Table Of ContentVersión digital #090708
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ÍNDICE
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
PRÓLOGO de Albert Hofmann
UNA NOTA SOBRE EL TEXTO
PROEMIUM
PARTE PRIMERA:
Beta-fenetilaminas
CAPÍTULO PRIMERO:
Mescalina, péyotl, San Pedro, fenetilaminas artificiales
PARTE SEGUNDA:
Derivados indólicos
CAPÍTULO SEGUNDO:
LSD, ololiuhqui, kykeon: derivados de la ergolina
CAPÍTULO TERCERO:
DMT, cohoba, epená: triptaminas de acción corta
CAPÍTULO CUARTO:
Beta-carbolinas y pociones de ayahuasca
CAPÍTULO QUINTO:
Psilocibina/psilocina/baeocistina: el grupo del teonanácatl
PARTE TERCERA:
Derivados del isoxazol
CAPÍTULO SEXTO:
Ácido iboténico/muscimol: el panx y el amrta primigenios
PARTE CUARTA:
Apéndices, Bibliografía, Índice, Agradecimientos
APÉNDICE A:
Compuestos visionarios diversos
I. Asaronas y Acorus calamos
II. Atropina, hiosciamina, escopolamina: derivados visionarios del tropano
III. Ibogaína, tabernantina, voacangina: De la evoca al sananho
IV. Nicotina, tabacos y pituri
V. Kava-pironas y especies psicoactivas del género Piper
VI. Salvinorina A y ska pastora
VII. Tetrahidrocannabinoles y especies del género Cannabis
VIII. Tujones y especies visionarias del género Artemisia
APÉNDICE B:
Especies supuestamente enteogénicas
APÉNDICE C:
Índice de propiedades químicas y farmacológicas de los enteógenos
APÉNDICE D:
Índice botánico
APÉNDICE E:
Lecturas recomendadas
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE GENERAL
AGRADECIMIENTOS Y NOTAS
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
Todos los estudiosos, eruditos y aficionados a lo que podríamos llamar “la enteogenia” debemos
agradecer a Jonathan Ott el enorme esfuerzo que significa la elaboración de Pharmacotheon. Era necesaria una
recopilación sistemática como la presente, cuyo futuro uso se adivina más como sólido libro de consulta al gran
estilo clásico que como texto de lectura, aunque una cosa no quita la otra. Los conocimientos científicos de que
disponemos actualmente sobre plantas y otras substancias psicoactivas, conocer elaborado por la química, la
farmacología, la antropología y la botánica, estaban dispersos en un caos de bibliografía y artículos especializados.
Esta situación queda magistralmente resuelta con esta obra de carácter universalista (a pesar de que, en algunos
momentos y como europeo, encuentro en falta una inclusión más amplia de publicaciones no anglosajonas). En
mi opinión Pharmacotheon consagra definitivamente a J. Ott como uno de lo más importantes investigadores y
autores contemporáneos dentro del ámbito de los estudios de etnofarmacognosia, como él mismo ha bautizado.
Además, es preciso también resaltar su preciosista estilo literario de una altísima calidad.
Partiendo de su biografía, podríamos decir que J. Ott es un típico hijo norteamericano self made man de
la década de los años 1960 (creativo, tenaz, sugerente y libre) que ha corrido todos los riesgos de actualizarse
dentro de un marco científico de carácter mercantilista, como es el actual, sin por ello abandonar sus más sólidos
principios éticos y de rigor científico. En 1968, por su situación familiar, no podía estudiar en la Universidad
exactamente de la forma en que él quería, y por la guerra del Vietnam le tocaba ir al frente. Para evitar participar
en el demencial conflicto bélico, y para esquivar la cárcel que era la solución establecida a su negativa, pasó tres
años deambulando por los espacios sociales más bajos, marginales y criminalizados. Allí conoció los efectos
extáticos de los enteógenos (término acuñado años más tarde por un equipo de científicos del que el propio Ott
era miembro) y fue este buen uso de los mal llamados alucinógenos, especialmente LSD, lo que le permitió vivir
una espiritualidad actualizada, le salvó de llevar, tal vez para el resto de sus días, una vida marginal, y le despertó
el interés vocacional al que está consagrando su vida.
