Table Of ContentIndice
Por PARAMHANSA YOGANANDA
Primera edición original, copyright 1946
INICIO Inicio
ANANDA EN ESPAÑOL PRÓLOGO
PREFACIO
COMUNIDADES DE ANANDA CAPITULO 1. Mis Padres y mis Primeros Años
CAPITULO 2. La Muerte de mi Madre y el Amuleto Místico
PARAMHANSA YOGANANDA CAPITULO 3. El Santo con Dos Cuerpos
CAPITULO 4. Mi Interrumpida Huída al Himalaya
SWAMI KRIYANANDA CCAAPPIITTUULLOO 65.. EUln S "wSaamntio d dee l oloss T Pigerrefusmes" Muestra sus Prodigios
CAPITULO 7. El Santo que Levita
KRIYA YOGA CAPITULO 8. El Gran Científico Indio J. C. Bose
CAPITULO 9. El Devoto Extasiado y su Romance Cósmico
LA MEDITACIÓN CAPITULO 10. Encuentro a mi Maestro, Sri Yukteswar
CAPITULO 11. Dos muchachos sin dinero en Brindaban
CAPITULO 12. Los años en la Ermita de mi Maestro
AUTOBIOGRAFÍA DE UN YOGUI CAPITULO 13. El Santo que no Duerme
CAPITULO 14. Una Experiencia de Conciencia Cósmica
LECCIONES CAPITULO 15. El Robo de la Coliflor
CAPITULO 16. Burlando a las Estrellas
ARTÍCULOS CCAAPPIITTUULLOO 1178.. SUans Mi ya hloosm Terteasn Zoa Ffairborsicante de Milagros
CAPITULO 19. Mi Maestro, en Calcuta, Aparece en Serampore
LIBROS CAPITULO 20. No Visitamos Cachemira
CAPITULO 21. Visitamos Cachemira
Contactar CAPITULO 22. El Corazón de una Imagen de Piedra
CAPITULO 23. Recibo el Título Universitario
CAPITULO 24. Me Ordeno Monje de la Orden Swami
CAPITULO 25. Mi Hermano Ananta y mi Hermana Nalini
CAPITULO 26. La Ciencia del Kriya Yoga
CAPITULO 27. La Fundación de una Escuela de Yoga en Ranchi
CAPITULO 28. Kashi Renace y es Descubierto
CAPITULO 29. Rabindranath Tagore y Yo Comparamos Escuelas
CAPITULO 30. La Ley de los Milagros
CAPITULO 31. Una Entrevista con la Sagrada Madre
CAPITULO 32. Rama es Rescatado de la Muerte
CAPITULO 33. Babaji, el Cristo-Yogui de la India Moderna
CAPITULO 34. La Materialización de un Palacio en el Himalaya
CAPITULO 35. La Vida Crística de Lahiri Mahasaya
CAPITULO 36. El Interés de Babaji en Occidente
CAPITULO 37. Voy a América
CAPITULO 38. Lutero Burbank, un Santo entre las Rosas
CAPITULO 39. Teresa Neumann, la Católica con los Estigmas
CAPITULO 40. Regreso a la India
CAPITULO 41. Un Idilio en la India del Sur
CAPITULO 42. Últimos Días con Mi Gurú
CAPITULO 43. La Resurrección de Sri Yukteswar
CAPITULO 44. Con Mahatma Gandhi en Wardha
CAPITULO 45. La Madre Bengalí Impregnada de Gozo
CAPITULO 46. La Yoguini que nunca come
CAPITULO 47. Regreso a Occidente
CAPITULO 48. En Encinitas, California
EPÍLOGO
ANANDA.ORG | ANANDA.IT
ANANDAEDICIONES.ES
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Inicio
Por PARAMHANSA YOGANANDA
Primera edición original, copyright 1946
INICIO Con un un Prefacio de W.Y. Evans-Wentz, M.A., D.Litt., D.Sc.
y un Prólogo y un Epílogo de Swami Kriyananda
ANANDA EN ESPAÑOL
"Sólo si veis señales y prodigios creeréis". (Juan 4:48)
COMUNIDADES DE ANANDA
Copyright Paramhansa Yogananda, 1946.
PARAMHANSA YOGANANDA Traducción en el año 2009 por
Teresa Cerdeira a partir de la
SWAMI KRIYANANDA Primera Edición de 1946 Publicada por:
The Philosophical Library, Inc.
