Table Of ContentAnthony Birley
A D R IA N O
La biografía de un emperador
que cambió el curso de la historia
«UN HOMBRE CASI SABIO, UN GRAN HOMBRE»
Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano
El reinado del emperador Adriano (76-138 d.G), entre los
años 117 y 138 d.G, marcó un hito en la historia del Imperio
Romano. La presente obra, «que deja obsoletos todos los
(Times
trabajos realizados anteriormente sobre Adriano»
Literary Supplement
), es la primera exposición completa
desde el trabajo de Bernard Henderson en 1923 sobre el
reinado de esta compleja figura histórica. Anthony Birley muestra aquí cómo
Adriano abandonó descaradamente las conquistas orientales de Trajano, su
predecesor, y construyó nuevas fronteras en Germania, Norte de Africa y Britania
(el famoso muro de Adriano) para limitar la expansión del Imperio. Además,
realiza un interesante análisis de su dramática vida personal, donde destaca en
particular su romance con el joven Antínoo, cuya trágica muerte en el Nilo dio
lugar a numerosas especulaciones que barajaban desde el suicidio hasta un sacrificio
(Publishers
ritual. Birley recoge, en esta biografía «equilibrada, meticulosa y erudita»
Weekly),
los nuevos testimonios aportados por inscripciones y papiros, además de
un análisis actualizado de toda la bibliografía, para proporcionarnos un retrato
fascinante de un hombre que., a pesar de haber sido odiado en el momento de su
muerte, dejó en el Imperio Romano una huella indeleble que ha perdurado hasta
nuestros días. ?£■
«Una obra histórica que debe situarse entre las biografías más importantes de
los emperadores romanos».
British Archaeology
Anthony Richard Birley, una autoridad mundial
en Historia Antigua, fue profesor de esa espe
cialidad en la Universidad de Manchester entre
1974 y 1990 y en la Universidad Heinrich Heine
de Dusseldorf entre 1990 y 2002, fecha en que
se jubiló. Entre sus numerosas publicaciones
destacan tres obras sobre la Britania romana y
sendas biografías de Marco Aurelio y Septimio
Severo.
Diseño de la cubierta: Serifa
Fotografía de la cubierta:
aisa
ANTHONY R. BIRLEY
Adriano
La biografía de un emperador
que cambió el curso de la historia
TRADUCCIÓN DE JOSÉ LUIS GIL ARISTU
I9
EDICIONES PENÍNSULA
BARCELONA
Título original inglés:
Hadrian.
© 1997, Anthony R. Birley.
Todos los derechos reservados.
Traducción autorizada de la edición inglesa publicada por Routledge,
miembro del Taylor & Francis Group.
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita
de los titulares del «copyright», bajo las sanciones establecidas
en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía
y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares
de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
Primera edición: noviembre de 2003.
© de la traducción: José Luis Gil Aristu, 2003.
© de esta edición: Ediciones Península s.a.,
Peu de la Creu 4, o8ooi-Barcelona.
[email protected]
Víctor igual · fotocomposición
LiMPERGRAF · impresión
DEPÓSITO legal: b. 43.197-2003.
ISBN: 84-8307-592-x.
M. I. B.
MATRI CARISSIMAE
Estatua de bronce de Adriano procedente del Tel Shalem, en Judea. El torso podría
haber pertenecido a una estatua muy anterior de un rey helenístico.
(Museo Nacional de Jerusalén)
CONTENIDO
Prólogo 9
Introducción: El emperador Adriano 15
1 INFANCIA EN LA ROMA DE LOS FLAVIOS 27
2 EL ANTIGUO DOMINIO 40
3 TRIBUNO MILITAR 47
4 «PRINCIPATUS ET LIBERTAS» 56
5 EL JOVEN GENERAL 74
6 ARCONTE EN ATENAS 84
7 LA GUERRA CONTRA PARTIA 94
8 EL NUEVO SOBERANO IO7
9 REGRESO A ROMA 127
10 A LA FRONTERA GERMÁNICA I53
11 EL MURO DE ADRIANO I65
12 UN NUEVO AUGUSTO I88
13 REGRESO AL ESTE 200
14 UN VERANO EN ASIA 2I4
15 UN AÑO EN GRECIA 229
16 «PATER PATRIAE» 245
17 ÁFRICA 262
18 «HADRIANUS OLYMPIUS» 276
19 MUERTE EN EL NILO 3OI
20 ATENAS Y JERUSALÉN 33O
21 EL AMARGO FINAL 354
Epílogo: Animula vagula blandula 381
Árbol genealógico 389
Abreviaturas 393
Notas 395
Bibliografía 457
Indice 473
PRÓLOGO
Hace tiempo que Adriano necesitaba una nueva biografía. El último intento
serio de escribirla fue el de B. W. Henderson, en 1923. Aquella obra, con su
comparación entre Adriano y lord Kitchener, sus afirmaciones pacatas («has
ta donde sabemos, la relación entre Adriano, que no tuvo hijos, y Antínoo fue
de una amistad muy pura») y su declarada hostilidad hacia la erudición «teu
tónica», tiene ahora un aire rancio (la de su predecesor Gregorovius aparece
injustamente tachada de «compilación intolerable [...] una auténtica pesadilla
de libro»). En realidad, Henderson estaba desfasado incluso en el momento de
la aparición de su trabajo— inexplicablemente, había ignorado el estudio pu
blicado en 1907 por W. Weber, que fue fundamental, y tal vez todavía sigue
siéndolo, aunque resulte en gran parte ilegible— . De cualquier modo, el con
siderable aumento de la información disponible— sobre todo inscripciones y
papiros— desde el momento en que escribieron Weber y Henderson exigía
desde hace tiempo una nueva síntesis cuyos cimientos han sido echados por
una auténtica profusión de temas adriánicos: las acuñaciones de moneda del
emperador, su muro, sus proyectos constructivos en Roma y Atenas, su favori
to Antínoo, la guerra o rebelión judía de Bar Kojba y el «renacimiento griego»,
además de una intensa labor dedicada a la Historia Augusta. Sin embargo,
Adriano ha llegado a ser conocido sobre todo por una novela de Marguerite
Yourcenar (1951). Sin restar méritos a su gran intuición y su genio literario, el
Adriano cuyas Memorias compuso Yourcenar es una persona distinta del em
perador histórico. Aun así, a pesar de la necesidad de un estudio actual y obje
tivo, es posible que no me hubiera decidido a realizarlo de no haber sido por
la insistencia de Peter Kemmis Betty.
