Table Of Content"LAS BOOAS  INUTILES" 
uv 
por SIMONE DE BEAUVOIR  SI  NE  E  E  I 
En Las !bocas Inútiles. Simone de Beau 
voir, la incisiva y  exitosa autora de "Lo·s 
mandarines". plantea una serie de inquie 
tantes dudas sobre una serie de valores 
entendidos.  La  fuerza  de  los  interrogan 
tes, proyectada sobre un vigoroso y  heLo 
marco teatral, debe producir, sin duda, un 
tremendo  impacto  sobre  el  espeCtador 
-sobre el lector-, obligándolo a  salirse 
de su papel pasivo para meditar en torno 
a  esos probLemas  y  pronunciarse,  quizá, 
sobre ellos. ' 
Se trata, nada menos, de preguntas de 
cisivas y  pdmeras acerca de la libertad 
y  la muerte -la libertad en la; muerte-, 
ia utilidad o inutilidad de determinado tipo 
~e ser humano,  la alegría  en  la lucha 
por un ideal común,  la permanencia de 
una causa qunque desaparezcan sus pro  OBRA  EN DOS  ACTOS  Y  OCHO  CUADROS 
pulsores, el valor del ejemplo, la defensa 
i' 
de la dignidad personal,  el papel de lo 
colectivo y el alcance de los símbolos, etc. 
Pero  toda 'esta  profunda  materia  filo. 
sófica  y  étic::X  no  está  ordenada  según 
los  lineamientos  de  un  árido  tratado, 
Las  palabras  surgen,  calientes  y  a:::l 
gustiadas, de la boca -alguna de ellas 
,"inútil"- de  seres  humanos  erguidos  o 
hundidos en su íntegra dimens~ón de ta. 
·les.  El  cerrado  individualismo  de  Jean. 
Pierre  tiene  su  grieta  en  el  sufrimiento 
de 1a comunidad, de su parte más débil 
-o más fuerte-: las mujeres y  los niños. 
La altanera seguridad de Louis d' A vesnes 
se  quiebra  en  el  desgarramiento  de  la 
separación.  Y  Si  Georges es un aventu. 
rero  ambicioso  y  violento,  su  derrumbe 
es producto y  resultado de su propia in 
certidumbre. 
Y  la  esperanza  -no una;  esperanza 
con mayúscula, sino empinada a  la altu  ~ 
ra de un hombre, de un grupo de hom. 
hres- surge  con  lúcido  vigor del ·s acri 
ficio  de  seres  humanos  aue .v an  (I  la 
muerte con la clara intenc- ón  d~ cdnver  fOlTORIAL  · 
Argentina 
tirse  en símbolos.  "¡Que ·la alegría sea  Buenos Aires  .~RIAD.N~ 
en  nosotros!  -exc:ama  Louis- Lucha 
mos por la libertad, y  1a  libertan tri un· a 
con nuestro libre scrcrificio. Vives o muer 
tos,  hemos vencido."
Primera Edición 
Título del original en francés:  LES BOUCHES !NUTILES 
Traducción de  FI.OREAL  MAZIA 
A  MI MAD(_RE 
colección coral 
Qued& hecho el depósito que marca la ley 11.72;3. 
Cbpyr~ght by uE,ditorial Ariadna" 1957.
PERSONAJES 
LOUIS  D'AVESNES. 
primer acto 
J AOQUES  VAN  DER  WELDE. 
FRAN«;;OIS  ROSBOURG. 
JEAN-PIEiRRE  GAUTHIER. 
GEORGES  D'A   VESNE'S,  hijo de  Louis. 
EL CAPITÁN. 
MAESTRO  DE  ÜBRAS. 
Soldados,  albañiles,  tejedores,  diputados,  gente  del  pueblo. 
CATHERINE, esposa de  Louis. 
CLARICE, hija de  ambos. 
JEANNE. 
Mujeres  del  pueblo. 
La acción  transcurre  en  el  siglo  XIV,  en  Vaucelles,  ciudad 
de  Flandes. 
Esta obra fué rePTesentada por prirne,ra vez en noviemb1·e de 
1945, con la pru.esta en escena de Mi.chel Vitold, en el Théátre 
des  Carrefours.
