Table Of ContentAtlánnteigcroo
Modernyid doabdcl oen ciencia
PaulG ilroy
akal
Diseño interior y cubierta: RAG
Traducción de
José María Amoroto
Reservados todos los derechos.
De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270
del Código Penal, podrán ser castigados con penas
de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización
reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente,
en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica,
fijada en cualquier tipo de soporte.
Título original: ThBela cAkt lanMtoidce.rna inDtydo ubCloen sciousness
© Paul Gilroy, 1993
© Ediciones Akal, S. A., 2014
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid -España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-2912-0
Depósito legal: M-23.474-2014
Impreso en España
Para Cora Hatshepsut
y mi madre
Prefacio
Este libro se concibió por primera vez mientras estaba trabajando en la South
Bank Polytechnic de Elephant and Castle (Londres). Nació de un periodo difícil,
en el que impartía clases de historia de la sociología a un amplio grupo de estudian
tes de segundo curso que no habían elegido esta materia como elemento troncal de
su licenciatura. La huida de la sociología era, para muchos de ellos, un signo deli
berado de su retirada de la vida del espíritu. Para empeorar las cosas, estas clases
se celebraban muy temprano por la mañana. Con la ayuda de autores como Michel
Foucault, Marshall Berman, Richard Sennett, FredricJameson,Jürgen Habermas,
Stuart Hall, Cornel West,Jane Flax, bell hooks, Donna Haraway, Nancy Hartsock,
Sandra Harding,J a net Wolff, Seyla Benhabib y Zygmunt Bauman, así como de una
buena dosis de los clásicos, intenté persuadirles de que merecía la pena reflexionar
y discutir sobre la historia y el legado de la Ilustración. Me esforcé en salpicar el
flujo de material, centrado sobre todo en Europa, con observaciones extraídas de
las disonantes aportaciones de autores negros a las preocupaciones de la Ilustra
ción y de la anti-Ilustración.
Atlántico negro se desarrolló a partir de mis irregulares intentos de demostrar a
estos estudiantes que las experiencias de la población negra formaban parte de la
modernidad abstracta que tan desconcertante les resultaba, y de presentar como
prueba algunas de las cosas que los intelectuales negros habían dicho -en ocasiones
como defensores de Occidente, otras como sus detractores más mordaces-sobre su
sensación de enraizamiento en el mundo moderno.
El capítulo I expone las dimensiones de los argumentos polémicos que se desa
rrollan de forma más exhaustiva después. Muestra que los diferentes paradigmas
nacionalistas que se proponen para pensar sobre la historia cultural no funcionan
7
cuando son confrontados con la formación intercultural y transnacional que llamo
el Atlántico negro. Plantea algunas reivindicaciones políticas y filosóficas de la cul
tura vernácula negra y lanza una mirada fresca sobre la historia del pensamiento
nacionalista negro que ha tenido que reprimir su propia ambivalencia con respecto
al exilio de África.
El capítulo II está animado por la ausencia de una preocupación por la «raza» o
la etnicidad en la mayor parte de textos contemporáneos sobre la modernidad. Sos
tiene que la esclavitud racial fue esencial para la civilización occidental y analiza en
detalle la relación amo-ama/ esclavo-esclava, constitutiva tanto de las críticas como
de las afirmaciones negras de la modernidad. Arguye que los modernismos literarios
y filosóficos del Atlántico negro tienen su origen en una percepción muy desarrolla
da de la complicidad entre la razón racializada y el terror supremacista blanco.
El capítulo 111 continúa con estos temas en conjunción con un comentario histó
rico sobre aspectos de la música negra. Ofrece un inventario de dudas sobre las
ideas de autenticidad étnica que se construyen rutinariamente en los análisis de esa
música, las identidades de género que esta celebra y las imágenes de la «raza» como
familia que se han convertido en una parte importante de su producción y de su
interpretación. El capítulo intenta demostrar por qué la polarización entre teorías
esencialistas y antiesencialistas de la identidad negra ha dejado de resultar útil. Pro
pone que el análisis de la historia de la música del Atlántico negro podría desempe
ñar un papel fructífero en la construcción de un conjunto más satisfactorio de argu
mentos contra el antiesencialismo.
El capítulo IV analiza una pequeña parte de la obra de W. E. B. Du Bois, cuya
estimulante teoría de la «conciencia negra» proporciona uno de los temas organiza
dores centrales de mi propia obra. Cuestiona el emplazamiento de su obra en el
canon emergente de la historia cultural afroamericana y explora el impacto que su
panafricanismo y su antiimperialismo tuvieron sobre los elementos de su pensa
miento configurados por su creencia en el excepcionalismo afroamericano. Este ca
pítulo pretende demostrar cómo la cultura política del Atlántico negro cambió a
medida que fue saliendo de las fases iniciales, caracterizadas por la necesidad de
escapar de la esclavitud y por los diferentes intentos de obtener una ciudadanía
decente en las sociedades posteriores a la emancipación. Sugiero que los viajes y
becas de Du Bois en Europa transformaron su comprensión de la «raza» y de su
lugar en el mundo moderno.
