Table Of ContentLUIS ALBERTO RUIZ
DICCIONARIO
DE
SECTAS Y HEREJIAS
HISTORIA DE LAS IGLESIAS - LOS CONCILIOS - SECTAS Y
HEREJIAS - LOS ICONOCLASTAS - LA REFORMA - EL PONTIFICADO
Y LOS ANTIPAPAS - DOGMAS Y BULAS - SOCIEDADES
SECRETAS - ORDENES RELIGIOSAS
EDITORIAL
CLARIDAD
BUENOS AIRES
Colección Diccionarios
Volumen 11
Editorial Claridad, S.A.
Fundador: Antonio Zamora
Dirección General: Dr. ElioM.A. Colle
Oficina: San José 1627 - Buenos Aires
J
Primera edición, enero de 1977.
☆
Derechos reservados para toda la América Latina.
Copyright (g) by Editorial CLARIDAD, S. A.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentine.
Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723.
INTRODUCCIÓN
Con el presente Diccionario se cierra, cronológicamente, la
trilogía que, acerca del ámbito sagrado y religioso' del hombre inicia
mos con el Diccionario de la Biblia (1963 ) y con el Diccionario
de la Mitología Universal y de los Cultos Primitivos (1963), plan
largamente meditado y flanqueado asimismo por una serie de obras
menores que publicamos en la colección “El Bosque Sagrado”. Casi
dieciocho años de ininterrumpida tarea, invertidos en la búsque
da, desilusionante a veces, de una bibliografía inexistente en el
país y tan generosa en el Viejo Mundo. Sin contar, por ello, con
obras guías antecedentes, hemos tenido que procurar hacer nosotros
mismos esa guía, ese nomenclátor básico, a partir del cual podremos
más tarde aspirar a una apreciable ampliación del temario general
y particular. Estas precisiones referidas al manejo privado —a la
redacción, en una palabra—, de estos libros, son necesarias, no como
disculpa por las posibles omisiones o por un tratamiento a veces
modesto de ciertos temas, sino para una comprensión más clara
de nuestros propósitos y de nuestros insalvables límites. Aunque
de una manera sucinta, se ha procurado cubrir todas las áreas del
territorio religioso, de las cuales la más erizada de contradicciones,
dificultades interpretativas, posición o creencia personal y necesidad
de definiciones claras era, precisamente, la de este Diccionario.
En efecto: el nacimiento, el desarrollo y la consolidación del
Cristianismo en Occidente (y parcialmente en Oriente) estuvieron
flanqueados por dos tipos de lucha: la que llevaría a la consagra
ción de un cuerpo dogmático monolítico y, consecuentemente, a
una institución que lo sostuviera (la Iglesia Católica); y por la
lucha en pro del poder temporal, que quería justificarse por el
carácter révelado que tenía la nueva fe, y que unía a su propia
doctrina redentora, salvacionista, todo el andamiaje teológico del|
Viejo Testamento, que por otra parte, ya venía cargado parcial
mente de un contenido cosmogónico, semítico sí, pero no propia
mente judaico. A esas dos luchas se sumaba, a partir casi de la
existencia canónica de Jesucristo, una tercera, en contra de una
concepción enteramente espiritualista, mística, filosófica y herme-
tista del misterio cristiano: el gnosticismo, que, según el ilustre
escoliasta Edmundo González Blanco, constituye el verdadero fun
damento y origen de la religión cristiana.
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Las instancias» a veces cruentas» en que se jugaron las diversas
oposiciones, constituyen la materia del presente Diccionario. No
podemos dejar de admirar, por supuesto» Ja milenaria tenacidad de
la concepción romana del Cristianismo, que luego de atravesar las
mortíferas etapas de la persecución imperial y pagana, se consoli
daba sólo para prepararse para las querellas dogmáticas entabladas
dentro de su misma égida, y que podríamos llamar “la batalla con
tra las herejías”, ganada contra disidencias especulativas menores
cuantitativamente, pero perdida en un solo caso excepcional y de
gran magnitud, como fue la Reforma, en donde el cisma entre el
romanismo y los protestantes dio como resultado la escisión en dos
grandes cuerpos de la religión cuyo padre común fue la figura hu
mana y divina del hijo de María y José, y que, aparte de algunas
diferencias en materia de dogma se centralizó en el espinoso pro
blema de la Autoridad y Jurisdicción del obispado magistral de
Roma, que desde lo® albores de la religión, exigió, por boca de lo»
pontífices, la primacía de los obispos de aquella ciudad, pese a
que en el controvertido texto evangélico en que se confiere a Pedro
la jefatura de la Iglesia no se menciona para nada ninguna sede
en especial. La elección de Roma no fue del todo ocasional: Roma
era la metrópolis del mundo antiguo, o residencia de las cabezas
del Imperio; y una vez que el cristianismo —ya ecuménico— ad
quirió patente oficial, era enteramente lógico que Roma se consti
tuyera en la cabecera espiritual del mundo cristiano, así como Jesu-
salén era la cabecera tradicional.
