Table Of ContentINTEGRACIÓN LATINOAMERICANA:
EXPERIENCIAS
INTEGRACIÓN
LATINOAMERICANA:
EXPERIENCIAS
Jacquelina Brizzio, Santiago Espósito
y José Emilio Ortega
Autoridades UNC
Rector
Dr. Hugo Oscar Juri
Vicerrector
Dr. Ramón Pedro Yanzi Ferreira
Secretario General
Ing. Roberto Terzariol
Prosecretario General
Ing. Agr. Esp. Jorge Dutto
Directores de Editorial de la UNC
Dr. Marcelo Bernal
Mtr. José E. Ortega
Ortega, José Emilio
Integración latinoamericana : experien--
cias / José Emilio Ortega ; Jacquelina
Erica Brizzio ; Santiago Martín Espósi--
to. - 1a ed . - Córdoba : Editorial de la
Diseño de colección y portada:
UNC, 2018.
Lorena Díaz
Libro digital, PDF
Diagramación:
Archivo Digital: descarga y online
Marco J. Lío
ISBN 978-987-707-072-9
ISBN 978-987-707-072-9
1. Integración Regional. 2. Mercosur. I.
Brizzio, Jacquelina Erica II. Espósito,
Santiago Martín III. Título Universidad Nacional de Córdoba,
CDD 337 Grupo Encuentro Editor, 2017
PRÓLOGO
Es habitual reconocer que el proceso europeo de integración
por medios económicos y sociales ha generado admiración
en el mundo. A pesar de sus altibajos, ha sido una historia de
éxito que ha concitado el estudio y reflexión de un fenómeno
único en la historia de la Humanidad, basado en compartir
sectores considerables de la soberanía nacional de Estados; al-
gunos de muy antigua formación como España o muy pode-
rosos como Francia o Alemania.
Es un proceso de integración política mediante instru-
mentos económicos plasmado en miles de normas jurídicas,
fruto de la negociación y aprobación por mayorías cualifica-
das y en casos limitados. En la Unión Europea (UE), el mer-
cado “común” es un medio (mercado interior es la terminolo-
gía adecuada por su identidad con el mercado en el interior de
un Estado), a diferencia de otros procesos que lo han imitado
a gran distancia, para los que el mercado compartido –con
infinitas excepciones- es el fin.
Otro factor de éxito ha sido el hecho de que las grandes
líneas del proyecto europeo nunca han estado mediatizadas
por las ideologías o los partidos políticos ni sus dirigentes. La
cohabitación entre líderes europeístas de diferentes ideologías
políticas democráticas siempre fue posible y fueron los mo-
mentos más exitosos de la UE.
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Algunas veces ese éxito se ha oscurecido por los respon-
sables nacionales al ocultar a la opinión pública el verdadero
origen de muchas normas nacionales. Haciendo pasar como
iniciativas progresistas propias lo que se debe a la espectacu-
lar presión normativa de las normas europeas que aprueban,
en codecisión el Parlamento Europeo y el Consejo, nuestro
colegislador bicameral.
Nuestra modesta sopa de letras se redujo a tres siglas (las
míticas CECA, CEE y EURATOM) y desde 2009 a una sola
sigla, la UE, Unión Europea, primero introducida de facto y
más tarde de manera formal. Claro que los Tratados constitu-
tivos han tenido una veintena amplia de reformas mediante
procedimientos con control democrático europeo y nacional,
dando una estabilidad y capacidad evolutiva a la integración
europea. En más de 65 años de integración (1952-2017), solo
un Estado ha optado por notificar su intención de retirarse, lo
que demuestra el arraigo de la integración.
Por el contrario, desde las iniciativas bolivarianas de pa-
namericanismo, cuyo mejor y más constante ejemplo es la
Organización de Estados Americanos; hasta ahora, hay una
espesa y casi ilimitada sopa de letras. En las organizaciones y
grupos de Estados (algunas ni siquiera se pueden considerar
organizaciones) se crean, desaparecen no se sabe cómo, ingre-
san Estados que simultanean su membresía con otras diame-
tralmente distintas y se retiran de unas y otras organizaciones
con facilidad. Despilfarran sus energías con floridas palabras
sin dar pruebas de voluntad real de compartir soberanía.
