Table Of Contenten búsqueda del ser
Y DE LA VERDAD
PERDIDOS
La tarea actual de la filosofía
Luis Razeto Miglíaro
Inscripción N° 142763
ISBN 956-8024-09-3
Editorial Universidad Bolivariana.
Huérfanos 2917 - Santiago, Chile.
http://www.ubolivariana.cl
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Diseño y diagramación: Utopía diseñadores, [email protected]
Impresión: LOM Ediciones Ltda., Concha y Toro 25 - Santiago, Chile.
Primera Edición: Octubre 2004.
Primera parte
FORMULACIÓN TEORÉTICA
E HISTÓRICA
DE LA CUESTIÓN METAFÍSICA
I. LA PREGUNTA POR EL SER
Y EL PROBLEMA DE LA VERDAD
La pregunta metafísica
A lo largo de su historia milenaria la filosofía se ha planteado
una y otra vez, y ha puesto siempre al centro de todas sus búsquedas,
una sola pregunta fundamental e inevitable: ¿Qué es verdaderamente la
realidad? o ¿qué es en verdad el ser? Es la denominada pregunta
ortológica, cuyos intentos de respuesta han dado lugar a la ontología o
metafísica.
Las filosofías críticas -racionalistas, subjetivistas, empiristas, ana
líticas, etc.- que niegan la posibilidad de la metafísica, no han dejado de
centrar sus elaboraciones en el mismo asunto de la realidad y su conoci
miento, aunque lo hayan hecho tendiendo a negar el acceso cognitivo al ser
y/o alguna verdad sobre él, y aunque su explícita tarea haya sido establecer
los alcances y límites del conocimiento.
Ciertamente los filósofos se han puesto también otras preguntas:
¿qué es el hombre, existe Dios, cuál es el sentido de la vida, y el de la
muerte, qué es el tiempo, y qué es la naturaleza, cuál es la dirección de la
historia, en qué se funda el orden moral, cuál es el fundamento de la razón,
cuáles son los alcances de la ciencia, y qué es la conciencia, y el conoci
miento, y la libertad, y la justicia, y la belleza, y los valores? Pero todas
estas interrogantes aparecen como secundarias respecto a la pregunta por
el ser, pues derivan de ésta o son formas particulares de la misma. En efec
to, en cuanto preguntas filosóficas todas presuponen el ser de aquello sobre
lo cual se interroga, o hacen directa referencia a la realidad de lo pregunta
do, y las respuestas que obtengan satisfacerán los requerimientos de la filo
sofía solamente cuando se afirme o enuncie el ser o realidad de aquello
sobre lo que versa la afirmación o el enunciado. En tal sentido, todas las
preguntas mencionadas, en cuanto propiamente filosóficas, podrían
enunciarse con expresa indicación del ser o realidad, de este modo: ¿qué es
el ser del hombre?, ¿es Dios realmente un ser?, ¿cuál es la realidad de la
vida? ¿es el tiempo un atributo del ser?, ¿accede la ciencia al conocimiento
de la realidad? etc.
El estudioso de la filosofía, habituado a concebir el objeto de la
metafísica como el ser, podrá extrañarse de que en nuestra formulación de
la pregunta por el ser lo identifiquemos con la realidad, y sentirse incó
modo ante lo que pareciera una desviación o incerteza respecto a la autén
tica cuestión metafísica. Pero el sentido de la pregunta es uno sólo y el
mismo, sea que interroguemos sobre el ser o sobre la realidad. Por lo de
más, en casi todas las formulaciones de la pregunta metafísica que leemos
en los textos filosóficos, las palabras «ser» y «real» suelen ir juntas y utili
zarse indistintamente para clarificar el significado de la pregunta única.
(Más adelante diferenciaremos los términos “ser” y“«realidad”, pero ello
será como resultado de la propia indagación filosófica que, buscando res
ponder la pregunta, concibe la conveniencia de emplear ambos términos
con significados diferentes).
Por el momento, lo importante es comprender que cualquier afirma
ción filosófica es siempre un enunciado sobre el ser o realidad de aquello
sobre lo cual se afirma. Esto es lo que distingue a la filosofía de las otras
formas del conocimiento y de las demás ciencias, que no se preguntan qué
es la realidad o el ser de las cosas, sino cómo son ellas, para qué sirven,
cómo se relacionan unas con otras, de qué modo funcionan, cómo actúan e
interactúan, etc. Cuando muchos de los que hoy continúan llamándose filó
sofos parecen no interesarse ya en la pregunta por el ser y se abocan a
reflexionar sobre las grandes cuestiones de la cultura, de la historia, de las
ciencias y de la vida humana en sus diversas manifestaciones, ellos des
pliegan un saber que puede alcanzar profundidades notables; pero no ha
cen auténtica filosofía si no se refieren al ser de aquello sobre lo cual inda
gan, o si su pensamiento no se sustenta en una concepción metafísica.