CUADRO PRIMERO 
Un puesto de  guardia bajo las rmwallas de  Vaucelles, al pie 
de  una torre.  Tres  sol.dados  en  torno  a una hoguera.  Pa1·a 
entrar en calor golpean los pies cont1·a el suelo. 
SOLDADO PRIME'RO. - ¡:Qué frío! 
SOLDADO SEGUNDO. - Tengo hambre. ¿Es que no van a 
·tocar nunca el ángelus? 
SOLDADO  PRIMERO. - Después  de  comer  es  aún  peor; 
seguimos  teniendo hambre y  ya no  queda nada que  espe 
rar ... 
SOLDADO  SEGUNDO. - Si  por  lo  menos  sucediese  algo, 
nos distraeríamos. 
(Una  mujer  acompañada  de  un niño  se  an-ima  a 
la muralla.) 
SOLDADO TEHCER.O.- Nos estamos aquí sin movernos, los 
borgoñones tampoco se mueven. ¡Hace ya un año que dura 
este sitio! ¡Esto no .t erminará nunca! 
SOLDADO ·PRIMERO. -- Terminará. N o se puede vivir mu. 
cho tiempo de hiérbas y salvado. 
(Un  centinela  desciende  de  la  muralla  empujando 
ante sí a J ean-Pierre Ga~t.thie?·',) 
9,
EL CENTINELA. - ¿Dónde está el capitán? Hemos  atra- EL CENTINELA. - No entiende nada. 
pado a un espía borgoñón.  SOLDADO PRIMERO. - Dos veces por dia nos dan un co 
GAUTHIER. - El espía soy yo.  cido de salvado y. un pan hecho con hierbas secas. 
SOLDADO  TERCERO. - ¡ Gauthier! 
(Pasaw dos  mujeres que  sJ unen a  las  otras.) 
SOLDADO SEGUNDO. - ¡Es Jean-Pierre Gauthier! 
GA UTHIER. - ¡Qué -contento  estoy de  veros!  En ese foso 
GA UTHIER. - ¿Hemos llegado ya hasta ese punto? 
hacía  un  frío  endiablado.  Dadme  una  sopa  bien  caliente. 
SOLDADO  SEGUNDO.  - Sí,  estaría  ~ien que  el  rey  de 
SOLDADO  PRIMERO.  - Ven  a  sentarte  junto  al  fuego. 
Francia se diese prisa. 
Tienes  aspecto  fatigado. 
GAUTHIER. - ¿Qué hacen esas mujeres? 
EL  CENTINELA. - Quiero llevar  a  este  hombre  ante  el 
SOLDADO SEGUNDO. - Vienen todos los días a  mendigar 
capitán. 
un poco de comida. 1A  h, no me gusta verlas! (Se vuelve de 
SOLDADO  PRIMERO. - ¿No te d'go que es Gauthier? 
'  espaldas a ellas.) 
EL  CENTINELA.  - Nadie  tiene dere-cho  a  franquear  las 
EL  GAPITAN. - Pero sí,  es  Gauthier.  (Al centinela.)  Ve 
murallas. 
a  avisarle al señor d'Avesnes. (El centine'la sale.)  ¿Llegas 
SOLDADO TERCERO. - i1Gabeza de mulo!  te sin muehas dircultades? 
SOL1DADO  SE·GUNDO. - Está bien, yo mismo iré a busc:J.r  J·EAN -PIERRE. - !Para  atravesar  el  campo de  los  borgo 
al capitán.  ñones,  no  ha  sido  difícil.  Pero  nuestra  ciudad  está  bien 
guardada. 
(Entra en la torre. Una vieia se acerca a la primera 
EL GA1PITAN. - ¿Qué se dice de nosotros en París? 
mujer.) 
GAUTHIER. - Los burgueses nos admiran, pero no  tienen 
SOLDADO PRIMERO. - ¿Has visto al rey de  Francia?  audacia suficiente para destronar al rey y gobernarse por 
SOLDADO  SEGUNDO.  - ¿Cuándo  vendrá  a  expulsar  al  sí mismos.  Son  demasiado  atolondrados  y  demasiado  pru 
duque?  dentes. 
GAUTHIER. - Se le diré al señor d'Avesnes.  Servidme la  EL GAPI'TAN. - ¡Ah, no todo el mundo es capaz de hacer 
sopa.  lo que hemos hecho aquí! 
