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Mónica Peñalver González
Traducción de
Bruno Menéndez
Talismán
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No se permite la reproducción total o parcial de este libro,
ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión
en cualquier otra forma o por cualquier otro medio,
sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro,
sin el permiso previo y por escrito de los titulares del «copyright».
Título original inglés: Adam’s fall
© Mónica Peñalver González, 1988
Derechos cedidos por The Bantam Dell Publishing Group,
sello de Random House, Inc.
Primera edición: juniode 2007
© de la traducción: Bruno Menéndez Rodríguez, 2007
© de esta edición: Grup Editorial 62, s.l.u., Talismán
Peu de la Creu, 4 , 08001 Barcelona
[email protected]
grup62.com
Fotocompuesto en Víctor Igual, S.L.
Impreso en Artes Gráficas Mármol, S.L.
Depósito legal: B. 21.979-2007
ISBN: 978-84-96787-09-4
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Capítulo 1
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Leni Buxter avanzó con seguridad a lo largo del corre-
dor que conducía a la parte posterior de la mansión de
Darko Foster. El cuero duro de sus zapatos repiqueteó
contra el lustroso suelo de mármol hasta detenerse ante
la puerta del despacho. Allí tomó aire y santiguándose
mentalmente giró el picaporte de la puerta de la lujosa
estancia.
Darko Foster levantó la mirada del montón de papeles
que había sobre su mesa dejando escapar una nube de
humo de la boca.
—¡Leni!, precisamente estábamos hablando de ti —dijo
apuntándolo con el extremo de su cigarro.
—Me pregunto si eso debería agradarme —gruñó.
Saludó con la cabeza al contable y brazo derecho de
Darko, Harper Reynolds, y se dejó caer sobre un sillón
cercano. Luego cruzó las piernas a la altura de los tobillos
para examinar con orgullo sus nuevos pantalones de sa-
tén. Todos los que conocían a Leni Buxter sabían de su
pequeña debilidad por la moda.
Darko observó a su lugarteniente con los ojos entrece-
rrados. Luego, dejando su cigarro a un lado, tomó una copa
de brandy que tenía servida y se la llevó a los labios. La es-
timulante bebida se deslizó por su garganta reconfortándo-
lo. Permaneció con la copa levantada mientras seguía estu-
diando con detenimiento al recién llegado.
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—¿Ha ocurrido algo? —preguntó colocando sus largas
piernas sobre el escritorio de roble macizo.
Leni chasqueó la lengua, signo evidente de malas no-
ticias.
—No le va a gustar, jefe.
—Prueba a ver —lo animó Darko arrastrando consigo
el acento cockney típico de los barrios bajos londinenses.
—Se trata de Loreen...
Una imperceptible tensión se apoderó de Darko. Sólo
con oír ese nombre, su natural intuición para el peligro
provocó en él un cierto nerviosismo. Apretó levemente los
labios y miró de reojo a Reynolds, su contable. Éste frun-
ció el ceño y soltó un suspiro a modo de «ya te lo dije».
Darko le dirigió una mirada tenebrosa y se volvió de nue-
vo hacia su lugarteniente.
—¿Qué le ocurre? —le preguntó Darko pausadamen-
te. El tono sereno de su voz no presagiaba nada bueno,
Leni lo sabía muy bien.
—Parece ser que se ha ido de la lengua.
Darko no dijo nada, asimiló esas palabras sorbiendo
de su copa. Aquella quietud solía deparar arrebatos de có-
lera mal dominada.
—¿Estás seguro, Leni? —inquirió tras un largo silencio.
—No al cien por cien —le contestó—, pero parece ser
que uno de los chicos del puerto la vio hace un par de días
en compañía de Sam Lartimer, el inspector de aduanas.
Diciendo esto, Leni no pudo evitar revolverse nervio-
so contra el cuero del sillón. ¡Maldita suerte! ¡Tenía que
haberle tocado a él anunciarle a Darko que su última
amante le había traicionado!
