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ORDEN
MEDICO
La imagen del médico en El psicoanálisis ha Sólo en otro discurso
luestras sociedades se nos demostrado que también se puede replantearse esta
iparece rodeada de un sufre de lo que no se cuestión, y eso es lo que
talo de benevolencia y puede decir. El discurso hace el psicoanálisis. La
erarquía, de saber y médico, por medio de enseñanza de Jacques
>oder. Las personas se sus mecanismos de Lacan, que prosigue con la
tponen en manos del censura, no deja sitio para exigencia de Freud, ha
nédico» sometiéndose a su lo que no entra en su comprometido a los
:riterio y decisión. Es éste propia coherencia. psicoanalistas en otro
luien decide de qué se Reconoce la existencia de camino, señalando cada
,ufre, qué se ha de hacer y un «factor psíquico», nada vez con mayor firmeza lo
}ué tratamiento se ha de desdeñable en las que hace a la especificidad
:umplir. La medicina está enfermedades que de la nueva disciplina.
ascinada por su eficacia constituyen el repertorio En el prólogo, Antoni
;obre lo que ella constituye de la medicina, e invita al Vicens nos propone una
:omo su objeto: la psicoanalista a integrarse a reflexión sobre la relación
enfermedad. No es menos su discurso aportando una entre psicoanálisis y
ascinante por su eficacia técnica de complemento en medicina, procurando
;obre lo que destituye: el el tratamiento de esa responder a tres
lombre como sujeto del incómoda enfermedad: interrogantes: ¿Es
Jeseo. la locura. suficiente ser médico para
Pero la objetivación efectuar tratamientos
científica ha instaurado la psicoanalíticos? ¿Es
imposibilidad de conceder necesario ser 'médico para
algún espacio al Sujeto. ser psicoanalista? ¿Qué
puede ser el discurso
psicoanalítico en la cura
médica?
Jean
Clavreul
EL
ORDEN
MEDICO
Prólogo
Antoni Vicens
Clavreul. Jean
El orden médico
c n g ot
Título original:
L'ordre medical
París, 1978
Traducción: Marta Vassallo
Revisión técnica: Antoni Vicens
^"¿EÜÍtions du Seuil, 1978
© de todos los derechos en lengua castellana:
Argot Compañía del Libro, S.A.
Lafont 12, 1? 1?, Barcelona-4
ISBN: 84-85860-05-5
Depósito Legal: B 39258-83
Impreso en EMEGE Industrias Gráficas, Londres, 98,
Barcelona-36
Printed in Spain - Impreso en España
Diciembre de 1983
Prólogo
PSICOANALISIS, MEDICINA.
por Antoni Vicens
Dos discursos, dos prácticas, dos realidades: el psicoaná-
lisis, la medicina. Tratar de estos dos temas de manera con^
junta supondrá suscitar los habituales problemas ejvtré'laá
palabras y las cosas. Porque si «psicoanálisis» y «medicina»
son dos palabras diferentes que significan cosas distintas
—¿cómo habría de suscitar eso cuestión alguna? Si hay mal-
entendido, y lo hay, hemos de concluir algún poder especial
en esos términos que hace que se interfieran mutuamente.
Una solución completa de la cuestión requiere la exhaus-
tión raciona] al completo de ambos campos, es decir, una ex-
posición de sendas construcciones conceptuadas que no de-
jen lugar al equívoco. Construcciones así necesitan un proce-
so que podríamos llamar de autoconciencia, una, al menos
momentánea (o mediata, por contradictorio que parezca)
clausura del discurso en su operación de referencia a sí mis-
mo, metalingüística. Con ello queremos decir que hay que
esperar que cada uno de los campos la resuelva por su lado.
Entre los esfuerzos del cuerpo médico para desentrañar
el núcleo racional de su actividad, de su práctica y de la efec-
tividad de ésta, señalaremos como ejemplo las obras de
Georges Canguilhem (Lo normal y lo patológico), o El naci-
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PROLOGO
miento de la clínica de Michel Foucault. En el campo del psi-
coanálisis en cambio no nos parece tan fácil enumerar, pues
toda la teoría está dedicada al esclarecimiento de las condi-
ciones mismas de efectividad de la práctica. Si por una parte
podemos legítimamente hablar de un Cuerpo médico, deter-
minado por su objeto —el cuerpo como sustancia extensa,
en palabras de Jacques Lacan— por la otra, en psicoánálisis
sólo nos es posible descubrir un discurso, un movimiento,
un conjunto de vínculos sociales que no llegan a palparse co-
mo corporación. Podríamos jugar con los términos y decir
que el Cuerpo médico es extenso, tiene dimensiones fijas,
mientras que el discurso psicoanalítico sólo se determina in-
merso en la topología impalpable de la sustancia gozante.