El capítulo V continúa esta línea argumental con un análisis paralelo de la obra
de Richard Wright y de las reacciones críticas que suscitó. En su caso, la política del
Atlántico negro vuelve a analizarse sobre el telón de fondo del fascismo europeo y
de la construcción de Estados-nación poscoloniales independientes en África y en
otros lugares. Se defiende a Wright frente a aquellas tendencias de la crítica literaria
8
afroamericana que sostienen que la obra que produjo mientras vivía en Europa no
tiene ningún valor en comparación con sus primeros textos, supuestamente más
genuinos. Se ponderan sus intentos de conectar la difícil situación de los americanos
negros con las experiencias de otras poblaciones colonizadas, así como de construir
una teoría de la subordinación racial que incluyera una psicología.
El libro concluye con un análisis crítico del afrocentrismo y de la manera en que
este ha entendido la idea de tradición como repetición invariante, en vez de como
un estímulo para la innovación y el cambio. Este capítulo incluye una reflexión so
bre el concepto de diáspora, importado en la política panafricana y en la historia
negra a partir de fuentes judías no reconocidas. Sugiero que hay que valorar este
concepto por su capacidad de plantear la relación entre mismidad étnica y diferen
ciación: un lo mismo cambiante. También sostengo que los diálogos entre negros y
judíos son importantes para el futuro de la política cultural del Atlántico negro, así
como para su historia.
Es esencial recalcar que no hay nada definitivo en lo que aquí se expone. La cul
tura del Atlántico negro es tan enorme, y su historia se conoce tan poco, que no he
hecho mucho más que apuntar algunos indicadores preliminares para investigacio
nes futuras más pormenorizadas. Mis preocupaciones son heurísticas y mis conclu
siones estrictamente provisionales. Hay también muchas omisiones evidentes. No
he dicho casi nada de las vidas, teorías y actividades políticas de Frantz Fanon y
C. L. R. James, los dos pensadores más conocidos del Atlántico negro. Sus vidas
encajan a la perfección con la pauta de movimiento, transformación y reubicación
que he descrito. Pero ya son muy conocidos, aunque no se les lea tan ampliamente
como habría que hacerlo, y hay otras personas que han comenzado la labor de intro
ducir sus textos en la teoría crítica contemporánea.
Hay dos aspiraciones que me gustaría compartir con los lectores antes de que se
embarquen en el viaje por mar que querría yo que la lectura de este libro represen
tara. Ninguna de estas aspiraciones se restringe a los ejemplos racializados que he
utilizado para darles sustancia. La primera es mi esperanza de que los contenidos de
este libro estén unificados por un interés en repudiar las peligrosas obsesiones con
la pureza «racial» que están circulando dentro y fuera de la política negra. Después
de todo, este es fundamentalmente un ensayo sobre el hibridismo ineludible y la
mixtura de ideas. La segunda es mi deseo de que no se desatienda el ruego sincero
del libro contra el cierre de las categorías con las que guiamos nuestras vidas políti
cas. La historia del Atlántico negro arroja una serie de lecciones con respecto a la
inestabilidad y a la mutabilidad de las identidades, siempre inacabadas, siempre en
proceso de reconfiguración.
9
Lo que importa para el dialéctico es tener el viento de la historia mundial
en sus velas. Pensar para él significa izar las velas. Lo que importa es cómo
están colocadas. Las palabras son sus velas. Por la forma en que están dispues
tas, se convierten en conceptos.
WAL TER BENJAMIN
Dejamos la tierra y embarcamos. Quemamos los puentes detrás de noso
tros -de hecho, fuimos más allá y destruimos la tierra detrás de nosotros-.
Ahora, pequeño barco, ¡cuidado! Aparte de ti, está el océano: desde luego, no
siempre brama y, en ocasiones, se extiende como seda y oro y ensueños de
elegancia. Pero llegarán las horas en las que te des cuenta que es infinito y que
no hay nada más imponente que la infinitud. ¡Oh, el pobre pájaro que se sentía
libre ahora golpea los flancos de esta jaula! Qué aflicción cuando añores la
tierra como si hubiera ofrecido más libertad -y ya no haya «tierra» alguna.
FRIEDRNIICEHT ZSCHE
En cuanto a la ropa, iba ataviado al estilo marinero. Llevaba una camiseta
roja y un sombrero de lona impermeabilizada, y un pañuelo negro atado a la
manera de los marineros, con descuido y poco ceñido alrededor del cuello. Mi
conocimiento de los barcos y del habla de los marineros me resultó de gran
ayuda, ya que conocía un barco de proa a popa y de sobrequilla a cruceta, y
podía hablar marinero como un «viejo lobo de mar».