KRIYA YOGA 15 East 40th Street. Nueva York, N. Y.
LA MEDITACIÓN
AUTOBIOGRAFÍA DE UN YOGUI
LECCIONES
ARTÍCULOS
LIBROS
Contactar
Dedicado a la Memoria de
LUTHER BURBANK
Un Santo Americano
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Inicio
ÍNDICE
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Prólogo
ÍNDICE
Prólogo
INICIO Por Swami Kriyananda (J. Donald Walters)
ANANDA EN ESPAÑOL
Conocí a Paramhansa Yogananda a raíz de leer su libro. Encontrar el libro fue, tengo que
COMUNIDADES DE ANANDA reconocerlo, algo absolutamente inesperado. Allí estaba, colocado “inocentemente”, en un
estante de una librería de la Quinta Avenida de Nueva York. Yo no tenía ni idea de que este
libro revolucionaría completamente mi vida.
PARAMHANSA YOGANANDA
Fue al final del verano de 1948. Estaba desesperado por conocer la verdad. Nada de lo que
SWAMI KRIYANANDA había encontrado me había convencido de que la gente estaba en lo cierto respecto a lo que me
instaban a seguir considerándolo mi destino. Mi padre era geólogo, trabajaba para una
KRIYA YOGA importante compañía petrolífera. Mi madre era feliz y respetada en su medio social. En muchos
sentidos, los dos eran unos padres ideales; por ejemplo, jamás les vi discutir. Su amor y
LA MEDITACIÓN respeto mutuo eran una fuente de inspiración para sus numerosos amigos.
AUTOBIOGRAFÍA DE UN YOGUI c a sAaú enn caasní,t aydoo rnao eenr au fnealisz .e Snecnatnítaa dqourea sla avfiudear adse,b íuan o efrmecpeler oa lsgooc iamlmáse nqtuee a ceel pmtaabtlreim yo “nfiioe,s tuansa”
con los amigos. Era desesperadamente infeliz. Buscaba a Dios y no tenía ni idea de qué hacer
LECCIONES para encontrarlo.
ARTÍCULOS Fue entonces cuando tropecé con este libro. Leerlo fue la experiencia más emocionante de mi
vida. A medida que me lanzaba a esta aventura literaria, me encontraba a mí mismo fluctuando
LIBROS entre la risa y las lágrimas: lágrimas de dicha, risa de una dicha todavía mayor. Supe que allí
había encontrado al fin a alguien que tenía lo que yo necesitaba urgentemente; ¡alguien que
Contactar conocía a Dios!
Cogí el primer autobús directo que cruzaba Norteamérica; un viaje de cuatro días y cuatro
noches hasta Los Ángeles, donde él vivía. Las primeras palabras que le dirigí hubieran sido
inconcebibles para mí apenas una semana antes. Términos como gurú, yoga, karma y muchos
otros que hoy forman parte del lenguaje corriente, eran totalmente nuevos para mí. Con todo,
mis primeras palabras al dirigirme a él fueron, “quiero ser su discípulo”. En lo más profundo de
mí mismo sabía que ante mí estaba mi tan ansiada guía al Infinito.
Para mi dicha, indescriptible dicha, me aceptó. Su vida, una epopeya de compasión, sumó
aquel día una prueba más de su amabilidad insondable: acogió a un imberbe de veintidós años,
totalmente ignorante en materia espiritual, pero con ferviente deseo de ser enseñado. Debió
darse cuenta del trabajo hercúleo que estaba aceptando. No obstante decidió hacer todo lo
posible por modelar este trozo de barro, difícil de manejar, de forma que se pareciera a un
yogui.
Mi propia historia y lo que significó vivir con este gran hombre de Dios se relata en El
Sendero (Autobiografía de un yogui occidental). Este breve testimonio es sólo una invitación a
que leas las siguientes páginas.
Se dice que ningún hombre es grande a los ojos de su criado. El dicho queda invalidado en la
vida de Paramhansa Yogananda. Sigue siendo el más grande ser humano que yo he conocido
jamás. Las personas más cercanas eran las que sentían hacia él la mayor estima y reverencia.
