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Anarquía, Estado y
utopía
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Buenos Aires-México-Madrid
Primera edición en ingles, 1974
Primera edición en español, 1988
Primera reimpresión argentina, 1990
Segunda reimpresión argentina, 1991
Título original:
Anarchy, State and Utopia
© 74, Basic Books, Inc., Nueva York
© 1988, Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V.
Av. de la Universidad 975; 03100 México
Suipacha 617; 1008 Buenos Aires
ISBN: 950-557-090-2
Impreso en Argentina-Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
PREFACIO
Los individuos tienen derechos, y hay cosas que ninguna persona o grupo
puede hacerles sin violar los derechos. Estos derechos son tan firmes y
de tan largo alcance que surge la cuestión de qué pueden hacer el Estado
y sus funcionarios, si es que algo pueden. ¿Qué espacio dejan al Estado los
derechos individuales? La naturaleza del Estado, sus funciones legítimas y
sus justificaciones, si las hay, constituyen el tema central de este libro; una
amplia y múltiple variedad de asuntos se entrelazan en el curso de nuestra
investigación.
Mis conclusiones principales sobre el Estado son que un Estado mínimo,
limitado a las estrechas funciones de protección contra la violencia, el robo
y el fraude, de cumplimiento de contratos, etcétera, se justifica; que cual
quier Estado más extenso violaría el derecho de las personas de no ser
obligadas a hacer ciertas cosas y, por tanto, no se justifica; que el Estado
mínimo es inspirador, asi como correcto. Dos implicaciones notables son
que el Estado no puede usar su aparato coactivo con el propósito de ha
cer que algunos ciudadanos ayuden a otros o para prohibirle a la gente
actividades para su propio bien o protección.
No obstante que sólo las vías coactivas hacia tales fines están excluidas,
en tanto que las voluntarias subsisten, muchas personas rechazarán inme
diatamente nuestras conclusiones, en la inteligencia de que no quieren
creer en nada tan aparentemente insensible hacia las necesidades y sufri
mientos de los otros. Conozco esa reacción; era la mía cuando comencé a
considerar estas ideas. Con reticencia, me vi convencido de las ideas liberta
rias (como frecuentemente se les llama ahora), debido a varias consideracio
nes y argumentos. Este libro contiene pocos rastros de mi reticencia ante
rior. Por el contrario, posee muchos de esos argumentos y consideraciones,
los presento tan vigorosamente como puedo. De esta forma, corro el riesgo
de ofender doblemente: por la tesis que expongo y por el hecho de pro
porcionar razones para sostenerla.
Mi reticencia anterior no está presente en este volumen, puesto que ha
desaparecido. Con el tiempo me he acostumbrado a las ideas y a sus con
secuencias; ahora observo el campo de la política a través de ellas. (¿De
biera decir que ellas me permiten observar a través del campo de la po
lítica?)
Puesto que muchos de los que adoptan una postura similar son limitados
y rígidos y, paradójicamente, llenos de resentimiento hacia otras formas
más libres de ser, el hecho de que yo tenga en la actualidad respuestas
naturales que encajan en la teoría, me pone entre mala compañía. No
me gusta que la mayoría de la gente que conozco y respeto esté en des
acuerdo conmigo, habiendo dejado ya atrás el no del todo admirable pla-
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cer de irritar o confundir a la gente ofreciendo poderosas razones para
apoyar posiciones que les disgustan o incluso detestan.
Escribo a la manera de muchas obras filosóficas contemporáneas sobre
epistemología y metafísica: hay argumentos elaborados, afirmaciones refu
tadas por contraejemplos improbables, tesis sorprendentes, enigmas, condi
ciones estructurales abstractas, desafíos de encontrar otra teoría que con
venga a una clase específica de casos, conclusiones alarmantes, etcétera.
Aunque esto beneficie (espero yo) al interés y el estímulo intelectuales,
algunos pueden sentir que la verdad en ética y en filosofía política es
cuestión demasiado seria e importante para obtenerla mediante estos "su-
perficiales" instrumentos. Sin embargo, pudiera ser que lo correcto en ética
no se encuentre en lo que naturalmente pensamos.
