las turbias aguas de las letrinas. "Me quedo con esta
habitación", dice el hombre. En ese momento Satanás grita a la
multitud: "Muy bien. Se acabó la pausa para el café. Os quiero a
todos haciendo el pino".
¿La verdad? Tal vez haya un infierno. ¿El dolor? Tal vez sea un
infierno.
Un hombre se cae por un acantilado. Mientras cae se le oye
murmurar: "Por ahora bien"
La verdad y el dolor: a veces somos víctimas del destino.
La religión es una experiencia que nos llega a todos de manera
similar porque intenta con todas sus fuerzas explicar esos otros
fundamentos humanos: el sexo y la muerte. Los chistes que
ridiculizan las figuras y las situaciones religiosas lo hacen exponiendo
la verdad y el dolor de la experiencia religiosa: queremos creer, sólo
que no estamos seguros de hacerlo.
¿Qué tienes si cruzas un testigo de Jehová con un agnóstico? A
alguien que llama a tu puerta sin ningún motivo aparente.
La verdad es que algunas personas luchan por la fe. El dolor es que
no todo el mundo llega a ella. A propósito, quienes no "entienden" un
chiste o se ofenden por él a menudo es porque no sienten "la verdad"
presentada por la broma. A un testigo de Jehová no le parecerá
gracioso este chiste porque él tiene fe y por ello no compra la
supuesta verdad que le intenta vender el chiste.
No pretendo demostrar si Dios existe o no ni cuál es el valor de la fe.
Mis creencias o las tuyas no tienen nada que ver con esto. Lo que
hace que algo resulte gracisos son las creencias generales del público
que oye un chiste. La religión, el sexo y la muerte son temas
abonados para el humor porque tocan algunas creencias muy
sólidamente arraigadas.
Pero las cosas no tienen por qué ser así. También podemos encontrar
verdad y el dolor en acontecimientos poco importantes:
¿Por qué el hombre que está haciendo una dieta no cambia nunca
una bombilla? Porque siempre tiene previsto empezar mañana
La verdad es que la voluntad humana tiene sus limitaciones y el dolor
es que no siempre podemos superarlas. Si quieres saber por qué algo
es gracioso, pregúntate qué verdad y qué dolor expresan ese algo.
Y ahora tómate un momento y cuéntate algunos de tus chistes
favoritos. Pregúntate qué dolor y qué verdad sugiera cada uno de
ellos. Considera que esa verdad y ese dolor son el tema del chiste.
Como verás, no todos los temas son universales. Al fin y al cabo, no
toda la gente está haciendo una dieta, ni a todos nos dominan, ni
todos tenemos miedo a morir, aunque la mayoría de nosotros
conocemos a alguien que está a dieta, a alguien dominado, a alguien
que tiene miedo a la muerte o a alguien que le pasa todo esto a la
vez. El humor funciona sobre un amplio espectro de grandes
verdades y grandes dolores, pero también al nivel más íntimo de las
verdades pequeñas y los pequeños dolores. El truco está en estar
seguro de que el público tenga los mismos puntos de referencia que
uno mismo.
Cuando un cómico le cuenta a su público un chiste sobre la mala
calidad de la comida lo que está haciendo es utilizar una vena común
de dolor y verdad. Todo el mundo se siente identificado. Aunque
nunca hayan volado sabrán que la comida de las líneas aéreas tiene
una fama, un tanto, digamos, indigesta. ¿Lo coges?
No hace falta ser un cómico de escenario antes su público, ni un
escritor cómico para usar el instrumento de la verdad y del dolor. Por
ejemplo, una charla después de un banquete puede empezar con algo
que reconozca la verdad y el dolor de la situación.
"Ya sé que todos tenéis ganas de poneros de pie y desperezaros tras
este opíparo banquete, así que seré breve." (Pausa.) "Gracias y
buenas noches."
La verdad es que los discursos duran mucho y el dolor es que el
público se aburre. El buen orador se enfrenta a esta realidad. Por
motivos que comentaremos más adelante, con frecuencia no hace
falta contar un chiste para conseguir una carcajada; a veces basta
con decir la verdad.
Es triste pero el humor políticamente incorrecto, como los chistes
sexistas o racistas, también comercia con la verdad y el dolor.
Veamos si puedo mostrar a qué me refiero sin ofender a nadie.
Supongamos que hay un grupo que se llama el de los Occidentales y
que hay otro grupo rival que se llama el de los Orientales y que los
dos cuentan chistes sobre el otro. Por ejemplo, un oriental podría
decir algo así como: "Si una pareja de occidentales se divorcia,
¿siguen siendo primos?".
El grupo de los occidentales cree como grupo en la verdad de que los
orientales son corruptos, inmorales o idiotas. El dolor que comparten
es que deben aguantarlos. No quiero insistir porque no tengo ningún
deseo de enseñar a los racistas o a los machistas a mejorar su arte.
Baste decir que cualquier experiencia humana, independientemente
de lo importante o banal que sea, se puede volver graciosa si su
verdad y su dolor son identificables para el público.
Por ejemplo, en las comedias de situación televisivas oímos más
chistes sobre las partes del cuerpo que sobre los textos sagrados
porque la mayoría de los espectadores (y acepto apuestas sobre
esto) saben más sobre la raja entre las nalgas que sobre el
Bhagavad-Gita.
Voy a contar un chiste que la mayoría de gente no coge:
"¿Cuántos solipsistas hacen falta para enroscar una bombilla?"
"¿Y a quién le importa?"
Este chiste sólo resulta gracioso (y aún así no mucho) si se sabe que
los solipsistas no creen en nada excepto en su propia existencia (y en
eso a duras penas), por lo que siempre y para siempre están solos en
el mundo. Cuando se cuenta un chiste como éste a un público que no
lo espera, se le hace pensar demasiado para buscar su verdad y su
dolor. Para cuando lo entienden, si es que lo hacen, ya ha pasado el
momento y el chiste ha dejado de ser gracioso.
La diferencia entre el payaso y el idiota de la clase es que el primero
cuenta un chiste que todos captan y el segundo cuenta chistes que
sólo él entiende. La comedia, por lo tanto, no sólo es verdad y dolor,
sino que la verdad y el dolor deben ser universales o, por lo menos,
generales.
Pero aún hay más. Sabemos por la propiedad conmutativa de la suma
que si la comedia = dolor + verdad, entonces también dolor + verdad
= comedia (¿Ves? En mates de séptimo aprendí algo más aparte de
que el amor te hace ser idiota.) Así que si uno se muere por ser
gracioso aunque no lo sea, debe limitarse a coger una situación y
buscarle la forma de sumar su verdad y su dolor.