El amigo Jonathan nación en New Haven (Connecticut). Estudió química orgánica de productos naturales en la
Universidad de Washington. Allí fue donde, en 1973, Richard Evans Schultes impartió una conferencia que sirvió
de punto inicial de contacto para ambos investigadores. Ott se acercó a saludarlo y a raíz de aquella primera
aproximación entre un joven estudiante interesado y una figura consagrada (y creadora de la moderna
etnobotánica), fue invitado por R. E. Schultes a consultar la biblioteca especializada que tenía en Harvard, cosa
que Jonathan hizo tan pronto como pudo: durante el verano de 1974. Podríamos decir que de allí nació una larga
y doble relación. Durante esta visita de Ott a Schultes, éste le comentó que debería conocer personalmente a
Robert Gordon Wasson, cogió el teléfono y lo llamó desde su despacho: there is a young man here you should
meet (“aquí hay un joven que deberías conocer”), y pasó el aparato a Ott, ante el estupor del joven estudiante.
Para entonces Wasson ya era universalmente famoso como descubridor de las propiedades y uso
etnohistórico de la Amanita muscaria, y como redescubridor del consumo consensuado de hongos psicoactivos
que seguían haciendo los indígenas mexicanos en la zona de Huautla de Jiménez, práctica sagrada que se creía
desaparecida desde la época de la colonización. Via telefónica Wasson le invitó a comer en su casa cerca de
Danbury, en Connecticut (no muy lejos de Litchfield, donde Jonathan había pasado los familiares veranos de su
infancia), y allí fue Ott, a 10.000 kms. de distancia, a conocer al que sería su figura maestra e inspiradora en
muchos sentidos. Estas relaciones cambiaron el destino del joven Jonathan. Pronto decidió abandonar los
estudios formales de postgrado, donde nunca podría adquirir grandes conocimientos sobre su actual
especialidad, para iniciarse como aprendiz con los tres grandes maestros contemporáneos de psicofarmacología,
etnobotánica y etnomicología: me refiero respectivamente a Albert Hofmann, Richard Evans Schultes y Robert
Gordon Wasson. Poco después, y como parte de sus estudios, redacto el texto que se convertiría en su primer
libro, editado en el año 1976 y cuya introducción ya estaba firmada por el incansable trabajador Schultes
(Hallucinogenic Plants of North America, Wingbow Press, Berkeley). Este primer libro ya tuvo un destacado éxito
de difusión: tres años después se hizo una reedición. Pronto se vendieron 15.000 ejemplares publicados, y veinte
años después sigue habiendo una cierta demanda a pesar de estar agotado.
Más tarde vendrían otras de Jonathan y en todas ellas destacan, a mi juicio, tres elementos importantes y
permanente que lo definen como un científico de corte completo: el afán recopilatorio (en su primer libro ya
incluía dibujos, varios apéndices bibliográficos y un esbozo teórico del origen de las religiones, y ahora
Pharmacotheon que es, sin duda, un clásico en este sentido); su implicación y compromiso personal como
investigador (en sus obras siempre aparece él mismo en primera persona auto-experimentando con las
substancias y principios activos, con nuevas metodologías de trabajo, etc.); y su espíritu creativo (es autor y
coautor de numerosos neologismos y combinaciones semánticas, las más conocidas de las cuales son
“enteógenos”, “etnofarmacognosia” –neologismo con el que denominaba su especialidad científica–
“enteognosia” –categoría lingüística con la que actualmente la denomina– o “farmacracia”). Finalmente, y para
atar todos los cabos en la presentación de sus trabajos, Jonathan Ott es el propio editor de sus obras en inglés. Un
buen día, enojado por la pésima calidad general de la industria editorial norteamericana (libros encolados “a la
americana” que no soportan dos lecturas antes de empezar a esparcir hojas sueltas, tipografía y diseño de los
gráficos poco esmerados, etc.), decidió cuidar por sí mismo la edición de sus obras y autoeditarse La distribución
en los EE.UU. de los libros autoeditados es cada día mas frecuente entre los científicos de renombre y
especialmente dentro el ámbito de las investigaciones no ortodoxas e innovadoras (lo que para nada significa “no
rigurosas”, y a veces es justo lo contrario), cosa que en Europa se hace casi imposible dadas las características del
mercado y de la industria de la distribución. Para acabar, cabe citar que actualmente ya hay obras de Ott
traducidas al alemán, castellano, portugués y checoslovaco.