Una codificación de la tesis recibida o una explicación de principios
aceptados no necesitan hacer uso de argumentos elaborados. Se piensa que
es objeción a otras opiniones simplemente señalar que éstas contradicen
la opinión que los lectores desean, a toda costa, aceptar. Sin embargo, la
opinión que difiere de la de los lectores no puede argumentar en su favor
señalando meramente que la opinión recibida choca con ella. Por el con
trario, se habrá de someter la opinión recibida a las más grandes pruebas
y esfuerzos intelectuales, vía contraargumentos, escrutinio de sus suposi
ciones y presentación de una diversidad de situaciones posibles en donde,
hasta sus partidarios se incomoden con sus consecuencias.
Aun el lector no convencido por mis argumentos debe encontrar que
en el proceso de mantener y apoyar su tesis, la ha aclarado y ha profun
dizado en ella. Más aún, quiero pensar que la probidad intelectual requie
re que, ocasionalmente al menos, nos desviemos de nuestro camino para
confrontar argumentos sólidos que se oponen a nuestras tesis. ¿De qué
otra manera vamos a protegernos de continuar en el error?
Empero, parece conveniente recordar al lector que la probidad intelec
tual tiene sus peligros; argumentos leídos al principio con curiosa fasci
nación pueden llegar a convencer e, incluso, parecer naturales e intuitivos.
Únicamente la negativa a escucharnos garantiza no ser atrapados por la
verdad.
El contenido de este volumen lo constituyen sus argumentos particulares;
sin embargo, puedo indicar, además, lo que vendrá. Puesto que comienzo
con una formulación vigorosa de los derechos individuales, trato seriamen
te la afirmación anarquista de que el Estado, en el proceso de mantener
su monopolio del uso de la fuerza y de proteger a todos dentro de un
territorio, necesariamente ha de violar los derechos de los individuos y, por
tanto, es intrínsecamente inmoral. Contra esta afirmación sostengo que el
Estado surgiría de la anarquía (tal y como es representada en el estado
de naturaleza de Locke), aunque nadie intentara esto ni tratara de pro
vocarlo. Surgiría por un proceso que no necesita violar los derechos de
nadie. Seguir este argumento central de la Primera Parte conduce a una
diversidad de cuestiones; ellas incluyen: por qué las tesis morales implican
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restricciones indirectas a la acción, más que estar simplemente orientadas a
fines; el trato a animales; por qué es tan satisfactorio explicar pautas com
plicadas que surgen en procesos en que nadie las esperaba. Las razones de
por qué ciertas acciones son prohibidas, antes que permitidas, siempre
que se pague una compensación a sus víctimas; la inexistencia de la teoría
de la disuasión del castigo; cuestiones sobre la prohibición de acciones
riesgosas; el principio que Herbert Hart llama "principio de equidad"
(principle of fairness); el ataque preventivo; la detención preventiva. Estas
cuestiones y otras más son planteadas con el propósito de investigar la
naturaleza y legitimidad moral del Estado y de la anarquía.