Muchos piensan que las búsquedas intelectuales importantes son las
que analizan cómo son y cómo operan y cómo se relacionan las realidades
entre sí, pues serían ellas las que nos proporcionan los conocimientos que
necesitamos para orientamos en la vida cotidiana y resolver los problemas
prácticos. Pareciera que a la sociedad contemporánea le bastara con tener
respuestas sobre las tendencias de la historia y la política, sobre los alcan
ces de la ciencia y la eficacia de las tecnologías, sobre las bases culturales
de las instituciones políticas, sobre el estado de nuestra civilización, etc. La
pregunta por la verdad del ser o de la realidad en cuanto tal tiende a consi
derarse prescindible, o como interrogante que ocupa sólo las mentes de
unos pocos que se complican planteándose preguntas difíciles e inútiles
para alcanzar los objetivos que razonablemente podemos proponemos los
seres humanos y las sociedades.
No nos basta, pues, saber que la filosofía se ha elaborado alrededor
de la pregunta por el ser para pensar que es necesario continuar buscándole
respuesta verdadera. Es preciso comprender por qué las mentes más lúci
das y profundas que ha generado la humanidad -hombres como Aristóteles,
Platón, Plotino, Santo Tomás de Aquino, Descartes, Kant, Hegel, Heidegger
y otros como ellos-, concentraron todo su genio en la pregunta metafísica y
dedicaron su mejor esfuerzo intelectual a las cuestiones que ella levanta.
¿Por qué creyeron que abordando esta pregunta realizaban la contribución
más grande que podían hacer a la humanidad? ¿Por qué se reconoce que los
sistemas filosóficos que elaboraron a partir de esa pregunta contribuyeron
decisivamente a configurar las más altas culturas y las más extendidas civi
lizaciones humanas? ¿Y por qué se atribuye la mayor responsabilidad res
pecto a los límites e insuficiencias de las culturas, las ciencias, la moral, las
religiones y las civilizaciones, a los errores e insuficiencias en que pudie
ron haber incurrido esos filósofos?
Más allá de todo aquello, la pregunta por el ser se nos toma impor
tante e inevitable para nosotros mismos. Ante todo, advertimos que una vez
que el hombre se pregunta seriamente por el ser ya no puede prescindir de
buscarle una respuesta segura y cierta. En efecto, quien se plantea la pre
gunta se da cuenta de que todo otro conocimiento pierde consistencia y se
toma inseguro si no se funda en una concepción metafísica del ser. ¿Pode
mos saber qué es una cosa cualquiera desconociendo lo que es ser una cosa
y qué significa que una cosa sea? ¿Cómo saber si un comportamiento es
propio del ser humano, o en qué consiste la realización del ser del hombre,
si ignoramos si es verdad y qué significa que el hombre sea un ser, un ser
entre otros seres, o un ser que participa del ser en general? ¿Podemos saber
que conocemos nuestro propio ser o realidad, y el ser del hombre o de
cualquier otro ser, e incluso comprender siquiera lo que significa conocer
la realidad, si ignoramos qué es el ser o la realidad que conocemos? Sin
referir al ser lo que se afirma sobre la historia, o sobre la naturaleza, sobre
la cultura, sobre Dios, sobre la libertad, sobre el conocimiento y la ciencia,
etc., lo que se afirma podrá ser interesante y tal vez útil, pero estará insufi
cientemente fundado, podrá ser legítimamente negado o puesto en duda, y
en ningún caso satisfará la pretensión inherente del conocimiento y la pro
mesa implícita de toda afirmación, de que sea verdad lo que se afirma co
nocer.
Que todas las demás preguntas derivan de la interrogante por el ser;
que de la respuesta que demos a ésta depende la que podamos damos sobre
las otras; por qué la cuestión metafísica condiciona todo otro conocimiento
y ciencia; y cuán serias son las consecuencias que tiene carecer de respues
ta verdadera a la pregunta filosófica fundamental, lo habremos de com
prender con mayor profundidad introduciéndonos en la pregunta misma.
El origen existencial de la pregunta
La pregunta filosófica que enunciamos interrogando ¿qué es en ver
dad el ser? o ¿qué es verdaderamente la realidad? se presenta en estas
formulaciones de un modo tan simple y claro que pareciera no requerir
mayor explicación; sin embargo ella precisa ser planteada con rigor filosó
fico para entender su exacto sentido, comprender su importancia y descu
brir todas sus implicaciones. Formular la pregunta por el ser es ya un traba
jo filosófico delicado, y a ello debemos abocamos en primer lugar.