Confieso que había cosas en su libro que mentalmente tuve que dejar en la estantería;
ciertamente no porque no las creyera, pues mi fe en él fue siempre total, sino porque eran
cosas para las que mi educación moderna no me había preparado. Sin embargo, cuanto más
vivía con él, más consciente era de que las maravillas, bueno, ¿por qué no decirlo?, ¡los
milagros!, eran un hecho cotidiano en su vida.
Querido lector, si estás dispuesto a arriesgarte a un cambio completo en tu forma de ver la
vida, ¡lee este libro! Te prometo que no te pesará. Al contrario, ganarás una nueva y gozosa
visión de lo que realmente significa la vida.
Conocí a Paramhansa Yogananda hace cincuenta y cinco años. Desde entonces he sido un
discípulo fiel. Y cada día estoy más convencido de que trajo al mundo algo que todo el género
humano necesita desesperadamente.
ÍNDICE
http://www.anandaes.org/autobiografia/prologo.php[3/18/2013 5:43:17 AM]
Prólogo
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http://www.anandaes.org/autobiografia/prologo.php[3/18/2013 5:43:17 AM]
Prefacio
ÍNDICE
Prefacio
INICIO Por W.Y. Evans-Wentz, M.A., D.Litt., D.Sc.
Jesus College, Oxford; Autor de:
ANANDA EN ESPAÑOL El libro Tibetano de los Muertos,
El Gran Yogui Tibetano Milarepa,
COMUNIDADES DE ANANDA Yoga Tibetano y Doctrinas Secretas, etc.
PARAMHANSA YOGANANDA El valor de la Autobiografía de Yogananda se ve realzado por el hecho de que es uno de los
pocos libros que han sido escritos en inglés sobre los sabios de la India, no por periodistas o
SWAMI KRIYANANDA extranjeros, sino por alguien de su misma raza y preparación; es decir, un libro sobre yoguis,
escrito por un yogui. Como relatado por un testigo presencial de las extraordinarias vidas y
KRIYA YOGA poderes de los santos hindúes modernos, el libro tiene importancia tanto temporal como
intemporal. Que el lector rinda reconocimiento y gratitud a su autor, a quien he tenido el placer
LA MEDITACIÓN de tratar tanto en la India como en Estados Unidos. El excepcional documento de su vida es
uno de los más reveladores de las profundidades de la mente y corazón hindúes y de la riqueza
espiritual de la India, que jamás se ha publicado en Occidente.
AUTOBIOGRAFÍA DE UN YOGUI
He tenido el privilegio de conocer a uno de los sabios cuya vida se relata aquí, Sri Yukteswar
LECCIONES Giri. En el frontispicio de mi libro Tibetan Yoga and Secret Doctrines (Yoga Tibetano y Doctrinas
Secretas)1 aparece un retrato de este venerable santo. Conocí a Sri Yukteswar en Puri, Orissa,
ARTÍCULOS en la Bahía de Bengala. Era el director de un tranquilo ashram cerca de la playa y se ocupaba
fundamentalmente de la preparación espiritual de un grupo de jóvenes discípulos. Mostró un
LIBROS vivo interés en el bienestar de la gente de Estados Unidos y de toda América y también de
Inglaterra, y me preguntó sobre lejanas actividades, particularmente sobre las que realizaba en
Contactar California su principal discípulo, Paramhansa Yogananda, a quien amaba tiernamente y había
enviado en 1920 como su emisario en Occidente.
Sri Yukteswar era de semblante y voz delicados, de presencia agradable y merecedor de la
veneración que sus seguidores le concedían espontáneamente. Toda persona que le conocía,
fuera o no de su comunidad, le tenía en la mayor estima. Recuerdo vívidamente su alta, fuerte
y ascética figura, vestida con el atuendo de color azafrán de quien ha renunciado a las
búsquedas mundanas, de pie a la entrada de su ermita para recibirme. Su pelo era largo y algo
ondulado y usaba barba. Su cuerpo era musculoso y firme, pero esbelto y bien formado, y su
paso enérgico. Había elegido para su morada en la tierra la sagrada ciudad de Puri, adonde
acuden diariamente multitud de piadosos hindúes, representantes de todas las provincias indias,
en peregrinación al famoso templo de Jagannath, “Señor del Mundo”. Fue en Puri, en 1936,
donde Sri Yukteswar cerró sus ojos mortales al panorama del estado transitorio del ser y falleció
sabiendo que su encarnación había sido llevada a una conclusión triunfal.