La Primera Parte justifica el Estado mínimo; la Segunda Parte sostiene
que ningún Estado más extenso puede justificarse. Yo procedo argumen
tando que una diversidad de razones, las cuales pretenden justificar un
Estado más extenso, no lo logran. Contra la afirmación de que tal Estado
se justifica en tanto establece o trae consigo la justicia distributiva entre
sus ciudadanos, opongo una teoría de la justicia (la teoría retributiva)
la cual no requiere ningún Estado más extenso. Asimismo, uso la estruc
tura de esta teoría para disecar y criticar otras teorías de justicia dis
tributiva, las cuales, efectivamente, consideran un Estado más extenso;
concentro en particular la atención en la reciente y vigorosa teoría de
John Rawls. Otras razones que algunos podrían pensar justifican un Es
tado más extenso son criticadas, incluyendo: igualdad, envidia, control
de los trabajadores, así como las teorías marxistas de la explotación. (Los
lectores que encuentren difícil la Primera Parte deben hallar más
fácil la Segunda; asimismo, encontrarán el capítulo VIII más sencillo que
el VII.) La Segunda Parte termina con la descripción hipotética de cómo
podría surgir un Estado más extenso, relato cuyo propósito es hacer que
este Estado no sea absolutamente nada atractivo. Aunque el Estado mínimo
es el único justificable, puede parecer pálido y poco estimulante, algo
que difícilmente inspira a uno o proporciona un fin por, el cual valga
la pena luchar. Para ponderar esto, me vuelvo a la tradición preeminente
mente inspiradora del pensamiento social: la teoría utópica. Sostengo que
lo que se puede salvar de esta tradición es, precisamente, la estructura
del Estado mínimo. El argumento implica una comparación de diferentes
métodos de modelar una sociedad, mecanismos de diseño y mecanismos
de filtración y la presentación de un modelo que recurre a la aplicación de
la noción "núcleo de una economía", propia de la economía matemática.
El hincapié que hago en las conclusiones que divergen de lo que la
mayoría de los lectores creen puede erróneamente conducir a pensar que
este libro es un tipo de catecismo político. No lo es; es una exploración
filosófica de cuestiones, muchas de suyo fascinantes, que surgen y se inter-
conectan cuando consideramos los derechos individuales y el Estado. La
palabra "exploración" está apropiadamente escogida. Una idea sobre cómo
escribir un libro de filosofía sostiene que un autor debe pensar en todos
los detalles de la tesis que presenta y en los problemas que implica; pulir
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y afinar su punto de vista para presentar al mundo un todo acabado, com
pleto y elegante. Ésta no es mi opinión. Creo que, de todas maneras, hay
también un lugar y una función en nuestra continua vida intelectual para
una obra menos complicada que contenga presentaciones inconclusas, con
jeturas, cuestiones y problemas abiertos, entrelineas, conexiones laterales,
así como una línea principal de argumentación. Hay lugar para palabras
sobre cuestiones, aparte de las últimas palabras.
En verdad, la manera usual de presentar trabajos filosóficos me confun
de. Las obras de filosofía están escritas como si sus autores creyeran que
son, absolutamente, la última palabra sobre el tema. Pero, seguramente, no
es cierto que cada filósofo piense que, gracias a Dios, finalmente él ha
encontrado la verdad y construye una fortaleza inexpugnable a su derre
dor. En realidad, todos somos mucho más modestos. Por buenas razones.
Un filósofo, habiendo larga y arduamente pensado las tesis que propone,
tiene una idea razonable sobre sus puntos débiles; las partes donde ha
puesto gran peso intelectual sobre algo muy frágil para soportarlo; partes
donde comienzan los hilos sueltos de la tesis; supuestos no probados que
lo hacen sentir incómodo.
Una forma de actividad filosófica es como empujar y llevar cosas para
que encajen dentro de algún perímetro establecido de forma específica.
Todas esas cosas están afuera, y tienen que embonar. Usted presiona y
empuja el material dentro del área rígida, metiéndolo dentro de los límites
de un lado e hinchando el otro. Corre a la vuelta y presiona la vejiga
inflada, produciendo otra en otro lado. Así, usted presiona, empuja y corta
las esquinas de las cosas de modo que encajen, y oprime hasta que, final
mente, casi todas ellas, más o menos vacilantes, entran. Aquello que no
lo logra es arrojado lejos, de modo que no vaya a notarse. (Por supuesto,
esto no es así de burdo. Hay, también, adulación y lisonja. Y la contorsión
instintiva que busca acomodar las cosas.) Rápidamente encuentra usted un
ángulo desde el cual el objeto muestra un ajuste exacto y toma una ins
tantánea, colocando el obturador en rápido, antes de que algo se hinche
notoriamente. Después, de regreso en el cuarto oscuro, retoca los rasgones,
roturas y jirones del material del perímetro. Todo lo que resta es publicar
la fotografía como una representación de cómo son exactamente las cosas,
haciendo notar cómo nada encaja apropiadamente en ninguna otra forma.