Veremos, dejándonos guiar de la mano de Sigmund
Freud y de Jacques Lacan,; tres casos de relación entre el psi-
coanálisis y la medicinal. ¿Es suficiente ser médico para efec-
tuar tratamientos psicoanalíticos? ¿Es necesario ser médico
para ser psicoanalista? ¿Qué puede ser el discurso psicoana-
lítico en la cura médica?
' Medicina y psicoanálisis. El análisis salvaje.
En 1910, Freud hubo de salir al paso de la noción de que
el título de médico facultaba sin más, de manera silvestre,
para el ejercicio del psicoanálisis. Exageramos diciendo «sin
más», pues en el caso recogido en su artículo sobre El análi-
sis «silvestre», el médico ejecutor decía autorizarse con los
descubrimientos científicos de Freud, es decir que se añadía
%~aiga a su formación médica.
Este artículo de Freud, que utiliza como ejemplo un caso
muy simple de su práctica, es una delicia de argumentación
y de una incomparable fineza de análisis.
Una mujer se presenta en la consulta de Freud, acompa-
ñada de una amiga, en demanda de confirmación de la pala-
bra de un médico al que ella había consultado. Este le había
indicado como remedio a sus estados de angustia que optase
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PSICOANALISIS, MEDICINA
por "una de las tres soluciones siguientes: reconciliarse con
su marido (del que estaba separada), tomar un amante, o sa-
tisfacerse por sí misma".
La situación, embarazosa para Freud, tiene sin embargo
una lógica rigurosa. Puesto que el médico de marras se ha-
bía autorizado con la palabra de Freud, la paciente acude a
éste a continuación del médico. Si bien es cierto que la situa-
ción había de ser algo difícil no lo es menos que, en definiti-
va, lo que resultaba de todo el embrollo era una demanda
de análisis en toda regla. La compañía de la amiga y la de-
manda de un saber cierto no hacen sino entrar a formar par-
te del «cuadro», diagnosticado luego como histérico.
Pero Freud aprovecha para hacer una serie de considera-
ciones acerca de la diferencia entre psicoanálisis y medicina.
Sigamos paso a paso el razonamiento de Freud.
1) En primer lugar, los pacientes neuróticos pueden men-
tir. La paciente pudo estar deformando tan sólo "por una es-
pecie de proyección" el tratamiento recibido de su médico.
"Por tanto —dice Freud— incurro en injusticia al enlazar
precisamente a este caso mis observaciones sobre el psicoa-
nálisis silvestre. Pero con ellas, sigue diciendo, creo evitar
graves prejuicios a muchos otros enfermos."
2) Pero además, el concepto de «vida sexual» que el mé-
dico le atribuye al psicoanálisis es erróneo. Confunde lo que
se entiende corrientemente por vida sexual con la psicose-
xualidad, que comprende no sólo aquella, sino también toda
actividad sensible que teniendo como origen los impulsos se-
xuales sufre una inhibición en su fin o una sublimación de
su objeto. Sin esta distinción no hay, en el campo freudiano,
síntomas.
3) En tercer lugar, partimos de la teoría del síntoma que
se fundamenta en una lucha entre la libido actuante y una
repulsa o represión sexual intensa. Resulta así ociosa la indi-
cación de actividad sexual como remedio. La única señal
que poseemos acerca de la normalidad de una vida sexual
es la ausencia de síntomas; nunca los actos sexuales, o su
teatro perfecto, son signos de nada para el psicoanalista. Lo
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PROLOGO
que éste escucha es precisamente la insatisfacción sexual, y
la demanda subsecuente. Por eso acude la gente al médico:
porque hace síntomas, haya o no «vida sexual». La libido
manda, podríamos decir, o a la satisfacción (que no habla)
o a la insatisfacción (que demanda).
Pero además, la libido es "exageradamente intensa casi
siempre"; y "es imposible creer que la satisfacción sexual
pueda constituir en sí un remedio generalmente seguro con-
tra las enfermedades nerviosas'. Este axioma freudiano de
una desproporción entre un impulso sexual y los fines de ese
mismo impulso, toma aquí un valor de dirección de la cura.
El fin de la cura no es sólo el de conseguir una actividad se-
xual normal, sino además el de hacer posible la despropor-
ción que hay entre el impulso del goce sexual y los fines de
la vida. Es un descubrimiento freudiano que aquél tiende a
devenir mortal, imposible para el sujeto.
4) Además, ese médico cree que una mujer de más de
cuarenta años no sabe o no se atreve a hacer por su cuenta
y sin necesidad de la palabra del médico, todo eso que él le
aconseja.
_5) Hay un error de diagnóstico. Si se tratase de una neu-
rosis actual, acaso bastara una modificación de la actividad
sexual somática. Pero se trataba de una histeria de angustia
—"y el valor de las distinciones nosográficas está, precisa-
mente, en indicar otra etiología y otra terapia".