Me alegro, verdaderamente, de aportar este testimonio de la elevada naturaleza y santidad
de Sri Yukteswar. Satisfecho de mantenerse alejado de la multitud, se entregó con tranquilidad
y sin reservas a esa vida ideal que Paramhansa Yogananda, su discípulo, ha descrito para la
eternidad.
W.Y. Evans-Wentz.
Agradecimientos del Autor
Estoy profundamente agradecido a la Señora L. V. Pratt por su gran trabajo de corrección de
este libro. Mi agradecimiento también a la Señora Ruth Zahn por la preparación del índice, al
Señor C. Richard Wright por permitirme utilizar extractos de su diario de viaje a la India y al Dr.
W. Y. Evans-Wentz por sus consejos y aliento.
Paramhansa Yogananda
28 de Octubre de 1945
Encinitas, California
ÍNDICE
____________________________________________________________________________________
1 Oxford University Press, 1935. Volver
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Prefacio
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Capítulo 1
ÍNDICE
Capítulo Uno
INICIO Mis Padres y mis Primeros Años
ANANDA EN ESPAÑOL Los rasgos característicos de la cultura india han sido desde hace mucho tiempo la búsqueda
de las verdades fundamentales y la concomitante relación gurú1-discípulo. Mi propio sendero me
condujo a un sabio semejante a Cristo, cuya bella vida fue cincelada para la eternidad. Fue uno
COMUNIDADES DE ANANDA
de los grandes maestros que constituyen la única riqueza que le queda a la India.
Resplandeciendo en cada generación, han sido los baluartes de su tierra contra el destino sufrido
PARAMHANSA YOGANANDA por Babilonia o Egipto.
SWAMI KRIYANANDA Mis primeros recuerdos incluyen elementos de una encarnación anterior. Venían a mí,
anacrónicas, nítidas imágenes de una vida lejana, un yogui en medio de las nieves del Himalaya.
KRIYA YOGA Por algún vínculo adimensional, estos destellos del pasado me proporcionaban también
vislumbres del futuro.
LA MEDITACIÓN
La indefensión y las humillaciones de la infancia no se han borrado de mi memoria. Era
consciente, con resentimiento, de mi incapacidad para caminar o expresarme libremente. En mi
AUTOBIOGRAFÍA DE UN YOGUI
interior se levantaban oleadas de plegarias al darme cuenta de la impotencia de mi cuerpo. Mi
fuerte vida emocional se desenvolvía en silencio utilizando palabras en muchos idiomas. En
LECCIONES medio de la confusión interior de lenguas, mi oído se acostumbró poco a poco a las sílabas
bengalíes de mi pueblo, que me rodeaban. ¡Seductor campo de acción de una mente infantil! que
ARTÍCULOS los adultos consideran limitado a los juguetes y los dedos de los pies.
LIBROS La agitación psicológica y mi cuerpo que no me respondía, me llevaron a muchos accesos de
obstinado llanto. Recuerdo el general desconcierto familiar ante mi aflicción. También se agolpan
en mí recuerdos más felices: las caricias de mi madre y mis primeros intentos de balbucear una
Contactar
frase y dar los primeros pasos. Estos triunfos tempranos, generalmente olvidados con rapidez,
constituyen ya una base natural para la confianza en uno mismo.
Mis recuerdos de largo alcance no son exclusivos. Se sabe que muchos yoguis2 han mantenido
sin interrupción la conciencia de sí mismos en la drástica transición de ida y vuelta entre la
“vida” y la “muerte”. Si el hombre fuera sólo un cuerpo, la pérdida de éste supondría el punto
final de su identidad. Pero si los profetas han dicho la verdad a lo largo de milenios, el hombre
es esencialmente una naturaleza no corpórea. El núcleo continuo del ego humano está ligado
sólo temporalmente a la percepción sensorial.
Aunque raros, los recuerdos precisos de la infancia no son absolutamente excepcionales.
Viajando por distintos países he oído relatos de recuerdos tempranos de labios de hombres y
mujeres dignos de crédito.
Nací en el último decenio del siglo XIX y pasé mis primeros ocho años en Gorakhpur. Allí nací,
en las Provincias Unidas del Noreste de la India. Fuimos ocho hermanos: cuatro chicos y cuatro
chicas. Yo, Mukunda Lal Ghosh3, fui el segundo varón y el cuarto hijo.