Ningún filósofo dice:
Aquí es donde empecé, aquí es donde llegué; la parte más endeble de mi tra
bajo es que pase de allá a acá; aquí, particularmente, se encuentran las más
susceptibles distorsiones, apretones, empujones, martillazos, gubiaduras, estira
mientos y cepilladuras; sin mencionar los casos eliminados y pasados por alto
y todo aquello que desvía la atención.
La reticencia de los filósofos sobre la fragilidad que perciben en sus pro
pias tesis, pienso yo, no sólo es cuestión de probidad o integridad filosó-
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fica, aunque así es o, al menos, llega a ser así, cuando es hecha a concien
cia. La reticencia está conectada con los propósitos de los filósofos al
formular sus tesis. ¿Por qué se empeñan en forzar todo dentro de un perí
metro fijo, único? ¿Por qué no en otro perímetro o, más radicalmente, por
qué no dejar las cosas donde están? ¿Qué significa para nosotros tener las
cosas dentro del perímetro? ¿Por qué lo queremos así? (¿De qué nos prote
ge?) De estas profundas (e inquietantes) cuestiones espero no desviar mi
atención en un trabajo futuro.
Sin embargo, la razón de mencionar estas cuestiones aquí no es que yo
sienta que se aplican con más fuerza a esta obra que a otros escritos filo
sóficos. Lo que digo en este libro pienso que es correcto. No es ésta mi
manera de retractarme. Más bien me propongo proporcionarles todo: du
das, preocupaciones, incertidumbres, así como creencias, convicciones y ar
gumentos.
En aquellos puntos particulares de mis argumentos, transiciones, supues
tos, etcétera, donde siento que se fuerzan, trataré de comentar o, al menos,
de llamar la atención del lector sobre lo que me hace sentir incómodo. De
antemano, es posible expresar algunas preocupaciones teóricas generales.
Este libro no ofrece una teoría precisa del fundamento moral de los dere
chos individuales; no contiene una exposición ni justificación precisa de
la teoría retributiva del castigo, ni una exposición de los principios de la
teoría tripartita de la justicia distributiva que sostiene. Mucho de lo que
digo se basa en rasgos generales (o emplea) que, creo yo, tales teorías
tendrían una vez acabadas. Me gustaría escribir sobre estos temas en el
futuro. Si lo hago, la teoría resultante sin duda diferirá de lo que ahora
espero que sea; esto requerirá algunas modificaciones de la superestruc
tura aquí construida. Sería tonto esperar que completaré estas tareas fun
damentales en forma satisfactoria, como lo sería mantenerse callado hasta
que estuvieran hechas. Quizá este ensayo estimule a otros a ayudar.
PRIMERA PARTE
TEORÍA DEL ESTADO DE NATURALEZA O CÓMO
REGRESAR AL ESTADO SIN PROPONÉRSELO
REALMENTE
RECONOCIMIENTOS
Los primeros nueve capítulos de este ensayo fueron escritos de 1971 a
1972, cuando yo era miembro del Centro de Estudios Avanzados en Cien
cias del Comportamiento, en Palo Alto, institución académica mínima
mente estructurada, lindante en la anarquía individualista. Estoy muy agra
decido al Centro y a su personal por haberme ofrecido un ambiente tan
propicio para lograr que las cosas se hagan. El capítulo x fue presentado
al simposio sobre "Utopía y utopismo" en una reunión de la División
Este de la Asociación Filosófica Americana en 1969; algunas partes de
esa plática aparecen dispersas por los otros capítulos. El manuscrito, en
su totalidad, fue reescrito en el verano de 1973.
