Table Of ContentTítulo: Antología de los ganadores del «Ismael Pérez Pazmiño»
Compilador: Jorge Luis Pérez Armijos
1.ª edición: Guayaquil: Ex-libris J.L. Pérez Armijos, 2022
Ex-libris J.L. Pérez Armijos
Guayaquil - Ecuador
MMXXII
El concurso Ismael Pérez Pazmiño fue puesto en marcha por Francisco
Pérez Febres - Cordero, mi padre, en 1959, a través del periódico en el que
trabajaba, El Universo. El concurso, que llevaba el nombre de su abuelo, se
celebró anualmente hasta 1975 y cada dos años desde entonces hasta 1996.
A mi padre le encantaba la poesía y tenía una gran debilidad por
coleccionarla. Durante su vida tuvo a bien trascribir cuanto poema le
gustaba en una carpeta negra en la que los ordenaba por tema.
Un día, buscando en Internet un poema de Juan Bautista Aguirre, caí en
cuenta de un gran vacío que dejaba en línea la ausencia de muchísimos
poemas de ecuatorianos. Como nadie se había tomado la molestia de
subirlos y como yo ese día lo tenía libre, decidí, valiéndome de la carpeta
negra de mi padre, digitalizar los poemas que él había transcrito.
A esa compilación le fui agregando la obra de los poetas que se presentaban
(o que sólo acudían a conversar) al bar «Barrikaña», adonde todos los
miércoles se leía poesía en un acto al que llamábamos «poeticanto». Allí
mismo nació la idea de sumarle a mi digitalización los ganadores del
«Ismael Pérez Pazmiño», y ciertos segundos o terceros premios que me
agradaban– que aquí también los meto.
Contando más detalladamente los pormenores de este mi trabajo de
transcripción y digitalización hice un trabajo para Jordi Carrión cuando
cursaba una maestría en creación literaria. Adjunto al presente ese trabajo,
pues en él conté ya la anécdota del hombre a quien la Casa de la Cultura
Ecuatoriana borró de la antología que publicó con los ganadores desde el
año 76 al 94, y a esa anécdota sumo la siguiente: Cuando Jorge Carrión nos
devolvió los ensayos calificados, a mí me dijo que no me ponía un «10»
porque había extendido mucho los límites de lo verosímil con eso de que
había yo digitalizado casi mil poemas en mi tiempo libre. Inmediatamente
tuve la oportunidad de mostrarle la página web en que está (y espero esté
por siempre) la dichosa compilación. No sé qué habrá pensado el profesor
Carrión al verla, pero la calificación, según me dijo, ya estaba pasada; pero
más valioso que ese punto, que de nada me serviría ahora, me ha sido la
lección de que lo verosímil es más importante que lo veraz– por lo menos
en los textos literarios.
Tras quince años de que estén esos poemas en línea para el disfrute de todos
decidí que en aras de proteger el trabajo que había hecho, sería práctico
poner los poemas digitalizados en formato de libro electrónico. Al hacerlo,
he aprovechado para corregir erratas y adjuntar el poema con el que Euler
Granda gana su primer premio compartido de 1996, al que no pude
encontrar en los archivos de El Universo en su momento. Algo similar
ocurre con el otro poema que ganó en 1996, el de Ángel Emilio Hidalgo, y
con el del ganador de 1978 Othón Muñoz Alvear: estos tres poemas no los
pude encontrar tal como concursaron, si no en el formato en el que se
publicaron posteriormente; cuando estos poetas publicaron sus poemarios
incluyeron no sólo los poemas con los que concursaron en el Ismael Pérez
Pazmiño, si no que les agregaron otros más, y seguramente, me figuro,
habrán cambiado alguna cosa aquí o allá. Adjunto a este trabajo la versión
que encontré a sabiendas de que puede estar engordada, menguada o
mutada, pero sin saber qué más podría haber hecho.
Me hubiera gustado agregar también el de la ganadora de 2016, María
Paulina Briones, pero no lo he podido conseguir.
