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5o años
de filosofía
vistos desde
dentro
PaidósAsterisco*
Título original: «A Half Century of Philosophy, Viewed From Within»
Artículo reimpreso con permiso de Daedalus, revista de la American Academy
of Arts and Sciences, publicado en inglés en el número titulado «American
Academic Culture and Transformation: Fifty Years, Four Disciplines»,
invierno de 1997, vol. 126, n° 1
Traducción de Carme Castells Auleda
Diseño de colección
Mario Eskenazi y Diego Feijóo
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© 2001 de la traducción, Carme Castells Auleda
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Sumario
1953-1960 13
«Realismo científico» 19
Oxford en 1960 23
El auge del pancientismo 26
Quine 28
Rawls 31
Wittgenstein en Harvard 35
«El significado
de “significado”» 41
Referencia y teoría de modelos 43
El retorno de la historia
de la filosofía 48
La (no) recepción
de la filosofía continental 50
¿Debe continuar
la filosofía analítica? 51
Notas *54
A**********************************************************************.
# En este país, los departamentos que forman a la
mayor parte de los doctores en filosofía que com-
w % pondrán la próxima generación de profesores
de la materia están dominados por un único tipo de filo
sofía: la filosofía analítica. La idea que un estudiante me
dio de posgrado puede tener de la historia de los últimos
cincuenta años es más o menos la siguiente: hasta algún
momento de la década de los treinta, la filosofía nortea
mericana carecía de forma y contenido. Entonces llega
ron los positivistas lógicos, y hace unos cincuenta años
la mayoría de los filósofos estadounidenses se hicieron
positivistas. Esta evolución tuvo la virtud de aportar «ma
yores niveles de precisión» a la materia; la filosofía se
fue haciendo más «clara» y todo el mundo tuvo que apren
der algunas nociones de lógica moderna. Sin embargo,
también tuvo otras consecuencias. Los (supuestos) prin
cipios centrales de los positivistas lógicos1 eran falsos:
según el estereotipo, los positivistas lógicos sostenían
que todas las proposiciones con sentido eran 1) propo
siciones verificables sobre los datos de los sentidos o 2)
proposiciones «analíticas», como las de la lógica y las
matemáticas. Creían en una clara distinción entre jui-
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Hilary Putnam
'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'fck'fí'k'k'ick'íi'k'k'íí'k'fc'k'Hit'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'k'ft'k'k'k'kit'ít'it'k'k'kit'k'k'k'kit'k'k'k'k'k'k'fck
cios sintéticos (es decir, juicios empíricos, que equipa
raban con juicios sobre los datos de los sentidos)2 y pro
posiciones analíticas; no comprendían que los conceptos
tienen carga teórica3 o que existen cosas tales como las re
voluciones científicas.4 Pensaban que la filosofía de la
ciencia se podía hacer de manera totalmente ahistórica.
A finales de la década de los cuarenta, W. V. Quine demos
tró que las cuestiones ontológicas, del tipo si los números
existen realmente o no, tienen sentido5 —contrariamente
a lo que afirmaban los positivistas lógicos, para quienes
todas las cuestiones metafísicas carecían de sentido—,
contribuyendo así a la recuperación de la metafísica rea
lista en Estados Unidos, aun cuando —lamentablemen
te— el propio Quine siguiera conservando algunos pre
juicios positivistas. Poco después, Quine sostuvo que la
distinción analítico/sintético es insostenible.6 Posterior
mente, Quine demostró que la epistemología puede ser
una parte de la ciencia natural7 y además contribuyó a la
demolición del positivismo lógico demostrando que la di
cotomía positivista entre los «términos observacionales»
y los «términos teóricos»8 era insostenible. Esto preparó
el terreno para un robusto realismo metafísico, el cual
(lamentablemente) abandoné a mediados de la década de
los setenta.