Por todo ello, me complace enormemente poder presentar la versión castellana de Pharmacotheon
dentro de la colección Cogniciones, dedicada exclusivamente a textos de calidad referidos a substancias
enteógenas, su uso, cultura, química y farmacología. Se ha trabajado en una esmerada traducción del texto
técnico por parte de Jordi Riba, uno de nuestros jóvenes farmacólogos más avezados en el ámbito de la
farmacognosia y la traducción del Proemio ha sido revisada por Antonio Escotado, reconocido experto en
enteógenos cuya calidad estilística está fuera de dudas.
Dr. Joseph Ma Fericgla
En memoria de
R. GORDON WASSON
Redescubridor del Teonanácatl
y de los orígenes enteogénicos de las religiones
Pionero en el estudio
de Ololiuhqui y Ska pastora
Primero en reconocer la naturaleza
enteogénica de Soma y Kykeon
Estudioso innovador, literato brillante
venerado maestro, amable y leal amigo
PRÓLOGO
Uno de los aspectos más importantes para valorar un libro recién publicado es su actualidad, es decir, que
aborde la problemática de su tiempo. Evaluado bajo este criterio, Pharmacotheon, el nuevo libro de Jonathan Ott,
es de la mayor actualidad, ya que nos encontramos ante una valiosa contribución al debate global sobre uno de
los problemas más serios de nuestro tiempo, el problema de las drogas. Más aún, al valorar un libro nuevo se
deben establecer comparaciones con publicaciones previas aparecidas sobre el mismo campo. En este sentido,
Pharmacotheon es también una valiosa obra, pues se distingue de los numerosos libros sobre drogas que han
aparecido en los últimos años en dos aspectos fundamentales. Es el primer compendio científico exhaustivo que
se publica sobre el campo de los enteógenos, un sector particularmente interesante del mundo de las drogas. El
libro subraya especialmente estos dos aspectos de extensión y rigor científico, ya que en él se tratan
pormenorizadamente todos los aspectos relacionados con estas drogas: botánicos, químicos, farmacológicos,
etnológicos e históricos. El especialista encontrará también una extensa bibliografía donde aparecen todas las
fuentes publicadas que se citan en el texto. Además de exponer de forma rigurosa y amplia los hechos objetivos
relativos a los enteógenos, aborda en detalle el significado y la importancia que han adquirido este tipo de
psicotropos en la sociedad contemporánea.
Por otra parte, conviene señalar que todas las valoraciones y análisis son de hecho subjetivos, ya que
siempre se basan en experiencias personales o en la valoración que uno hace de las experiencias de otros.
Ott vierte en el libro su rica experiencia personal con las drogas enteógenas, lo cual confiere autoridad y
validez a sus comentarios sobre la importancia y significado que poseen, y a su tesis sobre la prohibición que pesa
sobre ellas.
La yuxtaposición de los aspectos científicos objetivos con la parte experimental y puramente subjetiva del
problema de las drogas define el carácter excepcional de Pharmacotheon y le dota de un valor singular. Sólo
podría haber sido escrito por una persona como Jonathan Ott, que combina el talento polifacético del escritor
creativo con el conocimiento especializado del científico (Ott se licenció en química orgánica).
Las experiencias místicas de Ott con enteógenos y con la naturaleza han determinado decisivamente su
visión del mundo y su camino en la vida. Dichas substancias le abrieron los ojos a la maravilla de esa realidad
profunda y universal donde todos hemos nacido como parte de la creación. Ésta es la realidad que han descrito
todos los grandes místicos y fundadores de religiones, el auténtico reino de los cielos destinado a la humanidad.
La diferencia fundamental reside en que uno conozca esta realidad sólo a través de relatos de otras personas, o la
haya experimentado en momentos beatíficos, espontáneamente o con ayuda de enteógenos.