Se supone que, al menos, me hallaba en una buena posición para empren
der la tarea. Da la casualidad de que nací y me crié cerca del Muro de Adria
no, esa «afamada obra de la Antigüedad» (como la llamó Walter Scott). Es una
tierra donde resulta imposible que el nombre de Adriano pase inadvertido.
Hace ya tiempo, una de las principales empresas locales era Hadrian Paints
[‘Pinturas Adriano’], en Haltwhistle; «Adriano» ha sido luego en el valle del
Tyne un nombre de marca registrada para cualquier tipo de productos, desde
chapas para carrocería de coches hasta agua mineral. Más aún: nuestra casa,
Chesterholm, fue construida en gran parte con piedras del fuerte romano de
Vindolanda, al otro lado del arroyo, y mi padre fue un arqueólogo muy dedi
cado al estudio del Muro de Adriano. Cuando fui a la universidad, descubrí
con sorpresa (o con consternación) que, en Oxford, la «historia antigua» aca
baba con la muerte de Trajano, el 8 de agosto del 117 d.C., y la «historia mo
derna» no empezaba hasta la llegada de Diocleciano al poder, el 20 de no
viembre de 284. Los años intermedios, de Adriano a los hijos de Caro, eran una
especie de agujero negro. No se trataba de algo casual; en las humanidades, las
Literae Humaniores, la historia antigua estaba imbricada con la literatura clá
sica, y tras el reinado de Trajano no se escribió nada en latín «clásico»— fuera
de algunas Sátiras de Juvenal y, en mi opinión (no compartida por muchos),
los Anales de Tácito— . Otra posible razón es que la fuente principal para los
años del 117 al 284 era la Historia Augusta, considerada impropia para estu
diantes universitarios. Sin embargo, al graduarme comencé a investigar sobre
los Antoninos y los Severos y «me engolfé en el océano de la Historia Augusta»,
aunque no con «indiferencia», como lo había hecho Gibbon. Por suerte, mi
supervisor fue Ronald Syme. Aquel trabajo de fin de carrera me llevó, como
estaba previsto, a escribir una tesis doctoral (no publicada), y las biografías de
Marco Aurelio (1966) y Septimio Severo (1971), a las que la editorial Batsford
otorgó una existencia nueva en forma revisada (1987 y 1988).
Adriano constituye todo un reto. Ya había sido un personaje extraño y des
concertante para sus contemporáneos. ¿Podemos esperar meternos en su piel?
Las diecinueve palabras de su poema Animula, su «adiós a la vida», han gene
rado una copiosa bibliografía. No disponemos de mucho más para saber qué
sucedía tras aquella elegante fachada, cómo era el auténtico Adriano— los
fragmentos de su autobiografía solo dan a conocer una versión para el consu
mo público, y lo mismo ocurre con los retratos, las monedas y las inscripcio
nes con su nombre descubiertas de Nortumberlandia al Mar Negro y de Tran-
silvania a los límites del Sahara— . En el interior de Adriano había varias
personalidades contrapuestas. El emperador encarnó diversos papeles. Para
nosotros, al menos, Adriano ha de ser lo que hizo. Pero ni siquiera los «he
chos», la cronología y el curso de los acontecimientos, son siempre fáciles de
establecer. Por no hablar (por ejemplo) de por qué construyó el Muro en Bri
tania, creó el Panhelenio en Atenas o adoptó a Ceyonio Cómodo como hijo
y sucesor. En particular, sus prolongadas giras por las provincias— la caracte
rística más notoria de su reinado— son difíciles de datar con precisión. Por
eso, en estas páginas, habremos de recurrir (quizá con demasiada frecuencia)
a giros como «probablemente», «es bastante posible», «podemos conjeturar».