Table Of ContentMichel Foucault
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:P rometLeiob ro20s1,5.
152 p.;2l xl5 cm.
TraducpiodroRa: ú l Carioli
ISBN97 8-987-5 74 -695-4
l. Filoso2f. iAan.t ropollo. gCíaan.g uilhem, Georges, prolog.
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Armádo:M aríVai ctoRraimaí rez
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Derechroess ervados
índice
l. NotaP reliminar
Un positivista desesperado: Michel Foucault
Sylvie Le Bon 9
...........................................................................................
2. Prólogo
¿Muerte del hombre o agotamiento del cogito?
Georges Canguilhem . 31
..........................................................................
3. Preguntaa Msi cheFlo ucault
Círculo de Epistemología de la Escuela Normal Superior (París) ... 53
4. RespuesatlCa í rcudleoE pistemología
Michel Foucault ................................................................................. 57
5. Coloqusioob rLea s palabras y las cosas, de Michel Foucautl
B. Balan, G. Dulac, G. Marcy,].-P. Ponthus,j. Proust,]. Stefanini, E. Verley ...... 97
6. Anexo
Carta de Michel Foucault sobre el coloquio ...............................� 147
l. Nota Preliminar
Un positivista desesperado:
Michel F oucault
Sylvie Le Bon
¿Cómo suprimir la historia? Para este problema imposible, Michel
Foucault propone una solución desesperada: no pensar en la historia.
Excluirla, si no de lo real, por lo menos del saber. Es el propósito de su
libro Las palabras y las cosas, y para sostenerlo el autor no retrocede
ante ningún sacrificio. Sacrificar a sus predecesores, la honestidad e
incluso su objeto de estudio, es cosa fácil. Pero, Foucault va más lejos
y sacrifica su propia obra, prefiriendo exponerla a la muerte por inin
teligibilidad antes que abandonar su postulado positivista. Aparente
mente, Las palabras y las cosas analiza la transformación de las ideas,
de las ciencias, desde el Renacimiento hasta nuestros días. Pero, tras
esta empresa epistemológica que él reivindica con complacencia, es
una filosofía lo que quiere referirnos. Desde luego, la predilección por
una reflexión sobre las ciencias no es indiferente; está ligada, funda
mentalmente, a la voluntad positivista de esta filosofía. Consideremos,
pues, la obra, como el todo que pretende ser.
Las palabras y las cosas realiza la arqueología de las ciencias hu
manas. En Foucault, el término no sorprende. Ya su estudio sobre
El nacimiento de la clínica se presentaba como "una arqueología de
la mirada médica". De un libro a otro el mismo vocablo y la misma
intención: restituir en su verdad los pensamientos de una cultura,
pasada o presente.
9
MICHEL fOUCAULT
En esto, la tradicional historia de las ideas ha fracasado radical
mente. ¿Qué hace esa historia? Describir campechanamente lo que
·descubre al seguir el hilo de la progresión temporal. Esto, objeta
Foucault, es confundir la aparición de las dispersas ruinas de un
templo con el templo mismo. Y, ríe de esta insuficiencia y de esta in
genuidad. Allí está la enemiga mortal de la arqueología, esa confusión
que constituye el principio de ta doxología. Su ámbito, la opinión, es
incompatible con el ámbito de aquella, la episteme. El arqueólogo se
consagrará a la reconstitución de la episteme de una época porque esta
goza de una primacía de derecho: ella es la que permite la existencia
misma del conjunto incoherente de las opiniones contemporáneas.
Creer lo contrario, como hace el doxólogo, creer que de la infatigable
confrontación de las opiniones surgirá la unidad inteligible, es invertir
el orden de las causas y de los efectos, es cometer una falta de lógica.
Es necesario descender profundamente bajo el nivel doxológico para
volver a encontrar el "basamento" arqueológico que representa sus
condiciones de posibilidad.
Sea, por ejemplo, la ciencia del ser vivo. La doxología sostiene
frecuentemente que nació del fracaso del mecanicismo cartesiano.