El traslado de la capital del imperio a Constantinopla (antes
Bizancio, ahora Estambul), determinó que los patriarcas orientales
consideraran del todo legítimo erigirse en cabeza de la Iglesia ofi
cial, lo que jamás fue aceptado por el obispado de Roma, originán
dose así el primer gran cisma de Oriente y Occidente, que también
tendría considerable influencia en el futuro político. Ese desmem
bramiento fue para los pueblos bárbaro® un índice de decadencia;
y supieron que no se habían equivocado cuando invadieron y con
quistaron Europa, sentando un precedente histórico aprovechado
poco después» por las legiones del Islam primero» y por los otoma
nos un poco más tarde;.
Irremediablemente perdida para Roma la jurisdicción sobre
Oriente (que recuperó en forma efímera, precaria y parcial durante
las Cruzadas), la Iglesia se accidentalizó, y con el formidable am
paro del poder imperial (Carlomagno, etcétera) extendió la doctrina
evangélica por toda Europa, hasta consolidar una estructura teo-
Diccionario de Sectas y Herejías 7
crético-política que se conoce como Sacro Imperio Romano-Ger
mánico^ que subsistió a pesar del enorme impacto representado por
las reformas de Lutero, Calvino y una legión de sectas subsidiarias
del protestantismo.
En esta Introducción' no podemos extendemos más sobre los
detalles de esa teocracia católica, ni sobre el fenómeno territorial
conocido como Estados Pontificios (reducidos en la actualidad a
las manzanas del Vaticano), ni sobre la evolución temporal, mate
rial y doctrinal de la Iglesia, que es materia de numerosos artículos
de este libro. Pero sí queremos indicar claramente el carácter y
el espíritu inexcluyente del repertorio incluido (y que se asemeja
formalmente al método utilizado en los dos diccionarios anterio
res) y, por último, nuestro criterio personal que explicitamos muy
sumariamente, ya que no corresponde de ningún modo, en una
obra dirigida a lectores de todo credo, ni inclinar el ánimo ha
cia determinado culto ni tratar de modificar lo que es ya irrefor
mable e irreversible. Admitimos la legitimidad de todas las reli
giones nacionales o extranacionales, porque creemos irrenunciable-
menlte en la libertad de elección y de creencia, siempre que esa
elección se efectúe en la plenitud de la razón y no sea una mera
aceptación a las costumbres y a la creencia general del ámbito en
que se vive. Todo individuo tiene derecho a creer o no creer, a
profesár o no profesar, a no aceptar presupuestos sin demostración
o a aceptarlos por vía dé fe. Eso no nos concierne a nosotros ni
a nadie, y para el que cree en un ser o una Instancia Superior, sólo
a ese ser subyuga su conciencia. El autor de esta obra, aunque
consecuente con una existencia hondamente espiritual, y conmo
vido permanentemente por la resonancia dé todos los actos huma
nos, no profesa religión alguna aunque pueda tener una concepción
propia de Dios y un tipo de religiosidad por oompleto indepen
diente de lo que se llama "culto”. Considera quei ‘Dios” puede ser
una verdad única, pero que la gnosis de Dios no es patrimonio de
tal o cual secta. Considera —tal vez heréticamente— que Dios es
un alumbramiento interior, una íntima compañía, el motor más
misterioso del alma humana. No le da ni forma ni voluntad ni,
como en muchas doctrinas, el arbitrario método de seleccionar ele
gidos o desechar réprobo®. Es un Dios de hombres^ y enteramente
a la medida de la incomprensión y del desconcierto de los hombres.
