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PRIMER DIPUTADO SOCIALISTA EN EL CONGRESO ARGENTINO
QUE T^ABAJAH
E. Semperb y Compañía, Editores
VALENCIA
Esta C€isa EditorialobtuvoDiploma
deHonoryMedallade Oroen laExpo-
sición Regional de Valencia de 1909 y
Oran Premio de Honor en la Interna-
cional deBuenos Airesde 1910.
Imp. de la Casa Editorial F. Sempere y Oomp.*—Valencia
LIBRAÉf
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YOUNG UNIVERSITY,
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POR IOS Hilos dunmiiiiijiíii
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Presentación del proyecto
Junio de 1906.
Sr. Palacios.—Pido la palabra.
Consecuente con mi resolución expresada en
una de las sesiones anteriores, traigo á la Cámara
el proyecto de ley reglamentando el trabajo de las
mujeres y de los niños.
Existe una uniformidad absoluta de opiniones
respecto de la necesidad de legislar sobre este pun-
to, que en nuestro país ha determinado largas di-
sertaciones líricas, sin arribar á nada concreto, y
que en otras naciones ha sido causa de una serie
de disposiciones prácticas, serenamente estudiadas
y estrictamente aplicadas.
El trabajo de las mujeres y de los niños es sim-
plemente una consecuencia del industrialismo mo-
derno. Después del ensanchamiento del antiguo
taller del maestro corporativo, observamos por el
desarrollo de las fuerzas productivas cómo la di-
visión manufacturera del trabajo permite la cons-
trucción de las máquinas, que determinan una
transformación fundamental en la industria.
La máquina, el siervo que jamás se rebela, qué
desarrolla fuerzas colosales, que parece que de-
biera haber venido para reemplazar al siervo que
se rebela, mitigando sus dolores, ha sido, como
6 ALFREDO L. PALACIOS
propiedad del capital, causa indiscutible de un
mayor malestar entre loa asalariados.
Antes, en el taller no trabajaban sino los hom-
bres, debido al esfuerzo que era necesario desarro-
llar. Pero viene la máquina: el esfuerzo muscular
no es ya indispensable; el campo de la producción
se ensancha y es requerido imperiosamente el tra-
bajo de las mujeres y dé los niños, que trae como
consecuencia natural el desorden en el hogar y el
aflojamiento de los vínculos de familia, sin produ-
cir ventajas, desde el momento que el salario des-
ciende por la competencia que se produce, y porque
por otra parte, como lo hace notar un autor fran-
cés, el suplemento de los ingresos está contraba-
lanceando y aun excedido por los gastos de alimen-
tación fuera del hogar y por los que ocasionan, al
ser confiscada por el capital la madre y la esposa,
la supresión de los trabajos domésticos.
Es indudable, señor Presidente, que dado el sis-
tema económico que rige, no sería posible evitar
el trabajo de las mujeres y de los niños. El es una
consecuencia de la introducción de la maquinaria,
y la voluntad de los hombres no será nunca sufi-
cientemente eficaz para impedir las consecuencias
de los hechos. Y quizá así convenga al gran movi-
miento de la emancipación proletaria, pues de esta
manera la mujer que se incorpora á la labor indus-
trial, por solidaridad de trabajo, presta su concur-
so inapreciable á la causa de los obreros.
Pero si no es posible, y acaso ni conveniente,
evitar el trabajo de las mujeres y de los niños, no
hay duda de que es indispensable reclamar enér-
gicamente para ellos una constante y eficaz pro-
tección por parte del Estado.
Las mujeres que trabajan en nuestras fábricas
son en su casi totalidad niñas que recién han llega-
POR LAS MÜJBRBS Y LOS NIÑOS QUB TRABAJAN 7
ido á SU pubertad, y ea esa época extremadamente
delicada de la vida, en que aparecen nuevas fun-
<iiones, en que cualquier trastorno puede detener el
desarrollo, las jornadas normalmente admitidas
por nuestra industria resultan exageradas y son
en más de una ocasión causa de verdaderos des-
equilibrios en la economía.
Es así como se explican, señor Presidente, las
afirmaciones de un distinguido médico argentino,
que dice que por los consultorios externos de los
hospitales desfilan jóvenes obreras, anémicas en
su mayor parte, presentando desarreglos en la
principal función fisiológica, la menstruación; que
otras acuden en estado de intenso surmenage, que
hace estallar todas las predisposiciones mórbidas
y que pone de manifiesto todas las malas herencias,
y que asi pasan en legión las artríticas, las tuber-
culosas y las histéricas, para quienea la primera
indicación médica que se hace es siempre la misma:
la suspensión del trabajo.
He entrado en las fábricas en momentos en que
las jóvenes se dedicaban á la labor, y he podido
observar todo el peligro que encierra, no ya para
los niños solamente, si que también para el país,
el trabajo de las mujeres. Niñas débiles en su ma-
yor parte, sin brillo en la mirada, reflejando sólo
un abatimiento muy intenso, levantan en las fábri-
cas de alpargatas y en las de clavos pesos que por
cierto no están en relación con su fuerza muscular,
y manejan, en las fábricas de tejidos, donde su nú-
mero es incalculable, máquinas movidas á pedal,
que deforman sus cuerpecitos, quitándoles gracia,
salud y hermosura.
Se trata, señor Presidente, de un grave proble-
ma, que afecta los intereses permanentes de la
.nación. La obrerita que recién en la pubertad, que
8 ALFREDO L. PALACIOS
deforma su organismo, que altera las más seriai*
funciones de su vida, no podrá encontrarse en bue-
nas condiciones para ejercer la más noble, la más^
elevada función de la mujer: la maternidad. Emba-
razada irá al taller; seguirá trabajando hasta el
momento crítico, y después de haber lanzado al
mundo un ser, volverá á la eterna labor agobiante.
Y en tanto, de una madre cuyo organismo está
deformado no es posible esperar sino seres de
inferioridad física, raquíticos tal vez, contingente
desgraciado para los asilos y para los hospitales.
Y
bien sabemos que la grandeza de un país depen-
de en gran parte de la fortaleza de sus hijos.
Y
esos niños que ya vienen desde el seno de la
madre con la marca de la injusticia, van á ser
también requeridos por la máquina que cruje en
el taller y pide á gritos carne de pueblo, débil y
miserable. ¡Ellos, los obreritos, tan pequeños, tan
débiles, salen de su tugurio á la madrugada, ateri-
dos de frío, trabajan jornadas iguales á las de los^
hombres, se saturan de cansancio, y así, más de
una vez, han de maldecir la vida! Pasarán por las
hermosas viviendas de los ricos, se imaginarán las
camitas bien mullidas, las mantas de seda, los mil
juguetes que destrozan los encantadores pequeñue-
los privilegiados, y todo eso al lado de las viviendas
miserables de sus padres, donde hace frío, donde
no hay juguetes y de donde es menester marchar
para el trabajo...
¡Así surgen los pequeños rebeldes: la injusticia,.,
señor, es la madre legítima de todas las rebelio-
nes!...
Examinados los cuadros demográficos de Buenos
Aires, he podido constatar una cifra elevadísima
de mortalidad infantil, y esta circunstancia debe
inducirnos especialmente á dictar una legislación^