Pretende, por consiguiente, describir su historia a partir de este
acontecimiento anecdótico. Su paciente investigación enumerará por
una parte las influencias recíprocas, las de los hombres y las de los
métodos (cuando un modelo obtiene buenos resultados en un dominio
del saber se tiende a extenderlo a los dominios vecinos, o a traspo
nerlo), restituyendo las elecciones efectuadas según los individuos,
los medios, los grupos sociales. Por otra parte, hará un inventario de
la multiplicidad de temas, debates, pasiones, "grandes intuiciones"
que dividieron a la opinión en el curso del período en cuestión. Para
concluir, bautizará a este entrelazamiento "historia de la biología en el
"
siglo xvm , sin advertir que en el siglo xvm la biología no podía existir
porque "la vida misma no existía".
Ese método, para Foucault, se apoya en un supuesto ruinoso: la
creencia de que una ciencia puede nacer de otra, es decir que es po
sible una explicación histórica de la historia de las ciencias, legítima
y fecun�a. Ciertamente, hay ecos comprobados entre los diferentes
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SABER, HISTORIA Y DISCURSO
momentos de una ciencia como la biología, pero señalar aquello que
una ciencia ha aportado como novedad en relación con su pasado
no es nunca captar su positividad. Pues la novedad aparecida en el
tiempo no podría dar cuenta de aquello que la hizo legítimamente
posible. "Es posible, aunque habría que examinarlo, que una ciencia
nazca de otra; pero nunca una ciencia puede nacer de la ausencia de
otra, ni del fracaso, o del obstáculo encontrado por otra". O sea que,
la continuidad de una problemática que uniría el mecanicismo carte
siano con la biología tal como se la entiende actualmente no existe.
Al postularla, la doxología se ve llevada a una lectura retrospectiva; y
aplica brutalmente categorías, como la de la vida, que son anacrónicas
respecto de los saberes anteriores que analiza.
Si es ocioso pensar que las ciencias se engendran unas a otras, aún
más ocioso es tratar de discernir la relación histórica de las opciones
teóricas con los intereses de clase. Tal vez los fisiócratas representaban
a los terratenientes, y los "utilitaristas" a los comerciantes y empre
sarios. Pero, "si la pertenencia a un grupo social puede explicar la
elección individual de un sistema de pensamiento en vez de otro, la
condición para que ese sistema haya sido pensado no reside nunca
en la existencia de ese grupo". Creer que un pensamiento expresa la
ideología de una clase es una "necedad". Uno se pregunta, leyendo
esto, qué sentido puede tener la aprobación que da Foucault a los
trabajos marxistas de Althusser. Para Foucault, la primera condición
para analizar rigurosamente un saber es no tener en cuenta ni los
personajes ni su historia. Así como no son fenómenos de herencia o
de tradición, los conocimientos tampoco son fenómenos sociales; en
una palabra: ellos no se transforman. Por ello, Foucault desprecia la
doxología. Consagrada al devenir platónico de las opiniones, que no es
sino una agitación superficial, ella carece, por su propia naturaleza, de
la plenitud inmóvil de la realidad profunda. Cuanto más se perfeccione,
más lejos estará de su objetivo, pues la diferencia entre doxología y
arqueología no reside en la extensión de los conocimientos sino en el
nivel en que se emprende la investigación. Kant se interrogaba sobre
lo que hacía posible nuestro conocimiento en general. Foucault quiere
11
M1cHEL FoucAuLT
interrogarse sobre lo que hace posible los saberes singulares propios
de una época. La arqueología será esta interrogación.