Mi padre y mi madre eran bengalíes, de la casta Kshatriya4. Los dos estaban bendecidos con
una naturaleza santa. Su amor mutuo, tranquilo y digno, nunca se expresó frívolamente. La
perfecta armonía entre los padres era el centro de calma para el tumultuoso remolino de ocho
vidas jóvenes.
Mi padre, Bhagabati Charan Ghosh, era amable, serio, a
veces severo. Aunque amándolo cariñosamente, los niños
observábamos respecto a él cierta distancia reverente.
Extraordinario matemático y lógico, se guiaba principalmente
por su intelecto. Pero mi madre era una reina de corazones y
sólo nos enseñaba por medio del amor. Tras su muerte,
nuestro padre demostró más su ternura interior. Observé
entonces que con frecuencia su mirada se metamorfoseaba en
la de mi madre.
En presencia de mi madre saboreamos nuestro temprano y
agridulce conocimiento de las escrituras. Las historias del
Mahabharata y el Ramayana5 eran citadas ingeniosamente
para satisfacer las exigencias de la disciplina. Instrucción y
reprimenda se daban la mano.
Mi madre demostraba diariamente su respeto hacia nuestro
padre vistiéndonos con esmero por las tardes para recibirle al
regresar de la oficina. Su puesto era equivalente al de
http://www.anandaes.org/autobiografia/cap01.php[3/18/2013 5:43:22 AM]
Capítulo 1
vicepresidente en el Ferrocarril Bengala-Nagpur, una de las
mayores empresas de la India. Su trabajo llevaba consigo
trasladarse y nuestra familia vivió en distintas ciudades
durante mi niñez.
Mi madre era generosa con los necesitados. Mi padre también estaba bien dispuesto hacia
ellos, pero su respeto por la ley y el orden se extendía al presupuesto. Mi madre gastaba en una
quincena, alimentando a los pobres, más de lo que mi padre ganaba en un mes.
“Por favor, lo único que te pido es que mantengas tu caridad dentro de unos límites
razonables”. Hasta el más leve reproche de su marido era penoso para mi madre. Pidió un coche
de alquiler, sin hacer alusión ante los niños a ningún desacuerdo.
“Adiós, me marcho a casa de mi madre”. ¡Antiquísimo ultimátum!
Rompimos en lamentos atónitos. Nuestro tío materno llegó oportunamente; le susurró a mi
padre algún sabio consejo, almacenado sin duda desde hace siglos. Tras hacer mi padre algunas
observaciones conciliadoras, mi madre despidió alegremente el coche. Así terminó el único
conflicto del que yo tuve jamás noticia entre mis padres. Pero recuerdo una discusión típica.
“Por favor, dame diez rupias para una desventurada mujer que acaba de llegar a casa”.
“¿Por qué diez rupias? Una es suficiente”. Mi padre añadía una justificación: “Cuando mi padre
y mis abuelos murieron repentinamente, experimenté por primera vez la pobreza. Mi único
desayuno, antes de caminar kilómetros y kilómetros hasta la escuela, era un plátano pequeño.
Más tarde, en la universidad, me vi en tal necesidad que solicité a un rico juez la ayuda de una
rupia al mes. Se negó, señalando que incluso una rupia es importante”.
“¡Qué amargamente recuerdas que te negaran aquella rupia!”. El corazón de mi madre tenía
una lógica instantánea. “¿Quieres que esta mujer recuerde también dolorosamente tu negativa a
darle las diez rupias que necesita urgentemente?”.
“¡Tú ganas!”. Con el gesto inmemorial del marido derrotado, abría su cartera. “Ahí va un
billete de diez rupias. Dáselo con mis mejores deseos”.
Mi padre tendía a decir en primer lugar “No” a cualquier nueva propuesta. Su actitud ante la
mujer desconocida, que tan rápidamente consiguió la simpatía de mi madre, era un ejemplo de
su prudencia habitual. La aversión a la aceptación instantánea, en Occidente típica de la mente
francesa, en realidad sólo hace honor al principio de la “debida reflexión”. Siempre encontré a mi
padre razonable y serenamente equilibrado en sus juicios. Si era capaz de cimentar mis muchas
peticiones en uno o dos argumentos de peso, invariablemente ponía el codiciado objetivo a mi
alcance, se tratara de un viaje de vacaciones o de una motocicleta nueva.