SOLDADO PRIMERO. - Es que. . .  no tenemos sopa.  SOLDADO TERCERO. - Para eso hay que tener osadía. 8i 
GA UTHIER.  - Pues  dadme  cualquier  cosa  que  se  pueda  nos  hubiese fallado el golpe nos habrían colgado  a  todos. 
comer eon un buen trago de vino.  SOLDADO SEGUNDO. - ¡Y en cambio el que está colgado 
(Los  soldados  se  m.iran,  turb(J;dos.)  es el intendente del duque!  (Ríen.~ ¡Hermosa jugada! 
GAUTHIER. - ¡Conoceremos muchas otras igualmente her 
SOLDADO SEGUNDO. - N o tenemos vino.  mosas! 
EL CENTINELA. - ¿Pero de dónde viene éste?  SOLDADO T.ERGERO. - ¿Te pareee? 
GAUTiHIER. - ¿Qué, no hay nada que eomer aquí? ¿Nada  SOLDADO  PRIMERO. - ¿Se  acabarán nuestras penas al 
que beber?  gún día? 
11
SOLHADO  S,EGUNDO. - Estás loco.  Es nuestro pan. 
GAUTHIER. - Sí, se acabarán. Muy pronto seremos felices 
SOLDADO  PRIMERO.  - r¿Piensas  que  nuestra  ración  de 
y  libres. Trabajaremos para nosotros, viviremos para nos-: 
sopa es demasiado abundante? 
otros. 
EL CAPITAN. - Todas las demás ciudades envidiarán nues  (Las  m.ujere&  ·rompen  a  llorar.) 
tra  suerte;  daremos  al  mundo  un  'gran  ejemplo.  Tened 
TERCERA MUJER.- ¡Tengo hambre!  ¡Tengo tanta ham 
confianza;  nuestro  sufrimiento  no  habrá sido vano. 
bre ... ! 
SOLDADO PRIMERO. - Si no tuviésemos confianza no so 
portaríamos lo  que soportamos.  (Los soldados comen s·in mt'ra•rlas, con aire obstinado.) 
(Entra Louis d'Avesnes. Gauthier se dirige  hac-ia. él. 
GAUTHIER.- ¿Vais a dejarlas morir de hambre? (Silencio. 
El  capitán  se  reti,ra.) 
Los  soldados  continúa'Y!J  co1m.iendo.)  Camaradas,  ¿se  os ha 
GAUTHIER. - ¡Señor d'Avesnes! Ya veis que no he hara  endurecido tanto el corazón? 
ganeado. 
LOUIS (acercándose). - Déjalos. No les alcanza el pan para 
LOUIS. - Es cierto. Has hecho rápido. ¿'Qué noticias? 
eUos. 
GAUTHIER. - El rey de Francia vendrá en nuestra ayuda. 
GAUTHIER. - ¿'Pero qué se puede hacer por estas mujeres? 
Ha dicho:  ''Me interesa tanto como a  vosotros". Pero sólo 
LOUIS. - Nada. 
vendrá para la primavera. 
LOUIS. - ¡Para ,Ja primavera! 
GAUTHIER. - Primero tiene que expulsar a los borgoñones 
de sus tierras. Y su ejército no puede hacer ese largo viaje 
en invierno; no encontrarían avituallamiento ni forraje. 
LOUIS. - ¡En primavera ... ! 
(Suena el ángelus. Dos can~tmeros llegan con un c_al 
clera de  sopa y  un cesto de  pan. Comienzan a servi1·  CUADRO SEGUNDO 
a  los  soldados.  Las  mujeres  se  acercan  a  ellgs.) 
PRIMERA MUJER.- ¡IPor piedad! ¡Un poco de sopa para 
mi pequeño, que se muere de hambre! 
LA VIEJA. - ¡Un trocito de pan, por piedad !  Al  pie  del  campaJ,naJ'l"io  ¡en  cons:tTuccfifl,n.  En  la  plaza  las 
tiendas  están ·todas  cerradas.  Ruido  de  mM·tillos  y  8Íen·as. 
(Uno  de  los  canttne'ros  tom.a  un  pedazlo  de  pan  y 
Los obreros trabajq,n. En una esquina, delante de la Casa del 
vaeila.) 