Examinémosla mejor. La diversidad cambiante de las opiniones, sus
espectaculares contradicciones, no son más que una ilusión: un efecto
de superficie. En una época determinada, en el nivel arqueológico de
la episteme; nunca hay más que un saber único que las hace posibles a
todas al mismo tiempo. Foucault llama a esta disposición fundamental
del saber, un a priori histórico. La aproximación paradójica de las dos
palabras tiende, en su intención, a trastornar nuestras categorías es
tablecidas, a conmover nuestras certezas familiares, del mismo modo
que la asombrosa clasificación china imaginada por Borges (y citada
en el prefacio) desencadenó en él, con la risa, la toma de conciencia
de los límites de nuestro pensamiento y finalmente el proyecto de
escribir Las palabras y las cosas. ¿Qué significa, pues, este concepto
deliberadamente contradictorio? Todas las búsquedas, todos los de
bates de opinión en su singularidad y sus divergencias, descansan en
un a priori histórico, basamento epistemológico que comprende en sí
mismo, en estado de virtualidades predeterminadas, la totalidad de los
efectos visibles que la doxología, ingenuamente, toma por realidades
definitivas. Pero, sin el a priori histórico no existirían, salvo que se
admita que existen efectos sin causa. "Este a priori no está constituido
por un grupo de problemas constantes que los fenómenos concretos
planteen sin cesar como otros tantos enigmas para la curiosidad de
los hombres; tampoco está formado por un cierto estado de los cono
cimientos, sedimentado en el curso de las edades precedentes y que
sirve de suelo a los progresos más o menos desiguales o rápidos de la
racionalidad; tampoco está determinado, sin duda alguna, por lo que
llamamos la mentalidad o los "marcos del pensamiento" de una época
dada, si con ello debe entenderse el perfil histórico de los intereses
especulativos, de las credulidades o de las grandes opciones teóricas.
Este a priori es lo que, en una época dada, recorta un campo posible
del saber dentro de la experiencia, define el modo de ser de los objetos
que aparecen en él, otorga poder teórico a la mirada cotidiana y define
las condiciones en las que puede sustentarse un discurso, reconocido
como verdadero, sobre las cosas" (pág. 158). De este modo, la his-
12
SABER, HISTORIA Y DISCURSO
toria, es decir esa sucesión de anécdotas llamadas acontecimientos
históricos, aparece como el reflejo confuso de acontecimientos más
profundos que son, "más acá de toda cronología establecida", los acon
tecimientos arqueológicos en su necesidad. La episteme de una época
ser�. pues.Ja totalidad ahistórica de condiciones que hace posible y
necesaria a la historia como epifenómeno. La historia de las ideas,
pero también la de las prácticas. En efecto, "si pueden oponerse la
práctica y la especulación pura, de cualquier manera, ambas reposan
sobre un único e idéntico saber fundamental (. ..) En una cultura y
en un momento dados, solo hay siempre una episteme, que define las
condiciones de posibilidad de todo saber, sea que se manifieste en
una teona o que quede silenciosamente investida en una práctica. La
reforma monetaria prescrita por los Estados generales de 1575, las
medidas mercantilistas o la experiencia de Law y su liquidación tienen
la misma base arqueológica que las teorías de Davanzatti, de Boute
roune, de Petty o de Cantillon" (pág. 166). Las prácticas históricas
dependen de la episteme del mismo modo que las teorías científicas.
Esta es una consecuencia obligada para Foucault; si no la admitiera,
se vería llevado a considerar, como la abominada doxología, lo que
los saberes de una época deben a las prácticas históricosociales de esa
misma época, algo que él no quiere aceptar. Estas prácticas, por lo
tanto, están adheridas directamente al basamento epistemológico por
una relación de dependencia unívoca. La expresión "a priori histórico"
no debe pues despistamos. Si es histórico, lo es en el sentido en que el
a priori permite la historia. Ambos términos no tienen el mismo peso;
el término decisivo es "a priori". Ahistórico en todos sus aspectos,
el a priori histórico es sistema. Pues, como nos afirma Foucault, en
toda cultura hay "la experiencia desnuda del orden y de sus modos
de ser". El arqueólogo se limita a comprobar este hecho bruto de que
hay orden, cierto orden mudo al que él quiere hacer hab�r. Cuando
trata de restituir su necesidad interna, nunca se encuentra con un
devenir sino con un "hay", es decir, con una red de positividades. El
a priori se da siempre como algo ya constituido, como el basamen�o
positivo de los conocimientos, y su análisis no depende de la historia
de las ideas o de las ciencias. De ningún modo se trata, y Foucault nos
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