Conviene partir examinando cómo apareció esta pregunta tan anti
gua y cómo vuelve siempre a presentarse como nueva. Al respecto pode
mos decir con Heidegger, que ella surge de la perenne y siempre renovada
sorpresa que provoca al ser humano la conciencia de que existe y que for
ma parte de un todo universal que considera real. Sorpresa es, en verdad,
una palabra demasiado débil para expresar el sentimiento que genera el
descubrir (quitar el velo y enfrentar cara a cara) la existencia de la realidad
(propia y externa). Decir que se trata de un sentimiento es también reductivo
del hondo impacto de una experiencia singular que detiene el andar y el
pensar cotidianos, por la que tomamos conciencia del existir en que todo lo
que podamos percibir y pensar y sentir y experimentar se fundamenta.
Pero esta experiencia -que ha sido llamada “existencial”- no es co
mún y permanente. Como estamos inmersos en la realidad, que está siem
pre ahí frente a nosotros y en nosotros mismos, nos habituamos al hecho de
existir y ser parte de la realidad, que nos parece lo más natural del mundo y
que solemos asumir sin mayor cuestionamiento. Pero algunos hombres, o
tal vez todos en algún momento de sus vidas, toman conciencia de que
aquello tan natural es en verdad sorprendente, esconde un misterio inson
dable y plantea interrogantes profundas: ¿por qué? ¿para qué? ¿desde cuán
do? ¿desde quién? ¿cuál es el sentido?
Cabe advertir que la pregunta por el ser y la búsqueda de respuesta
verdadera surgen también desde la experiencia opuesta, a saber, cuando la
consistencia del ser se nos diluye y su conocimiento se toma incierto. En
este caso la pregunta se hace presente como una necesidad que se expresa
vivencialmente en la forma de un desasosiego interior, de una inquietud
espiritual e incluso de la angustia. En efecto, la ausencia de la experiencia
y conocimiento del ser genera un cierto vacío interior, que hace que el vivir
se tome leve, superficial, carente de plenitud e incluso de auténtico senti
do. Faltando el enraizamiento de la propia existencia en una dimensión del
ser que todo lo abarque e integre, el discurrir cotidiano de los aconteci
mientos y de las acciones se despliega en el horizonte limitado de hechos y
realidades que parecen no tener densidad, consistencia, dirección y signifi
cado suficientes. Así, al desvanecerse la realidad como algo que posee su
propia consistencia y sentido, se hace presente una insatisfacción que, al
tomarse cabal conciencia de sus implicaciones, hace surgir nuevamente la
pregunta por el ser y la necesidad de encontrarlo.
Con esto no estamos fundamentando la búsqueda metafísica sobre
una necesidad puramente psicológica. Sea que aparezca en la experiencia
«existencial» del ser, o que lo haga desde la angustia que suscite su ausen
cia, o ante el temor de la nada, de la muerte y el sin sentido, la cuestión
metafísica se constituye como necesidad cognitiva que hunde raíces en la
experiencia humana universal de la realidad como algo que requiere
explicación. La experiencia cognitiva de la realidad conduce a planteamos
la pregunta filosófica por el ser, que nos resistimos a dejar sin respuesta
porque en ello se nos va el sentido de la vida, la verdad de lo que conoce
mos y la consistencia de lo que somos. Es cierto que podemos olvidar la
pregunta metafísica, ocultarla, desinteresamos de ella y decidir dejarla sin
respuesta; pero al hacerlo estaremos renunciando a cosas tan importantes
como el sentido de la vida, la verdad del conocimiento, y la experiencia de
nuestro ser más íntimo.
En todo caso, e independientemente de la experiencia existencial
del ser o del sentir su ausencia como un vacío, la pregunta por la realidad se
presenta como un hecho intelectual inevitable. Es que naturalmente tene
mos algún nivel de conciencia de la realidad, que adquirimos junto al con
tacto que establecemos con las cosas a través del cuerpo y en particular
mediante los sentidos del tacto, la vista, el oído, etc., todo ello acompañado
por la percepción interna de nuestra mente que percibe y siente, que piensa,
se emociona y actúa, que imagina y sueña. Y naturalmente queremos saber
qué es eso que se instala en nuestro conocimiento y que llamamos realidad,
y que nos plantea interrogantes de distinto tipo y nivel.