Concejo',  muje'res,  niños  y  ancianos  form-an  cola,  con  bolsos 
TERCERA MUJE:R. - Hace tres días que no como.  en la mano. 
(El  cantin1ero  le  tiende el pan. El Soldado  Seg'Undo 
UNA VIEJA. - ¿Qué es lo que comes"? 
se  apodeTa .de  él.) 
13 
12
OTRA.- El come.  JEANNE. - Fastidiosa. 
OTRA. - ¿Quién come?  JEAN -PIERRE. - ¡;Y  Georges? 
OTRA. - ¿Qué sucede?  JEANNE. - Y a lo conoces. 
OTRA.- Es Math:eu que come.  JEAN-·PIERRE. - Háblame con fra~queza: ¿lo amas? 
MATHIEU. - Como  paja.  JEANNE. - ¿Es necesario que lo ame? 
LA VIEJA. - ¿Dónde encontraste ;paja? 
(Clarice entra corriendo, ve a Jean-Pierre, se detiene 
(Pasan  Jeanne  y  Jean-Pierre.)  y  se acerca con aire' indiferente.) 
JEANNE. - ¿Has visto cómo creció el campanario desde que  JEAN -PIERRE. - ¡ Clarice! 
te fuiste?  GLARICE. - Buenos días, Jean-Pierre. 
JEAN-PIERRE.- Ha creddo. Y qué delgada y pálida estás,  JEAN-PIERRE. - ¿Me buscabas? 
hermanita.  CLARICE. - No. Me paseaba. 
J,EANNE. - ¿Tan pálida estoy? No me s~e}\to enferma. ¿Co  JEAN-PIERRE. - ¡·Cuán feliz me siento de verte! 
miste pan blanco en París?  CLARICE. - ¿De veras? 
JEAN -PIERRE. - Sí,  pan b~anco. ¿Qué espera esa  gente?  JEAN-PIERRE.  - ¿Lo  dudas?  Desde  que  franqueé  estas 
JEANNE. - Todos los días se distribuye a los indigentes un  murallas  no  deseaba  otra  cosa.  (Le  toma- las  manos.  Se 
poco de comida.  miran.) 
JEAN -PIERRE. - ¡Hierbas secas! ¡Y esperan curant e horas  CI.ARICE:  Desde que franqueaste  estas murallas. . .  ¿Y 
enteras!  (Pausa.)  Cuando salí de  Vaucelles había todavía  pensaste en mí durante estos tres meses? 
niños  que  jugaban en las.  calles, y  de vez en cuando una  JEAN -PIERRE. ---- A menuc~o. 
mujer cantaba.  CLARICE. - ¿Pero no  me echabas de menos? 
JEANNE. - Han transcurrido tres meses.  JEAN -PIERRE. - ¿Qué podía echar de menos? Me bastaba 
JEAN-PIERRE. - ¡Tres siglos!  ¡Ah, querría hu'r lejos de  con saber que en alguna parte del mundo estaban estos ojos 
aquí!  Desde  que  crucé  estas  murallas,  cada  bocanada  de  azules, esta sonrisa ... 
aire  que  respiro  tiene  un  sabor  de  remordim:ento.  Y  sin  CLARICE  (desas{éndose  las manos). - Yo no pensé en ti. 
embargo nada de esto es culpa mía.  No pienso jamás en los muertos, ni en los ausentes. No me 
JEANNE. -No te atormentes.  gustan los fantasmas. 
JEAN _IPIERRE. - Todas las miradas que  encuentro tienen  JEAN-PIERRE.- No soy un fantasma. (Hace un movimíien 
la apariencia de  reproches o de oraciones. En esta ciudad  to hacia ella. Clarice retrocede.)  ¿Por qué te a'!ejas de mi? 
-sólo  hay mendigos.  Yo  jamás  pedí  nada  a  nadie.  1Quiero  CLARI·GE. - Durante tres meses hemos vivido como extra 
que me dejen en paz, en paz conmigo mismo.  ños sin sufrir. ¿Para qué volver a vernos? 