Las objeciones de Barbara Nozick a algunas de las posiciones aquí de
fendidas me ayudaron a agudizar mis tesis; además, ella me ayudó gran
demente, de innumerables maneras. Por varios años me beneficié de co
mentarios, preguntas, contraargumentos de Michael Walzer siempre que
con él probé ideas sobre algunos temas de este ensayo. He recibido de
W. V. Quine, Derek Parfit y Gilbert Harman detallados y muy provecho
sos comentarios escritos, sobre todo el manuscrito preparado en el Centro;
sobre el capítulo VII los recibí de John Rawls y de Frank Michelman,
y sobre una versión previa de la Primera Parte, de Alan Dershowitz. Tam
bién me he beneficiado de la discusión con Ronald Dworkin sobre cómo
operarían (o no) los órganos de protección que compiten entre sí, así
como de las sugerencias de Burton Dreben. Varias etapas de diferentes
partes del manuscrito fueron leídas y discutidas, a través de los años, en
las reuniones de la Sociedad de Ética y Filosofía Jurídica; las permanentes
discusiones de sus miembros han sido fuente de estímulo y placer. Hace
aproximadamente seis años sostuve una larga conversación con Murray
Rothbard, que estimuló mi interés en la teoría anarquista individualista.
Desde mucho antes, discusiones con Bruce Goldberg me condujeron a
tomar tan en serio las tesis libertarias hasta el grado de querer refutarlas
y, así, proseguir el tema aún más. El resultado se encuentra ante el lector.
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I. ¿POR QUÉ UNA TEORÍA DEL ESTADO DE
NATURALEZA?
¿SI NO existiera el Estado, sería necesario inventarlo? ¿Sería requerido uno
y habría que inventarlo? Estas preguntas surgen para la filosofía políti
ca y para una teoría que explique los fenómenos políticos; se contestan
investigando el "estado de naturaleza", para usar la terminología de la
teoría política tradicional. La justificación para resucitar esta noción ar
caica tendría que ser su utilidad, su interés y las amplias implicaciones
de la teoría que resulten. Para aquellos (menos confiados) lectores que
deseen alguna garantía previa, este capítulo explica las razones de por
qué es importante seguir con la teoría del estado de naturaleza, razones
para considerar que dicha teoría sería útil. Estas razones necesariamente
son un poco abstractas y metateóricas. La mejor razón es la propia teoría
desarrollada.
FILOSOFÍA POLÍTICA
La cuestión fundamental de la filosofía política, la que precede a las pre
guntas sobre cómo se debe organizar el Estado es, justamente, si debiera
haber Estado. ¿Por qué no tener anarquía? Puesto que la teoría anarquis
ta, si es sostenible, socava todo el objeto de la filosofía política, resulta
apropiado comenzar la filosofía política con un examen de su principal
alternativa teórica. Aquellos que consideran que el anarquismo no es una
doctrina poco atractiva, pensarán que es posible que la filosofía política
termine también aquí. Otros, impacientemente, esperarán lo que ven
drá después. Sin embargo, como veremos, arquistas y anarquistas por
igual, aquellos que se separan cautelosamente del punto de partida, así
como aquellos que sólo con renuencia se dejan apartar (a fuerza de argu
mentos) de él, pueden estar de acuerdo en que comenzar el tema de la
filosofía política con la teoría del estado de naturaleza tiene un propósito
explicativo. (Tal propósito está ausente cuando la epistemología empieza
con un intento de refutar al escéptico.)
¿Qué situación anárquica debemos investigar para responder a la pre
gunta de por qué no la anarquía? Posiblemente, la que existiría si la
situación política real no existiera, puesto que ninguna otra situación
política posible existiría. Sin embargo, aparte de la presunción injustifi
cada de que todos, en todo lugar, estarían en el mismo bote no-estatal
y la enorme inmanejabilidad que supone seguir este contrafáctico para
llegar a una situación particular, ésta carecería de interés teórico funda
mental. Ciertamente, si tal situación no-estatal fuera suficientemente ho
rrible, habría una razón para no desmantelar o destruir un Estado par
ticular y no reemplazarlo por ningún otro.
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