Aprovecho, ya que toqué el tema, para agradecer a los ganadores del Ismael
Pérez Pazmiño con quienes sí me pude comunicar –o sus descendientes,
según el caso– que tuvieron la gentileza de ayudarme a con esta
compilación.
En fin, no molesto más. Aquí dejo parte de ese inverosímil trabajo, en aras
de que otros, a posteriori, lo disfruten.
Jorge Luis Pérez Armijos
23 de abril de 2022
Antología de los ganadores del
«Ismael Pérez Pazmiño»
Compilador: Jorge Luis Pérez Armijos
Antología de los ganadores del
«Ismael Pérez Pazmiño»
1959, 1.er premio: Hugo Salazar Tamariz por Sinfonía de los
antepasados
1960, 1.er premio: Antonio Lloret Bastidas por Imagen y memoria de
la poesía
1961, 1.er premio: Euler R. Granda por El rostro de los días
1962, 1.er premio: Rodrigo Pesántez Rodas por Denario del amor sin
retorno
1963, 1.er premio: Enrique Noboa Arízaga por Diario de la soledad
intempestiva
1964, 1.er premio: María Antonieta Humeres por Población de
atardeceres
1964, 2.do puesto: Manuel Zabala Ruíz por Sonetos del redondel
1965, 1.er premio: Antonio Preciado Bedoya por Este hombre y su
planeta
1965, 2.do puesto: Vicente Muñoz Elizalde por Balada
1965, 3.er puesto: Ignacio Carvallo Castillo por Perfiles de la noche
1966, 1.er premio: Ignacio Carvallo Castillo por Ecuatorial
1966, 2.do puesto: Jacinto Santos Verduga por Poema al hijo
1967, 1.er premio: Nicanor de J. Alejandro R. por Divagaciones
1967, 3.er puesto: Hugo Salazar Tamariz por Réquiem
1968, 1.er premio: Gonzalo Espinel Cedeño por Espejismo del amor y
su visión del mundo
1969, 1.er premio: Efraín Jara ldrovo por Balada de la hija y las
profundas evidencias
1970, 1.er premio: Carlos Eduardo Jaramillo por Itinerante entre los
muertos
1972: declarado desierto
1971, 1.er premio: Ignacio Rueda por Crucigrama nocturno
1973, 1.er premio: Horacio Hidrovo Peñaherrera por La Paz es una
niña perdida en una gran ciudad
1974, 1.er premio: Rafael Díaz Ycaza por Ciudad nocturna
1975, 1.er premio: Manuel Mejía por Crónica
1976, 1.er premio: Claudio Mena Villamar por Las líneas de tus manos
1977, 1.er premio: Waldo B. Calle Calle por Juantodonada
1978, 1.er premio: Othón Muñoz Alvear por Breves noticias de sus
vidas breves
1978, 3.er puesto: Fernando Artieda Miranda por Monólogo del
hombre que se quedó mirando en el espejo
1980, 1.er premio: Teodoro Vanegas Andrade por Ciento cincuenta el
juego de la nada
1982, 1.er premio: Carlos Villasís Endara por Odisea de los sueños y la
gloria
1984, 1.er premio: Francisca Ortega Salazar por Salinas
1986, 1.er premio: Victor Manuel Villegas Romero por Procedimientos
diarios
1988, 1.er premio: Víctor Granados Boza por Argonautas
1990, 1.er premio: Marcelo Báez Meza por Puerto sin rostros
1992, 1.er premio: Manuel Zabala Ruíz por Cuaderno del salmista
1994, 1.er premio: Ana María Iza por Papeles asustados
1996, 1.er premio compartido: Euler Granda por Relincha el sol
1996, 1.er premio compartido: Ángel Emilio Hidalgo por Beberás de
estas aguas
2016, 1.er premio compartido: María Paulina Briones por «Tratado de
los bordes o la cercenación del estero»
1959 - Hugo Salazar Tamariz, primer premio
Sinfonía de los antepasados
Solos
y de puntillas al borde del asombro
estamos,
en el centro mágico de los nombres,
castigados de ciclos,
de guerras
y de polvo,
como un fruto que enciende su piel en la tiniebla.