Ott describe estas sustancias como uno de los instrumentos capaces de ayudarnos a superar nuestra
visión materialista del mundo, a la cual podemos atribuir, en última instancia, todos los grandes problemas de
nuestro tiempo: contaminación del medio ambiente; abusos espirituales, políticos, sociales, guerras. Estos
medicamentos que la naturaleza ha concebido a la humanidad (los enteógenos más importantes son de origen
vegetal) no deberían ser negados a la sociedad contemporánea. De ahí la postura apasionada de Ott contra la
prohibición.
Permítanme que haga aquí un comentario sobre esta consideración de los enteógenos como regalo del
mundo vegetal.
Aunque conocemos la función de la mayoría de los constituyentes de las plantas, no sabemos de qué
utilidad les pueden ser ciertas sustancias fitoquímicas llamadas alcaloides. No sabemos cómo los usa la planta,
pero es indudable que no son esenciales para su vida. Hemos llegado a esta conclusión observando cómo dentro
de cada especie vegetal productora de alcaloides hay variedades botánicas idénticas que no los contienen. Si los
constituyentes enteogénicos no tienen ninguna función vital para la planta, se plantea la pregunta: ¿por qué los
producen?, ¿será especialmente para la humanidad? La respuesta a esta pregunta, que se halla implícita en los
ritos donde intervienen enteógenos, constituye una cuestión de creencias.
Jonathan Ott vive en México, en un rancho en las montañas del estado de Veracruz, que lleva por nombre
Ololiuhqui. Esta palabra tiene un significado especial. Ololiuhqui es el nombre azteca de una de las antiguas
drogas mágicas de México, las semillas de ciertos dondiegos de día (Convolvulaceae). El ololiuhqui forma parte de
mi amistad con Jonathan. Mis investigaciones químicas sobre estas semillas condujeron al feliz descubrimiento de
que sus principios activos enteogénicos son alcaloides, entre los cuales está la amida del ácido lisérgico,
estrechamente emparentada con la LSD o dietilamida del ácido lisérgico. De ello se sigue que la LSD, que hasta
entonces había sido considerada un producto sintético del laboratorio, pertenece de hecho a la familia de las
drogas sagradas mexicanas. Tuve la fortuna de que Jonathan Ott tradujese al inglés uno de mis libros: LSD my
problem child. Gracias a ello, percibí su extenso conocimiento sobre el tema de las drogas vegetales, así como su
maestría literaria.
Ya estamos en deuda con Jonathan Ott por tres valiosos libros: Hallucinogenic plants of North America,
Teonanácatl: Hallucinogenic mushrooms of North America y el delicioso The Cacahuate Eater: Rumiations o fan
Unabashed chocolate Addict.
Le deseo a Jonathan Ott que esta nueva y trascendental publicación reciba la atención que merece, tanto
en los círculos especializados como entre los profanos interesados en el tema.
Albert Hofmann
Buró i.l. Suiza
NOTA SOBRE EL TEXTO
Como es inmediatamente obvio a partir de mi título, utilizo el neologismo enteógeno a lo largo de este
libro. Se trata de una nueva palabra, propuesta por un grupo de estudiosos entre los que se encuentran el Dr. R.
Gordon Wasson, el profesor Carl A.P. Ruck y yo. A partir de la experiencia personal sabemos que los embriagantes
chamánicos no provocan “alucinaciones” o “psicosis”, y como creemos que es una incongruencia referirse al uso
chamánico tradicional de plantas psiquedélicas (palabra peyorativa para muchos, que invariablemente se asocia
con el uso occidental de la droga en los sesenta), acuñamos este nuevo término en 1979 (Ruck et al.1979).
Describo en profundidad la historia de los nombres de las plantas sagradas en el Capítulo 1, nota 1. Me alegra
poder decir que, catorce años después de haber lanzado el neologismo al mundo literario, la palabra ha sido
aceptada por la mayoría de los expertos en este campo, y ha aparecido impresa por lo menos en siete lenguas.