Aunque la historia anterior contiene algunos elementos
de verdad, uno de los aspectos que la distorsionan es la
descripción que en ella se da de lo que los positivistas lógi
cos creían. El movimiento era diverso; los positivistas no
pensaban que la filosofía pudiera hacerse con independen
cia de los resultados de la ciencia.9 Budolf Carnap acogió fa-
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vorablemente la obra de Thomas Kuhn La estructura de las
revoluciones científicas (que-plantea una ardiente defensa de
la indispensabilidadde la historia de la ciencia para la filo
sofía), y se sabe que contribuyó a que el libro fuese publica-
lIo^TSstasTcue^^ en la bibliogra
fía, aun cuando la «tradición oral» las haya recogido de otro
modo. Pero en esta descripción hay aún otra falsificación
más sutil, la que afirma que hace cuarenta o cincuenta años
el positivismo era la tendencia dominante. Cierto es que, si
uno está interesado simplemente en el desarrollo interno de
la filosofía analítica, el hecho de que los profesores positi
vistas lógicos fueran pocos resulta irrelevante, puesto que
las perspectivas de muchos de los filósofos analíticos con
temporáneos se desarrollaron a partir de las críticas a las
posturas de aquellos pocos. Sin embargo, si no nos confor
mamos con una historia de la filosofía estadounidense par
cialmente ficticia, es importante señalar que en aquella
época, en la que, supuestamente, el positivismo lógico era
dominante, los positivistas lógicos eran muy pocos y pasa
ban bastante desapercibidos. Estaban Rudolf Carnap (que
no produjo ni un solo estudiante de doctorado en los últimos
diez años que pasó en la Universidad de Chicago), Herbert
Feigl en Minnesota, Hans Reichenbach en la UCLA y quizás
algunos más. Sin embargo, estas personas estaban bastante
aisladas: Carnap no tenía aliados intelectuales en Chicago,
como tampoco los tenía Reichenbach en la UCLA. Sólo en
Minnesota, donde Feigl creó el Minnesota Center for the
Philosophy of Science, existía un poco de masa crítica. Ni si
quiera el propio Quine, en Harvard, tuvo aliados permanen
tes en la facultad hasta 1948, cuando Morton White11 se in-
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corporó al departamento. Ni tampoco eran los filósofos con
siderados más importantes en los años cuarenta. Afínales de
esa década, la mayoría de los filósofos hubieran contado su
historia de una manera que pocos de los filósofos analíticos
de la actualidad serían capaces de reconocer. Hubieran expli
cado el auge y el declive del pragmatismo; hubieran habla
do de los nuevos realistas, del realismo crítico (cuyo máxi
mo representante era Roy Wood Sellars, cuyo hijo, Wilfrid
Sellars, se convirtió en uno de los principales filósofos ana
líticos estadounidenses); se hubieran referido también al
idealismo absoluto, que estaba en declive, aunque aún con
taba con distinguidos representantes, pero hubieran consi
derado el positivismo como algo de poca trascendencia.
No quiero decir con ello que comparta este juicio: el po
sitivismo lógico fue un movimiento que no sólo produjo
errores, sino también aciertos, y que merecía con creces la
atención que posteriormente se le prestó. Pero también en la
obra de los pragmatistas había verdaderos aciertos y erro
res, así como en la de los idealistas como Josiah Royce y en
los escritos de los nuevos realistas y de los realistas críticos.
A fin de contrarrestar esta historia ficticia, permítanme
citar mi propia experiencia como estudiante de licenciatura
y de doctorado. En la Universidad de Pennsylvania, entre
1944 y 1948, no tuve noticia de una sola clase (si dejamos al
margen un curso impartido por Sydney Morgenbesser, a la
sazón estudiante de doctorado) en la que simplemente se le
yeran los escritos de los positivistas lógicos. El departamen
to contaba con un pragmatista atípico (West Churchman)
pero, por lo demás, nadie estaba vinculado a ningún «movi
miento» filosófico. En Harvard, entre 1948 y 1949, tampoco
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puedo recordar ningún curso en el que se leyera a los positi
vistas lógicos, aunque doy por supuesto que Quine y White
debieron comentarlos. En la UCLA, de 1949 a 1951, Reichen-
bach era el único profesor que representaba el positivismo
lógico (¡aunque él rechazaba la etiqueta!) y hablaba del mis
mo en sus clases. En Harvard, había un pragmatista atípico,
C. I. Lewis, y en la UCLA, un deweyano, Donald Piatt. La filo
sofía estadounidense, no sólo durante los años cuarenta, si
no también durante los cincuenta, carecía decididamente de
ideología. Si en los departamentos concretos había algún
«movimiento», éste estaba representado por una o dos per
sonas. La situación actual, en la que la filosofía estadouni
dense está dominada por un movimiento —un movimiento
que se enorgullece de la forma en que difiere de lo que le pre
cedió y de lo que ahora considera la tendencia opuesta (la «fi
losofía continental»)—, es totalmente distinta de la que im
peraba en el ámbito de la filosofía cuando yo me inicié en él.