La idea de Dios no es ni más ni menos alucinante y anonadante
que la idea que podemos hacemos de la infinitud de los mundos,
y por lo tanto es de toda inutilidad encerrarlo en una palabra o en
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un dogma, ya que es inclasificable. Incluso su carácter de divinidad
lo reduce y limita. La simple consulta ál Diccionario mitológico
nos hace ver una legión de dioses* lo cual llevaría por fuerza a
pensar en una múltiple territorialidad divina, algo incompatible
con la pura idea de Dios. Lógicamente, hay una diferencia de hecho
entre las. deidades que llamamos convencionalmente “paganas” y el
Dios cristiano. Los cultos anteriores a Cristo^ basados por completo
en figuraciones antropomórficas, —incluso zoomórficas* o astrales,
o minerales o arbóreas^ o fluviales* etcétera—* carecieron de algo
fundamental que posee el Cristianismo: la religio, es decir, la por
ción del hombre que lo une íntimamente, umbilicalmente, a Dios;
la comunicación mística con Dios y, finalmente, el acto por el cual
el mismo Dios* en cierta manera aceptada, es recibido “dentro” del
hombre en la Eucaristía, como en el caso del catolicismo. Los anti
guos, pues, carecían de esta visión de Dios; carecían de un cuerpo
teológico o doctrinario; no crearon dogmas que trataran de apre
hender la idea de Dios y de su reunión final con él. Carecieron
asimismo de la concepción del “mensaje” divino, presentido sólo
vagamente en el zoroastrismo, recogido por el mesianismo judaico
y elevado a su forma suprema en la figura del Enviado dé Dios*
esto es, Jesucristo. La religión cristiana ha sido la única que cor-
porizó a ese mensajero (excluimos a una serie de autotitulados pro
fetas, mensajeros y mesías de algunas sectas antiguas y modernas)
y la primera en aceptar el carácter divino de ese enviado, prefi
gurado no obstante en numerosos pasajes de las escrituras proféti
cas judías. Con ser extraordinaria y digna de alabanza la peripecia
humana del Buda Siddharta Gautama, sus discípulos jamás lo con
sideraron una encamación divina, atribución que le fue dada más
tarde por el budismo herético, el de los lamas tibetanos. Mahoma
fue el profeta del mismo dios, pero con distinta grafía, que el de
los judíos; pero jamás se consideró uno con ese Dios, ni sus discí
pulos o fieles lo pensaron jamás. Podríamos multiplicar los ejem
plos pero aquéllos son suficientes para demostrar la diferencia del
cristianismo con el mundo anímico de los paganos. La religión
pagana fue netamente ritual; y aunque el catolicismo (y sus deri
vados) tengan una economía ritual también (incluso heredada par
cialmente del culto pagano), se diferencia de aquéllas en que el
Dogma prevalece sobre las formas litúrgicas exteriores.
El presente Diccionario trata especialmente las batallas dog
máticas del Cristianismo^ el nacimiento de las herejías y su resul
tado lógico, las sectas; y sólo en forma subsidiaria, los movimientos
Diccionario de Sectas y Herejías 9
heréticos de otras religiones· Hacemos esta acotación únicamente
para que no se no® reclame algo que estaba fuera de nuestros
objetivos e incluso de nuestras posibilidades. De ningún modo pre
tenderíamos haber agotado el caudal temático, ni colmado suficien
temente la infraestructura conceptual, menos aún dentro de los mo
destos límites que nos hemos impuesto por diversas razones. Es por
eso que pedimos que se considere a la presente obra como un mero
anticipo o semillero de una obra mayor, que se hará más tarde o
que otros autores podrán emprender. Tal como la hemos conce
bido y fijado sus límites, no intenta ser otra cosa que un repertorio
orientador de las corrientes no ortodoxas del pensamiento religioso
universal. Carece de toda intención sectaria personal, como podrá
advertirse, pero tampoco hemos eludido el deber de manifestar,
donde corresponde, las transgresiones cometidas por las distintas
confesiones y bandos contra el espíritu humano, contra el derecho
de las minorías, contra la inenajenable libertad de conciencia Esto
es histórico, de modo que su tratamiento en esta obra asume ese
carácter, y no el de una acusación subjetiva contra hechos ya irre
versibles. En todo caso, el referir ciertos hechos puede tomarse co
mo un memorándum destinado a fortalecer el espíritu de tolerancia,
de humanidad y de amor, y que es el fundamento principal para
una fructuosa y reconfortante convivencia humana
Luis Alberto Ruiz
Buenos Aires!, 1975.