6) El médico no indica en realidad tratamiento alguno.
Lo que hace es explusar a la paciente en lugar de escucharla.
"En esta alternativa del seudoanalítico no queda lugar algu-
no para el psicoanálisis."
i* r 7) La cura no es el suministro de un saber al paciente'; La
labor del análisis consiste en combatir las resistencias inter-
nas al propio saber inconsciente del analizante, hasta sus lí-
mites propios, y no en su ilimitación universitaria. Parle sa-
ber al que sufre es —dice Freud— como distribuir, en tiempos ,
de escasez, menús bellamente impresos en cartulina.- O peor,
pues el síntoma se alimenta precisamente de ese saber, con
lo que el conflicto se agudiza y se agravan sus dolencias.
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PSICOANALISIS, MEDICINA
8) La dosificación de ese saber es la cura analítica, en la
cjue el paciente mismo ha de ir descubriéndolo; pero para
ello es necesario (aunque no suficiente) evitar la ruptura: la
transferencia ha de impedir "una nueva fuga", repetición de
su fuga sintomática. La revelación de todos los secretos del
paciente puede ser sorpresivamente adivinatoria, pero es te-
rapéuticamente nula.
9) Este médico me es desconocido, dice Freud. En el año
1910 eso significaba que no podía haber adquirido sus cono-
cimientos de psicoanálisis más que en los libros. Y eso no
basta para formar a un psicoanalista: su técnica se aprende
"bajo la guía de aquellos que la dominan",' Para ser psicoa-
nalista se hace preciso participar de un movimiento, de una
causa (que en ese momento tenía como centro la persona de
Freud).
10) "En rigor, tales psicoanalíticos silvestres perjudican
más a nuestra causa que a los enfermos mismos (...^Seme-
jante conducta inhábil, aunque en un principio agravase el
estado del paciente, acaba por procurarle la curación. No
siempre, pero sí muchas veces. Una vez que el enfermo ha
maldecido suficientemente del médico y se sabe lejos ya de
su influencia, comienzan a ceder sus síntomas o se decide a
dar un paso que le aproxima a la curación. El alivio definiti-
vo es atribuido entonces a una modificación «espontánea»
o al tratamiento indiferente de un médico al que luego se ha
dirigido el sujeto."
Vemos a Freud aquí muy preocupado por recoger sobre
sí y sobre su técnica la causa de la curación. La intervención
«silvestre» (que "no dejará de producir consecuencias bene-
ficiosas") tiene como defecto principal el de no tener cuida-
do con la causa freudiana.\El médico, con la interpretación
silvestre "se ha perjudicado a sí mismo y ha contribuido a
intensificar los prejuicios que se alzan en el enfermo contra
la actividad del psicoanalítico a causa de resistencias afecti-
vas harto comprensibles. Y esto puede ser evitado."
* * %
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PROLOGO
La argumentación de Freud se comporta aquí en algunos
momentos como aquella historia del caldero: (1) No me han
prestado ningún caldero; (2) ya estaba agujereado cuando lo
recibí, y (3) lo he devuelto intacto.
Finalmente, nos deja en las manos un enigma, o al menos
algo ImpósíBle 3e asimiíáf a la medicina, a saber, esa valora-
ción de la causa por encima de la terapia. El movimiento del
discurso de los analistas parece ir por delante, como condu-
ciendo las curas. Al menos no es incoherente con el axioma
freudiano: ¡en psicoanálisis la cura se da por añadidura.
Psicoanálisis y medicina.
Theodor Reik, doctor en filosofía, discípulo de Freud,
fue acusado de curanderismo por uno de sus pacientes. En
su biografía de Sigmund Freud, Ernest Jones relata así el he-
cho: "En la primavera de 1926 un paciente de Theodor Reik
inició una demanda contra él por un tratamiento supuesta-
mente dañino, e invocaba la ley austríaca contra el charlata-
nismo. Afortunadamente para Reik, se pudo demostrar que
el paciente era una persona desequilibrada y su acusación
carecía de toda responsabilidad. Este hecho, más la inter-
vención de Freud a través de un alto funcionario, decidió el
juicio en favor de Reik. Pero todo esto fue ocasión para que
Freud, apresuradamente, compusiera en el mes de julio un
librito titulado La cuestión del análisis profano."
En su mayor parte este librito está escrito en forma de
diálogo entre Freud y un interlocutor imaginario, al que des-
cribe como "uno de nuestros funcionarios, un hombre de es-
píritu benévolo y de extraordinaria integridad mental, con
quien yo mismo había conversado sobre el caso Reik y a
quien entregué, a su pedido, una peritación confidencial so-
bre el mismo". El diálogo acaba sin un acuerdo entre las par-
tes y el interlocutor no quedará totalmente convencido por
las razones de Freud.
La argumentación freudiana tiene un sólo punto de vista
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