1953-1960
Cualquier explicación de lo que ha sucedido en un campo
durante un período de cincuenta años debe basarse en una
perspectiva individual, por lo que seguiré recurriendo a mi
propia experiencia para trazar el panorama de las sucesivas
transformaciones. Cuando llegué a Princeton, en 1953, el de
partamento tenía tres profesores titulares. Ledger Wood era
el catedrático, y al cabo de unos años incorporó al departa
mento a Gregory Vlastos y a C. G. Hempel. Su primera me
dida para transformar el departamento y librarlo del sopor
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Hilary Putnam
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en el que estaba sumido fue contratar a cuatro hombres jó
venes: a mí y a tres recién doctorados en Harvard.
Aunque cinco años antes pasé un año en esa universi
dad, los tres hombres que venían de Harvard procedían de
un entorno que me resultaba totalmente desconocido. En
unos pocos años, un grupo de estudiantes de doctorado de
Harvard había adquirido algo parecido a una orientación
filosófica común. El cambio parecía haberse debido, en gran
medida, a la influencia de Morton White, quien, además de
presentar a Strawson y a Austin en sus cursos, persuadió a
unos cuantos estudiantes de doctorado para que pasasen un
año en Oxford. El efecto fue que la filosofía oxoniense llegó a
Harvard, y que estos jóvenes profesores trabajasen en algo a
lo que denominaban «filosofía del lenguaje ordinario». El
meollo de esa filosofía tal como ellos la entendían, a partir
de la lectura de Austin especialmente, era que el desastre se
produce cuando los filósofos —incluso los que se reivindi
can como «filósofos científicos»— se permiten un uso inco
rrecto del lenguaje ordinario y, especialmente, introducir en
los argumentos filosóficos lo que en realidad son «términos
técnicos» explicados de manera muy confusa. Las cuestio
nes del método filosófico pasaron a primer plano y eran el
tema de la mayor parte de nuestras discusiones.
Al principio mi reacción fue burlarme de la «filosofía
del lenguaje ordinario» y defender lo que denominaba «re
construcción racional», es decir, la idea de que el método
adecuado en filosofía era construir lenguajes formales. Ba
jo la influencia de Carnap, especialmente, sostenía que los
términos filosóficamente interesantes del lenguaje ordina
rio se formulan de manera demasiado imprecisa y que la ta
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rea de la filosofía consiste en «explicarlos», en encontrarles
sustitutos formales. Sin embargo, ésta es una postura que
pronto abandoné porque (para decir la verdad) me vi inca
paz de dar más de dos o tres ejemplos satisfactorios de «re
construcciones racionales». Prácticamente puedo recordar
las palabras exactas que me pasaron por la cabeza en aque
lla época: «Si Carnap tiene razón, entonces la tarea a la que
la filosofía debe dedicarse a realizar esta cosa llamada “ex
plicación”. ¿Pero qué razón hay para pensar que esta “expli
cación” es posible? Además, aunque pudiéramos presentar
explicaciones satisfactorias, ¿quién, excepto Carnap, piensa
que los científicos aceptarían estas explicaciones, o adopta
rían este lenguaje artificial para resolver controversias y to
do lo demás?».
Por otra parte, rechacé la idea de que fuera preciso esco
ger entre la «reconstrucción racional» y la «filosofía del len
guaje ordinario». Sentí que aun pudiendo aprender mucho
de la lectura de Reichenbach y Carnap, por una parte, y de
la de Wittgenstein y Austin, por otra, las metodologías filo
sóficas holistas que estaban siendo promulgadas en su nom
bre no eran realistas.
Mis razones para pensar que la versión de la filosofía
del lenguaje ordinario que estaba siendo presentada en Es
tados Unidos no era realista (cuando visité Oxford con una
beca Guggenheim en 1960, llegué a apreciar cuánto más ri
ca era la «cosa real») eran tan claras y concisas como mis
razones para pensar que la «reconstrucción racional» era
también irreal. La lectura de Austin me hizo ver la cues
tión antes mencionada: que cuando los filósofos hacen un
mal uso del lenguaje ordinario la confusión puede llegar a
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