Ávidos vigilantes que,
sin embargo,
somos
tan sólo como el viento sobre la buena tierra:
pasajera cosecha de canciones
y ausencia,
eterno niño convertido en fechas.
Rojo licor que corre como un venado,
somos,
y alzamos la palabra frente al viento sin muros,
renunciando la forma del ángel en los hombros
y clavando con furia los dientes en el duro
alimento del tiempo repleto de presagios.
Alguien dijo,
alargando su voz tibia
y desnuda:
–somos sombra labrada por anónimas sombras–
y es verdad!
Oh,
las sombras que a los padres preocupan
en la noche
moviéndolos como a hojas…
Y ellos
y nosotros,
vasijas nunca llenas,
hambre de compañera,
de justicia
y cereal
desbordamos el vino,
los proyectos,
la pena,
la dura sal de entonces,
el hervor de la espera,
los cien frutos cortados para la diaria cena,
la mínima semilla que justifica al surco
mientras llueven los días en los cuerpos oscuros.
Hacia ellos volvemos la cabeza,
muy solos,
como los campesinos que retornan cargando
su brazada de trigo
y de abandono!
Desde los bisabuelos ignorados al margen,
hortelanos de flores,
de barbas
y de olvidos
en la huerta abonada de crepúsculo
y sangre,
conocemos el polvo que amasa en sus artesas
todo cuanto se extiende de la nube a la hormiga,
del silencio a los vítores,
de la novia a la madre,
desde el seno a la frase,
de la bruma a la vida
de la mano infantil a la cometa.
Oh,
ellos
y nosotros,
rumorosos
e inquietos,
agua golpeada contra musgosas piedras blancas,
encontramos vocales en el siseo lento
de las leves sandalias de un campo de cebada.
Tenía tal cantidad de imponderable bosque
en sus espíritus que,
de lejos,
su carne
era el árbol añoso que se convierte en odre;
simulaban paisajes de la séptima luna,
flameando con un viento de maíz
y leyenda,
desnudos
y totales como un día de lluvia,
con un sabor a duendes en su chica morena
y en su nostalgia sin explicaciones.
Íngrimos como dioses,
velaban recogidos
al pie de las nociones de la rueda
y la rosa;
como hogueras,
herían el vientre femenino,
hurgando en el futuro su repetida forma.
Oh,
profundas abuelas surcadas de deseos;
lejano
y tenue nido al fondo de una selva…
Oh,
profusas abuelas de llanto insomne,
cómo
os veo arrodilladas recontando los trojes
y las limpias gavillas del día
y de la noche,
o bajando a las vegas con rumor de terrones
desprendidos por unos pies de cobre.
Oh
surco de los progenitores en el fondo
de la apretada tierra que huele
y siente
bajo las estaciones;
en le brocal del pozo
esperamos el cubo de agua amarga
y breve;
un agua tan completa como el cielo en verano,
tan llena como la confesión de los amantes…
Oh,
tierra agua fluida,
líquido solitario,
última instancia de terrestre sangre!
Oh,
vosotros,
los puros ausentes inclinados
sudando en los sembríos como horas de invierno,
dejando en las praderas vuestros antiguos pasos
descalzos,
que corrían por los cerrados sueños.
No sabría nombrarlos,
pero desde mi canto,
sale la llamarada
y crepita
y se vuelca
sobre mis mil hermanos:
molineros del llanto,
picapedreros que hallan en su alma la cantera,
necesitados con las manos llenas…!
Os quiero ver alzando las ya doradas parvas
y las faldas repletas de hijos venideros,
desde la simple línea clara de las ventanas
que aún existen al fondo de los caminos viejos.