Mi padre impuso una férrea disciplina a sus hijos en sus primeros años, pero su actitud hacia
sí mismo era realmente espartana. Por ejemplo, jamás iba al teatro, sino que buscaba su
esparcimiento en distintas prácticas religiosas y en la lectura del Bhagavad Gita6. Rechazando
todo lujo, se aferraba a un par de zapatos viejos hasta que estaban inservibles. Sus hijos
compraron automóviles cuando se hicieron de uso corriente, pero mi padre se contentó siempre
con el tranvía para su recorrido diario a la oficina. La acumulación de dinero como forma de
poder era ajena a su naturaleza. En una ocasión, después de organizar el Calcutta Urban Bank,
rehusó beneficiarse de ello conservando una parte para sí mismo. Simplemente había querido
realizar un acto cívico en su tiempo libre.
Varios años después de que mi padre se jubilara, llegó un contable inglés a revisar los libros
de la Bengal-Nagpur Railway Company. El sorprendido inspector descubrió que mi padre jamás
había solicitado las primas atrasadas.
“¡Hacía el trabajo de tres hombres!”, dijo el contable a la empresa. “Le corresponden 125.000
rupias (alrededor de 41.250 dólares) en concepto de atrasos”. Los funcionarios hicieron entrega
a mi padre de un cheque por esa cantidad. Él le dio tan poca importancia que pasó por alto
mencionárselo a la familia. Mucho más tarde mi hermano menor, Bishnu, que se dio cuenta del
abultado depósito consultando un extracto de la cuenta bancaria, le preguntó sobre ello.
“¿Por qué alborozarnos por ganancias materiales?”, respondió mi padre. “Quien persigue la
meta de la ecuanimidad no se exalta con la ganancia ni se abate con la pérdida. Sabe que el
hombre llega a este mundo sin un céntimo y se marcha de él sin una sola rupia”.
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Capítulo 1
Al comienzo de su vida matrimonial, mis padres se hicieron discípulos de un gran maestro,
Lahiri Mahasaya de Benarés. Este contacto reforzó el temperamento naturalmente ascético de mi
padre. Mi madre hizo una confesión singular a mi hermana Roma: “Tu padre y yo vivimos juntos
como marido y mujer sólo una vez al año, con el objeto de tener hijos”.
Mi padre conoció a Lahiri Mahasaya gracias a Abinash Babu7, un empleado de la oficina del
Ferrocarril Bengala-Nagpur en Gorakhpur. Abinash instruyó mis tiernos oídos con relatos de
muchos santos indios. Invariablemente concluía con un tributo a la gloria suprema de su propio
gurú.
“¿Conoces las extraordinarias circunstancias bajo las que tu padre se hizo discípulo de Lahiri
Mahasaya? Era una perezosa tarde de verano, Abinash y yo estábamos sentamos en el patio de
casa cuando me planteó esta intrigante pregunta. Sacudí la cabeza con una sonrisa expectante.
“Hace años, antes de que nacieras, pedí a mi superior en la oficina, tu padre, que me liberara
durante una semana de mis deberes en Gorakhpur para poder visitar a mi gurú en Benarés. Tu
padre se burló de mi proyecto.
“‘¿Vas a convertirte en un fanático religioso?’, preguntó. ‘Concéntrate en tu trabajo en la
oficina si quieres progresar.
“Regresaba a casa caminando tristemente por un sendero en el bosque, cuando me encontré
con tu padre en un palanquín. Despidió a sus sirvientes y al transporte y comenzó a caminar a
mi lado. Tratando de consolarme, señaló las ventajas de esforzarse por obtener éxito mundano.
Pero yo le oía con desgana. Mi corazón repetía: ‘¡Lahiri Mahasaya! ¡No puedo vivir sin verte!’.
“El sendero nos llevó hasta la linde de un tranquilo campo, donde los últimos rayos del sol del
atardecer todavía coronaban las altas ondas de la hierba silvestre. Nos detuvimos admirándolo.