JEANNE. - Vamos, ya te acostumbrarás.  JEAN _,pJERRE. - Está bien que no hayamos sufrido. Si tu 
JEAN-PIERRE. ---: ¿Te parece? ¡Qué hermoso era galopar a  ausencia hiciese un vacío en mí, si mi imagen te ocultara 
solas por los caminos! (Pausa.)  ¿Como está Clar:ce?  el mundo, entonces sería el momento de no volver a vernos. 
15
CLARICE. - Tienes razón. Odio el sufrimiento.  CLARICE. - ¡Imbécil!  ¡.Ciego!  (Se sienta en un rincón  de 
JEAN-PIERRE (tomándola entTe sus brazos).- Estás aquí.  la escena y  se queda inmóvil.) 
te veo, te respiro. No deseo nada más. Me hace feliz el que 
(EntTa1z.  dos  albañiles acarreando  una pied't·a.) 
no hayas pensado en mí. 
GLARIOE. - ¿Te hace feliz?  PRIMJJ'R ALBAÑIL. - Esto no adelanta. 
JEAN-PIERRE.  - ¡A:h,  si  supiese  que  esos  ojos  podrían  SEGUNDO ALBA:&IL. - Me  siento débil oomo  una mujer. 
mancharse  ele  lágrimas por mi culpa ... ·!  PRIMER ALBAÑIL. - Dame una mano. No puedo levantar 
CLARICE. - ¿Qué harías?  esta piedra. Ya no tengo músculos. 
JEAN-PIERRE. - Me ahogaría junto a  ti -como  me ahogo  SEGUNDO ALBAÑIL.- ¿Cómo quieren que trabajemos, con 
en esta ciudad.  sólo esa pasta de h:erbas en el estómago? 
CLARIOE  (luego  de  una  pausa). - ¿Por  qué has vuelto?  EL MAE'SrTRO DE OBRAS. - No tenéis más que decir una 
JEAN-PIERRE. - Me fuí para volver.  palabra y el Concejo hará suspender los trabajos. 
CLARICE. -'- Yo no habría regresado.  PRIMER ALBAÑIL. - ¿Qué sería de nosotros, paseándonos 
,lEAN- PIERRE. - ¿Habrías olvidado a tu ciudad?  con las manos vacías, el hambre en las entrañas, por esta 
ciudad en la que no hay siquiera una brizna de  lana para 
CLARICE. - Lo habría olvidado todo. Habría vivido sola y 
tejer? 
libre. Habría vivido. 
SEGUNDO ALBAÑIL, - Sería rlindo  que el campanario no 
JEAN-PIERRE. - ¿Sin pensar nunca en mí? 
estuviese  terminado para la  primavera,  cuando  llegase  1€ 
CLARICE.  - Quizás  habría pensado  que  en  alguna :parte 
rey ·de ·Francia ... 
del mundo existían esos ojos verdes, esa sonrisa. ( Jean-PieTre 
EL MAESTRO DE  OBRAS. - Entonces basta de  quejas. 
la contempla en sitencio, con una sonrisa.) ¿!Por qué me miras 
así?  PRIMER ALBAÑIL. ~ No nos quejamos. Decimos que tra-
bajaríamos mejor si estuviésemos mejor alimentados. 
JEAN-PIE'RRE. - Me gustas, Clarice; eres verdadera, pura 
y solitaria.  PRIMERA MUlJER. - N o se dan mucha prisa. 
CLARICE  (exclanwndoJ.,- ¡Jiean-Pierre ... !  ANCIANO. - Jamás se dan prisa. 
JEA:N-PIERRE' (inquieto y tierno). - ¿Qué quieres?  NIÑO. - Mamá, me aburro. ¿No puedo ir a  jugar? 
CLARICE. - No temas. No quiero nada. Me 'había olvidado  SEGUNDA MUJER. - No, pequ!'lño  mío.  Tienes  que  e.star 
de decirte que mi padre quiere hablarte lo antes  posible.  aquí cuando distribuyan el pan. 
Quizás esté todavía en casa. Vé en seguida;  NIÑO. - Me aburro ... 
JEAN-1PIERRE. - ¿No vienes tú conmigo?  SEGUNDA MUJER. - Sé juicioso~ Dentro de  un mom~nto 
CLARICE~ - Es mejor que no nos vea juntos.  verás pasar a  los diputados de las. tres artes con sus her 
mosos estandartes bordados. 