Por ello, sorprenden libros como el que el lector tiene
en sus manos, en los que todavía se muestra fe misionera en
la integración latinoamericana. La idea de una cooperación
institucionalizada y de solidaridad profunda entre pueblos se
mantiene viva en Latinoamérica en algunos sectores. La idea
integracionista alimenta todavía a muchos ciudadanos de
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bien, a destacados profesores universitarios y a los intelectua-
les cuyas ideas éticas y estéticas se sobreponen al localismo.
Piensan en el bien de los suyos gracias a sociedades abiertas
dispuestas a mirar lejos.
Es verdad que la evolución así como los múltiples en-
sayos y fracasos del integracionismo latinoamericano forman
parte de las lecciones que hay que aprender. Por ello, esta
obra hace un recorrido no pequeño por la integración euro-
pea, para, tras varias decenas de páginas, situarse en el largo
y dificultoso recorrido latinoamericano. Es una opción legí-
tima. Saber de dónde vienen.
Lo que sucede es que vivimos una época en la que en
cinco años hay tantos acontecimientos como en el siglo pasa-
do. El tiempo ya no es el “eterno ayer”, ya no es ese concepto
del desarrollo tan querido para los europeos del “tiempo con-
cebido en progreso”. Ahora todo es casi instantáneo, el futuro
se confunde con el presente. Por ello, más que hablar del pa-
sado que no fue, conviene pensar en el futuro que ya llegó. Y
en cómo abordar hoy planes creíbles.
Todavía para los Estados de Latinoamérica la soberanía
es una noción absoluta, megalómana, que no se puede su-
bordinar a ningún valor, ya sea la paz, los derechos humanos,
la democracia, la inclusión social o la igualdad de oportuni-
dades. La sacralización de la soberanía por parte de los diri-
gentes latinoamericanos es una cortina de humo para seguir
manteniendo la brecha de miseria material e intelectual de
sus pueblos. Los repetitivos proyectos integracionistas nacen
muertos por la persistente tendencia a ignorarlos al día si-
guiente aferrándose a la irrestricta soberanía e independencia.
Esa es una diferencia radical entre el proceso europeo de
integración y los procesos latinoamericanos. Nosotros acep-
tamos compartir soberanía y subordinar el Estado a las ins-
tituciones “federales” europeas y al respeto al Derecho de la
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Unión. Para la UE la soberanía es un valor relativo cuyo ejer-
cicio se subordina a la consecución de bienestar en igualdad
del conjunto de la población y con ello un verdadero respeto
a los derechos humanos.
Para una mayoría de Estados europeos el proyecto na-
cional se retroalimenta del europeo; lo ha puesto de relieve el
Presidente de Francia, Emmanuel Macron, en su fulgurante
campaña electoral de 2017 en el que identificó su proyecto
de país con el proyecto europeo. Eso es liderazgo europeísta
y visión de futuro. Hace años que vengo sosteniendo (por
escrito, desde 1995) que la integración europea forma parte
del propio “proyecto nacional” de España. La gran mayoría de
Estados estimaba que renunciar al ejercicio de algunas com-
petencias soberanas atribuyéndolas a instituciones equilibra-
das con el sistema de pesos y contrapesos en las que todos
participábamos, suponía, en último término, no una pérdida
sino compartir soberanía y recuperarla.
La contrapartida a la pérdida de soberanía era la simetría
cooperativa del método comunitario en el que las institucio-
nes ejercían sus respectivos papeles.
La Unión Europea sigue siendo en bastantes aspectos un
modelo para la política nacional de muchos de sus Estados
miembros. Esto sería difícilmente imaginable en Latinoamé-
rica. Por ejemplo, España nunca habría tenido políticas tan
progresivas en materia de igualdad, consumidores, o medio
ambiente, si no hubiera sido miembro de la UE. Pocas zonas
del mundo llevan a cabo políticas de igualdad tan perseveran-
tes y progresivas como las de la UE. A los europeos nos gusta
definirnos y diferenciarnos de otros sistemas por las políticas
de igualdad –de derechos, y también de redistribución de ren-
tas- que facilitan la integración y la participación de sectores
sociales marginados. Las políticas de igualdad (por ejemplo,
entre mujeres y hombres y de no discriminación en general)
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