¡De pronto, allí, en el campo, a sólo unos metros de nosotros, apareció la figura de mi gran
gurú!8
“‘¡Bhagabati, eres demasiado duro con tu empleado!’. Su voz resonó en nuestros oídos
atónitos. Desapareció tan misteriosamente como había venido. Exclamé de rodillas, ‘¡Lahiri
Mahasaya!, ¡Lahiri Mahasaya!’. Tu padre se quedó inmóvil, estupefacto, durante unos momentos.
“‘Abinash, no sólo te dejaré ir, sino que yo mismo me pondré en marcha hacia Benarés
mañana. ¡Tengo que conocer a ese gran Lahiri Mahasaya, capaz de materializarse a voluntad
para interceder por ti! Llevaré a mi esposa y pediré a este maestro que nos inicie en su sendero
espiritual. ¿Querrás servirnos de guía?’.
“‘Por supuesto’. Me inundó la dicha ante la milagrosa respuesta a mi oración y el rápido y
favorable giro de los acontecimientos.
“‘Por la tarde del día siguiente entramos en Benarés. Al día siguiente cogimos un coche de
caballos y después caminamos por una estrecha callejuela hasta la retirada casa de mi gurú. Al
entrar en la pequeña sala nos inclinamos ante el maestro, sentado en su habitual postura de
loto. Hizo parpadear sus penetrantes ojos y los fijó en tu padre.
“‘¡Bhagabati, eres demasiado duro con tu empleado!’”. Sus palabras eran las mismas que
había utilizado dos días antes en el campo de Gorakhpur. Añadió, ‘Me alegro de que hayas
permitido a Abinash visitarme y de que tú y tu esposa le hayáis acompañado’.
“Para su regocijo, inició a tus padres en la práctica espiritual de Kriya Yoga9. Tu padre y yo,
como hermanos discípulos, hemos sido amigos desde el memorable día de la visión. Lahiri
Mahasaya mostró mucho interés en tu propio nacimiento. Seguramente tu vida estará vinculada
a la suya: las bendiciones del maestro nunca fallan”.
Lahiri Mahasaya se fue de este mundo poco después de que yo entrara en él. Su fotografía, en
un marco ricamente adornado, honró siempre nuestro altar familiar en las distintas ciudades a
las que mi padre, a consecuencia de su trabajo, fue trasladado. Muchas mañanas y noches nos
encontraron a mi madre y a mí meditando ante una capilla improvisada, ofreciendo flores
bañadas en fragante pasta de sándalo. Uniendo incienso y mirra a nuestra devoción, rendíamos
homenaje a la divinidad que había encontrado plena expresión en Lahiri Mahasaya.
Su fotografía tuvo una influencia incomparable en mi vida. A medida que crecía, el
pensamiento del maestro crecía conmigo. Con frecuencia, mientras estaba meditando veía su
imagen fotográfica surgir de su pequeño marco, tomar forma viviente, sentarse ante mí. Cuando
intentaba tocar los pies de su luminoso cuerpo, se metamorfoseaba y volvía a convertirse en una
fotografía. A medida que la niñez desembocó en la adolescencia, Lahiri Mahasaya pasó para mí,
de una pequeña copia de su imagen enmarcada, a ser una presencia viva, esclarecedora. A
menudo le rezaba en momentos de dificultad o confusión, encontrando en mi interior su
orientación y su consuelo. Al principio me afligía que no estuviera físicamente vivo. Cuando
comencé a descubrir su secreta omnipresencia, ya no volví a lamentarlo. Él con frecuencia
escribía a sus discípulos ansiosos por verle: “¿Por qué ver mi carne y mis huesos cuando estoy
siempre al alcance de vuestra kutastha (visión espiritual)?”.
Cuando tenía alrededor de ocho años, fui bendecido con una sorprendente curación gracias a
la fotografía de Lahiri Mahasaya. Esta experiencia intensificó mi amor. Mientras estábamos en la
finca de nuestra familia en Ichapur, Bengala, fui atacado por el cólera asiático. No había para mí
esperanzas de vida; los médicos no podían hacer nada. A la cabecera de mi cama, mi madre me
hacía desesperadamente señas para que mirara la fotografía de Lahiri Mahasaya colgada sobre
mi cabeza.
“¡Inclínate mentalmente ante él!”. Sabía que yo estaba demasiado débil incluso para levantar
las manos en salutación. “¡Si de verdad muestras tu devoción y te arrodillas interiormente ante
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