Este término no se refiere a una clase de drogas farmacológicas específicas (algunos, por ejemplo, entienden por
psiquedélicos; drogas indólicas y fenetilamínicas con un efecto tipo LSD o mescalina), más bien designa drogas
que provocan éxtasis y han sido utilizadas tradicionalmente como embriagantes chamánicos o religiosos, así
como sus principios activos y sus congéneres sintéticos.
Del mismo modo, evito usar la palabra intoxicante en favor del más apropiado y supuesto sinónimo
embriagante. Intoxicante (del latín toxicum, veneno) es una palabra peyorativa y sugiere al desinformado la
borrachera decididamente no sagrada de alcohol etílico (etanol) –embriagante tradicional de la sociedad
occidental. Un vistazo al diccionario mostrará que embriagante no posee un estigma, y el Oxford English
Dictionary (Compact Edition, p. 1423) muestra que si bien esta palabra también ha llegado a relacionarse en
Occidente con el alcohol, el primer uso de embriagante (en 1526) es lo opuesto: “this inebriacyon or heuenly
dronkennesse of the spiryte.” [N. del T. “Esta ebriedad celestial del espíritu.”] En el capítulo 4, nota 1, resumo la
historia de otro término peyorativo para las drogas sagradas: narcótico; y en el Capítulo 4, Nota 2, comento que
“sagrado intoxicante” es autocontradictorio. Debemos recordar que la gran mayoría de la gente no ha
experimentado los enteógenos, y que tiene la tendencia a catalogar los embriagantes desconocidos junto al
alcohol. Evitemos prejuzgar estos embriagantes sagrados utilizando obtusamente terminología que está siempre
vinculada a estados alcohólicos.
Por lo mismo, he descartado la palabra recreativo para indicar el uso no médico o extracientífico de
drogas. Yo mismo he incurrido en el abuso de este trivial término, que tienen a abaratar y a recubrir de prejuicio
el uso actual de drogas enteogénicas. Como sé que muchos usuarios actuales de estas drogas sienten el más
profundo respeto hacia lo que, correctamente, consideran “maestros vegetales” (Luna 1984b), y los emplean
seriamente, de alguna manera buscando la visión (Drury 1989; Rätsh 1991), su consumo no puede llamarse
“recreativo”. No se me oculta tampoco que muchos emplean enteógenos descuidadamente, de manera
infraespiritual. En consecuencia, me sirvo de un término menos habitual y neutro –ludibundo, o en su variante
lúdico– para referirme en general al uso contemporáneo de drogas enteogénicas. La palabra, que deriva del latín
ludere, “jugar”, significa literalmente “divertido, lleno de juego” (Oxford English Dictionary, Compact Ed., p. 1675).
Hablo de drogas pudibundas, o de uso lúdico, para excluir expresamente el uso moderno de “recreativo” para
videojuegos y máquinas tragaperras.
Algunos discutirán que use la expresión indio, en vez de la “políticamente correcta” aborigen americano.
Pero yo soy también un “aborigen americano”, y hasta tengo un pequeño porcentaje de sangre india, aunque
nadie me llamaría indio. Este término deriva, al parecer, de la equivocación de Colón, que creyó estar en la India
cuando arribó a las Américas. Pero hay una explicación alternativa. Se ha indicado que en tiempos de Colón el
nombre más común para la India era Hindustán, y los hispanoparlantes siguen llamando hindúes, y no indios, a
personas de la India. Un prominente portavoz, “aborigen americano”, alegó que la palabra indios viene de en-
dios, refiriéndose al hecho de que los habitantes del Nuevo Mundo les parecieron a los europeos personas que
vivían “en dios”, de un modo natural, próximos a la tierra como otros animales, con escaso artificio o civilización.
En este sentido indio no es denigrador, y lo empleo con tal espíritu, por respeto y en beneficio de la precisión. Por
lo mismo, hablo de culturas ágrafas, en vez de primitivas.
He adoptado también el excelente término psiconauta, acuñado por Ernest Jünger (Jünger, 1970), para
viajeros que emplean como vehículos drogas enteogénicas (aunque el término fue acuñado en Alemania dos
décadas antes, un americano se ha proclamado autor del neologismo; Siegel, 1989). Solemos hablar de “viajes”