FREDERIDCOKU GLASS
I El Atlántico negro
como contracultura
de la modernidad
Nosotros, los sin patria -entre los europeos de hoy no faltan quienes me
recen llamarse, en un sentido rdevante y honroso, los sin patria-[. .. ]. Noso
tros, hijos dd futuro, ¿cómo podríamos estar en casa en este día de hoy? De
saprobamos todos los ideales que pudieran llevar a sentirse en casa incluso en
este tiempo de transición frágil y hecho trizas; en cuanto a las «realidades», no
creemos que duren. � hielo que aún hoy sostiene a la gente se ha hecho muy
fino; d viento que trae d deshido está soplando; nosotros mismos, los sin pa
tria, consútuimos una fuerza que rompe y abre d hido y otras «realidades»
demasiado finas.
FRIEDRICH NIETZSCHE
Sobre la noción de modernidad. Se trata de una cuestión polémica. ¿No es
«moderna» toda época en rdación con su predecesora? Parece que al menos
uno de los componentes de «nuestra» modernidad sea la extensión de la con
ciencia que tenemos de ella. La conciencia de nuestra conciencia (d doble, el
segundo grado) es nuestra fuente de fortaleza y nuestro tormento.
ÉDOUARD GLISSANT
El esfuerzo de ser tanto europeo como negro requiere unas formas específicas de
doble conciencia. Al decir esto, no pretendo sugerir que adoptar cualquiera de estas
identidades inacabadas, o ambas, agote necesariamente los recursos subjetivos de
un individuo particular. Sin embargo, cuando los discursos racistas, nacionalistas o
étnicamente absolutistas orquestan las relaciones políticas para que estas identida
des parezcan mutuamente excluyentes, ocupar el espacio entre ellas o intentar de
mostrar su continuidad se ha considerado un acto desafiante, incluso hostil, de in
subordinación política.
13
El inglés negro contemporáneo, al igual que los angloafricanos de generaciones
anteriores y, tal vez, al igual que todos los negros de Occidente, se encuentra entre
(al menos) dos grandes ensamblajes culturales, que se han transformado, ambos, a
lo largo de la evolución del mundo moderno que los constituyó y que han adquirido
nuevas configuraciones. En la actualidad, siguen atrapados en una relación antago
nista marcada por el simbolismo de los colores, que se suma al poder cultural mani
fiesto de su maniquea dinámica central (blanco y negro). Estos colores sostienen una
retórica especial que ha pasado a asociarse con un lenguaje de nacionalidad y perte
nencia nacional, así como con los lenguajes de la «raza» y de la identidad étnica.
Aunque en gran medida ignoradas en los debates recientes sobre la modernidad y sus
descontentos, estas ideas sobre la nacionalidad, la etnicidad, la autenticidad y la integri
dad cultural son fenómenos característicamente modernos que tienen profundas inipli
caciones para la crítica cultural y para la historia cultural. Cristalizaron con las transfor
maciones revolucionarias de Occidente a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX,
y supusieron novedosas tipologías y modos de identificación. Cualquier desplazamiento
hacia una condición posmoderna no supone, sin embargo, que el poder manifiesto de
estas subjetividades modernas y de los movimientos que articulaban haya quedado atrás.
Su poder, si acaso, ha crecido, y su ubicuidad como mecanismo para dar sentido políti
co al mundo no tiene hoy parangón en los lenguajes de la clase y del socialismo por los
que, en otro tiempo, parecían superadas. En estas páginas, me interesa menos explicar
su longevidad y su duradero atractivo que explorar algunos de los problemas políticos
particulares que surgen de la fatídica confluencia del concepto de nacionalidad con el
concepto de cultura, y de las afinidades y filiaciones que conectan a los negros de Occi
dente con una de sus culturas parentales adoptivas: el legado intelectual de Occidente
desde la Ilustración. Me he sentido fascinado por cómo sucesivas generaciones de inte
lectuales negros entendieron esta conexión y por cómo la proyectaron en sus textos y
discursos en busca de la libertad, la ciudadanía y la autonomía social y política.
Si esto parece poco más que una manera indirecta de decir que las culturas reflexi
vas y la conciencia de los pobladores europeos, por un lado, y las de los africanos a
los que esclavizaron, los «indios» a los que masacraron y los asiáticos a los que some
tieron a la servidumbre por tiempo determinado [indentured labour], por otro, no
estaban selladas herméticamente, ni siquiera en las situaciones de brutalidad más
extrema, pues que así sea. Parece como si debiera ser una observación obvia y mani
fiesta, pero lo cierto es que comentaristas de todos los frentes de la opinión política
han oscurecido sistemáticamente su rotundidad. Ya estuvieran afiliados a la derecha,
a la izquierda o al centro, los grupos se han replegado en la idea del nacionalismo
cultural, en concepciones sobreintegradas de cultura, que presentan diferencias étni
cas inmutables como una ruptura absoluta en las historias y las experiencias de las
poblaciones «negra» y «blanca». Frente a esta opción, se erige otra, más difícil: la
14