¿Por qué pensamos en esa realidad -la de las cosas que percibi
mos externamente y la que captamos internamente al tomar conciencia
de ellas- como algo que existe? Pues..., porque tenemos experiencias
cognitivas de ellas. Pero apenas nos detenemos a reflexionar sobre los
contenidos de esas experiencias cognitivas dejamos de estar seguros de
que los conocimientos que generan tales experiencias pongan en nues
tra conciencia la verdadera realidad. De hecho, el mismo conocimiento
nos hace ver que mucho de lo que conocemos y creemos real no lo es,
que nuestros sentidos a menudo nos engañan, y tal vez siempre lo ha
cen. En ciertos estados de conciencia, y en ciertas experiencias
cognitivas, por ejemplo cuando soñamos, cuando alucinamos, cuando
imaginamos, lo que creemos tan real como lo que percibimos en estado
de atenta vigilia se nos muestra en ésta no tener más realidad de la que
nuestra mente ha inventado por sí misma, pues desaparece junto con
desvanecerse el estado de conciencia en que se nos presentó. Entonces
distinguimos estados de conciencia que nos ponen ante ilusiones y sue
ños y otros que nos ponen en presencia de realidades; pero ¿por qué
podemos estar seguros de qúe algunos estados de conciencia nos pre
senten la realidad verdadera? ¿Acaso los mismos estados de conciencia
«realistas» no nos hacen creer que son verdaderas y reales ciertas cosas
que luego descubrimos que no lo son? ¿No es que también lo que consi
deramos real en estado de vigilia se desvanece cuando pasamos a otro
estado de conciencia? ¿Y podemos estar seguros de que lo que tenemos
en la conciencia cuando soñamos, imaginamos o alucinamos nada tiene
de real y verdadero?
No obstante estas interrogantes y dudas, se asienta establemente
en el conocimiento la conciencia de que algo existe como realidad y
verdadero ser, más aún, de que todo lo que llegamos a experimentar y
conocer es de algún modo reconducible al ser o a la realidad. Tal con
ciencia y conocimiento del ser resultan incluso reforzados por la misma
(aunque insegura) distinción que hacemos entre lo que consideramos
real y lo que no sería tal. Y decimos que lo real es, y a aquello que es lo
llamamos ser.
El ser ¿en el tiempo y en constante cambio?
Pero apenas intentamos precisar el sentido de esa afirmación (lo
real es) y de este concepto (ser), se nos presentan e imponen ineludibles el
tiempo y el cambio, datos inherentes e inseparables de toda experiencia
cognitiva nuestra; y entonces todo aquello de lo que afirmamos que es ser o
realidad parece desvanecerse en el momento mismo de conocerlo, pues en
todas las cosas que experimentamos, inmersas en el tiempo y sujetas a cons
tante cambio, nada permanente y consistente -que podamos llamar defini
tivamente ser o realidad- logramos con certeza aferrar.
ÍO
Pues la realidad con que hacemos contacto y de la que tenemos
conciencia se nos escurre y, por decirlo así, desrealiza y pierde verdad y
consistencia, toda vez que los seres que pensamos que existen -el uni
verso y nosotros mismos en él-, pareciera que están constantemente
dejando de ser lo que son: todo se sumerge inevitablemente en el pasa
do y desaparece en el momento mismo en que se presenta. Lo que lla
mamos ser o realidad ¿existiría apenas un instante?
Pero aquello mismo que pasa y dejaría entonces de ser, sigue
siendo de algún modo y parece irreductible a la nada absoluta, porque
incluso lo que fue y ya no es continúa teniendo una presencia que no
puede ser negada sin negar lo que continúa existiendo, que también pasa.
Por otro lado, lo que aún no es pero llega a ser, ¿era ya algo, algo verda
dero, antes de estar presente, y de dónde viene?; y lo que era y ya pasó
¿sigue siendo verdaderamente real, y a dónde fue? Y aún si lo que en un
momento es dejare completamente de ser en el instante en que pasa, de
modo que ya no podamos considerarlo verdaderamente ser, lo que aún
no es pero viene de algo que llamamos futuro inexorablemente llega a
ser y se presenta, imponiéndonos su ser aunque sea también por un
momento. El instante que transcurre y se desplaza dando lugar a lo que
llamamos tiempo tiene siempre alguna realidad que lo llena con su pre
sencia; pero ¿cómo es que lo que es deja de ser constantemente, y lo
que aún no es llega a ser, también constantemente?
La pregunta por el ser conlleva así, aparejada, la interrogante
sobre algo tan misterioso como el mismo ser, a saber, la pregunta sobre
aquello que llamamos tiempo y que nos sorprende no solamente por su
inherente transcurrir entre el ser y la nada y entre la nada y el ser, sin
que sepamos lo que es, sino también porque pone ante nuestra concien
cia, como realidades inexorables y en cada instante, seres nuevos y
distintos a los que fueron, cambios constantes en la realidad misma,
novedades que no cesan de ocurrir.
Afirmamos, pues, que la realidad cambia, deviene, transcurre,
pero queremos saber si hay algo que permanezca y subsista en la reali
dad cambiante, en su trasfondo o más allá de todo lo que cambia, y
desde lo cual el cambio incesante adquiera sentido y verdad. Porque
¿cómo es que el ser, supuestamente la base de todo y presente en todo,
sea tan precario e incierto que sumergido en el tiempo desaparece o
desrealiza, y sometido al cambio incesante nos hace referirlo a la nada
(a lo que no era, a lo que ya no es, a lo que no será)?