JEAN- PIERRE. - Hasta esta tarde, mi ibello  diamante ne 
gro. (Sale. Ella lo  sigue con la mira.da.)  ANCIANO. - Me gustaría saber qué decidirán. 
16  17
OTRO. - Con  seguridad que .Qism:nuirán  aun más las  ra  JACQUES. - Si me lo permitís, yo sabría amaros. 
ciones.  CLARICE.- Me tomaríais en vuestros brazos, me oprimiría:s 
contra vuestro  corazón,  sonriéndome  con  vuestros  grandes 
(Entra  Jacques'  van  der Wélde.  Clarice  lo  ve  y  se 
ojos verdes, y luego partiríais hacia vuestros placeres. 
pone de pie para irse.) 
JACQUES. - Mis ojos son gr:ses. 
JACQUES. - ¿Os hago huir?  CLARICE. - ¡Son grises! (Ríe.) Eso no cambia nada. 
GLARICE. - Debo volver a  casa.  JACQUES. - No  os abandonaría nunca.  No me gustan los 
J1ACQUES.  - ¿No  me haréis  la  gracia .de  un  instante  de  placeres. 
vuestra compañía?  CLARICE.- A mí sí. (Pausa.) No soy la mujer conveniente 
CLARICE. - Si lo  deseáis. . .  (Silencio.)  para un concejal. No me parezco a  mi madre. 
JACQUE'S. - ¿Conocé·s la noticia? 
(Gritos de horror. Alboroto. Un hombre pasa corrien.. 
CLARICE. - ¿,Qué noticia? 
do.  Grita: "¡Un médico, un médico!" Varios hombres 
JACQUES.  - El  rey  de  Francia  ha  prometido  venir  en 
atraviesan  la  escena  transportando  un  cuerpo.) 
nueEtra ayuda para la primavera. 
CLAIÜCE. - Sí, ya lo  sé.  ( Bruscamentf? estalla en carcaja  ,J.AGQUES. - No miréis. 
das.)  ¡:Para la primavera ... ! Antes de mucho tiempo ha  CLARICE. - ¿Por qué? 
bremos muerto todos. Sé que en los graneros no hay víveres 
( Jacques detiene ~ dos albañiles que pasan.) 
ni :para seis semanas. 
JAGQUES. - DEntro de un instante se reunirá el  Concejo.  ,JACQUES. - ¿Qué ha sucedido? 
Tomaremos medidas.  PRIMER ALBAÑIL•.  - Se cayó del  andamio. 
CLARICE. - ¿Para hacer que el  trigo  crezca en  la calle?  SEGUNDO ALBAÑIL. - Se cayó .de debilidad. Así acabare-
;,Qué pieman dec'dir?  mos todos.  (Salen.) 
JEAN..,PIERRE. - ¿Cómo puedo saberlo?  CLARICE. - Se lo tenía merecido. 
CLARICE. -- Sois un hombre sin ambición, Jacques van der  JAOQUES. - ¿Qué decís? 
Welde.  Si  yo  ,estuviese  en  el  lugar de  mi  padre,  o en  el  CLAÍÜCE. - Se lo tenía merecido; son más empecinados que 
vuestro,  no  permitiría  que  treinta  artesanos  me  dictasen  las hormigas. Pronto los  gusanos les roerán el  corazón, y 
la ley.  mientras tanto se entretienen en apilar piedras. 
JAGQUE'S.  - Hemos  atacado al duque para que  Vaucelles 
(Entran  Louis  d'Avesnes  y  Prant;ois  Rosbourg.) 
sea  libre.  (Pausa.)  Pronto  tendremos  el  campanario  más 
hermoso de todo Flandes.  LO UIS. - ¿1Qué es ese vest:do, ,Clarice? ¿.No tienes vergüen 
CLARICE. - Esas piedras me fast~dian.  za? Gon la tela de tu falda se podría vestir a dos soldados. 
JACQU1ES.  - Temo  fastidiaros  'Yo  también.  (Pausa.)  Cla  Y te he prohibido usar alhajas hasta que termine el sitio. 
rice, ¿no me amaréis nunca?  CLARICE. - ¿Es preciso  que  espere a  estar muerta para 
CLARICE. - No creo en el amor.  que se me permita vivir? 
18  19