Table Of ContentANIBAL NORBERTO PONCE
AVELLANEDA
BUENOS AIRES
IMPRENTA Y CASA EDITORA « CONI »
684 — CALLE PERÚ — 684
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AVELLANEDA
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DEL MISMO AUTOR
Eduardo Wilde. Apuntes para un estudio crítico. Premio
de la Universidad en los Juegos Florales de Tucumán, i voi.
Editor Spinelli, 1916.
La obra literaria de Lucio V. Mansilla, en la revista Nos
otros, 1918.
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ANÍBAL NORBERTO PONCE
AVELLANEDA
684 — CALLE PERÚ — 684
I92O
AVELLANEDA
Diez y nueve años tenía Avellaneda cuando,
para distraer sus ocios de escolar en vacaciones,
arrojaba a la vida nerviosa de la época las hojas
volanderas de su Eco del Norte. Las palabras fi
nales del prospecto merecen recordarse como
su inicial profesión de fe política: « El Eco del Nor
te, nuevo heraldo confiado en la protección que
siempre encuentran los buenos intentos, viene
a invitarnos a salir al encuentro del porvenir,
borrando antagonismos regionales, intereses loca
listas, dentro de la unidad nacional» (i).
Siete años después, representante en la legis
latura provincial, pedía para la ciudad de Bue
nos Aires el honor de convertirse en el asiento
del primer Congreso Nacional, desde que esto
sólo.sería colocar a Buenos Aires en su rol his
tórico. « Porque es ley de la humanidad, dice,
(i) Discursos y Escritos, tomo VII, página 12.
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el pensamiento con que se mece la cuna de un
pueblo, es la profecía de su destino; y Roma no
hubiera desde el Capitolio gobernado el mundo,
si la Etruria, ese santuario de la Italia primitiva,
no la hubiera educado con la voz de sus tradi
ciones prometiéndole la dominación universal...
La campana que en Buenos Aires sonó las pri
meras alarmas de la Revolución, anunciando el
despertar tardío de este continente, dijo tam
bién a los pueblos que en su seno se hallaban
refundidas la vida, el alma y la civilización de
este gran territorio argentino, que hablaba por
su voz, alboreando como la aurora sobre los ne
gros horizontes. Y desde entonces, atravesando
tiempos adversos o prósperos, la vida de Bue
nos Aires ha sido la vida de la República ente
ra (i).» La réplica fué sugestiva. «Yo no soy
poeta, señor Presidente — dice el diputado Te
jedor, — así no puedo seguir al señor diputado
que ha hablado a nombre de la comisión, en los
argumentos puramente de imaginación que nos
ha desenvuelto... Este debate no habría tenido
lugar si no supiésemos hoy quiénes quieren
hacer, de Buenos Aires la capital de la Repúbli
ca, y que la reunión del Congreso aquí no es
(i) Item, tomo IV, página 33.
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sino el primer ensayo de este plan. Cuando va
rios diputados, pues, combatimos el proyecto,
no combatimos el hospedaje provisorio, sino este
error que, a nuestro juicio, puede ser funesto a la
Nación y a la Provincia... Porteños, en una pa
labra, defendemos las instituciones de Buenos
Aires contra los porteños que quieren cambiar
las por un poco de gloria, por el vano nombre
de capital. » Visto con el criterio sereno de las
generaciones alejadas en el tiempo, este inci
dente, que nadie recuerda, nos parece de un gran
valor simbólico. He ahí dos hombres, dos ten
dencias, dos lenguajes. De un lado, el espíritu
nacional retomando el hilo roto de la tradición
revolucionaria ; del otro, resabios aldeanos per
turbando con mirajes engañadores la visión cla
ra de los hechos. Malgrado lo rutilante del estilo,
el lenguaje de Avellaneda es el nuestro ; Tejedor,
hablándonos de provincianos y porteños, nos
parece emplear los términos de un idioma ar
caico.
Diez y ocho años más tarde, los mismos actores
plantearían el mismo conflicto en términos idén
ticos : el gobernador Tejedor declarando que el
poder de la Nación era su huésped; el presidente
Avellaneda repitiendo que la capital en Buenos
Aires era « el voto nacional, porque es la voz
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misma de la tradición y la realización, bajo for
mas legales, del rasgomás característico de nues
tra historia » (i). Pero no en vano había corrido
el tiempo : el « argumento imaginario », trans
formado en hecho histórico, cerraba en forma
definitiva un largo capítulo de nuestra vida.
En tres jalones sucesivos, de 1856 a 1880, he
mos visto desenvolverse al pensamiento avella-
nediano, con la admirable simplicidad del trazo
rectilíneo. El hecho, con ser típico, no es único.
De ahí la magnífica unidad de su obra armonio
sa : ideas intuidas en la juventud, afirmadas en
la adolescencia, son llevadas a la realidad en su
madurez.
Hay en las primeras palabras de Tejedor una
frase sobre la cual es necesario insistir. Para
acentuar la inconsistencia del proyecto que re
batía, dice de sí mismo, entre despectivo y bur
lón : « Yo no soy poeta, señor Presidente ». Aco
gida por quienes veían un peligro en el naciente
prestigio, la crítica insidiosa tuvo fortuna. Acos
tumbrados a la palabra ruidosa y al gesto exhli
berante, este hombre pulcro en la palabra y en
el gesto, debía parecerles un iluso extraviado
entre realidades demasiado ásperas. Perocuan-
(1) lomo XI, página 464.