Loreen no era más que una zorra, hermosa, sí, pero
una zorra al fin y al cabo. Encaprichado por su espectacu-
lar físico, Darko había decidido sacarla del tugurio de
mala muerte donde se ganaba la vida como actriz de se-
gunda fila para convertirla en su amante. La muchacha te-
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nía muy claro que podía ganarse la atención de cualquier
hombre y, de hecho, había conseguido que uno tan poco
dado a los asuntos del corazón como Darko Foster la col-
mara de costosos regalos e incluso le comprara una pe-
queña casita. Sin embargo, después de un cierto tiempo
Loreen había llegado a la conclusión, poco acertada, de
que era el momento de pedir más. Darko la había manda-
do al infierno harto de sus exigencias, a lo que la mujer-
zuela reaccionó montando un escándalo en toda regla du-
rante el cual profirió un sinfín de amenazas, amenazas que
quizás no fueron tomadas suficientemente en serio.
Profiriendo una contundente maldición Darko se puso
en pie y, tomando su cigarro en una mano y la copa en la
otra, se acercó hasta la chimenea para observar el fuego.
—Hoy los muelles estaban llenos de guardias. ¡Tenías
que haberlos visto, Darko! —escupió Leni con el despre-
cio propio que todo ladrón siente por los representantes
de la ley—. Estaban por todas partes.
—¿Entraron en mis almacenes? —preguntó Darko.
Leni asintió.
—Esos imbéciles lo pusieron todo patas arriba.
La mirada de Darko se oscureció. Mordiendo con im-
paciencia su cigarro instó a Leni a continuar.
—El chivatazo funcionó bien. Sacamos todo el licor
anoche y ahora está camino del norte. —Leni se permitió
una sonrisa de jactancia.
—Encárgate de recompensar a nuestro confidente.
—No creo que eso... —intervino el contable, pero
Darko alzó una mano para interrumpirle.
—Parece que todavía no te has dado cuenta de los be-
neficios que aporta el soborno. Si la corrupción del siste-
ma actúa en nuestro favor, ¿por qué no aprovecharnos?
—No creo que sea ético —afirmó con la simplicidad
propia de los hombres honorables que dividen las accio-
nes del hombre en buenas o malas.
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—Nada lo es en estos días —zanjó Darko malhumorado.
Leni festejó esas últimas palabras con una risita des-
pectiva. Sus diferentes educaciones hacían de Reynolds
y Leni dos hombres tan diferentes como la noche y el
día. La honorabilidad del contable actuaba como voz de
la conciencia dentro de la extraña familia que conforma-
ban Darko y su gente. Una voz bastante fastidiosa según
las ocasiones.
Los pensamientos de Darko regresaron a Loreen, la
responsable de todo ese desaguisado. Su traición había
conseguido encenderle la sangre. ¡Pequeña zorra consen-
tida! Después de todo lo que había hecho por ella... En un
súbito arrebato de furia arrojó la copa contra la chimenea.
Cientos de cristales se diseminaron por el suelo y la al-
fombra.
Una cosa era cierta, si la chica había traicionado a Fos-
ter, había cometido el peor error de su vida.
—Leni, quiero que me la traigas esta noche a los al-
macenes. Si ha hablado más de la cuenta, le arrancaré la
lengua.
—De acuerdo, jefe.
—Que Tom te acompañe —ordenó arrojando el ciga-
rro a las llamas.
Leni asintió levemente mientras se ponía en pie para
dirigirse hacia la puerta.
—Se la traeré, jefe —le aseguró antes de abandonar el
despacho.
Al salir Leni, Darko se quedó dando vueltas por la ha-
bitación maldiciendo con palabras encendidas. Harper
Reynolds lo observaba en silencio mientras recogía en su
carpeta los papeles que había llevado consigo. Esa tarde el
humor de Darko le impediría seguir trabajando.
—No quiero ser pedante, pero he de decir que te lo ad-
vertí —comentó el contable, incapaz de morderse la lengua.
Darko le lanzó una mirada asesina.
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Description:Impreso en Artes Gráficas Mármol, S.L.. Depósito legal: B. 21.979-2007. ISBN: 978-84-96787-09-4. 041-Adorable canalla 15/2/08 16:30 Página 6